Perla
Estoy encerrada en este lugar, en donde ni siquiera hay una ventana. Todo está prácticamente vacío, lo único que hay es el sofá en donde estoy sentada y una bombilla que genera poca iluminación en todo el lugar.
De camino cuando ese hombre me trajo, logré ver que me encerró en un sótano, es la razón de que el ambiente se sienta frío. Sin embargo, no sé en dónde estoy. Sé que estoy en una inmensa casa, pero no sé en qué ciudad o región, pero sé que no estoy en Seattle.
Anoche me durmieron y no supe nada más de mí, hasta que desperté está mañana. Cuando abrí los ojos estaba aquí, tirada en el sofá con hedor a basura en todo mi cuerpo. Fue gracias a esa señora que logré comer algo y llené mi estómago, me permitió una ducha y me dio ropa limpia para vestir. Pero, me aterra el pensar que ese hombre en cualquier momento entre por la puerta y me asesine. No es justo todo lo que me está pasando. Un hombre intenta tocarme, mi madre me corre de la casa y después me agarran unos criminales solo por estar en el lugar equivocado.
Le he pedido a ese señor que me perdone la vida, pero, al parecer ya no hay vuelta atrás, él está decidido en matarme.
Ya han pasado muchas horas, que la verdad se han vuelto eternas, ni siquiera sé si ya es de noche, pero me imagino que lo sabré cuando ese hombre abra la puerta para venir a terminar con mi existencia.
Cuando escucho un manojo de llaves, un escalofrío recorre mi cuerpo completo y un nudo se posa en mi garganta. Asustada me acomodo en el sofá y me abrazo a mí misma, esperando saber quién es. Unos pasos fuertes se escuchan bajar las escaleras. Cuando dirijo la mirada hacia allí, veo unos elegantes zapatos negros. Al mirar mejor, presencio el traje marrón qué lleva puesto, el mismo hombre qué me encerró aquí. Sus ojos grises me detallan con cautela y se detiene frente a mí.
—Te llamas perla, ¿no? —se cruza de brazos, mirándome indiferente.
Me incorporó en el sofá y me pongo de pie frente a él.
¿Por qué un hombre tan bonito, puede llegar a ser tan malvado?
—Sí, señor —respondo con voz clara—. Ese es mi nombre.
Sin expresión alguna en el rostro, asiente una sola vez.
—Muy bien, Perla —baja los brazos y empieza a caminar de un lado a otro, con aire pensativo—. ¿Dime las razones por las cuales mereces vivir? —se detiene y me mira con atención.
Pestañeo con velocidad, en busca de una buena respuesta.
—Porque soy una mujer buena y quiero salir adelante. Porque me gustaría ser mejor que mi madre y... —me interrumpe cortando la emotiva respuesta que le estoy dando.
El asunto es tocar una fibra de su corazón malvado y que me deje libre.
—Bonito discurso, señorita Perla —dice con burla en la voz—. Pero, siendo mejor que otros no logrará nada.
—No sabe mis razones —mi voz es tajante—. Pidió una respuesta, señor. Se la estoy entregando.
Da otro paso hacia mí.
—Lo estoy pidiendo para tener más tiempo en pensar lo que en estos momentos haré con usted, señorita Perla. Para no arrepentirme —sus ojos grises me estudian—. ¿Qué sabe hacer?, ¿ha trabajado alguna vez?
Abro los ojos y trago rápido.
—¿Me dará trabajo?
Su rostro se endurece.
—Responda la pregunta.
Mirándolo fijamente a los ojos, me agarro las manos.
—Sé hacer muchas cosas, señor. La verdad he tenido una variedad de trabajo que ni se imagina —respondo—. Lavar platos, pisos, regar flores, cuidar niños y ancianos, también he estado en áreas de atención al cliente, una vez le hice la suplencia a mi jefe en su bar, fui la encargada por una semana y… —mirándome sorprendido levanta el dedo índice, indicando qué haga silencio.
—¿Qué edad tienes? —frunce el ceño.
—20 años, señor.
Pestañea, con el ceño fruncido. Con cierto asombro en la voz.
—¿Y por qué has tenido tantos trabajos?
