Fabiano
Los gemidos de Fiorella se escuchaban en toda la habitación, a causa de cada estocada que daba dentro de ella. Debajo de mí la podía escuchar perdida en el placer por mis movimientos, caricias y besos.
—¡Más rápido, por favor! —súplica con su voz entrecortada y clavando las uñas en mi espalda.
Enseguida poseo sus labios y comienzo a entrar en su interior, moviendo mis caderas con rapidez e impulsándome con fuerza.
Los dos con nuestros cuerpos sudados, gozamos del placer que nos proporcionamos mutuamente.
Después de lo que sucedió anoche con Leonardo y la testigo de lo que ocurrió, mandé a buscar a Fiorella, mi prometida, para que viniera a pasar la noche conmigo y ella gustosa aceptó, aunque Roberto piensa que su hija está todavía dormida en su habitación. No debía tocarla hasta después de la boda, pero el sexy cuerpo de Fiorella y su seductora personalidad fue imposible de rechazar.
Nuestro matrimonio será arreglado, solo por negocios. No estoy enamorado de ella, pero es hermosa. Pertenece a una de las mejores familias italiana de la mafia siciliana y es la adecuada para ser mi esposa.
A pesar de ser un matrimonio arreglado nos llevamos bien y es buena en la cama, lo que está bien, ya que debemos tener hijos. Aparte de nuestro negocio, tener herederos es nuestra prioridad.
Cuando terminamos nos quedamos en silencio recuperando el aliento.
—¿Leonardo confesó que sí le vendió información? —pregunta Fiorella mirándome con el rostro serio y curioso.
Enseguida la miro.
—Sabes muy bien, que no me gusta hablar de mis asuntos contigo, Fiorella —enseguida me incorporo y me levanto de la cama.
—Seremos marido y mujer, Fabiano —recuerda—. También debo saber de las cosas que mi marido está haciendo.
Dejo salir un suspiro cansado. Ya le he hablado varias veces del tema, no quiero volver a repetirlo esta mañana.
—Vístete y vete a tu casa, Fio. Tu padre no tardará en preguntar por ti —respondo y me encamino hasta el cuarto de baño—. ¡Gracias por venir!
Solo escucho su gruñido antes de cerrar la puerta para adentrarme en el baño e iniciar mi ducha de esta mañana. Lo hago con tranquilidad y después de colocarme mi traje marrón de tres piezas, salgo de la habitación para irme a desayunar.
En la cocina solo están Elisa, mi tía y Dante; mi primo y mano derecha. Por otro lado, la mesa que hay en medio de la espaciosa cocina, está llena de un exquisito desayuno gourmet.
—Llegaste temprano esta mañana, Dante —digo sentándome en una de las sillas de la mesa.
—Resulta que alguien hizo una estupidez —refirió Dante lanzándole una mirada acusadora a la tía Elisa.
Enseguida giro mi cara y la miro ceñudo y confuso.
—Hablen, ¿qué pasó? —estrecho las cejas.
—Elisa… —Dante no pudo decir lo demás.
—La muchacha esa —es lo primero que pronuncia Elisa.
Miro a Dante y junto las cejas.
—¿La indigente? —pestañeo—. ¿Qué pasó con ella? La dejé anoche en el sótano. Hoy me voy a deshacer de ella —aseguro tranquilamente.
—Pues solo le llevé ropa, le di comida y dejé que se duchara —confiesa Elisa.
De inmediato la furia me recorre las venas y enseguida dirijo una mirada desaprobatoria hacia mi tía.
—¡¿Qué has hecho?! —vocifero molesto,
levantándome de golpe de la silla—. ¿La dejaste escapar? ¡Ella fue testigo de lo que pasó anoche con Leonardo!
—Gracias al cielo no se le ocurrió semejante idea —suelta, Dante—. Tía Elisa la sacó del despacho donde la dejamos amarrada y la trajo a la villa —informa Dante.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Es una indigente, Elisa! —exclamó alterado—. ¿Estás loca?
—No es una indigente, Fabiano. La chica es un amor, solo estaba en el lugar equivocado —explica con voz suave mientras verte expreso en una taza pequeña.
—¿Dónde está? —pregunto antes de irme.
—Está en una de las habitaciones de visitas, Fabiano —indica mi primo antes de dar el primer sorbo a su capuchino—. Ahí durmió anoche.
De inmediato comienzo a caminar para subir las escaleras.
