Oportunidad

Venecia Italia, principios de 2020.

Emma terminó de guardar los utensilios de aseo personal en su mochila y se dejó caer en la butaca frente a las puertas dobles del balcón de la habitación. Pasaba del medio día, el sol brillaba en el cielo y la temperatura era bastante cálida, ella y sus amigos acababan de desayunar en medio de planes y más planes para el regreso a casa.

Tres semanas atrás, se había dejado convencer de que un viaje por toda Europa con nada más que una mochila al hombro era una idea estupenda. Y al principio lo fue, pero ahora se habían quedado sin dinero, sin comida, sin un lugar para dormir y sin ropa limpia en sus maletas.

Dos semanas antes cuando Beto, Lily, Anne, Roger, Pablo y ella abordaron un avión a Londres, no le parecía tan mal tener apenas lo suficiente en su cuenta bancaria como para comprar un boleto de vuelta a casa. Habían planeado dormir en Hostales económicos y sobrevivir a base de sándwiches y ramen instantáneo, incluso iban preparados para dormir al aire libre de ser necesario, pero después de visitar la Noria London Eye, el Tower Bridge y dar un vistazo por el Palacio de Buckingham debajo de una lluvia torrencial, quedó bastante claro para todos que dormir bajo las estrellas no era una opción.

Esa misma noche consiguieron hospedaje en una modesta posada en el norte del Soho londinense, el plan inicial era usar dos habitaciones, una para chicos y otra para las chicas, pero Beto y Lily insistieron en tener una habitación privada para ellos solos, pues necesitaban “tiempo en pareja”, lo que por supuesto incito a Pablo y Anne para exigir su propio espacio también.

Al final se dividieron en parejas y pagaron por tres habitaciones, Emma se vio obligada a compartir cuarto con Roger, lo que resulto ser demasiado incómodo para ambos tomando en cuenta que ellos solo eran amigos y que Emma es muy consciente de lo que Roger siente por ella desde que se conocieron en la Universidad un par de años atrás.  Por suerte para ambos la habitación que les asignaron tenía dos camas gemelas con una delicada mesa de noche al centro que las separaba.

Al día siguiente visitaron el Big Ben, así como la Abadía de Westminster, el Hyde Park y el Piccadilly Circus. Por la noche bebieron unas copas en uno de los muchos pubs del Soho donde conocieron a otro grupo de amigos que les recomendaron ampliamente varios recorridos turísticos para su siguiente destino. Cenaron hotdogs en un carrito a la salida del pub y regresaron a sus habitaciones en la posada. Al despertar apenas tuvieron tiempo de bañarse y tomar un desayuno rápido, rentaron un coche y se pusieron en camino hacia Folkestone, donde tomaron el tren a Calais.

Ya en suelo francés, siguieron su recorrido en auto hasta el hermoso París.

Emma se quedó sin respiración cuando a través de la ventanilla del auto apareció ante ella la imponente figura de la Torre Eiffel. Jamás, ni en sus más locos sueños se habría imaginado que un día la iba a ver de frente y menos aún que subiría hasta uno de sus miradores donde tuvo la oportunidad de tomarse un montón de fotos al lado de sus mejores amigos. Igual que hicieron en la Catedral de NotreDame, el Jardín de Tullerías y el Museo Louvre.

París les ofreció lo que solo París puede ofrecer, buen arte, buen vino, buena comida, y calles llenas de luces y romance. No por nada era conocida como la ciudad del amor. Aunque para Emma no lo fue. Estimulado por el ambiente, quizás, Roger le confesó su amor esperando que ella correspondiera con gustoso regocijo, pero Emma no estaba hecha para el amor.

Años atrás lo intentó y apenas salió con vida de esa experiencia.

Siendo una persona que razona cada uno de los pasos que da y que siempre antepone la lógica a las emociones, no iba a volver a cometer el mismo error dos veces, no cuando conocía de sobra las consecuencias de dejarse manipular por el sentimentalismo de un órgano cuya única finalidad era bombear sangre al resto de su anatomía.

Fue difícil para ella rechazarlo, eran amigos después de todo, pero sabía que era mejor la honestidad a darle falsas esperanzas.