—Tuve que encargarme de mi familia, señor —confieso observándolo—. Trabajo desde los 8 años.
Por unos largos segundos se queda mirándome.
—Muy bien —se acerca a mí, pero retrocedo con miedo y caigo sentada en el sofá—. ¿Qué? —frunce el ceño.
Tomo impulso y así como me caigo, me levanto.
—Lo siento, señor. Es que usted… —decido no seguir hablando. No sería bueno decirle que da miedo—. Olvídelo, ¿qué más quiere saber de mí?
Me observa con recelo.
—Escuche bien, señorita Perla.
—Lee —intervengo.
Junta las cejas.
—¿Disculpe? —se sujeta las caderas.
—Mi apellido es Lee, señor —expreso jugando con las manos mientras lo miro con atención—. Pero puede decirme Perla, si lo desea.
—Bien, señorita Lee —dice—. Quiero que preste atención —realiza una pausa—. Necesito que me acompañe, quiero hablar con usted. No quiero que intente escapar o atacarme, porque créame que realmente no saldrá viva de esta villa, ¿entendido?
¿Necesita que lo acompañe? Por lo menos no ha hablado con tono de orden.
—¿Para dónde me va a llevar? —pregunto asustada, con mucha curiosidad.
—¿Va a acotar mi orden?, y, ¿le he dicho que puede hacer preguntas? —frunce el ceño—. Desde ahora le digo que no quiero protestas. No está en su derecho y yo siendo usted, me quedaría callada, siendo obediente.
Agito la cabeza.
—Lo lamento, señor. Yo lo entiendo —respondo con voz firme—. Le aseguro que lo seguiré en silencio.
Me mira y asiente una sola vez. Luego levanta el brazo señalando la puerta.
—Camine —ordena.
Lo miro una última vez y luego dirijo la mirada hasta las cortas escaleras, para después, sin esperar más, empezar a caminar. Escucho a ese hombre caminar detrás de mí, con sigilo. Me encargo de subir las escaleras y salir, para esperarlo al lado de la puerta.
—Siga a mi lado —ordena sin mirarme y cierra la puerta—. Y sin hacer ninguna estupidez.
—Sí, señor.
Empieza a caminar por un pasillo iluminado de piso de mármol y paredes blancas, que contienen pinturas coloridas, además de tener algunos adornos lujosos. Mientras camino al lado de él siguiendo su paso, cruzamos a otro pasillo y luego nos detenemos frente a una puerta doble blanca y de madera, que contiene tallados preciosos adornos florales en color dorado.
Parece más un palacio qué una casa. Lo más cercano que llegué a ver este tipo de casa, antes de estar aquí, fue en la TV. Este lugar es realmente precioso, y eso que no he conocido la casa completa.
¿Qué querrá este hombre conmigo? ¿Me irá a perdonar?
Él abre una de las puertas y miro al interior. Ahora visualizo un lugar grande, con piso de mármol blanco, las paredes son estantes de madera color caoba en donde hay muchos libros, un juego de sala con sofás largos en color rojo. Hay un escritorio grande de color caoba y un minibar, además de las altas y amplias ventanas con cortinas rojas. Simplemente, espectacular.
—¿Va a entrar o se quedará allí de pie? —dice a mi lado.
Volteo a mirarlo.
—¡Oh! —salgo de mi trance y parpadeo—. Lo lamento.
Con un solo paso me adentro a la habitación y luego escucho como él entra detrás de mí y cierra la puerta, ahora quedamos nosotros dos solos en esta gigante habitación.
Otro escalofrío me recorre, ¿y cómo no? Si ese hombre me quiere asesinar.
