Limbo

A pesar de estar sumido en la inconsciencia, Lucian sabía que algo importante estaba por suceder. ¿Cuánto tiempo había pasado?, ¿meses?, ¿años?, ¿semanas? Era imposible saberlo, su prisión bajo tierra estaba completamente sellada, no había modo de saber si era de día o de noche, si el tiempo pasaba o se había quedado estático en el momento que fue capturado. La temperatura ahí siempre era la misma, igual que el hedor, la oscuridad y el maldito silencio.

Odiaba eso, el silencio le recordaba que estaba solo. Que nadie iría por él.

Su cerebro comenzó su asenso desde el limbo en el que se encontraba con pequeños pasos que le devolvieron la sensación de frio en toda la piel. Había logrado sobrevivir manteniendo su cuerpo en la inconsciencia absoluta, era capaz de bajar su ritmo cardiaco hasta que no era más que un suave susurro dentro de su pecho, ralentizaba su respiración y mantenía la mente en blanco. Solo se movía cuando una nueva presa se encontraba al alcance de su mano.

Muchas veces deseo darse por vencido, si dejaba de alimentarse de las ratas e insectos que se colaban dentro de su prisión moriría en poco tiempo. Pero entonces, su hermano habría ganado y no estaba dispuesto a dejarlo salirse con la suya. Para Lucian, lo único que mantenía su corazón latiendo era la sed de venganza. Y ese día en particular, por alguna razón desconocida, la sangre que corría por sus venas le gritaba que el momento había llegado.

De alguna forma, pronto saldría de su prisión y el mundo conocería la ira de Lucian Giordano. El verdadero líder de la Familia, el rey de la organización criminal más poderosa en todo Europa.

Poco a poco, su mente volvió a la conciencia. Durante los primeros días atrapado en ese lugar sus captores usaron todo tipo de método de tortura conocido con la intención de que revelara tanto el paradero de su gente, como los códigos de los bunkers que solo él como líder poseía. Al principio no entendió porque Víctor no lo mato simplemente. Eventualmente se dio cuenta que su mente era una mina de oro, literalmente. En la organización había cosas que solo el líder sabía, información que podía acabar con imperios y gobiernos enteros, si perdían dicha información no tendrían nada, además. Víctor sería incapaz de explicar su muerte, su hermana jamás se quedaría tranquila y su hermano se vería obligado a enfrentarse al código de honor.

Mientras volvía en sí, una extraña calidez se implanto en su pecho elevando sus pulsaciones al momento, llevaba tanto tiempo adormecido que la sensación le cortó la respiración, se rasgó la garganta tosiendo hasta las entrañas, luchando por llevar un poco de aire a sus pulmones. Estaba tirado sobre la suciedad del piso de su celda, se mantenía en posición fetal porque era lo único que podía hacer para no morir de frío. No tenía las fuerzas necesarias como para incorporarse.

Con gran esfuerzo, logro dejar de boquear y su respiración se fue normalizando, el latido de su corazón se convirtió en el único sonido que llenaba la habitación. Sus ojos verdes volvieron a la vida con enorme cansancio y sus terminaciones nerviosas cobraron vida lanzando destellos de dolor por todo su cuerpo.

Tenía los músculos agarrotados, la piel le escocía por todas partes y sus extremidades estaban tan entumecidas que apenas si las notaba. ¿Cuánto tiempo había pasado? Mucho, el suficiente como para que su cuerpo se hubiera recuperado de la ultima sesión de tortura, lo que significaba…

Tan solo pensar en ello le provoco un escalofrío. Con el tiempo las visitas de sus captores se volvieron menos frecuentes, quizás porque su cuerpo tardaba mas en sanar y temían matarlo en el proceso, sin embargo, nunca fallaban, apenas estaba del todo curado, aparecían por lo menos tres de ellos y el infierno volvía a comenzar.

(…)

—¡Por fin! —Exclamó Beto en un exagerado tono dramático cuando la enorme villa apareció frente a ellos. —Ya tengo el trasero plano.

—Yo ni siquiera lo siento. —Convino Pablo haciendo una mueca de dolor al moverse de un lado a otro en el asiento.

—¿Necesitas un par de azotes? —Ofreció Roger en tono juguetón.

—¡He! Para eso me tiene a mí. —Intervino Anne rápidamente mostrándole el dedo medio a Roger quien levanto las manos en son de paz.

Después de casi siete horas de viaje por carretera, en una apretada van que rentaron en Venecia, finalmente habían llegado a la famosa Villa Imperiale. De más está decir que tardaron más de la cuenta porque Beto y su mal calibrado GPS interno los llevo por el camino equivocado en más de una ocasión. Al final, Pablo se puso detrás del volante y lograron llegar a Génova antes de la media noche.

Encontrar la Villa fue más fácil y apenas el auto se detuvo junto a la acera, los seis saltaron fuera del vehículo estirando los brazos y piernas entumidas. Incluso desde lejos se podía adivinar que la Villa era una construcción de una belleza insuperable. Pasaban ya de las nueve de la noche y las luces del jardín frontal iluminaban la fachada compitiendo con el brillo de la luna y las estrellas sobre las copas de los árboles.

Era una noche esplendida, de cielo despejado y clima templado. Emma no pudo evitar pensar que la opinión popular estaba muy equivocada. Paris no era la ciudad de amor, Génova lo era. Por sus vistas del océano y las montañas, sus castillos y villas, sus jardines y tejados rojos. Había alrededor un aire de romance clásico con un toque gótico que te erizaba la piel y te transportaba a la época de los vikingos y los gladiadores.

