Perla
—¿Qué hacemos aquí, mamá? —Miro por la ventanilla de la camioneta, la gigante mansión frente a mí. Inmensa y digna de un hombre muy poderoso. Me pregunto, ¿quién vive aquí y qué hacemos aquí?
El vehículo se detiene, frente a las gigantescas puertas dobles, para ingresar a lo que me supongo es el interior de la casa.
Vuelvo a mirar a mi madre en busca de una respuesta.
Emilia acomoda su cabello negro mientras mira el reflejo de su rostro atractivo, a través del espejo de su pequeño compacto.
—Pronto lo sabrás, Perla —cierra el espejo con suavidad y se vuelve hacia mí —. Desde hoy dejarás de huir de tu exmarido. Yo no puedo seguir escondiéndote. Conseguí a alguien que si te va a proteger y podrás vivir otro tiempo más.
Se me llena el corazón de dolor de tan solo escuchar eso y recordar a Fabiano. El hombre que creí que sería mío para toda la vida. Será difícil para mí olvidarme de él, mucho más después de lo que vivimos y de haberme quitado a mi único hijo. Ahora Fabiano me odia. Ni siquiera me dio la oportunidad de decirle que yo nunca lo traicioné.
La miro dolida por las palabras que dice. Por querer librarse de mí, como si yo fuese un trapo sucio. Pero, ¿qué puedo pedir de Emilia?, después de que me haya sacado de la casa cuando consiguió a su nuevo esposo, solo porque pensó que él se iba a enamorar de mí. Después de eso conocí a Fabiano y él me ayudó.
Continúo mirándola fijamente y ella solo me observa con asco.
Emilia y su cariño maternal. Como de costumbre.
—Deberías estar conmigo, eres mi madre. Seguir ayudándome.
—¿Qué más te voy a ayudar, Perla? —cuestiona ceñuda—. Fabiano arruinó tu vida. Ahora ni trabajar puedes, porqué te puede encontrar y enterarse de que nunca falleciste.
—Lo arreglaré, mamá —espeto—. No me abandones nuevamente. Necesito tu ayuda.
—Perla, ya lo arreglé —refiere con una expresión sombría y una sonrisa aparece en sus labios.
—No sé exactamente en que estés metida, mamá. Pero me gustaría saber, ¿qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar—. Durante todo el viaje te lo he preguntado.
—Ya lo sabrás. Ahora mantén la boca cerrada y sonríe —ordena—. Tu vida cambiará desde hoy, querida hija. Ya no andarás huyendo de Fabiano Greco.
Dejo de mirar a mi madre y vuelvo a mirar de nuevo, hacia la casa.
En ese momento siento que acaricia mi cabello negro con delicadeza. De inmediato vuelvo a mirarla a sus ojos verdes y para mi sorpresa, Emilia tiene una suave sonrisa en los labios, que van pintados de un color rojo intenso. Una expresión que me inquieta, ya que siempre que me sonríe de esa manera, es porque de sus labios saldrá algo venenoso.
—Querida hija, espero te comportes como la buena mujer que eres —continúa acariciando mi cabello —. No hagas nada de lo que te llegues a arrepentir —esta vez sujeta y cierra la mano en mi mentón, apretando con brusquedad y me jala hasta acercar mi rostro al de ella—. ¿Me escuchaste, Perla? De cómo te comportes dependerá tu vida.
Asiento con dificultad, ya que su agarre me impide moverme y a su vez me lastima por la presión que ejerce en mí mentó.
—Muy bien. Pronto sabrás el porqué estas aquí. Te suplico que lo tomes con calma, Perla —me lanza una mala mirada, soltando mi barbilla—. Y esta vez, no vuelvas a tocar mi puerta de nuevo, porque no la abriré. No me busques más, hija.