PerlaCon la vista al frente, el hombre pasa por mi lado.—Acompáñeme, señorita Lee —indica caminando en dirección al escritorio.Lo único que hago es seguirlo, al mismo tiempo que observo todo lo que hay a mi alrededor. Mirando el elegante lugar. El hombre rodea el escritorio y toma asiento en su cómoda sillón de cuero fino y acolchado de color caoba. —Por favor, siéntese —señala una de las sillas vacías, que está ubicada frente a él. Hago lo que me dice. Decido tomar asiento frente al escritorio y lo miro. —Muy bien —agarra el teléfono y lo mira—. Su madre se llama Emilia Lee —empieza a decir—. No trabaja y es una mujer con graves problemas de adicción hacia al alcohol, usted no tiene padre, pero si tiene un padrastro —rueda sus ojos grises hacia mí—. ¿Su padre la abandonó? Porque en sus documentos no posee reconocimiento de un hombre como padre, solo aparece el nombre de su madre. ¿Cómo sabe todo eso? La verdad me ha sorprendido con tanta información personal que tiene sobre mi
PerlaCon una caminata imponente se acerca y posa sus ojos sobre mí, se detiene al lado del señor Greco y se inclina para darle un beso en la mejilla y mirarlo a los ojos así como él, ya lo hace con ella. —Ciao, amore mio —lo saluda con una sonrisa dulce, se incorpora y sus ojos se posan en mí—. ¿Y quién es ella? —sus ojos azules me retallan con indiferencia, como si fuera un pequeño bicho en el piso, delante de ella—. Es la primera vez que la veo aquí.—Ella ya se va —dice el señor Greco mirándome con rigidez.Me levanto de la silla con suavidad. —Gracias por todo, señor Greco —refiero con amabilidad.Él afirma y se levanta de la silla, agarra a la mujer de la cintura para luego depositar un beso en su mejilla. —Ya regreso, Fiorella —le dice con voz grave y manteniendo el rostro inexpresivo. Ella le sonríe. —Sí, cariño —toma asiento en el sillón donde él estaba sentado—. Te espero aquí —se cruza de piernas y me mira con asco—. Adiós —mueve los dedos en mi dirección y me sonríe c
FabianoCuando regreso a la oficina, veo a Fiorella sentada en mi sillón con las piernas cruzadas y mirándome fijamente mientras mantiene una expresión de pocos amigos. —¿Tu padre llegó contigo? —me detengo al lado de ella.La veo levantarse de mi sillón y acercarse a mí.—No, viene dentro de un rato —anuncia, agarra mis mejillas y se inclina para darme un beso en los labios—. ¿Quién era esa?, ¿y qué hacía en tu oficina?Me alejo de ella y me siento en el sillón.—Fue una chica que encontré anoche —refiero mirándola.Fiorella rodea el escritorio y se sienta en una de las sillas frente a mí.—¿Qué encontraste anoche? —levanta una ceja—. Y más o menos, ¿qué hacías cómo para encontrarla así de la nada? —Estaba en un basurero —comento abriendo la portátil. —¿En un basurero? —se echa a reír soltando una fuerte carcajada—. Con razón, ¿pero cómo fue que llegó aquí? Subo la mirada hacia ella, mirándola con determinación. —Es un asunto complejo del que no quiero hablar, Fiorella —coloco l
FabianoPor la puerta entra Leo, con su típico cabello liso y sus cuencas azules claras, sobre mí. Esta mañana lleva un vestido ceñido de color azul cielo y mantiene su típica expresión amable. Carlos y Enzo se mantienen en silencio, mientras en el despacho se escucha el tono de sus tacones al acercarse a mí. Se detiene al lado de Enzo y de Carlos, luego los mira y les obsequia su típica sonrisa afectuosa.—Buenos días, señor Vitale —mira a Carlos, con una suave sonrisa.—Buenos días, señorita Pucci —la saluda Carlos con respeto. Esta vez Leonor desvía sus ojos hasta Enzo. —Buenos días, señor Génova. Enzo voltea a mirarla con una expresión inexpresiva. —Buenos días, señorita Pucci.Leonor me mira. —¿Qué necesitaba de mí, señor Greco? —abrazando su tablet, me mira atenta.—Necesito que agregues a la nómina una nueva empleada —le notifico—. Te pasaré los datos por correo, ella va a empezar el día de hoy. Leonor asiente una sola vez. —Sí, señor. ¿Algo más? —¿Te quedarás para el
