In fraganti

Priscila no pudo dormir durante toda la noche. Dio vueltas de un lado a otro pensando en que aquel hombre apareciera el día de la boda y dijera toda la verdad de lo que ocurrió entre ellos esa noche, una noche que ella no lograba olvidar, una noche llena de sensaciones y emociones nuevas. Nunca como en ese instante, se sintió tan deseada, tan amada.

Gerald y ella llevaban algún tiempo sin hacer el amor, tenían sexo, sí pero no hacían el amor. Esa fue una de las razones por las que ella comenzó a dudar de él, a sospechar que debía tener una amante y lo comprobó cuando contrató al detective privado para seguirlo, luego de que Annette le insistiera que era mejor descubrir la verdad a tiempo que vivir engañada el resto de su vida.

Al despertar, Gerald ya se había ido a trabajar. Se sentó en la cama, se estiró y frotó sus ojos, aún tenía sueño, pero esa tarde debía ir con su futuro esposo a escoger los bocadillos y pasapalos que darían en la recepción, luego de la boda.

Estaba tan atu
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