66. EL REY DE LA POCILGA

NARRADORA

El sacerdote a cargo miró a esa mujer molesta que no paraba de berrear y querer llamar la atención de su majestad.

—¿Por qué habría de equivocarme? —se giró para mirarla con desafío

—. Si el mismo Rey envió el obsequio para la Srta. Rosemarie, ¿por qué tendría que entregártelo a ti?

Vera apretó los dientes ante el desafío del sacerdote.

Ya no le temía tanto a ese vejete que obviamente le traía manía. Ella sabía que el Rey la deseaba.

Parece que el sacerdote favorecía a la tal Rosemarie de alguna manera; quizás fue hasta quien se acostó con esa resbalosa.

Definitivamente, ella ya conocía el aroma real de su majestad y esa zorra tenía el mismo olor encima que el primer día.

Obviamente, nunca estuvo con el Rey.

—Ya le demostraré por qué debe dármelo a mí.

Con la confianza que le daba haberle dado varios orgasmos al monarca dentro de su coño, caminó con la cabeza en alto hasta los bajos del estrado.

—¡Su hermosa majestad, pido justicia para su servidora que está siendo calumnia
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