Dos hombres se acercan y se encargan de abrir nuestras puertas. Bajo junto con mi madre y justo en ese momento veo que sale por las dos puertas dobles de la casa, un hombre de cabello negro, alto de cuerpo fornido, con piel blanca, unos ojos color azul muy llamativos, mandíbula cuadrada, barba rebajada y limpia. Viste como uno de esos actores de película de Hollywood. Con un traje oscuro de dos piezas en donde se le puede notar lo caro en la tela. Aparenta treinta años en adelante. Tiene un rostro imponente y no negaré que es extremadamente guapo.
Extrañamente, su rostro me parece familiar. Pero no recuerdo en dónde lo he visto. Cuando hago el esfuerzo de recordar, mi madre habla.
—Es Calos Vitale. Se amable, por favor.
Al escuchar el nombre, abro mucho mis ojos y me quedo helada. Mi madre está loca. ¿Cómo me va a traer a este lugar? Mucho más cuando todos creen que estoy muerta.
Carlos Vitale es el enemigo mortal de Fabiano. Esto es peor de lo que parece. Yo no puedo estar aquí, Carlos sabe muy bien que fui algo importante de Fabiano, lo sabe porque Fabiano y él, en un tiempo fueron muy buenos amigos.
¿Mi madre le dijo que nunca fallecí?
Cuando voy a intentar moverme para irme, Emilia engancha su brazo al mío.
—Solo sonríe, Perla —susurra mi madre a mi oído y luego vuelve a mirar al hombre que se acerca hasta nosotros, bajando las escaleras con un caminar seguro, dando a entender que es importante. Pero su mirada profunda y llena de atención está centrada en mí y me retalla de pies a cabeza con sus profundos ojos.
Me mira cómo siempre lo ha hecho desde la primera vez que me conoció.
¿Cómo es que mi madre conoce a este hombre?
Carlos tiene sus ojos puestos en mí. Su expresión es indescifrable y escalofriante. Extrañamente, genera algo en mi interior.
—Carlos, aquí está Perla. Mi hermosa hija —presenta mi madre, quien se detiene delante de él con una amplia sonrisa en los labios. Luego voltea a mirarme—. He cumplido mi palabra.
—Creo que no es necesario presentarnos, Perla —refiere Carlos, sin poder despegar sus ojos de mi persona. Me miran con tanta profundidad que siento como me desalma. Me desnuda.
—Por supuesto que no. Ya sé quién eres tú, Carlos Vitale —refiero con voz áspera.
Un brillo peculiar, reluce en sus ojos.
—Me supongo que aún no le has dicho —asegura Carlos para mi madre, dirigiendo su mirada hacia ella—. La veo muy tranquila —endurece su mandíbula.
Parpadeo y miro el rostro incómodo de mi madre.
—Era la única forma de traerla hasta aquí —responde mi madre.
¿Traer para qué?
Giro el rostro para mirar a mi madre con confusión y enfado.
—Muy bien. Dímelo —la enfrento sin dejar de mirarla. Dedicándole una mirada dura, exigiendo una respuesta inmediata a mi pregunta.
—Que eres mía, Perla —responde Carlos Vitale con voz llena de firmeza—. Me perteneces.
Me quedo estática. Congelada en mi lugar.
—¿Yo— Yo no entiendo? —miro a mi madre con penumbra.
¿Realmente estoy escuchando que mi madre me entregó por dinero? Soy una mujer de 25 años, ¿cómo es que no me di cuenta? Mi madre sí que supo engañarme y traicionarme.
Emilia se acerca, agarra mis mejillas entre sus manos y me da un beso, después vuelve a poner sus ojos verdes sobre mí.
—Que seas feliz, hija —me sonríe—. Adiós.
Mis ojos se llenan de lágrimas de inmediato. Conmocionada. Impactada. Mirando como la única persona en este mundo que me podía dar ayuda, me abandona y me entrega a uno de los hombros más despiadados y peligrosos del mundo a cambio de dinero.
—¡¿Qué?! —casi que pego un grito mientras la miro.
No dice nada más, se aleja de mí y regresa a la camioneta.
