Un encuentro mágico

—Reacciona por Dios, todos te están mirando. ¡Eres la puta reina de la noche! —Priscila sonríe, aún no puede creer que haya sido protagonista de un show como ese.

—¡Sí, verdad! —dice sin darle credibilidad a lo que sucedió.

—Tienes que llevártelo a la cama, joder.

—Fue sólo parte del show, Annette ¿Cómo crees que ese hombre tan in-cre-í-ble iba a querer follar conmigo?

—Pues a mí no me pareció, son pocos los stripper que conozco que terminan besando de esa forma a una cliente.

—Verás que sólo fue parte del show. Te apuesto a que al salir de allí, ya ni recordará quién soy.

—Eso dices, tú pero yo no diría lo mismo —responde Annette viendo por encima del hombro de su amiga al apuesto hombre que se acerca a ellas.

—Buenas noches —toma la mano de Priscila y la besa caballerosamente, el roce de aquellos labios eriza a la pelicastaña por tercera vez.

Si Priscila tuviese un vaginómetro mediría cuantas pulsaciones tuvo durante esos minutos y la cantidad de fluidos que se desprendieron de su interior.

—Buenas noches —respondió entusiasmada Annette, mientras Priscila apenas alcanzó a susurrar un simple “Hola”.

—¿Puedo sentarme con ustedes? —preguntó y ella asintió.

Era cierto lo que había dicho su amiga, aquel hombre estaba interesado en ella más de lo normal, no sólo la usó de cómplice sobre la tarima sino que ahora estaba sentado a su lado bebiendo junto a ella, y sin parar de mirarla. Mas, ella deseaba ver el rostro que se ocultaba detrás de aquel antifaz, y aunque Annette intentó persuadirlo de ello, el terminó justificándose con que era parte de su trabajo y tenía prohibido hacerlo.

Priscila se había olvidado de todo, de la razón por la que estaba en aquel lugar, de sus EX y hasta de su amiga Annette, la sonrisa y mirada de aquel hombre la mantenían hechizada. No fue difícil para la rubia de origen francés ver que aquella pareja debía quedarse a solas para dar rienda suelta a su innegable atracción.

—Voy a saludar a un amigo que acabo de ver en la barra —susurró en el oído de su amiga. Aunque Priscila la jaló del brazo para que se quedara, la astita rubia logró escurrirse y dejarlo a solas.

El apuesto hombre, apenas se dedicaba a beber su trago, Priscila lo miraba un tanto apenada, mientras él de forma sensual y seductora humedecía sus labios y con la punta de su lengua luego retiraba el exceso de humedad de sus labios. La pelicastaña sentía que su cuerpo se encendía por el deseo de volver a sentir aquellos labios recorrerle por completo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él, ella quiso mentirle, decirle “María o Petra” pero terminó diciéndole su nombre.

—¡Priscila! —soltó sin más.

—Hermoso nombre, tan hermoso como quien lo lleva. —ella se ruborizó al sentir su mirada penetrante.— ¿Bailamos? —preguntó él y ella asintió.

Fueron hasta la pista de baile, la música seductora volvió a sonar, ella se dejó arrastrar por aquel momento. El sensual bailarín, volvió a deslizar sus manos por sus muslos, ella se colgó de su cuello mientras al ritmo de la música sus cuerpos danzaban en un mismo ritmo. Priscila podía sentir la dureza de su falo cada vez que él la hacía girar de espaldas a él y frotaba contra su trasero su pelvis. Dios, aquello era una especie de tortura infernal.

Priscila se giró de frente a él, acicaló sus senos a su pecho y sus caderas a las del seductor stripper quien la sujetó de ambos lados de su cadera con sus manos y dirigió el movimiento cadencioso de su cuerpo. Pronto los labios volvían a caer en el juego de aquel inhóspito deseo que parecía envolverlos en un halo mágico. Cuando más manos de él se deslizaron hacia sus glúteos y los presionó con fuerza contra su pelvis, ella dejó escapar un segundo gemido más intenso que el anterior.

—Salgamos de aquí —susurró a su oído, mientras sus labios chupaban el lóbulo de su oreja terminando de doblegar algún repentino deseo de Priscila desistir. Ella asintió y salieron del bar. Afuera estaba su auto estacionado, era un auto bastante lujoso para ser de un stripper, mas cuando ella vio la cantidad de dinero que las mujeres y hombres le dieron de propina, no dudó que pudiera tener un auto como ese.

En aquel momento, ella no pensaba en otra cosa que estar con aquel hombre, entregarse a sus emociones y dejarse arrastrar a lo más profundo del Hades. Mientras él conducía, una de sus manos se ocupaba en tocar la entrepierna de Priscila.

