Brown me llamó bastante preocupado y alarmado. -Hay una denuncia policial contra Marcus Green-, me dijo con la voz trémula, con muchas tildes de duda y de desconcierto. En realidad a él no le debía importarle, sin embargo Marcus Green había sido paciente nuestro de la clínica y ciertamente estaba involucrado con nosotros y eso nos afectaba de una u otra manera, sobre todo a mí. Y eso lo sabía Brown. Yo había estado a cargo de Green y aún él no estuviera más en el hospital, seguían siendo, de alguna manera, nuestra responsabilidad. Rayos, mascullé. Adiviné de inmediato que la denuncia era el marido de Julissa. -¿Qué es lo que ocurre?-, arrugué mi naricita tratando de mostrarme calmada o incrédula. Tampoco quería darle muchas alas a Brown de que en realidad yo estaba perdidamente enamorada de Marcus. -Escapó con una mujer casada-, me dijo serio. Brown se había enterado de todos los pormenores de la vida íntima de Green, de sus amoríos con Julissa y que ella había dejado su hogar
Mi padre respondió positivamente a las terapias que le estaba haciendo. Yo ya no quería que se metiera en más problemas. Con Ferdinand, mi ex novio, había tenido muchos incidentes, justamente por su mal genio. No toleraba que nadie, siquiera, me saludara o me viera que estallaba como un petardo y lanzaba puñetes y patadas igual que un energúmeno. Mi padre también tuvo muchos conflictos similares, incluso aporreó al propio Ferdinand y yo no quería verlo más rodeada de policías, en medio de gritos o escándalos. Le hablaba, entonces, le provocaba recuerdos dulces de mamá y mío, sobre todo de pequeña, y él se emocionaba mucho. En una tienda de curiosidades pude conseguir música lituana y eso le cayó de maravillas. No solo conocía todas las canciones, sino que las tarareaba constantemente y le provocaba un sin fin de evocaciones, de sus padres (mis abuelos) y de su propia infancia. Brenda fue la que me dijo de esa tienda que estaba en los suburbios. Uno de sus pacientes era coleccionist
-¡¡¡Ya está el libro en las calles, Andrea!!!-, me llamó eufórica Antonella esa mañana de frío intenso. El cielo estaba bastante gris y opaco y habían nubarrones densos pintados en el cielo, amenazando con una lluvia fuerte. Yo estaba en mi consultorio revisando el historial clínico de Trevor. El juez estaba pidiendo una evaluación de su caso porque debía dictar sentencia del caso engorroso del tráfico de medicinas que se le seguía y que había involucrado a Karlson y a Davids, empañando la imagen de la clínica. Yo no quería darle el alta porque sus enemigos lo seguían asediando. Había comprobado que esa fobia a las cucarachas era mentira para refugiarse en el hospital y lo que en realidad él tenía era miedo a los sicarios. Era obvio, después de todo: querían matarlo. Brown me exigía que le diera el alta pero yo encontraba siempre pretextos, de que faltaban terapias, de que requería de nuevos exámenes, que habían detalles que me incomodaban y cosas así. Por eso buscaba y rebuscaba
Regalé numerosos ejemplares de mi libro en la clínica. Brown me abrazó feliz y entusiasmado. -¡¡¡Maravilloso, doctora, usted es una magnífica poetisa!!!-, me dijo él brincando como un canguro, después de recibir dos poemarios míos, debidamente autografiados, con su dedicatoria respectiva, incluso le dibujé un corazoncito muy coqueto. Yo le debía mucho a él por su apoyo en todo ese tiempo en la clínica y por ello me esmeré en dedicarle unas líneas. Brown sonrió pícaro y travieso. -Se nota que disfrutas mucho en los brazos de ese "amante perfecto"-, reía hojeando mis versos. Trevor, por su parte, me pidió un selfie con el libro en las manos. -En un par de años esa foto valdrá millones de dólares-, estalló mi paciente en risotadas. -Idiota-, le dije riéndome, abrazada a Trevor, tomándonos varios selfies con el móvil de él. A Trevor también le encantaron mis versos y me subrayó que yo tenía muchas condiciones ara triunfar en el mundo de los versos. -Espero que no sea el único poemar
