CAPÍTULO 2. Severas amemazas

Capítulo 2

Severas amemazas

Mientras la cena continuaba, Alessia no podía evitar sentirse como una esclava en su propia casa al verse obligada a cumplir la voluntad de su padre.

Don Richard había decidido su futuro sin siquiera consultarle, y ahora ella estaba atrapada en una situación que no podía controlar.

De repente, su hermano menor, Marco, habló, rompiendo el incómodo silencio que había caído sobre la mesa.

—Papá, ¿Podemos saber más sobre Leonardo? —preguntó Marco, su curiosidad evidente en su rostro.

Don Richard rió fuertemente, complacido de que su hijo estuviera interesado en el futuro de la familia.

—Su nombre es Leonard, no Leonardo y es un joven muy inteligente y ambicioso —respondió Don Richard con una alegría que no cabía en su pecho, mientras que Alessia viraba sus ojos con molestia—. Es el heredero de la empresa de su padre, y tiene un gran futuro por delante. Es el candidato perfecto para casarse con nuestra querida Alessia.

Alessia se sintió como si la hubieran apuñalado por la espalda. Su padre estaba hablando de ella como si fuera una mercancía que se podía comprar y vender.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Alessia, con su voz baja y temerosa—. ¿Qué hay de lo que yo quiero?

Don Richard la miró con una expresión severa.

—Lo que tú quieres no importa, Alessia —dijo con un tono déspota—. Lo que importa es lo que es mejor para la familia y para tu futuro. Y este matrimonio es lo mejor para todos nosotros. Tendrás a un hombre con un poder adquisitivo muy grande. ¿Qué más puedes pedir?

El mundo de Alessia se le vino abajo, sintiendo como si hubiera sido aplastada por la respuesta de su padre. Ella sabía que no podía cambiar la decisión de Don Richard, pero también sabía que no podía rendirse. Tenía que encontrar una manera de evitar ese matrimonio y de seguir su propio camino. Sola, con el hombre al que de verdad amaba.

—¡Papá, por favor! No me hagas esto —suplicó Alessia, siendo interrumpida por su padre—.

Don Richard seguía con su postura firme, decia que mientras sea su casa, se tenían que cumplir sus reglas.

Se acomodó en su silla y miró a Alessia con una expresión severa y enojada.

—Alessia, te he dicho que te casarás con Leonard Blackmond —respondió alzando la voz—. No hay discusiones, no hay excusas. Tú harás lo que se espera que hagas y nada más.

A Alessia le costaba creer que su padre estuviera hablando de esa manera. Esto solo era un recordatorio de lo lamentable y patética que era su vida.

Sabía que ella solo representaba un negocio en la vida de su padre y que venderla a un hombre rico fue el único motivo por el que cuidó de ella desde que era niña.

—Papá, por favor... escúchame —comenzó a decir Alessia, pero su padre la interrumpió con un gesto enojado.

—No hay peros, no hay por favor, Alessia —dijo Don Richard—. Tú tienes que hacer lo que debes hacer. Si no te casas con Leonard, perderás tu herencia. Te echaré de esta casa sin un solo centavo. No tendrás nada, no tendrás a nadie. Estarás completamente sola.

Alessia se quedó sin aliento, no entendía por qué ese hombre que decía ser su padre la estuviera amenazando de esta manera.

—Papá, no puedes hacer eso —contestó Alessia con su voz débil—. No puedes dejarme en la calle sin nada. Yo tengo la herencia de mi madre y eso no puedes arrebatármelo, ¡Me pertenece!

Don Richard se levantó de su silla y se acercó a ella con el ceño fruncido y su voz demandante.

—Si puedo —respondió con cinismo—. Soy tu padre y eso me hace ser el dueño de esta casa y de todo ese dinero que se te ha otorgado. Tú harás lo que se espera de ti, o sufrirás las consecuencias. No hay otra opción. Recuerda que mientras no te hayas casado, yo seguiré siendo tu tutor y puedo hacer con ese dinero lo que me plazca. Si quieres recuperarlo cásate con Blackmond y tendrás tu m*****a herencia.

Alessia se sintió derrotada. Sabía que no podía ganar contra su padre. Cuando una idea se le metía en la cabeza, no había nada le hiciera cambiar de opinión.

La muchacha se levantó de la silla y corrió a su habitación con lágrimas en sus ojos. Su mundo se le caía encima y ella sola no era suficiente para recoger sus pedazos.

Se derrumbó en su cama, llorando desconsoladamente. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, y su corazón se sentía como si estuviera pesando mil toneladas.