—¡No le hagas daño! ¡Fabiano, por favor! —grita mi tía Elisa.
Dante enseguida le dice algo en italiano que no alcanzo a escuchar. Pero dejándolos discutiendo a ellos dos, con pasos rápidos subo las escaleras hasta llegar al segundo piso y me desvío al pasillo que conduce a las habitaciones de visita. Cuando llego a la habitación enseguida abro la puerta de golpe y lo que veo me deja perplejo. Tanto que detengo mi paso.
La sonrisa que ella tiene en los labios se esfuma y llena de terror da un brinco. Se aleja de la ventana, hasta que su espalda choca contra el espaldar de uno de los sofás que están en la pequeña sala cerca de la ventana. Ahora se encuentra asustada y me mira como un monstruo.
¿Realmente es la misma mujer que conseguí en el contenedor de basura?
Ahora delante de mí, está una hermosa y radiante mujer de cabello negro y ojos verdes, rostro perfilado y labios provocadores. Contiene una figura esbelta, aunque es más baja que yo, sus atributos naturales resaltan. Luce limpia, su cabello negro y liso está peinado, sus mejillas limpias y rozagantes, es delgada, pero la verdad es preciosa. Usa un fino y fresco vestido que llega a sus rodillas, con estampado floreado qué combina con su piel blanca. Le queda perfectamente bien y acorde a su cuerpo voluptuoso.
La mujer más hermosa que he visto en mucho tiempo.
Lo admito.
Toda mi ira desaparece y un sosiego se apodera de mi cuerpo entero. El brillo de su impecable belleza lo ha ocasionado. Pero, eso no me va a detener. Ella vio todo.
Carraspeo mirándola y acomodando mi postura. Enseguida me acerco hacia ella y la sujeto de la mano. Tratando de ignorar la calidez de su piel y el choque eléctrico que ha ocasionado en mí.
—¡Señor, por favor, no me haga daño! —grita ya desbordando lágrimas por los ojos.
—¡Camina! —le ordeno con voz brusca.
Pero se resiste y empieza a golpearme en los hombros y espalda con los puños cerrados.
—¡Detente! —exclamo deteniendo mi paso de inmediato y clavando los ojos sobre los de ella.
—¡Usted me está lastimando! —me grita entre dientes y con rabia—. ¿Así trata a las mujeres?
—Si te dijo que camines por ti sola, te vas a escapar. No soy tan imbécil —comento con molestia.
Esnifa por la nariz y tragar grueso.
—Yo no le hecho nada para que me trate así —espeta—. Pero claro… ¿Qué puedo esperar de alguien que asesinó a una persona?
La jalo de la mano con brusquedad hasta acercarla hasta mí, ahora quedando cerca de su rostro y mirándola más de cerca a sus ojos verdes.
Mio Dio, huele demasiado bien. Esta mujer è bellissima
—Deberías cerrar la boca —replico observándola.
Solloza tristemente.
—Por favor no me haga daño —súplica con nostalgia—. Ni siquiera me ha preguntado quién soy y que estaba haciendo allí —comenta.
—No quiero saber nada de ti —refiero y la suelto de la mano—. Ahora grita y patalea todo lo que quieras —advierto.
Frunce las cejas.
—¡¿Qué?!, ¡¿por qué?! —refiere confundida.
Enseguida la agarro de las caderas y la levanto para cargarla sobre mi hombro. No duda y comienza a gritar con fuerza, al mismo tiempo que patalea y con los puños golpea mi espalda.
—-¡Usted es una bestia! —grita, golpeando mi espalda—. ¡Un hombre malvado! ¡Ayuda!
La ignoro y salgo de la habitación, para luego cruzar el pasillo y bajar las escaleras. Me dirijo al sótano, cuando llego abro la puerta y bajo las cortas escaleras.
—Te quedas aquí —la bajo de mi hombro y la lanzo en el único sofá que hay allí.
Llorando me observa.
—¿Acabará conmigo? —inquiere con voz suave y asustada—. ¿Cómo lo hizo con ese hombre? —las lágrimas no dudan en bajar por sus mejillas—. Apuesto a que sí.
La señaló con el dedo índice.
—Aprovecha tus horas de vida. Esta noche vendré por ti —le aseguro.
