004. SACANDO A SUS AMANTES

VALERIA

Su actitud gritaba soy el puto amo de todo aquí, el dueño absoluto.

Enseguida bajé la cabeza temblando, no importaba que no tuviese loba interior, el poder que emanaba de ese hombre parecía asfixiarte, estrangularte el alma y estaba incluso un poco distante de mí.

Era un Lycan, la especie superior de los hombres lobos, la mayor evolución y estaba casi segura de que se trataba del más poderoso de todos, Aldric Thorne, el Rey Lycan.

— Sasha, encárgate de sacar la basura y asegúrate de que mi próxima doncella personal no sea una zorra intrigosa o perderá más que la cabeza – su voz ronca, intimidante, fría, se escuchó y luego pasos alejándose.

— Esto es un desastre, ya es la quinta en dos meses, no sé qué tienen estas niñas en la cabeza, mira que se los advierto.

La Gobernanta, que es la señora que administra el castillo, se acerca y saca un pequeño frasco de entre las manos de víctima.

— Otra que intenta darle un afrodisiaco al Rey, mujer idiota. Llamaré a un sirviente para que se la lleve y tu primera tarea, comienza por limpiar este desastre.

Así, fregando la sangre fresca del suelo, comencé mi trabajo en el castillo del Rey Lycan.

La primera lección que aprendí, nunca jamás intentes jugar con ese hombre peligroso o terminarás sin cabeza.

Lamentablemente, muy pronto me tocó de nuevo estar al filo de la navaja.

*****

Sasha me presentó al servicio, un grupo de lobas y lobos que trabajaban en el castillo y se encargaban de atender a Los Guardianes.

Todos me miraron como quienes conocen a un monstruo, pero no me importaba, solo quería seguir existiendo y pasar por invisible.

“Los Guardianes”, así les llamaban a los cinco Lycans que habitaban en este castillo antiguo y oscuro.

Ellos cuidaban de las leyes de nuestro mundo, al menos de la parte que les tocaba a los hombres lobos y mantenían el equilibrio con las demás criaturas sobrenaturales.

Impartían justicia, protección y castigo, de las maneras más crueles y extremas, sobre todo el Rey Lycan.

Eso es lo que siempre había escuchado.

Tenía prohibido subir las escaleras o husmear más allá del área de servicio y ciertamente, tampoco pensaba intentarlo.

Me concentraba en trabajar y curarme con una medicina que me dio la Gobernanta. La comida aquí también era buena.

A excepción del primer día, había pasado como 3 días y no había conocido a ninguno de los otros miembros de Los Guardianes.

Eso, hasta esta mañana.

*****

— Oye, escuché a la Gobernanta decir que no había encontrado a ninguna candidata útil para ser la doncella del Rey, quizás se anime y nos dé una oportunidad.

Limpiaba el suelo de rodillas mientras escuchaba los murmullos en la enorme cocina del castillo.

Mi cabeza abajo y mi largo flequillo negro, casi sobre mis ojos, me ayudaban a tapar un poco la desfiguración en mi rostro.

Mis manos no dejaban de mover el estropajo sobre la baldosa, pero era imposible ignorar el cotilleo.

De repente, el ambiente se congeló, unos tacones se escucharon en el pasillo y todos se pusieron tensos, era la Gobernanta.

— Dejen lo que estén haciendo, las quiero a todas en una fila – ordenó de repente con ímpetu y todas las cocineras, doncellas del servicio y hasta yo, que era de la limpieza, nos paramos como prisioneras, una al lado de la otra.

Entonces comenzó la inspección, una a una la Gobernanta pasaba por delante de los cuerpos temblorosos y con las cabezas abajo.

Cuando la sombra pasó por delante de mí, pensé que seguiría de largo, sin embargo, no fue así.

— ¿Cómo era que te llamabas? – me preguntó

— Valeria, señora – respondí en voz baja.

Su dedo frío se clavó debajo de mi barbilla y me hizo levantar la cabeza. 

Mis ojos azules se cruzaron con los suyos verdes intimidantes.