—¿Qué voy a hacer? —se preguntaba a sí misma, enfrentando una sensación de desesperanza que la invadía por completo—. ¿Cómo voy a ocultar mi embarazo si mi vientre irá creciendo conforme pasen los meses? ¿Cómo voy a casarme con un hombre que no amo, y que no sabe que estoy embarazada de otro hombre?

La culpa y la vergüenza la estaban devorando por dentro. Sentía como si le hubiera fallado a su familia, a sí misma y al hombre que amaba.

"Anthony", susurró su nombre, sintiendo un dolor agudo en su corazón. ¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Cómo voy a criar a nuestro hijo sin ti?

La idea de ocultar su embarazo la llevaba al fondo de un abismo. Sabía que no podría mantener el secreto por mucho tiempo, y que pronto su padre descubriría la verdad. No había otra cosa que la hiciera sentir más aterrada.

Y entonces, ¿qué? —se preguntaba a sí misma, sintiendo un miedo que la paralizaba—. ¿Qué pasará cuando mi padre descubra que estoy embarazada de otro hombre? ¿Me echará de la casa? ¿Cumplirá con su amenaza de dejarme en la calle?

La incertidumbre y el miedo la estaban consumiendo por dentro. Alessia se sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

¿Por qué tuvo que pasar esto? —se preguntaba una y otra vez, con una sensación de injusticia que la invadía por completo. ¿Por qué tengo que sufrir así? ¿Qué hice para merecer esto?

Las lágrimas continuaba cayendo en cascada sobre su rostro, mientras que su corazón se sentía como si estuviera partiéndose en dos y dolía en el fondo de su alma.

Alessia estaba al borde de un precipicio, sin saber qué le esperaba en el fondo.

De repente, se escuchó un golpeteo suave en la puerta de su habitación. Alessia se limpió las lágrimas de sus ojos y se sentó en la cama, tratando de recomponerse.

—¿Sí? —contestó, intentando que su voz sonara firme.

La puerta se abrió con cuidado y Nadia, su nana, entró en la habitación con una expresión de preocupación en su rostro.

—Mi niña, ¿estás bien? —preguntó Nadia, acercándose a la cama—.

Alessia asintió con la cabeza, tratando de sonreír.

—Sí, nani, estoy bien —respondió—. Solo estoy un poco... cansada.

Nadia la miró con escepticismo, pero no dijo nada. En su lugar, se sentó en la cama junto a Alessia y la abrazó.

—Ay, mi niña. Sabes que puedes hablar conmigo sobre cualquier cosa, ¿verdad? —dijo Nadia—. No tienes que cargar con tus problemas tú sola.

Alessia estuvo a punto de llorar de nuevo, pero se contuvo. Sabía que no podía confiar en nadie, ni siquiera en Nadia. Su padre la había amenazado con desheredarla y echarla de la casa, y Alessia sabía que no podía arriesgarse a que alguien descubriera su secreto.

—Gracias, nani —respondió Alessia, con una sonrisa forzada—. Sé que puedo contar contigo, pero estoy bien, de verdad. Es solo que la noticia que recibí de mi padre me cayó de sorpresa.

Nadia la miró con una expresión de duda, pero finalmente se levantó y se dirigió hacia la puerta después de darle un cálido abrazo.

—Está bien, mi niña. Recuerda que estoy aquí para ti, siempre.

Alessia asintió con la cabeza y sonrió débilmente, intentando convencer a Nadia de que todo estaba bien. Pero en cuanto la puerta se cerró detrás de Nadia, la fachada de calma se desmoronó. Se dejó caer de nuevo en la cama, sus lágrimas fluyendo sin control.

Su mente estaba sumida en el caos: llevaba en su vientre al hijo de su novio, pero su destino estaba sellado por un matrimonio con un hombre que ni siquiera conocía. La angustia la ahogaba, temía que su secreto fuera descubierto, no solo por su padre, sino por su futuro esposo y por el hombre que amaba.

¿Cómo enfrentaría todo esto?

Sabía que si Anthony se enteraba de su matrimonio con ese otro hombre, las dudas con respecto a su paternidad serían cada vez más grandes y su deseo de formar su familia soñada junto a el amor de su vida y su pequeño hijo se desvanecería en un abrir y cerrar de ojos.

 El miedo la envolvía y no solo por la repercusión de sus mentiras, sino por el extraño hombre al que estaría unida en matrimonio.

¿Cómo lo tomaría? ¿Qué pasaría cuando él supiera toda la verdad? ¿Podría ocultárselo y fingir que ese hijo es suyo?

Alessia se sentía atrapada, sin salida, mientras que la ansiedad la consumía aún más al pensar en el futuro que le esperaba.

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