Liberando lágrimas y sin entender nada, la sigo con la mirada y la veo marcaharse. Me doy la vuelta y presencio que sube a la camioneta. Desde la ventanilla agita la mano despidiéndose de mí y después la camioneta acelera perdiéndose entre el impecable camino de piedras que da hacia las rejas.
¿Qué está pasando? ¿Es esto un sueño?
Me giro para volver a mirar a ese hombre.
—Yo no soy tuya —espeto con rabia—. Necesito irme. Deja que me vaya —le ordenó con autoridad.
En sus labios se retuerce una sonrisa, mientras examina mi rostro.
—La hermosa ex-mujer de Fabiano Greco —musita con voz fina—. Eres aún más hermosa en persona, Perla. Aún recuerdo la primera vez que te vi, sigues igual de atractiva. Me sorprendí cuando descubrí que sigues viva.
—Yo no tengo nada que ofrecerte, Carlos —le aseguro—. Deja que me vaya.
—No, Perla Lee. Tú eres mía —afirma—. Y ahora te convertirás en mi esposa. Por lo tanto, si tienes mucho que ofrecerme.
—¡Ja! ¡Estás loco! —vocifero—. Completamente equivocado.
Mete sus manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Contigo me vengaré de Fabiano —manifiesta—. Sé lo tanto que él te ama.
—Fabiano y yo ya terminamos. El ahora me odia —informo—. Así que yo no te sirvo para tu supuesta venganza —espeto.
No quiero tener nada que ver con él, Carlos es igual de peligroso que Fabiano.
Libera una sonrisa genuina.
—Haré que te enamores de mí, Perla Lee —refiere con voz muy segura—. Por ti he rechazado a muchas mujeres y créeme que eso es algo muy serio, cariño. Ahora que por fin estás conmigo, no te dejaré ir.
—No —niego apresuradamente con la cabeza—. Eso jamás va a suceder, Carlos.
Mira en dirección a los dos hombres que están detrás de mí. Los mismos que abrieron las puertas de la camioneta cuando bajé.
—Llévenla a nuestra habitación —ordena Carlos, después se gira y se adentra a la casa—. Más tarde hablaré con ella. La señorita Perla debe descansar.
Me doy la vuelta de inmediato y veo que los dos hombres se comienzan a acercar.
—¡No! —amenazo retrocediendo—. ¡Aléjense! —los apunto con mi dedo índice de manera amenazante—. ¡No sé atrevan a tocarme! —le advierto con furia.
Fue inútil. Uno de ellos me agarró de la cintura y me levantó, dejándome caer sobre su hombro. Grité, solté patadas lo tanto que pude. Golpee su espalda, pero nada sirvió. Sin entender el porqué perdí el conocimiento y no supe nada más.
Todo es como una pesadilla.
¿Cómo fue que pasé de estar con Fabiano?, él hombre que amaba y que luego me dejó porque me acusa de traición. ¿Para ahora estar en las manos de uno de sus peores enemigos?
Ahora, se preguntarán, ¿por qué mi esposo me acusó de traición?, y ¿por qué Carlos Vitale, su ex amigo terminó comprándome?
¿Al final a cuál de estos dos hombres lograré amar de verdad?
