Un plan desesperado

—¿No me digas que…? —Priscila mordió su labio inferior y apenas asintió.

Aquella era la peor noticia que podía recibir. Estaba embarazada, y sea cual fuera el padre del bebé que llevaba dentro, ninguno de los dos merecía estar en su vida. Gerald la había engañado durante dos años con su propia amiga, y aquel amante de una noche, había desaparecido sin dejar rastro.

—¿Es de él? —se atrevió a preguntar, Annette.

—No lo sé —respondió Priscila parcamente.

—Vayamos a otro lugar, todos nos están mirando.

Priscila salió de aquel lugar con lágrimas en los ojos, con cientos de preguntas en su cabeza y con una sensación inexplicable de tristeza. Durante los últimos meses, tanto ella como Gerald se habían cuidado de no tener hijos; él con la excusa de que debía tener primero estabilidad económica y ella, con el deseo de complacerlo en todo.

Subieron al auto, y Annette condujo. Priscila no hablaba, sólo el silencio y las lágrimas rodando por sus mejillas decían lo que estaba sintiendo.

—Debes calmarte Priscila. Quizás nos estamos ahogando en un vaso de agua. Gerald y tú están por casarse, aún no tiene idea de qué sabes lo suyo con Kate. Y si es del stripper pues vas y se lo dices.

—Fui a buscarlo hace unas semanas y ya no trabaja en el bar.

—¡Mierda! —exclamó.— Entonces sólo tienes una opción regresar con Gerald como si nada hubiese pasado.

—No podría estar a su lado, siento que lo odio con todo mi ser. ¡me mintió! Se burló de mí. ¿Te parece poco?

—Sé como te sientes Prisci, pero en estos momentos es cuando más necesitas pensar con cabeza fría. Y la otra opción… —hizo un silencio— es que decidas no tenerlo.

—¡No, no pued9 hacer eso! Es mío, sea quien sea el padre, Gerald o el hombre enmascarado es mi hijo y pienso tenerlo. —dijo con determinación y firmeza en sus palabras.

—No sé que decirte, pero yo en tu caso le diría a Gerald que es él. Así tu bebé podrá tener un padre, además tú y yo sabemos que Kate siempre fue una coqueta y estoy segura que fue ella quien sedujo a Gerald.

—Sea como sea, él debió defender nuestra relación. Gerald es tan culpable como Kate. Los dos me traicionaron, si ella me hubiese considerado su amiga, le habría dicho que no. Y si él, si él me amara jamás se hubiese metido con una de mis amigas. ¿O acaso tú le habrías aceptado alguna propuesta?

—¡No, por supuesto que no! Pero ese es el detalle, Kate y yo somos muy distintas, Priscila.

—¡No sé que voy a hacer! No lo sé.

—¿Quieres que te lleve a tu casa o prefieres venir a la mía?

—Necesito pensar y estar sola. En caso de que no regrese con Gerald, debo buscar un empleo.

—No necesitas un empleo, con llamar a tus padres, estoy segura que te apoyarían de inmediato, ellos te adoran.

—No los conoces —Annette frunció el entrecejo— Ellos jamás aceptarían que sea una madre soltera, son de la vieja escuela, creen en el matrimonio y en los hijos que provengan de una familia. Mis padres me odiarían si supieran que me fui a la cama con un extraño.

—Eso ni mi madre que es psicóloga lo aceptaría, Priscila. No sé en qué estabas pensando. Era sólo pedirle que se protegiera, joder.

—No me vengas con eso, sabes que estaba ebria, que me dejé llevar por los celos y la frustración.

Annette condujo hasta el apartamento de su amiga y luego tomó un taxi hasta su casa. Priscila abrió la puerta, vio las luces encendidas de la sala, no recordaba haberlas dejado encendidas, la verdad estaba tan dispersa que no recordaba muchas cosas, excepto aquella noche inolvidable. Apagó las luces y fue hasta su habitación, dejó la cartera sobre la cómoda y se dejó caer sobre la cama.

De pronto escuchó la regadera ¿Había alguien más en su apartamento? Se incorporó rápidamente, encendió la luz de la habitación y vio la maleta de Gerald en una esquina ¡Había vuelto! Estaba de regreso, justo en ese momento en que ella misma no sabía que hacer con su vida. Fue hasta el baño, abrió la puerta, Gerald volteó a verla.

