El Resurgimiento De La Esposa Muerta
El Resurgimiento De La Esposa Muerta
Por: AlexaM
Vendida ~Prólogo ~

Perla

—¿Qué hacemos aquí, mamá? —Miro por la ventanilla de la camioneta, la gigante mansión frente a mí. Inmensa y digna de un hombre muy poderoso. Me pregunto, ¿quién vive aquí y qué hacemos aquí?

El vehículo se detiene, frente a las gigantescas puertas dobles, para ingresar a lo que me supongo es el interior de la casa.

Vuelvo a mirar a mi madre en busca de una respuesta. 

Emilia acomoda su cabello negro mientras mira el reflejo de su rostro atractivo, a través del espejo de su pequeño compacto. 

—Pronto lo sabrás, Perla —cierra el espejo con suavidad y se vuelve hacia mí —. Desde hoy dejarás de huir de tu exmarido. Yo no puedo seguir escondiéndote. Conseguí a alguien que si te va a proteger y podrás vivir otro tiempo más. 

Se me llena el corazón de dolor de tan solo escuchar eso y recordar a Fabiano. El hombre que creí que sería mío para toda la vida. Será difícil para mí olvidarme de él, mucho más después de lo que vivimos y de haberme quitado a mi único hijo. Ahora Fabiano me odia. Ni siquiera me dio la oportunidad de decirle que yo nunca lo traicioné. 

La miro dolida por las palabras que dice. Por querer librarse de mí, como si yo fuese un trapo sucio. Pero, ¿qué puedo pedir de Emilia?, después de que me haya sacado de la casa cuando consiguió a su nuevo esposo, solo porque pensó que él se iba a enamorar de mí.  Después de eso conocí a Fabiano y él me ayudó. 

Continúo mirándola fijamente y ella solo me observa con asco.

Emilia y su cariño maternal. Como de costumbre.

—Deberías estar conmigo, eres mi madre. Seguir ayudándome.

—¿Qué más te voy a ayudar, Perla? —cuestiona ceñuda—. Fabiano arruinó tu vida. Ahora ni trabajar puedes, porqué te puede encontrar y enterarse de que nunca falleciste.

—Lo arreglaré, mamá —espeto—. No me abandones nuevamente. Necesito tu ayuda.

—Perla, ya lo arreglé —refiere con una expresión sombría y una sonrisa aparece en sus labios.

—No sé exactamente en que estés metida, mamá. Pero me gustaría saber, ¿qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar—. Durante todo el viaje te lo he preguntado.

—Ya lo sabrás. Ahora mantén la boca cerrada y sonríe —ordena—. Tu vida cambiará desde hoy, querida hija. Ya no andarás huyendo de Fabiano Greco.

Dejo de mirar a mi madre y vuelvo a mirar de nuevo, hacia la casa. 

En ese momento siento que acaricia mi cabello negro con delicadeza. De inmediato vuelvo a mirarla a sus ojos verdes y para mi sorpresa, Emilia tiene una suave sonrisa en los labios, que van pintados de un color rojo intenso. Una expresión que me inquieta, ya que siempre que me sonríe de esa manera, es porque de sus labios saldrá algo venenoso.

—Querida hija, espero te comportes como la buena mujer que eres —continúa acariciando mi cabello —. No hagas nada de lo que te llegues a arrepentir —esta vez sujeta y cierra la mano en mi mentón, apretando con brusquedad y me jala hasta acercar mi rostro al de ella—. ¿Me escuchaste, Perla? De cómo te comportes dependerá tu vida. 

Asiento con dificultad, ya que su agarre me impide moverme y a su vez me lastima por la presión que ejerce en mí mentó. 

—Muy bien. Pronto sabrás el porqué estas aquí. Te suplico que lo tomes con calma, Perla —me lanza una mala mirada, soltando mi barbilla—. Y esta vez, no vuelvas a tocar mi puerta de nuevo, porque no la abriré. No me busques más, hija. 

Dos hombres se acercan y se encargan de abrir nuestras puertas. Bajo junto con mi madre y justo en ese momento veo que sale por las dos puertas dobles de la casa, un hombre de cabello negro, alto de cuerpo fornido, con piel blanca, unos ojos color azul muy llamativos, mandíbula cuadrada, barba rebajada y limpia. Viste como uno de esos actores de película de Hollywood. Con un traje oscuro de dos piezas en donde se le puede notar lo caro en la tela. Aparenta treinta años en adelante. Tiene un rostro imponente y no negaré que es extremadamente guapo.

Extrañamente, su rostro me parece familiar. Pero no recuerdo en dónde lo he visto. Cuando hago el esfuerzo de recordar, mi madre habla.

—Es Calos Vitale. Se amable, por favor. 

Al escuchar el nombre, abro mucho mis ojos y me quedo helada. Mi madre está loca. ¿Cómo me va a traer a este lugar?  Mucho más cuando todos creen que estoy muerta. 

Carlos Vitale es el enemigo mortal de Fabiano. Esto es peor de lo que parece. Yo no puedo estar aquí, Carlos sabe muy bien que fui algo importante de Fabiano, lo sabe porque Fabiano y él, en un tiempo fueron muy buenos amigos. 

¿Mi madre le dijo que nunca fallecí? 

Cuando voy a intentar moverme para irme, Emilia engancha su brazo al mío.

—Solo sonríe, Perla —susurra mi madre a mi oído y luego vuelve a mirar al hombre que se acerca hasta nosotros, bajando las escaleras con un caminar seguro, dando a entender que es importante. Pero su mirada profunda y llena de atención está centrada en mí y me retalla de pies a cabeza con sus profundos ojos.