— Bien, creo que probaré una estrategia diferente esta vez, ven conmigo – me ordenó y tuve una mala premonición al instante.

Al observar de reojo a las demás mujeres en la fila, todo tipo de miradas mezquinas caían sobre mí, celos, enojo, envidia, nada bueno, eso era seguro.

— Escúchame bien Valeria, serás la doncella privada del Rey Aldric – me soltó esa bomba como si nada caminando hacia un lado de la cocina 

— ¿Sabes cocinar, planchar, organizar las cosas de un hombre, ropa y demás?

— Ssi lo sé, pero señora, yo… no creo ser la candidata para ese puesto, quizás debería escoger a alguien más…

— No es opcional – me dice girándose de repente 

— O lo aceptas o te marchas, porque no necesito ahora mismo a una limpia piso, sino a una doncella para el Rey, ¿entiendes?

Y no me queda otra opción que asentir, a veces se me olvida que esta mujer tan dura me salvó la vida.

La verdad, aún no sé ni para qué, si ahora me manda directo a la boca del Lycan.

— Memoriza todo lo que te voy diciendo. El señor se despierta a las… no le gusta… prefiere así… y así… su comida solo la prepara una cocinera, asegúrate de que siempre sea la de este recibidor… además, debes probarla antes de llevársela…

Va caminando por toda la cocina, la zona de lavandería y prácticamente toda el área de servicio, enumerándome las preferencias y disgustos de su majestad.

La sigo con mi cerebro echando chispas de tanta información a la vez, ¡debo anotarlo todo después!

— Bien, llevarás tu primer desayuno y haz lo que te indiqué – me pone una bandeja de plata en las manos, llena de comida tapada con charolas metálicas. 

— Y Valeria, recuerda, cabeza siempre abajo y pasando por invisible, eres como un mueble más.

— Además, espero que recuerdes muy bien la escena del primer día cuando llegaste, tramas algo contra el Rey y créeme, que fue benevolente con esa mujer.

Me advierte y asiento tragando un nudo en mi garganta.

No me considero una mujer cobarde, pero sentía que iba camino al patíbulo mientras subía las escaleras prohibidas y avanzaba por los altos pasillos semioscuros, llenos de velas, que daban a las dependencias del jefe de los Guardianes.

Llegué a la única habitación en esta ala, frente a una enorme puerta de madera con intrincados patrones y comencé a recordar todas las instrucciones.

“No tocar a esta hora y pasar directo” Así lo hice, estiré una mano, haciendo malabares con la bandeja y giré el pesado picaporte.

Me adentré entonces en la guarida del lobo feroz, paso a paso, sin curiosear demasiado.

Enseguida vi la robusta mesa de madera en el centro, todo casi en penumbras y comencé a acomodar el desayuno.

Pero entonces lo escuché y lo olí, el aroma a lujuria y a sexo.

Por entre mi flequillo observé hacia una puerta negra que parecía dar al cuarto y se filtraban gemidos femeninos a pesar de estar cerrada. 

Pertenecían a más de una mujer.

También se escapaba el sonido constante de algo golpeando contra una pared, quizás la cama, no sé, ni me importaba.

La regla más importante, cabeza abajo, eres un mueble, no hables, no mires y no escuches.

Estaba tan metida en recordar cada detalle de los gustos del señor, dándole la vuelta a la mesa, que ni siquiera supe cuándo terminaron los ruidos.

— ¿Quién eres? – una voz dominante a mi espalda me hizo sobresaltarme.

Apreté los puños temblorosos y me giré mirando a la alfombra gris.

— Su majestad, mi nombre es Valeria, soy su nueva doncella – logro presentarme sin tartamudear.

Una enorme sombra se cierne sobre mí, todos mis instintos me gritan peligro, que escape, pero resisto cuando pone un dedo debajo de mi barbilla y me hace subir la cara para enfrentarlo.

Pienso ver el asco por mi feo rostro, pero solo observo unos intimidantes y fieros ojos grises que me examinan, tan fascinantes, que parecen el acero más letal del mundo.

— ¿Dónde está tu loba interior? - me pregunta frunciendo el ceño y me tenso. 