PerlaHoras antes.Salgo acompañada de la habitación de despensa junto con Elisa, nos encaminamos por un camino de asfalto. Volteo a mirar hacia atrás para mirar la edificación de la villa. Es gigante, de tres pisos, con paredes blancas y ventanas grandes con vidrios que parecen espejos. La verdad es solo una parte trasera de casa. Admirada, vuelvo a mirar al frente y veo otra casa de dos pisos que se eleva entre tres altos árboles de cipreses y un hermoso jardín pequeño. La casa es del mismo modelo que la villa, pero esta es más pequeña. Comparada a la casa rodante donde vivía con mi madre, es una mansión.Nos cruzamos con varios hombres trabajando en los jardines y todos me observan llenos de curiosidad, sin embargo, noto, que hay varios hombres con trajes elegantes qué ni siquiera me miran y mantienen rostro inexpresivo, pero por su vestimenta me supongo que son la seguridad de la casa.Para ser más directa, la seguridad peligrosa de la villa, ¿cómo escaparme con esos postes allí vi
PerlaA la cocina llega el aroma del perfume caro y la presencia de Fiorella. Con una sonrisa se acerca a nosotras, con su imponente manera de caminar. —¡Oh, bambina! —me mira de pies a cabeza—. Estás aquí —esta vez, mira a Elisa—. ¿Cómo estás, Elisa? —le sonríe, para luego acomodarse el cabello con elegancia. —Estoy muy bien, Fiorella —saluda Elisa—. ¿Cómo estás tú?Fiorella le sonríe con amabilidad.—Estupendo, Elisa. Venía a ver a la nueva —enfoca sus ojos sobre mí.—Se llama Perla, Fiorella —presenta Elisa, con una sonrisa amable. Fiorella con una sonrisa forzada me observa.—Sí…—Perla —dice Elisa.Enseguida la miro. —La escucho señora, Elisa —respondo, atenta. —Pronto vendrán las mujeres a preparar el almuerzo para los hombres —informa—. Mientras tanto puedes ir regando las plantas qué están en los balcones de la casa, esta mañana no sé a regado.Afirmo.—Sí, señora Elisa.—La regadera está a fuera —mira a Fiorella—. Cariño, me gustaría quedarme, pero como sabrás hoy inicia
PerlaCon cuidado me levanto completamente mojada y con hojas verdes pegadas a mi cabello y cuerpo, miro en dirección al perro, quien desde afuera de la fuente, sigue ladrando.—¡¿Estás bien?! —pregunta una mujer pelirroja que me mira y sostiene en sus manos una correa de cuero, para perros.Empiezo a exprimir los bordes de mi vestido mojado.—Dentro de lo que cabe, sí —digo mirándola.—¡Oh, vaya! Tu rodilla está sangrando —mira en esa dirección, luego mira al perro—. ¡Batman, quieto! —la mujer lo reprende—. ¿Quién te sacó de casa? No dudo en mirar mi rodilla y en efecto, me la he lastimado, aunque no duele.—Creo que hay piedras dentro de la fuente —comento mirando mi rodilla.—Ya puedes salir —dice la mujer, quien ya ha asegurado al perro con la correa—. No es un perro agresivo, creo que pensó que querías jugar con él, además tampoco te conoce —sonríe con vergüenza—. Lo siento mucho. Destilando agua por mi vestido y las puntas de mi cabello, salgo de la fuente y miro al perro, qui
FabianoLa noche ya había caído. Mientras me acomodo la corbata azul oscuro que hace combinación con mi traje de tres piezas de color gris, no puedo sacarme de la cabeza el rostro de la mujer que conseguí en Seattle, no tuve tiempo de hablar con Leonor y preguntarle, ya que estaba en la sala de juegos con mis invitados, además no estuvo en el almuerzo y solo me respondió el mensaje con un: “Ella está bien, señor” Sin embargo, eso no me mantiene tranquilo, así que he decidido ir a la otra casa para averiguar como está. Al terminar de colocar el reloj negro de aguja en la muñeca, me echo perfume y después de volverlo a colocar en la repisa, agarro el teléfono y salgo de la habitación. Después de bajar las escaleras, me dirijo a la cocina y salgo por la puerta que da a la piscina trasera, para después encaminarme vía a la casa donde viven los obreros. «Los obreros» Estaba tan metido en mi postura y asuntos, qué no presté atención a lo que estaba haciendo con ella. Así que ahora compre