Años antes. PerlaLa lluvia fría cae sobre mí, empapando mi cuerpo y ni siquiera tengo un paraguas para cubrirme. Toda mi ropa está mojada y trato de pensar en dónde voy a dormir esta noche. ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? Por qué no simplemente, soy como las hijas normales de algunos padres. De esos que las llevan a sus institutos, las cuidan y ayudan. A mí, al contrario, me premiaron con una madre alcohólica que no quería tener hijos. ¿Por qué mi madre es así conmigo?El nuevo esposo de mi madre trató de tocarme esta mañana cuando nos quedamos solos. Se lo dije a Emilia y no me creyó, y en vez de eso. Me sacó de la casa en plena madrugada. Ahora me encuentro caminando sola por las calles de Seattle, tratando de buscar algo donde dormir y cubrirme de la lluvia. Al parecer me tocará buscar refugio entre los indigentes. Soy la única hija de Emilia Lee. Mi madre siempre odió a los niños o algo que tuviese que ver con responsabilidad. Se embarazó de mí, ya que fui el desliz de una
FabianoLos gemidos de Fiorella se escuchaban en toda la habitación, a causa de cada estocada que daba dentro de ella. Debajo de mí la podía escuchar perdida en el placer por mis movimientos, caricias y besos. —¡Más rápido, por favor! —súplica con su voz entrecortada y clavando las uñas en mi espalda. Enseguida poseo sus labios y comienzo a entrar en su interior, moviendo mis caderas con rapidez e impulsándome con fuerza. Los dos con nuestros cuerpos sudados, gozamos del placer que nos proporcionamos mutuamente.Después de lo que sucedió anoche con Leonardo y la testigo de lo que ocurrió, mandé a buscar a Fiorella, mi prometida, para que viniera a pasar la noche conmigo y ella gustosa aceptó, aunque Roberto piensa que su hija está todavía dormida en su habitación. No debía tocarla hasta después de la boda, pero el sexy cuerpo de Fiorella y su seductora personalidad fue imposible de rechazar. Nuestro matrimonio será arreglado, solo por negocios. No estoy enamorado de ella, pero es h
FabianoVuelvo a subir las cortas escaleras, cierro la puerta y salgo de allí. Mi mañana iba muy bien hasta que sucedió esto. Mi tía jamás se había metido en mis asuntos y ella sabe que no debe hacerlo, sin embargo, en esta ocasión lo ignoró y metió a esa mujer a la villa. Una chica que no conozco, ni siquiera sé su nombre y de donde viene, pero que observó todo lo que le hicimos a Leonardo esa noche. No me gusta dejar testigos y ella fue la única que miró todo lo que ocurrió esa noche. Debe morir si o sí. Cuando entro nuevamente a la cocina veo que Dante y Elisa están sentados todavía desayunando mientras conversan. Sin mirarlos tomo asiento y decido saborear mi expreso por primera vez esta mañana. —¿Terminaste con ella? —pregunta Elisa observándome con mucha curiosidad. No le hago caso y solo me tomo un tiempo para recordar nuevamente el hermoso rostro y el exquisito olor de la mujer que acabo de encerrar en el sótano. Me dejó sin palabras. Siempre estoy rodeado de mujeres, pe
PerlaEstoy encerrada en este lugar, en donde ni siquiera hay una ventana. Todo está prácticamente vacío, lo único que hay es el sofá en donde estoy sentada y una bombilla que genera poca iluminación en todo el lugar.De camino cuando ese hombre me trajo, logré ver que me encerró en un sótano, es la razón de que el ambiente se sienta frío. Sin embargo, no sé en dónde estoy. Sé que estoy en una inmensa casa, pero no sé en qué ciudad o región, pero sé que no estoy en Seattle. Anoche me durmieron y no supe nada más de mí, hasta que desperté está mañana. Cuando abrí los ojos estaba aquí, tirada en el sofá con hedor a basura en todo mi cuerpo. Fue gracias a esa señora que logré comer algo y llené mi estómago, me permitió una ducha y me dio ropa limpia para vestir. Pero, me aterra el pensar que ese hombre en cualquier momento entre por la puerta y me asesine. No es justo todo lo que me está pasando. Un hombre intenta tocarme, mi madre me corre de la casa y después me agarran unos criminales
