Capítulo 116 Verdades a medias.El sol caía lento sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja encendido que se fundía con el azul profundo del Caribe. La marea iba y venía con una cadencia pausada, como si respirara junto a ellos. Camila estaba sentada en una manta fina extendida sobre la arena, con los pies descalzos enterrados ligeramente. El viento acariciaba su cabello y lo hacía volar en mechones rebeldes, mientras sostenía una taza de café tibio entre las manos.Leonard estaba de pie unos pasos más atrás, mirando el océano con la frente fruncida, como si esperara que las olas le devolvieran una respuesta que aún no encontraba. Desde hacía días, arrastraba ese silencio denso que lo envolvía cuando las preguntas lo superaban.—Camila —dijo al fin, sin girarse—. Hoy sí quiero que me digas la verdad. Toda.Ella lo miró de perfil, analizando el contorno tenso de sus hombros, el modo en que sus dedos se cerraban en puños y luego se aflojaban. Sabía que ese momento llegaría, q
Capítulo 116 Verdades a medias. El sol caía lento sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja encendido que se fundía con el azul profundo del Caribe. La marea iba y venía con una cadencia pausada, como si respirara junto a ellos. Camila estaba sentada en una manta fina extendida sobre la arena, con los pies descalzos enterrados ligeramente. El viento acariciaba su cabello y lo hacía volar en mechones rebeldes, mientras sostenía una taza de café tibio entre las manos. Leonard estaba de pie unos pasos más atrás, mirando el océano con la frente fruncida, como si esperara que las olas le devolvieran una respuesta que aún no encontraba. Desde hacía días, arrastraba ese silencio denso que lo envolvía cuando las preguntas lo superaban. —Camila —dijo al fin, sin girarse—. Hoy sí quiero que me digas la verdad. Toda. Ella lo miró de perfil, analizando el contorno tenso de sus hombros, el modo en que sus dedos se cerraban en puños y luego se aflojaban. Sabía que ese momento llega
Capítulo 117Sentimientos confusos.El motor del todoterreno rugía mientras serpenteaba por la carretera secundaria, flanqueada por campos secos y árboles de hojas quemadas por el sol. El calor del día se filtraba por los cristales y se acumulaba en el interior del vehículo como una jaula invisible. Alessia mantenía las manos en su regazo, los nudillos blancos por la presión, mientras Iván conducía con el ceño fruncido.—¿Estás bien? —preguntó Iván, sin apartar la vista del camino.—No. Pero voy a estarlo cuando tenga respuestas de Leonard —murmuró Alessia.La ventanilla iba entreabierta, dejando entrar ráfagas de aire caliente mezclado con el aroma del polvo y la vegetación seca. Su cabello volaba desordenado alrededor de su rostro, pero no le importaba. Solo podía pensar en una cosa: Leonard. Y en todo lo que no sabía.¿Por qué había desaparecido sin decirle nada?¿Por qué había elegido viajar solo con Camila?¿Por qué había dejado que ella quedara en la oscuridad?La voz de Anthony
Capítulo 118Peligro latente.El calor del mediodía se acumulaba como una manta sofocante sobre el refugio. Las palmas altas se mecían con un viento tibio que no refrescaba nada, solo arrastraba consigo el sabor salado del mar y la humedad del trópico. Dentro de la cabaña, el aire era denso, como si las palabras no dichas flotaran entre las paredes de madera, rozando cada objeto con una carga invisible.Camila cerró la puerta de golpe. El estruendo hizo temblar la estructura entera, pero Leonard no se inmutó. Seguía sentado en el borde de la cama, mirando al suelo, como si el universo entero se redujera al suelo de madera y al peso de sus propios pensamientos.—No puedes hacerme esto —dijo ella, con voz temblorosa pero firme.Leonard alzó la mirada, sus ojos sombríos, cargados de algo más complejo que simple confusión: había dolor, pero también determinación.—No estoy haciéndote nada —respondió—. Solo estoy tratando de entender qué es real.Camila se acercó con pasos lentos. Su vest