Frederick Hughes recibió el alta un lunes por la mañana. Todo el fin de semana lo sometí a exhaustivas pruebas, medí sus reacciones, evalué su comportamiento, me cercioré en su temperamento y finalmente intenté desafiarlo. enojándolo con cosas simples como por ejemplo "malas noticias Frederick, no hay mantequilla" pues a él le encantaba untarlo en sus panes en el desayuno. Él me miró tranquilo, sosegado, sin sobresaltarse ni exasperarse, "no importa, doctora, así no más", indiferente y apacible. También ordené que no le pongan el televisor en las noches cuando disfrutaba de películas, series y telenovelas. Luego que los enfermeros cumplieron mi exigencia, una hora después fui a ver cómo estaba, y lo encontré muy concentrado leyendo un libro de aventuras. Me dio gusto. Hughes había aprendido a controlar sus emociones. Ese lunes lo llamé a mi consultorio. Hughes recién se había duchado, se puso una ropa casual y se aprestaba a desayunar, cuando uno de los enfermeros le dijo q
Trevor le organizó una despedida para Hughes junto a los otros pacientes de la clínica. Le pidió a Brown el comedor y sirvieron muchos panes con mantequilla que le encantaban bastante a Frederick. Mi paciente se emocionó hasta las lágrimas viendo tanto alborozo y algarabía por haber recibido el alta y el hecho que pueda regresar a casa. -Qué gusto haber conocido a un pintor que será famoso con el tiempo-, lo abrazó Trevor mientras los otros internos aplaudían eufóricos, tributándole estruendosos aplausos. Hughes le hizo caricaturas a todos los pacientes, a los enfermeros, a los doctores, a Gladys, a Brown y a su secretaria, también al personal administrativo y los vigilantes. Sus trabajos pendientes los guardó en una maleta, con sus pinceles, cartulinas y el usb con la música de Lituania que tanto le fascinaba y lo volvía muy apacible. -Es lo que más me relaja-, me dijo. Yo me colgué de mi brazo y lo acompañé hasta la puerta. Katty ya lo esperaba en el estacionamiento de la clí
Le di uno de mis poemarios a Louis. Él había terminado su turno y disfrutaba de un lonche en una de las mesas frente al televisor. Tomaba café con leche y había untado dos panes con mantequilla. Detuve el carro y bajé de prisa porque pensaba, erróneamente, que ya estaba por irse. Louis se sorprendió. -¡¡¡Aún la panadería no cierra, doctora!!!-, se divirtió conmigo. Sus amigos estallaron en risotadas. -Estás de buen humor hoy, Louis-, dije, jalé una silla y me senté junto a él. -Y ahora estoy el doble al verla, bella doctora-, me sonrió él muy galante. -Ese lonche huele muy rico-, se me hizo agua la boca. Louis estallé en carcajadas. -¡¡¡Zachary, otro café con leche y dos panes con mantequilla para la señorita!!!-, alzó la voz. Su compañero alzó el pulgar y casi al momento yo también ya disfrutaba de la deliciosa merienda. -Te tengo una sorpresa-, le dije al fin, haciendo brillar mis ojos y le di uno de mis poemarios, autografiado. Louis parpadeó asombrado. Él ya sabía
Llegué temprano a la clínica. Deseaba olvidar todo, empezar mi vida otra vez de cero, pero no sabía cómo hacerlo. Marcus Green había escapado no sé a dónde con Julissa, una mujer casada, interrumpiendo su tratamiento y su madre lo abandonó a su suerte y prefirió irse a Escocia con su otra hija. Yo había quedado como una tonta, perdidamente enamorada de él y ahora no sabía ni cómo rehacer mi propia existencia. El cuarto de Frederick Hughes estaba vacío, además. Siempre había sido un refugio cuando me sentía deprimida o decepcionada y me encantaba verlo dibujar y me contaba afanoso qué era lo que sentía al plasmar sus sentimientos en un lienzo o una cartulina. Ahora él era feliz con la periodista Katty Woodward y ya formaban un hogar dichoso y consolidado. Había dejado de escribir al portal de poesías, también. Al fin y al cabo, a mí lo único que me animaba era escribirle versos a "Flecha" pero ahora él sostenía un tórrido romance con mi mejor amiga, Leonela. Estaban muy enam