FabianoVuelvo a subir las cortas escaleras, cierro la puerta y salgo de allí. Mi mañana iba muy bien hasta que sucedió esto. Mi tía jamás se había metido en mis asuntos y ella sabe que no debe hacerlo, sin embargo, en esta ocasión lo ignoró y metió a esa mujer a la villa. Una chica que no conozco, ni siquiera sé su nombre y de donde viene, pero que observó todo lo que le hicimos a Leonardo esa noche. No me gusta dejar testigos y ella fue la única que miró todo lo que ocurrió esa noche. Debe morir si o sí. Cuando entro nuevamente a la cocina veo que Dante y Elisa están sentados todavía desayunando mientras conversan. Sin mirarlos tomo asiento y decido saborear mi expreso por primera vez esta mañana. —¿Terminaste con ella? —pregunta Elisa observándome con mucha curiosidad. No le hago caso y solo me tomo un tiempo para recordar nuevamente el hermoso rostro y el exquisito olor de la mujer que acabo de encerrar en el sótano. Me dejó sin palabras. Siempre estoy rodeado de mujeres, pe
PerlaEstoy encerrada en este lugar, en donde ni siquiera hay una ventana. Todo está prácticamente vacío, lo único que hay es el sofá en donde estoy sentada y una bombilla que genera poca iluminación en todo el lugar.De camino cuando ese hombre me trajo, logré ver que me encerró en un sótano, es la razón de que el ambiente se sienta frío. Sin embargo, no sé en dónde estoy. Sé que estoy en una inmensa casa, pero no sé en qué ciudad o región, pero sé que no estoy en Seattle. Anoche me durmieron y no supe nada más de mí, hasta que desperté está mañana. Cuando abrí los ojos estaba aquí, tirada en el sofá con hedor a basura en todo mi cuerpo. Fue gracias a esa señora que logré comer algo y llené mi estómago, me permitió una ducha y me dio ropa limpia para vestir. Pero, me aterra el pensar que ese hombre en cualquier momento entre por la puerta y me asesine. No es justo todo lo que me está pasando. Un hombre intenta tocarme, mi madre me corre de la casa y después me agarran unos criminales
PerlaCon la vista al frente, el hombre pasa por mi lado.—Acompáñeme, señorita Lee —indica caminando en dirección al escritorio.Lo único que hago es seguirlo, al mismo tiempo que observo todo lo que hay a mi alrededor. Mirando el elegante lugar. El hombre rodea el escritorio y toma asiento en su cómoda sillón de cuero fino y acolchado de color caoba. —Por favor, siéntese —señala una de las sillas vacías, que está ubicada frente a él. Hago lo que me dice. Decido tomar asiento frente al escritorio y lo miro. —Muy bien —agarra el teléfono y lo mira—. Su madre se llama Emilia Lee —empieza a decir—. No trabaja y es una mujer con graves problemas de adicción hacia al alcohol, usted no tiene padre, pero si tiene un padrastro —rueda sus ojos grises hacia mí—. ¿Su padre la abandonó? Porque en sus documentos no posee reconocimiento de un hombre como padre, solo aparece el nombre de su madre. ¿Cómo sabe todo eso? La verdad me ha sorprendido con tanta información personal que tiene sobre mi
PerlaCon una caminata imponente se acerca y posa sus ojos sobre mí, se detiene al lado del señor Greco y se inclina para darle un beso en la mejilla y mirarlo a los ojos así como él, ya lo hace con ella. —Ciao, amore mio —lo saluda con una sonrisa dulce, se incorpora y sus ojos se posan en mí—. ¿Y quién es ella? —sus ojos azules me retallan con indiferencia, como si fuera un pequeño bicho en el piso, delante de ella—. Es la primera vez que la veo aquí.—Ella ya se va —dice el señor Greco mirándome con rigidez.Me levanto de la silla con suavidad. —Gracias por todo, señor Greco —refiero con amabilidad.Él afirma y se levanta de la silla, agarra a la mujer de la cintura para luego depositar un beso en su mejilla. —Ya regreso, Fiorella —le dice con voz grave y manteniendo el rostro inexpresivo. Ella le sonríe. —Sí, cariño —toma asiento en el sillón donde él estaba sentado—. Te espero aquí —se cruza de piernas y me mira con asco—. Adiós —mueve los dedos en mi dirección y me sonríe c
