Capítulo 2

NARRADOR

Victoria corrió hasta su madre, llorando y suplicando a quien la escuchara, que la salvara.

—Mama... mama... dime qué hago, por favor.

Ailena alzó su mano temblorosa para acariciar la mejilla de su hija.

La sangre salía sin parar de sus heridas.

Un charco de sangre ya se encontraba a su alrededor, su vida se estaba escapando en solo segundos a manos de su propio compañero.

—Hija... debes ser... debes ser fuerte... dame... dame tu cuchillo.

Victoria rápidamente lo sacó y se le entregó.

—Extiende... tu mano y... y también descubre al... al pequeño.

Ella lo hizo, mirando como su madre hacía un corte en su mano.

Limpió su sangre con la muselina del pequeño y tomó la sangre de su hija en sus manos.

Pasándola por la carita del bebé, asegurándose de que la sangre entrara en su pequeña boca.

Su mano cayó con fuerza al suelo, sus fuerzas la estaban abandonando al igual que su vida.

—Mamá, por favor, no me dejes, no sé qué debo hacer, por favor.

—Victoria... ahora debes... ser fuerte... ese pequeño en tus brazos... ahora es tuyo... protégelo mi niña...

—Mamá...

—Ahora no lo entiendes, pero... más adelante entenderás... las uniones de sangre... recuerda que eres fuerte, recuérdalo…

Ella lloraba sosteniendo la mano de su madre, el calor de las llamas ya estaban sintiéndose en su piel.

—¿Qué debo hacer, a dónde debo llevarlo?

—Su padre... su padre es...

Pero no tuvo el tiempo para decirlo, dio su último respiro, mirando a los ojos llorosos de su hija, yéndose de su lado y llevando muchos secretos con ella.

Victoria lloró desgarradoramente alado de su madre, hasta que el llanto del pequeño la obligó a levantarse.

—Adiós mamá, te amo.

Se dio la vuelta y corrió por aquel pasadizo oscuro, guiándose con su mano por las húmedas paredes.

Su corazón le dolía por la perdida de su madre, la única que no la rechazaba por haber nacido mujer, por no haber nacido fuerte como sus hermanos.

Apretó con fuerza al pequeño en sus brazos que comenzaba a llorar, el pequeño podía sentir el mismo dolor desgarrador de Victoria.

Había sido sangrado a la fuerza a ella, esto era algo que solo los lobos conocían.

Sangrar un cachorro a otra madre solo se hacía únicamente cuando era necesario, solo cuando ambos padres hubiesen muerto y no pudieran salvar a la madre en el parto.

Victoria se detuvo solo por un segundo para calmar al bebé en sus brazos antes de salir.

Intentó calmar sus emociones, respiraba profundamente, hasta que salió a la superficie.

La batalla aún se podía escuchar, fuertes explosiones llenaban el aire. Las llamas elevándose al cielo pintando el bosque a su alrededor de naranja.

La lluvia seguía cayendo sobre ellos con la misma intensidad.

Victoria miró atrás una última vez y corrió por el bosque sin mirar atrás.

Los aullidos y los gruñidos estaban quedándose atrás. Las fuertes explosiones y los disparos se escuchaban cada vez más lejos.

Todo estaba quedando atrás mientras ella corría por entre los árboles, cubriendo al pequeño que comenzaba a mojarse en sus brazos.

—Resiste por favor, prometo que todo estará bien.

Victoria corrió sin parar hasta llegar a la carretera, temblando de frío, subió al auto que estaba estacionado cerca y puso en marcha el motor.

Sus manos apretaban con fuerza el volante, sus dientes castañeaban por el frío.

Sus sollozos se hacían cada vez más fuertes dentro del auto, dejando escapar todo el dolor y el sufrimiento a través de las lágrimas.

Había perdido lo más valioso que tenía esa noche; su madre. La única que realmente la amaba, la única que realmente la entendía, la única que jamás la juzgaba.

Ahora debía dejar atrás la vida que conocía, ella estaba muerta para el mundo y así lo iba a seguir estando.

Miró al pequeño que seguía llorando y detuvo el auto a mitad de la nada para consolarlo.

Lo cargó en sus brazos y lo acunó contra su pecho, sin darse cuenta de que así, él lloraría más, sintiendo el dolor de su madre.

Victoria solo tenía 17 años y ahora en sus hombros recaía la responsabilidad de un pequeño que no conocía quién era ni de donde venía.

—Está bien, no llores, ahora solo somos tú y yo. Prometo que te voy a proteger con mi vida de todos los que quieran lastimarte ¡Lo prometo!

Volvió a ponerse en marcha, pero esta vez con sus pensamientos más seremos, planeando que hará por ahora.

Su mirada determinaba fija en la carretera mientras el odio comenzaba a llenarla por dentro. Odio y resentimiento por aquel que la engendró, el mismo que le quitó a su madre.

A la mañana siguiente, en la manada del Rey, todo era un caos.

El Rey se encontraba gravemente herido, su condición era muy crítica.

—Haga algo o le juro que lo pagará.

—Princesa Séfira, estamos haciendo todo lo que podemos, pero su condición es difícil, perdió a su compañera y esto solo agrava más...

—¡Cállese y haga su trabajo!

Afuera de las murallas, la carnicería se desataba entre lobos y cazadores.

Todos sabían que atacar a la manada directamente era un suicidio, pero la codicia los estaba llevando al extremo.

Tenían una oportunidad, el Rey estaba herido a punto de morir y ellos querían el poder, querían el trono y estaban dispuestos a conseguirlo con sangre.

—Señor, perdimos el rastro del recién nacido, yo... lo siento.

Se lanzó al suelo de rodilla ante su líder, que solo miraba a la distancia, mirando como todos comenzaban a caer ante la defensa de la manada Golden Moon.

La única esperanza que tenía, se había escapado, su propia esposa se la arrebató.

Aunque le dolió asesinarla, la sed de poder, podía más en él.

—Busquen en cada rincón de este bosque, en cada lugar de la ciudad, harán lo que tengan que hacer para traerme a ese niño de vuelta.

Sacó su arma y a sangre fría, disparó al hombre que estaba de rodillas ante él.

Era un hombre que no admitía errores y ahora, estaba dispuesto a dar lo que sea por tener el control.

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