PerlaCon la vista al frente, el hombre pasa por mi lado.—Acompáñeme, señorita Lee —indica caminando en dirección al escritorio.Lo único que hago es seguirlo, al mismo tiempo que observo todo lo que hay a mi alrededor. Mirando el elegante lugar. El hombre rodea el escritorio y toma asiento en su cómoda sillón de cuero fino y acolchado de color caoba. —Por favor, siéntese —señala una de las sillas vacías, que está ubicada frente a él. Hago lo que me dice. Decido tomar asiento frente al escritorio y lo miro. —Muy bien —agarra el teléfono y lo mira—. Su madre se llama Emilia Lee —empieza a decir—. No trabaja y es una mujer con graves problemas de adicción hacia al alcohol, usted no tiene padre, pero si tiene un padrastro —rueda sus ojos grises hacia mí—. ¿Su padre la abandonó? Porque en sus documentos no posee reconocimiento de un hombre como padre, solo aparece el nombre de su madre. ¿Cómo sabe todo eso? La verdad me ha sorprendido con tanta información personal que tiene sobre mi
PerlaCon una caminata imponente se acerca y posa sus ojos sobre mí, se detiene al lado del señor Greco y se inclina para darle un beso en la mejilla y mirarlo a los ojos así como él, ya lo hace con ella. —Ciao, amore mio —lo saluda con una sonrisa dulce, se incorpora y sus ojos se posan en mí—. ¿Y quién es ella? —sus ojos azules me retallan con indiferencia, como si fuera un pequeño bicho en el piso, delante de ella—. Es la primera vez que la veo aquí.—Ella ya se va —dice el señor Greco mirándome con rigidez.Me levanto de la silla con suavidad. —Gracias por todo, señor Greco —refiero con amabilidad.Él afirma y se levanta de la silla, agarra a la mujer de la cintura para luego depositar un beso en su mejilla. —Ya regreso, Fiorella —le dice con voz grave y manteniendo el rostro inexpresivo. Ella le sonríe. —Sí, cariño —toma asiento en el sillón donde él estaba sentado—. Te espero aquí —se cruza de piernas y me mira con asco—. Adiós —mueve los dedos en mi dirección y me sonríe c
FabianoCuando regreso a la oficina, veo a Fiorella sentada en mi sillón con las piernas cruzadas y mirándome fijamente mientras mantiene una expresión de pocos amigos. —¿Tu padre llegó contigo? —me detengo al lado de ella.La veo levantarse de mi sillón y acercarse a mí.—No, viene dentro de un rato —anuncia, agarra mis mejillas y se inclina para darme un beso en los labios—. ¿Quién era esa?, ¿y qué hacía en tu oficina?Me alejo de ella y me siento en el sillón.—Fue una chica que encontré anoche —refiero mirándola.Fiorella rodea el escritorio y se sienta en una de las sillas frente a mí.—¿Qué encontraste anoche? —levanta una ceja—. Y más o menos, ¿qué hacías cómo para encontrarla así de la nada? —Estaba en un basurero —comento abriendo la portátil. —¿En un basurero? —se echa a reír soltando una fuerte carcajada—. Con razón, ¿pero cómo fue que llegó aquí? Subo la mirada hacia ella, mirándola con determinación. —Es un asunto complejo del que no quiero hablar, Fiorella —coloco l
FabianoPor la puerta entra Leo, con su típico cabello liso y sus cuencas azules claras, sobre mí. Esta mañana lleva un vestido ceñido de color azul cielo y mantiene su típica expresión amable. Carlos y Enzo se mantienen en silencio, mientras en el despacho se escucha el tono de sus tacones al acercarse a mí. Se detiene al lado de Enzo y de Carlos, luego los mira y les obsequia su típica sonrisa afectuosa.—Buenos días, señor Vitale —mira a Carlos, con una suave sonrisa.—Buenos días, señorita Pucci —la saluda Carlos con respeto. Esta vez Leonor desvía sus ojos hasta Enzo. —Buenos días, señor Génova. Enzo voltea a mirarla con una expresión inexpresiva. —Buenos días, señorita Pucci.Leonor me mira. —¿Qué necesitaba de mí, señor Greco? —abrazando su tablet, me mira atenta.—Necesito que agregues a la nómina una nueva empleada —le notifico—. Te pasaré los datos por correo, ella va a empezar el día de hoy. Leonor asiente una sola vez. —Sí, señor. ¿Algo más? —¿Te quedarás para el