Capítulo 119Una promesa desgarradora.La humedad de Trinidad se les pegó a la piel como una segunda capa en cuanto Alessia e Iván salieron del aeropuerto. El sol descendía con lentitud, tiñendo el cielo de un naranja profundo que contrastaba con los techos de zinc y los carteles coloridos que anunciaban restaurantes y taxis.Un hombre de mediana edad con gafas oscuras y una gorra los recibió sosteniendo un cartel con el nombre de Iván. El vehículo era un sedán blanco con el aire acondicionado a tope, una bendición tras las horas de vuelo.—Hotel Blue Reef —confirmó Iván al conductor, antes de mirar a Alessia—. ¿Estás bien?Ella asintió, pero su rostro estaba pálido. Había dormido un poco en el avión, pero la ansiedad no daba tregua. Observó por la ventana mientras los edificios pasaban como escenas de un sueño distante.Detrás de ellos, a una distancia calculada, otro taxi avanzaba con velocidad moderada. En el asiento trasero, Anthony observaba con atención el vehículo de sus objet
Capítulo 120Perdiendo el control. La lámpara se estrelló contra la pared y se hizo trizas. Los fragmentos cayeron sobre la alfombra desordenada de la habitación 213 del viejo hotel donde Anthony se escondía. Respiraba agitado, las venas marcadas en su cuello, los puños cerrados con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. El espejo del baño colgaba torcido tras un puñetazo mal dado y el colchón estaba medio volteado, como si buscara algo que no estaba allí: el control, la calma, Alessia.—¡Maldito Iván! —rugió, lanzando una silla contra la puerta.La frustración lo carcomía por dentro como ácido. No había planeado las cosas así. Él debía tenerla en sus brazos esta noche, hacerla suya, como tantas veces imaginó. Pero ese bastardo… ese imbécil entrometido le arruinó todo. La voz de Alessia, temerosa, débil, sumisa, aún retumbaba en su cabeza cuando lo descubrió, cuando pronunció su nombre con asco y terror. “Eres tú”, le dijo.Anthony se dejó caer de rodillas en medio del desa
Capítulo 121Cómplices. El calor en San Vicente se filtraba por las rendijas de la cabaña, pero Leonard apenas lo notaba.Sentado en la penumbra del salón observaba el blister de pastillas en su mano. Cada una de las cápsulas era una promesa de olvido segura, así que había aprendido a fingir: colocaba la pastilla bajo su lengua y cuando Camila se alejaba la escupía discretamente en el retrete. Desde que decidió dejar de tomarlas, sus recuerdos regresaban a su cabezas en oleadas, fuertes, devastadores. Desordenados pero persistentes.Una risa infantil, la brisa fresca del mar, una melodía suave tarareada en un hermoso atardecer. Y, sobre todo, unos hermosos ojos verdes que lo observaban con una mezcla de amor y urgencia. Aun no sabía quién era ella, pero si presencia en su memoria era tan real como la luz dorada del sol al atardecer, esa que comenzaba a descender por el horizonte. —Leo, ¿Estás bien? —la voz chillona de Camila lo sacó por completo de su ensimismamiento. —Sí, lo es
Capítulo 122Ecos del alma.La celda era fría, húmeda, impregnada de olor a metal oxidado. Alessia se abrazaba las rodillas en un rincón, temblando, los ojos enrojecidos y la piel cubierta de manchas oscuras de polvo. El silencio se quebraba solo por el gotear constante de una tubería rota y los pasos de algún agente al otro lado del pasillo.Iván, en la celda contigua, caminaba de un lado al otro como un león enjaulado. Sus nudillos sangraban ligeramente de tanto golpear las rejas. Cada minuto que pasaba era una gota más de gasolina sobre el fuego que ardía en su pecho.—¡Quiero hablar con un abogado! —gritó por enésima vez, golpeando el hierro con el puño cerrado.Desde la otra celda, Alessia alzó la cabeza, la voz apenas un susurro:—No nos van a dar ninguno, ¿verdad?—No —respondió él con furia contenida—. No mientras sigan jugando este maldito juego. No somos ciudadanos de aquí, somos turistas. Presas fáciles. Necesitan un culpable para resolver este caso y nosotros somos los ide