Al principio creyó que el resto del viaje sería demasiado incómodo entre ellos, pero para su sorpresa Roger se comportó tan adorable y educado como era siempre. Lo que fue un verdadero alivio, ya que, si bien Emma no estaba enamorada de él, lo quería como su amigo que era. Le gustaba su compañía y su sentido del humor, su nobleza interior y su carácter tranquilo. Por eso fue un consuelo que su amistad no se fracturara después de su desafortunada confesión.

En los días siguientes continuaron su viaje por Bélgica, donde visitaron la Basílica del Sagrado Corazón en Bruselas y la plaza Burg en Brujas. Alemania los sorprendió con su Ruta de los Castillos, desde Mannheim hasta Praga y a través del antiguo bosque Odenwald. Suiza fue todo un reto con sus Alpes Suizos, donde pasaron un par de días esquiando y tomando chocolate caliente.

Y finalmente Italia.

La hermosa Italia, con sus campiñas e iglesias, con su coliseo y su plaza mayor, con su tradición y espectacular arquitectura. Aunque claro, antes de visitar Roma tenían que parar en Venecia, hubiera sido imperdonable dejar de visitar uno de los lugares más emblemáticos del mundo entero.

Desde que llegaron dos días atrás habían estado haciendo turisteo y comprando recuerdos, viajando en góndola por el canal y asistiendo a diferentes muestras de arte callejero en las múltiples plazas venecianas. Había todo un mundo nuevo por ver y descubrir, y tanto a ella como a sus amigos les costaba tomar la decisión de marcharse. Desafortunadamente, su precaria situación económica no daba para más, era momento de volver a casa o quedarse varados en suelo extranjero sin un centavo en la bolsa.

Para cuando Emma bajo al lobby de la pequeña posada en la que se hospedaban, el resto de sus amigos ya estaba ahí. Roger había bajado antes dándole un tiempo a solas para que guardara sus pertenencias y se pudiera duchar sin problemas. Todos tenían una expresión de decepción en el rostro, era obvio que no deseaban acortar el viaje, pero a veces había que cortar por lo sano antes de que fuera demasiado tarde.

—¿Lista para irnos? —Preguntó Roger en cuanto la vio bajar las escaleras, acercándose de inmediato a ayudarle con su maleta.

—Supongo… —contestó con el mismo desánimo que el resto de sus amigos.

—¡Hey chicos! —Los llamó Pablo desde la entrada del lobby haciendo señas con una mano en alto.

—¿Qué pasa hermano? —Inquirió Beto ajustándose la pesada mochila sobre los hombros.

—Tengo buenas noticias. —Anunció su amigo con una enorme sonrisa en el rostro.

—¡Habla de una buena vez! —Exigió Roger sin levantar la voz.

Pablo miró a cada uno durante unos segundos y expresó con voz solemne: —Encontré un lugar donde podemos dormir, comer y ganar dinero durante una semana completa. —Los cinco lo miraron con escepticismo y él simplemente encogió los hombros.

—¿Bajo qué condiciones? —Fue Emma quien hizo la pregunta que rondaba la cabeza de todos en el grupo.

—Tenemos que trabajar como meseros durante toda la semana…

—¡Lo sabía! —Aseguró Lily con evidente molestia.

—Obvio. —Señaló Anne cruzando los brazos sobre el pecho.

—¡Hey! Nos van a pagar bien y además, las propinas son aparte igual que el alojamiento y la comida. —Se defendió su amigo.

—¿Y dónde es tan espléndida oportunidad? —Roger ni siquiera trato de ocultar el sarcasmo en su pregunta.

—Génova. —Proclamó Pablo con una sonrisa de oreja a oreja.

Emma sonrió también. Génova era el único lugar de Europa que deseaba visitar con todas sus fuerzas, algo la llamaba hacia esa parte específica del globo terráqueo, como si el resto de su existencia dependiera de estar ahí. Por eso se había quemado las pestañas estudiando Italia de pies a cabeza, por eso acepto ir en ese viaje de locos y por eso se gastó hasta el último centavo de su cuenta bancaria.

Solo por estar donde se suponía que debería estar.

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