—¡Amor! Llegaste —dijo él— quería darte una sorpresa pero acabas d echarla a perder.

Realmente era una sorpresa, la peor de las sorpresas.

—¿Por qué no me avisaste que vendrías?

—Ya te dije —tomó la toalla y se secó el rostro— quería darte una sorpresa. De hecho pedí pizza y una botella de vino para celebrar.

Gerald salió de la ducha, la rodeó con sus brazos y la besó en los labios. Priscila estaba aturdida con todo aquello, la presencia de su prometido lo empeoraba todo, eso sí las palabras de Annette insistiendo en que debía decirle que estaba en estado y que era su hijo.

—¿Me extrañaste? —preguntó él.

¿Extrañarlo? Desaparecerlo era lo que Priscila deseaba, enviarlo en una nave a Martes y que se quedara por allá.

—Sí, por supuesto —contestó ella.

—Te traje un regalo de Singapur, espero que te guste. Ven —la tomó de la mano y regresaron a la habitación.

Gerald tomó la maleta, la colocó sobre la cama, abrió y sacó una caja plana.

—¿Qué es? —preguntó ella.

—¡Ábrelo! —contestó él.

Priscila destapó la caja, dentro y delicadamente doblado, había un kimono de seda. Ella se emocionó al verlo, aquello era algo que siempre había querido. Mas para ella era una clara confirmación de que Gerald se había ido de viaje con Kate.

—Wow! ¿Cómo supiste que quería un Kimono? —preguntó con capciosidad.

—Tú, tú me, me lo dijiste-te —tartamudeó al sentirse develado.

Para Priscila verlo palidecer y tartamudear fue satisfactorio, por lo menos ella no era la única en sufrir y quizás esa sería la forma perfecta para hacerle pagar su traición. El timbre de la puerta sonó, Gerald se colocó ro albornoz de seda y salió a recibir el pedido. Mientras tanto, la pelicastaña se lavó el rostro, no quería que Gerald notará que había estado llorando, mientras se veía al espejo caviló en aquella posibilidad ¿Y si él hijo que esperaba era de Gerald? ¿Si ella misma se estaba negando a esa posibilidad?

Pensó en sus padres y en la criatura que llevaba dentro de su vientre, aunque tuviese un mes o semanas era suyo y era también el único inocente de todo aquel caos que era su vida. Se secó el rostro, se quitó los zapatos de tacón y se colocó la bata de seda de dormir.

Gerald regresó a la habitación con la caja de pizza, un par de copas y la botella de vino. Priscila sostuvo la caja, mientras él se ocupaba de servir ambas copas. El apuesto rubio se sentó a su lado y le entregó la copa.

—Brindemos porque dentro de un mes seremos formalmente marido y mujer. —ella aplanó los labios sonriendo forzadamente. De pronto y de la nada dijo:

—¡Vas a ser papá! —Gerald la miró sorprendido y confundido a la vez.

—¿Qué dices? —preguntó en tono hostil.

—Que vamos a tener un hijo, estoy embarazada. —contestó ella.

El rostro de Gerald se endureció rápidamente, eso era algo con lo que él ni contaba. Nunca pensó en ser padre, no aún. Eso no sólo complicaba todo sino que le provocaría serios problemas con Kate, su asistente y amante.

—¿Estás segura? No te habrás equivocado, Priscila.

Priscila dejó la copa en la mesa de noche, las manos y piernas le temblaba, no podía creer que estuviese mintiendo de aquella forma, cualquiera pensaría que era una experta en mentir o una muy buena actriz, pero ninguna de las dos opciones era válida. Ella era una mujer que nunca había mentido, mucho menos con algo tan delicado como aquello. Mas, las circunstancias la habían orillado a hacerlo, debía pensar como siempre en otros, antes que en ella misma, en sus padres y en aquel ser inocente. Se puso de pie, fue hasta la cómoda, revisó en su cartera y sacó el sobre.

—Ten, allí tienes el resultado. —Gerald lo tomó y leyó aquel resultado, era cierto. Iba a ser padre y posiblemente víctima de un asesinato cuando Kate lo descubriera…

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