—¿Dónde se supone que está nuestro anfitrión? —Preguntó Roger estirando ambos brazos por encima de su cabeza para desentumir sus extremidades.

—Se supone que nos veríamos aquí, —respondió Pablo copiando el movimiento de su amigo. —Quizás llegamos demasiado tarde.

—En realidad llegan justo a tiempo. —Dijo una voz profunda con un marcado acento italiano detrás de ellos.

Los seis se giraron al instante para encontrarse con un hombre de edad madura, de complexión media, grandes ojos castaños y abundante cabello gris. Iba pulcramente vestido con un traje gris con rayas negras, camisa blanca y corbata azul cielo, usaba lentes sin armazón y sonreía con auténtica cortesía. —Lamento haberlos sorprendido, —se disculpó el hombre inclinando ligeramente la cabeza a modo de saludo. —Mi nombre es Gregory y soy el encargado de la planificación de los eventos que se llevan a cabo en la villa.

—Gregory. —Repitió Pablo con una muy mala acentuación. —Estos son Anne, Beto, Lily, Emma y Roger. —Los presentó señalando a cada uno a uno al nombrarlos.

—Un placer conocerlos, jóvenes. —Gregory sonrió con esa elegancia que solo poseen las personas dedicadas a tratar con la gente. —Síganme por favor, los llevare a sus habitaciones para que puedan descansar, el trabajo comenzara mañana muy temprano. —Agregó caminando hacia un modesto edificio que se encontraba a unos metros de la Villa.

—¿Podemos dejar aquí el coche? —Cuestionó Roger mientras Beto y Pablo sacaban las maletas de la cajuela.

—Si me permite las llaves, hare que uno de nuestros empleados lleve su auto al estacionamiento, ahí estará más seguro. —Mencionó Gregory sin perder la encantadora sonrisa.

Roger le entregó las llaves sin dudarlo y los seis siguieron al encargado hasta la puerta principal del edificio. El lobby era pequeño y acogedor, con una chimenea de ladrillos rojos frente al escritorio de recepción, y algunos sillones acomodados junto al fuego. Más allá de la entrada y del lado derecho había una gran escalera con barandales de madera tallada a mano, debajo de esta un par de puertas francesas llevaban a lo que parecía ser el comedor. Y del lado izquierdo, un largo pasillo indicaba el acceso a las habitaciones de la planta baja. Del techo colgaban hermosos candelabros de cristales y perlas y las ventanas estaban cubiertas por cortinas de seda roja.

El hostal era pequeño, pero tenía la elegancia propia de un palacio. Gregory los guio por el pasillo hasta las habitaciones del fondo. Mientras caminaban, el elegante encargado –de lo que fuera que iban a hacer– les contaba con voz tranquila la historia del hostal y sus dueños.

Emma estaba tan absorta observando cada detalle de la construcción y la decoración que no escucho ni una sola palabra. Por alguna razón desconocida, Génova le resultaba demasiado tentadora.

—¿Estás bien? —Roger se había quedado atrás junto a ella.

—Perfectamente. —Le dedicó una sonrisa para tranquilizarlo y siguió caminando hasta alcanzar al resto de su grupo. Quizás él no se sentía incómodo con la situación entre ellos, pero para ella esos momentos a solas resultaban por demás incomodos.

—Esta será su habitación señorita. —Señalo Gregory dirigiéndose a ella cuando llegaron al final del pasillo.

—¿Para mi sola? —Su voz sonó tan llena de incredulidad que no pudo evitar reírse de sí misma. —Es decir… gracias, muchas gracias. —Podía parecer tonta su emoción, pero luego de dos semanas en Europa teniendo que compartir habitación, pasar algunas noches sola sonaba maravillosamente bien.

—Los espero mañana a las siete en el comedor, ahí les daré las instrucciones de su trabajo. —Informó el encargado en tono serio, antes de retirarse.

—Yo estoy muerto, me voy a la cama. —Pablo señalo con la barbilla la puerta de la habitación que les habían asignado justo a un lado de la suya. —¿Vamos? —Anne asintió con entusiasmo y se despidió con un movimiento de la mano.

—Nosotros también nos vamos a la cama. —Anunció Beto dirigiéndose a su cuarto con Lily colgada del brazo.

—Descansa Emma. —Dijo Roger antes de inclinarse para depositar un suave beso sobre la comisura, demasiado cerca de sus labios.

—Igual tú Roger, —respondió ella tratando de no hacer muy evidente el rechazo natural que sentía cada vez que él se acercaba tanto. No quería hacerlo sentir miserable. Giro sobre sus pies y entro en la habitación que le había señalado Gregory como la suya, una vez adentro hecho el seguro a la puerta y se recostó contra la pared completamente exhausta.

El viaje había sido agotador físicamente, pero Emma sentía una aplastante fatiga emocional. Tenía el extraño presentimiento de que algo iba a suceder, no sabía qué, o cuándo. Pero la sensación era tan fuerte, que por momentos le costaba mantenerse entera, de pie.

Además, aunque a simple vista las cosas parecían estar bien con Roger, había veces en las que lo notaba demasiado cerca y se estremecía víctima del pánico. No quería que él lo notara, Emma sabía que no tenía nada que ver con él. Sencillamente no soportaba el contacto.

Era una de esas cosas que difícilmente podría cambiar.

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