FabianoCuando regreso a la oficina, veo a Fiorella sentada en mi sillón con las piernas cruzadas y mirándome fijamente mientras mantiene una expresión de pocos amigos. —¿Tu padre llegó contigo? —me detengo al lado de ella.La veo levantarse de mi sillón y acercarse a mí.—No, viene dentro de un rato —anuncia, agarra mis mejillas y se inclina para darme un beso en los labios—. ¿Quién era esa?, ¿y qué hacía en tu oficina?Me alejo de ella y me siento en el sillón.—Fue una chica que encontré anoche —refiero mirándola.Fiorella rodea el escritorio y se sienta en una de las sillas frente a mí.—¿Qué encontraste anoche? —levanta una ceja—. Y más o menos, ¿qué hacías cómo para encontrarla así de la nada? —Estaba en un basurero —comento abriendo la portátil. —¿En un basurero? —se echa a reír soltando una fuerte carcajada—. Con razón, ¿pero cómo fue que llegó aquí? Subo la mirada hacia ella, mirándola con determinación. —Es un asunto complejo del que no quiero hablar, Fiorella —coloco l
FabianoPor la puerta entra Leo, con su típico cabello liso y sus cuencas azules claras, sobre mí. Esta mañana lleva un vestido ceñido de color azul cielo y mantiene su típica expresión amable. Carlos y Enzo se mantienen en silencio, mientras en el despacho se escucha el tono de sus tacones al acercarse a mí. Se detiene al lado de Enzo y de Carlos, luego los mira y les obsequia su típica sonrisa afectuosa.—Buenos días, señor Vitale —mira a Carlos, con una suave sonrisa.—Buenos días, señorita Pucci —la saluda Carlos con respeto. Esta vez Leonor desvía sus ojos hasta Enzo. —Buenos días, señor Génova. Enzo voltea a mirarla con una expresión inexpresiva. —Buenos días, señorita Pucci.Leonor me mira. —¿Qué necesitaba de mí, señor Greco? —abrazando su tablet, me mira atenta.—Necesito que agregues a la nómina una nueva empleada —le notifico—. Te pasaré los datos por correo, ella va a empezar el día de hoy. Leonor asiente una sola vez. —Sí, señor. ¿Algo más? —¿Te quedarás para el
PerlaHoras antes.Salgo acompañada de la habitación de despensa junto con Elisa, nos encaminamos por un camino de asfalto. Volteo a mirar hacia atrás para mirar la edificación de la villa. Es gigante, de tres pisos, con paredes blancas y ventanas grandes con vidrios que parecen espejos. La verdad es solo una parte trasera de casa. Admirada, vuelvo a mirar al frente y veo otra casa de dos pisos que se eleva entre tres altos árboles de cipreses y un hermoso jardín pequeño. La casa es del mismo modelo que la villa, pero esta es más pequeña. Comparada a la casa rodante donde vivía con mi madre, es una mansión.Nos cruzamos con varios hombres trabajando en los jardines y todos me observan llenos de curiosidad, sin embargo, noto, que hay varios hombres con trajes elegantes qué ni siquiera me miran y mantienen rostro inexpresivo, pero por su vestimenta me supongo que son la seguridad de la casa.Para ser más directa, la seguridad peligrosa de la villa, ¿cómo escaparme con esos postes allí vi
PerlaA la cocina llega el aroma del perfume caro y la presencia de Fiorella. Con una sonrisa se acerca a nosotras, con su imponente manera de caminar. —¡Oh, bambina! —me mira de pies a cabeza—. Estás aquí —esta vez, mira a Elisa—. ¿Cómo estás, Elisa? —le sonríe, para luego acomodarse el cabello con elegancia. —Estoy muy bien, Fiorella —saluda Elisa—. ¿Cómo estás tú?Fiorella le sonríe con amabilidad.—Estupendo, Elisa. Venía a ver a la nueva —enfoca sus ojos sobre mí.—Se llama Perla, Fiorella —presenta Elisa, con una sonrisa amable. Fiorella con una sonrisa forzada me observa.—Sí…—Perla —dice Elisa.Enseguida la miro. —La escucho señora, Elisa —respondo, atenta. —Pronto vendrán las mujeres a preparar el almuerzo para los hombres —informa—. Mientras tanto puedes ir regando las plantas qué están en los balcones de la casa, esta mañana no sé a regado.Afirmo.—Sí, señora Elisa.—La regadera está a fuera —mira a Fiorella—. Cariño, me gustaría quedarme, pero como sabrás hoy inicia