Me mira cómo siempre lo ha hecho desde la primera vez que me conoció. 

¿Cómo es que mi madre conoce a este hombre? 

Carlos tiene sus ojos puestos en mí. Su expresión es indescifrable y escalofriante. Extrañamente, genera algo en mi interior.

—Carlos, aquí está Perla. Mi hermosa hija —presenta mi madre, quien se detiene delante de él con una amplia sonrisa en los labios. Luego voltea a mirarme—. He cumplido mi palabra. 

—Creo que no es necesario presentarnos, Perla —refiere Carlos, sin poder despegar sus ojos de mi persona. Me miran con tanta profundidad que siento como me desalma. Me desnuda.

—Por supuesto que no. Ya sé quién eres tú, Carlos Vitale —refiero con voz áspera. 

Un brillo peculiar, reluce en sus ojos. 

—Me supongo que aún no le has dicho —asegura Carlos para mi madre, dirigiendo su mirada hacia ella—. La veo muy tranquila —endurece su mandíbula.

Parpadeo y miro el rostro incómodo de mi madre.

—Era la única forma de traerla hasta aquí —responde mi madre.

¿Traer para qué? 

Giro el rostro para mirar a mi madre con confusión y enfado. 

—Muy bien. Dímelo —la enfrento sin dejar de mirarla. Dedicándole una mirada dura, exigiendo una respuesta inmediata a mi pregunta. 

—Que eres mía, Perla —responde Carlos Vitale con voz llena de firmeza—. Me perteneces. 

Me quedo estática. Congelada en mi lugar.

—¿Yo— Yo no entiendo? —miro a mi madre con penumbra. 

¿Realmente estoy escuchando que mi madre me entregó por dinero? Soy una mujer de 25 años, ¿cómo es que no me di cuenta? Mi madre sí que supo engañarme y traicionarme. 

Emilia se acerca, agarra mis mejillas entre sus manos y me da un beso, después vuelve a poner sus ojos verdes sobre mí.

—Que seas feliz, hija —me sonríe—. Adiós. 

Mis ojos se llenan de lágrimas de inmediato. Conmocionada. Impactada. Mirando como la única persona en este mundo que me podía dar ayuda, me abandona y me entrega a uno de los hombros más despiadados y peligrosos del mundo a cambio de dinero. 

—¡¿Qué?! —casi que pego un grito mientras la miro.

No dice nada más, se aleja de mí y regresa a la camioneta. 

Liberando lágrimas y sin entender nada, la sigo con la mirada y la veo marcaharse. Me doy la vuelta y presencio que sube a la camioneta. Desde la ventanilla agita la mano despidiéndose de mí y después la camioneta acelera perdiéndose entre el impecable camino de piedras que da hacia las rejas.

¿Qué está pasando? ¿Es esto un sueño? 

Me giro para volver a mirar a ese hombre. 

—Yo no soy tuya —espeto con rabia—. Necesito irme. Deja que me vaya —le ordenó con autoridad. 

En sus labios se retuerce una sonrisa, mientras examina mi rostro.

—La hermosa ex-mujer de Fabiano Greco —musita con voz fina—. Eres aún más hermosa en persona, Perla. Aún recuerdo la primera vez que te vi, sigues igual de atractiva. Me sorprendí cuando descubrí que sigues viva. 

—Yo no tengo nada que ofrecerte, Carlos —le aseguro—. Deja que me vaya. 

—No, Perla Lee. Tú eres mía —afirma—. Y ahora te convertirás en mi esposa. Por lo tanto, si tienes mucho que ofrecerme. 

—¡Ja! ¡Estás loco! —vocifero—. Completamente equivocado.

Mete sus manos en los bolsillos de sus pantalones.

—Contigo me vengaré de Fabiano —manifiesta—. Sé lo tanto que él te ama.

—Fabiano y yo ya terminamos. El ahora me odia —informo—. Así que yo no te sirvo para tu supuesta venganza —espeto.

No quiero tener nada que ver con él, Carlos es igual de peligroso que Fabiano. 

Libera una sonrisa genuina. 

—Haré que te enamores de mí, Perla Lee —refiere con voz muy segura—. Por ti he rechazado a muchas mujeres y créeme que eso es algo muy serio, cariño. Ahora que por fin estás conmigo, no te dejaré ir.

—No —niego apresuradamente con la cabeza—. Eso jamás va a suceder, Carlos. 

Mira en dirección a los dos hombres que están detrás de mí. Los mismos que abrieron las puertas de la camioneta cuando bajé. 

—Llévenla a nuestra habitación —ordena Carlos, después se gira y se adentra a la casa—. Más tarde hablaré con ella. La señorita Perla debe descansar. 

Me doy la vuelta de inmediato y veo que los dos hombres se comienzan a acercar. 

—¡No! —amenazo retrocediendo—. ¡Aléjense! —los apunto con mi dedo índice de manera amenazante—. ¡No sé atrevan a tocarme! —le advierto con furia. 

Fue inútil. Uno de ellos me agarró de la cintura y me levantó, dejándome caer sobre su hombro. Grité, solté patadas lo tanto que pude. Golpee su espalda, pero nada sirvió. Sin entender el porqué perdí el conocimiento y no supe nada más.

Todo es como una pesadilla. 

¿Cómo fue que pasé de estar con Fabiano?, él hombre que amaba y que luego me dejó porque me acusa de traición. ¿Para ahora estar en las manos de uno de sus peores enemigos?

Ahora, se preguntarán, ¿por qué mi esposo me acusó de traición?, y ¿por qué Carlos Vitale, su ex amigo terminó comprándome?

¿Al final a cuál de estos dos hombres lograré amar de verdad?

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo