02 - Un diamante pulido

Fabiano

Los gemidos de Fiorella se escuchaban en toda la habitación, a causa de cada estocada que daba dentro de ella. Debajo de mí la podía escuchar perdida en el placer por mis movimientos, caricias y besos. 

—¡Más rápido, por favor! —súplica con su voz entrecortada y clavando las uñas en mi espalda. 

Enseguida poseo sus labios y comienzo a entrar en su interior, moviendo mis caderas con rapidez e impulsándome con fuerza. 

Los dos con nuestros cuerpos sudados, gozamos del placer que nos proporcionamos mutuamente.

Después de lo que sucedió anoche con Leonardo y la testigo de lo que ocurrió, mandé a buscar a Fiorella, mi prometida, para que viniera a pasar la noche conmigo y ella gustosa aceptó, aunque Roberto piensa que su hija está todavía dormida en su habitación. No debía tocarla hasta después de la boda, pero el sexy cuerpo de Fiorella y su seductora personalidad fue imposible de rechazar. 

Nuestro matrimonio será arreglado, solo por negocios. No estoy enamorado de ella, pero es hermosa. Pertenece a una de las mejores familias italiana de la mafia siciliana y es la adecuada para ser mi esposa. 

A pesar de ser un matrimonio arreglado nos llevamos bien y es buena en la cama, lo que está bien, ya que debemos tener hijos. Aparte de nuestro negocio, tener herederos es nuestra prioridad.

Cuando terminamos nos quedamos en silencio recuperando el aliento. 

—¿Leonardo confesó que sí le vendió información? —pregunta Fiorella mirándome con el rostro serio y curioso. 

Enseguida la miro. 

—Sabes muy bien, que no me gusta hablar de mis asuntos contigo, Fiorella —enseguida me incorporo y me levanto de la cama.

—Seremos marido y mujer, Fabiano —recuerda—. También debo saber de las cosas que mi marido está haciendo.

Dejo salir un suspiro cansado. Ya le he hablado varias veces del tema, no quiero volver a repetirlo esta mañana.

—Vístete y vete a tu casa, Fio. Tu padre no tardará en preguntar por ti —respondo y me encamino hasta el cuarto de baño—. ¡Gracias por venir! 

Solo escucho su gruñido antes de cerrar la puerta para adentrarme en el baño e iniciar mi ducha de esta mañana. Lo hago con tranquilidad y después de colocarme mi traje marrón de tres piezas, salgo de la habitación para irme a desayunar.

En la cocina solo están Elisa, mi tía y Dante; mi primo y mano derecha. Por otro lado, la mesa que hay en medio de la espaciosa cocina, está llena de un exquisito desayuno gourmet. 

—Llegaste temprano esta mañana, Dante —digo sentándome en una de las sillas de la mesa.

—Resulta que alguien hizo una estupidez —refirió Dante lanzándole una mirada acusadora a la tía Elisa.

Enseguida giro mi cara y la miro ceñudo y confuso.

—Hablen, ¿qué pasó? —estrecho las cejas. 

—Elisa… —Dante no pudo decir lo demás.

—La muchacha esa —es lo primero que pronuncia Elisa.

Miro a Dante y junto las cejas.

—¿La indigente? —pestañeo—. ¿Qué pasó con ella? La dejé anoche en el sótano. Hoy me voy a deshacer de ella —aseguro tranquilamente. 

—Pues solo le llevé ropa, le di comida y dejé que se duchara —confiesa Elisa. 

De inmediato la furia me recorre las venas y enseguida dirijo una mirada desaprobatoria hacia mi tía.

—¡¿Qué has hecho?! —vocifero molesto, 

levantándome de golpe de la silla—. ¿La dejaste escapar? ¡Ella fue testigo de lo que pasó anoche con Leonardo!

—Gracias al cielo no se le ocurrió semejante idea —suelta, Dante—. Tía Elisa la sacó del despacho donde la dejamos amarrada y la trajo a la villa —informa Dante.

—¡¿Cómo te atreves?! ¡Es una indigente, Elisa! —exclamó alterado—. ¿Estás loca?

—No es una indigente, Fabiano. La chica es un amor, solo estaba en el lugar equivocado —explica con voz suave mientras verte expreso en una taza pequeña. 

—¿Dónde está? —pregunto antes de irme.

—Está en una de las habitaciones de visitas, Fabiano —indica mi primo antes de dar el primer sorbo a su capuchino—. Ahí durmió anoche. 

De inmediato comienzo a caminar para subir las escaleras.

—¡No le hagas daño! ¡Fabiano, por favor! —grita mi tía Elisa.

Dante enseguida le dice algo en italiano que no alcanzo a escuchar. Pero dejándolos discutiendo a ellos dos, con pasos rápidos subo las escaleras hasta llegar al segundo piso y me desvío al pasillo que conduce a las habitaciones de visita. Cuando llego a la habitación enseguida abro la puerta de golpe y lo que veo me deja perplejo. Tanto que detengo mi paso. 

La sonrisa que ella tiene en los labios se esfuma y llena de terror da un brinco. Se aleja de la ventana, hasta que su espalda choca contra el espaldar de uno de los sofás que están en la pequeña sala cerca de la ventana. Ahora se encuentra asustada y me mira como un monstruo. 

¿Realmente es la misma mujer que conseguí en el contenedor de basura?

Ahora delante de mí, está una hermosa y radiante mujer de cabello negro y ojos verdes, rostro perfilado y labios provocadores. Contiene una figura esbelta, aunque es más baja que yo, sus atributos naturales resaltan. Luce limpia, su cabello negro y liso está peinado, sus mejillas limpias y rozagantes, es delgada, pero la verdad es preciosa. Usa un fino y fresco vestido que llega a sus rodillas, con estampado floreado qué combina con su piel blanca. Le queda perfectamente bien y acorde a su cuerpo voluptuoso. 

La mujer más hermosa que he visto en mucho tiempo.

Lo admito. 

Toda mi ira desaparece y un sosiego se apodera de mi cuerpo entero. El brillo de su impecable belleza lo ha ocasionado. Pero, eso no me va a detener. Ella vio todo. 

Carraspeo mirándola y acomodando mi postura. Enseguida me acerco hacia ella y la sujeto de la mano. Tratando de ignorar la calidez de su piel y el choque eléctrico que ha ocasionado en mí. 

—¡Señor, por favor, no me haga daño! —grita ya desbordando lágrimas por los ojos. 

—¡Camina! —le ordeno con voz brusca. 

Pero se resiste y empieza a golpearme en los hombros y espalda con los puños cerrados. 

—¡Detente! —exclamo deteniendo mi paso de inmediato y clavando los ojos sobre los de ella. 

—¡Usted me está lastimando! —me grita entre dientes y con rabia—. ¿Así trata a las mujeres? 

—Si te dijo que camines por ti sola, te vas a escapar. No soy tan imbécil —comento con molestia.

Esnifa por la nariz y tragar grueso.

—Yo no le hecho nada para que me trate así —espeta—. Pero claro… ¿Qué puedo esperar de alguien que asesinó a una persona? 

La jalo de la mano con brusquedad hasta acercarla hasta mí, ahora quedando cerca de su rostro y mirándola más de cerca a sus ojos verdes. 

Mio Dio, huele demasiado bien. Esta mujer è bellissima

—Deberías cerrar la boca —replico observándola. 

Solloza tristemente. 

—Por favor no me haga daño —súplica con nostalgia—. Ni siquiera me ha preguntado quién soy y que estaba haciendo allí —comenta.

—No quiero saber nada de ti —refiero y la suelto de la mano—. Ahora grita y patalea todo lo que quieras —advierto. 

Frunce las cejas. 

—¡¿Qué?!, ¡¿por qué?! —refiere confundida. 

Enseguida la agarro de las caderas y la levanto para cargarla sobre mi hombro. No duda y comienza a gritar con fuerza, al mismo tiempo que patalea y con los puños golpea mi espalda. 

—-¡Usted es una bestia! —grita, golpeando mi espalda—. ¡Un hombre malvado! ¡Ayuda!

La ignoro y salgo de la habitación, para luego cruzar el pasillo y bajar las escaleras. Me dirijo al sótano, cuando llego abro la puerta y bajo las cortas escaleras. 

—Te quedas aquí —la bajo de mi hombro y la lanzo en el único sofá que hay allí. 

Llorando me observa. 

—¿Acabará conmigo? —inquiere con voz suave y asustada—. ¿Cómo lo hizo con ese hombre? —las lágrimas no dudan en bajar por sus mejillas—. Apuesto a que sí.

La señaló con el dedo índice. 

—Aprovecha tus horas de vida. Esta noche vendré por ti —le aseguro.

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