—Estás muy húmeda —dijo él y ella mordió su labio inferior dejando escapar un leve suspiro.

El auto entró al estacionamiento subterráneo de un lujoso edificio. Él la miró fijamente , se volteó hacia ella y volvió a besarla ahora de una forma más ardiente y frenética, ella podía sentir la incipiente barba de él, raspando sus mejillas. Justo cuando ella se encendía, el extraño hombre se separaba de ella dejándola en pleno abismo y deseosa de más.

—Vayamos a mi apartamento. No queremos que nos vea algún vecino o sí —las palabras de él provocaban un intenso morbo en ella, que deseaba decirle que sí, que nada le importaba excepto ser suya.

Subieron al ascensor, las miradas y ganas hablaban del deseo que ambos estaban experimentando. El marcó el tercer piso y en segundo estaban allí. Las puertas metálicas se abrieron, él la tomó de la mano y la condujo hasta su apartamento. Pasó la llave magnética, abrió y le cedió el paso. Ella entró y él detrás de ella. Luego no hubo palabras, sólo besos y caricias desenfrenadas que iban y venían de ella hacia él y del stripper hacia ella.

Priscila lo miró fijamente a los ojos, e intentó quitarle el antifaz pero él se lo impidió.

—¡No le quites la magia a este momento! —dijo él, apretando su trasero con sus manos y contoneándose soezmente contra su vientre.

Para que perder tiempo en nimios detalles cuando realmente ella no necesitaba un rostro sino un hombre que calmara aquella sed de deseo y lujuria que despertó él horas atrás. Él levantó el vestido, ella subió sus manos para que él terminará de desvestirla. La observó de pie a cabeza como reconociendo su belleza y grabando para siempre en su memoria la silueta de aquella hermosa mujer.

Priscila ansiosa de sentirlo, comenzó a quitarle el suéter que llevaba puesto, mientras él sonriendo desabrochó el cinturón y se quitó el pantalón de traje negro, lanzándolo a un lado de la habitación. Ella se prendió a su cuello, él la levantó a peso, la pelicastaña lo rodeó con sus largas piernas mientras él caminaba hacia la habitación y la depositaba en la cama, sin dejar de besarla con pasión. Aquel encuentra era especialmente distinto, por alguna razón ella sentía que el extraño enmascarado parecía conocerla. “debe ser eso que llaman amores de vidas pasadas” pensó ella.

Luego de dejarla tendida sobre las sábanas blancas, él tomó una de sus piernas, la sujetó entre sus manos y comenzó a besar uno de sus pies, chupando su dedo pulgar, Priscila nunca sintió tanto placer como en aquel instante. Luego él recorrió con sus labios sus piernas, descendiendo por sus pantorrillas y muslos hasta llegar al acantilado de su entrepiernas.

El pecho de Priscila bajaba y subía con rapidez, mientras la mirada de él no se apartaba de la de ella ni un segundo. Él se internó entre sus muslos, olfateó su sexo, ella estaba agitada, luego separó sus labios verticales y sopló ligeramente sobre su rajada. Un jadeo intenso y sonoro, invadió la habitación.

Con sus dedos hizo a un lado la diminuta pantaleta y antes de aventurarse a saborear su sexo, humedeció y deslizó sus dedos de arriba hasta abajo sobre su turgente clítoris, luego sostuvo sus labios verticales y con sus tres dedos dio ligeras palmadas, ella se estremeció por completo. Luego con su lengua hurgó entre sus pétalos rosados que se abrían ante él como flor primaveral.

Mientras saboreaba su sexo húmedo y palpitante, manoseaba con sus manos sus senos, apretando ligeramente sus pezones. Priscila se contoneaba al mismo ritmo que su lengua entraba y salía de su hendidura y con sus dedos enredados en los cabellos oscuros y ondulados de aquel extraño, elevaba su pelvis de arriba hacia abajo estrellando su sexo contra sus labios y rostro.

El hombre presionó con su mano su vientre, inmovilizando por completo su ataque. Luego se levantó acoplando su sexo con el de ella, penetrándola finalmente con un movimiento firme que permitió que su miembro se deslizara por completo dentro de ella. La humedad de su vagina era tal que su falo entraba y salía constantemente dentro de su cavidad uterina. El hombre de cabello oscuro y antifaz jadeaba con su boca entre abierta mientras la poseía. Priscila gritaba de placer al sentir la reata endurecida y gruesa de su amante nocturno. Aunque sentía un leve ardor del tiempo que él llevaba dentro de ella, la pelicastaña no deseaba que se detuviera, era como si quisiera tragar por completo su miembro con su carnívora vagina…

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