¿Cómo fue que lo descubrió de solo un vistazo? 

— Yo… en realidad no lo tengo muy claro, sufrí una experiencia traumática antes de los 18 años y luego nunca apareció su espíritu, pero… puedo transformarme en su cuerpo animal. Otros dicen que es una maldición.

Agrego y quizás ya me echen en mi primer día. Fea y maldecida, la doncella ideal.

— ¿Es por eso que no sanaron esas heridas en tu rostro?

— Supongo, señor, que tiene que ver con eso. Mi cicatrización no es muy buena.

Él no dice nada, pero me estoy poniendo demasiado nerviosa por su escrutinio. Espero haber dicho las palabras correctas. 

No quiero vagar por sus facciones masculinas, pero ya voy entendiendo por qué hay mujeres que se arriesgan a perder la cabeza, solo por una noche en su cama, Aldric Thorne, era un hombre hecho para pecar.

Parecía un gigante de dos metros, mi cuello dolía por subirse tanto. Musculoso, rudo, imponente, sexy y dominante.

Llevaba el fuerte torso al desnudo, lleno de tatuajes rojos y negros sobre la blanca piel con cicatrices de batallas.

A diferencia de su aura congelada, el cabello hasta los hombros era rojo oscuro, al igual que su corta barba, como fuego, como la misma sangre que derramaba sin pestañear.

— No me importan tus rarezas, pero si espero que hayas entendido muy bien las reglas, porque no admito desobediencias, ni trucos – me advierte con voz gutural y peligrosamente baja.

Asiento pasando saliva.

— Sí, su majes…

— Y llámame Señor, no me gusta eso de su majestad.

Me aclara liberándome al fin y caminando hacia el otro extremo de la habitación.

Exhalo sin darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración todo este tiempo, aun así, he captado ese aroma que se filtra desde su piel, como a vino antiguo, un delicioso vino que te emborracha al primer sorbo.

¿Será alguna colonia? Yo no puedo percibir las feromonas de los hombres lobos.

—Ya vienen a por esas mujeres, encárgate de que se marchen y déjalo todo limpio – me ordena sin mirarme siquiera y entra por una puerta, a lo que parece otro cuarto.

Me quedo como tonta parada en las penumbras, aprieto los puños y voy con decisión a sacar a sus amantes del lecho de pasión.

Abro la puerta y me asombro al pasar dentro de la habitación desordenada, llena de ropas tiradas por el suelo, a media luz, donde tres mujeres desnudas están amontonadas encima de una inmensa cama de roble.

El olor a lujuria desenfrenada se filtra hacia mis pulmones.

— Se…señoritas es hora de irse – me detengo frente a la cama y les digo, pero se mantienen con los ojos cerrados sin reaccionar.

Se notan agotadas y sus cuerpos llenos de marcas, mordidas y semen con sangre entre sus muslos.

— El Señor mandó a que se fueran, deben…

— ¡Cállate maldici0n, que molesta! – me ruge la rubia tetona acostada en el medio de las otras dos pelicastañas e incluso me arroja una almohada que esquivo.

Bueno, aún les queda algo de energía por lo que veo.

Ok, eso no está saliendo como me imaginé y ellas ya se están acomodando para dormir, ¿acaso no están incómodas con toda esa “sustancia” encima?

Pero no puedo fallar en mi primera tarea y sé que él lo ha hecho a propósito, para probarme.

Voy hacia el baño y lleno de agua fría un barreño, que coloco en el suelo cerca de la cama.

Me remango descubriendo mis brazos blancuzcos y camino hacia el enorme ventanal, agarrando las pesadas cortinas burdeos y abriéndolas de golpe.

— ¡Aaahh ciérrala, maldit4, cierra la cortina! – comienzan a chillar como poseídas y eso que está hasta nublado.

En este sitio el sol nunca brilla con fuerza y todo lo cubre una densa neblina.

Agarro el barreño y ¡Fuas!, les lanzo el agua bien fría para que acaben de espabilar.

— ¡¿Te has vuelto loca, criaducha de mierd4?!

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