04 - ¿Qué quieres de mí?

Perla

Estoy encerrada en este lugar, en donde ni siquiera hay una ventana. Todo está prácticamente vacío, lo único que hay es el sofá en donde estoy sentada y una bombilla que genera poca iluminación en todo el lugar.

De camino cuando ese hombre me trajo, logré ver que me encerró en un sótano, es la razón de que el ambiente se sienta frío. Sin embargo, no sé en dónde estoy. Sé que estoy en una inmensa casa, pero no sé en qué ciudad o región, pero sé que no estoy en Seattle. 

Anoche me durmieron y no supe nada más de mí, hasta que desperté está mañana. Cuando abrí los ojos estaba aquí, tirada en el sofá con hedor a basura en todo mi cuerpo. Fue gracias a esa señora que logré comer algo y llené mi estómago, me permitió una ducha y me dio ropa limpia para vestir. Pero, me aterra el pensar que ese hombre en cualquier momento entre por la puerta y me asesine. No es justo todo lo que me está pasando. Un hombre intenta tocarme, mi madre me corre de la casa y después me agarran unos criminales solo por estar en el lugar equivocado.

Le he pedido a ese señor que me perdone la vida, pero, al parecer ya no hay vuelta atrás, él está decidido en matarme.

Ya han pasado muchas horas, que la verdad se han vuelto eternas, ni siquiera sé si ya es de noche, pero me imagino que lo sabré cuando ese hombre abra la puerta para venir a terminar con mi existencia.

Cuando escucho un manojo de llaves, un escalofrío recorre mi cuerpo completo y un nudo se posa en mi garganta. Asustada me acomodo en el sofá y me abrazo a misma, esperando saber quién es. Unos pasos fuertes se escuchan bajar las escaleras. Cuando dirijo la mirada hacia allí, veo unos elegantes zapatos negros. Al mirar mejor, presencio el traje marrón qué lleva puesto, el mismo hombre qué me encerró aquí. Sus ojos grises me detallan con cautela y se detiene frente a .

—Te llamas perla, ¿no? —se cruza de brazos, mirándome indiferente.

Me incorporó en el sofá y me pongo de pie frente a él.

¿Por qué un hombre tan bonito, puede llegar a ser tan malvado?

, señor —respondo con voz clara—. Ese es mi nombre. 

Sin expresión alguna en el rostro, asiente una sola vez.

—Muy bien, Perla —baja los brazos y empieza a caminar de un lado a otro, con aire pensativo—. ¿Dime las razones por las cuales mereces vivir? —se detiene y me mira con atención.

Pestañeo con velocidad, en busca de una buena respuesta.

Porque soy una mujer buena y quiero salir adelante. Porque me gustaría ser mejor que mi madre y... —me interrumpe cortando la emotiva respuesta que le estoy dando.

El asunto es tocar una fibra de su corazón malvado y que me deje libre.

—Bonito discurso, señorita Perla —dice con burla en la voz—. Pero, siendo mejor que otros no logrará nada. 

—No sabe mis razones —mi voz es tajante—. Pidió una respuesta, señor. Se la estoy entregando.

Da otro paso hacia mí.

—Lo estoy pidiendo para tener más tiempo en pensar lo que en estos momentos haré con usted, señorita Perla. Para no arrepentirme —sus ojos grises me estudian—. ¿Qué sabe hacer?, ¿ha trabajado alguna vez? 

Abro los ojos y trago rápido.

—¿Me dará trabajo?

Su rostro se endurece.

—Responda la pregunta.

Mirándolo fijamente a los ojos, me agarro las manos.

—Sé hacer muchas cosas, señor. La verdad he tenido una variedad de trabajo que ni se imagina —respondo—. Lavar platos, pisos, regar flores, cuidar niños y ancianos, también he estado en áreas de atención al cliente, una vez le hice la suplencia a mi jefe en su bar, fui la encargada por una semana y —mirándome sorprendido levanta el dedo índice, indicando qué haga silencio.

—¿Qué edad tienes? —frunce el ceño.

—20 años, señor.

Pestañea, con el ceño fruncido. Con cierto asombro en la voz.

—¿Y por qué has tenido tantos trabajos?

—Tuve que encargarme de mi familia, señor —confieso observándolo—. Trabajo desde los 8 años.

Por unos largos segundos se queda mirándome. 

—Muy bien —se acerca a mí, pero retrocedo con miedo y caigo sentada en el sofá—. ¿Qué? —frunce el ceño. 

Tomo impulso y así como me caigo, me levanto.

—Lo siento, señor. Es que usted —decido no seguir hablando. No sería bueno decirle que da miedo—. Olvídelo, ¿qué más quiere saber de mí? 

Me observa con recelo. 

—Escuche bien, señorita Perla. 

—Lee —intervengo.

Junta las cejas. 

—¿Disculpe? —se sujeta las caderas. 

—Mi apellido es Lee, señor —expreso jugando con las manos mientras lo miro con atención—. Pero puede decirme Perla, si lo desea.

—Bien, señorita Lee —dice—. Quiero que preste atención —realiza una pausa—. Necesito que me acompañe, quiero hablar con usted. No quiero que intente escapar o atacarme, porque créame que realmente no saldrá viva de esta villa, ¿entendido?

¿Necesita que lo acompañe? Por lo menos no ha hablado con tono de orden. 

—¿Para dónde me va a llevar? —pregunto asustada, con mucha curiosidad. 

—¿Va a acotar mi orden?, y, ¿le he dicho que puede hacer preguntas? —frunce el ceño—. Desde ahora le digo que no quiero protestas. No está en su derecho y yo siendo usted, me quedaría callada, siendo obediente. 

Agito la cabeza. 

—Lo lamento, señor. Yo lo entiendo —respondo con voz firme—. Le aseguro que lo seguiré en silencio. 

Me mira y asiente una sola vez. Luego levanta el brazo señalando la puerta. 

—Camine —ordena. 

Lo miro una última vez y luego dirijo la mirada hasta las cortas escaleras, para después, sin esperar más, empezar a caminar. Escucho a ese hombre caminar detrás de mí, con sigilo. Me encargo de subir las escaleras y salir, para esperarlo al lado de la puerta. 

—Siga a mi lado —ordena sin mirarme y cierra la puerta—. Y sin hacer ninguna estupidez.

, señor. 

Empieza a caminar por un pasillo iluminado de piso de mármol y paredes blancas, que contienen pinturas coloridas, además de tener algunos adornos lujosos. Mientras camino al lado de él siguiendo su paso, cruzamos a otro pasillo y luego nos detenemos frente a una puerta doble blanca y de madera, que contiene tallados preciosos adornos florales en color dorado.

Parece más un palacio qué una casa. Lo más cercano que llegué a ver este tipo de casa, antes de estar aquí, fue en la TV. Este lugar es realmente precioso, y eso que no he conocido la casa completa. 

¿Qué querrá este hombre conmigo? ¿Me irá a perdonar?

Él abre una de las puertas y miro al interior. Ahora visualizo un lugar grande, con piso de mármol blanco, las paredes son estantes de madera color caoba en donde hay muchos libros, un juego de sala con sofás largos en color rojo. Hay un escritorio grande de color caoba y un minibar, además de las altas y amplias ventanas con cortinas rojas. Simplemente, espectacular. 

—¿Va a entrar o se quedará allí de pie? —dice a mi lado. 

Volteo a mirarlo. 

—¡Oh! —salgo de mi trance y parpadeo—. Lo lamento. 

Con un solo paso me adentro a la habitación y luego escucho como él entra detrás de mí y cierra la puerta, ahora quedamos nosotros dos solos en esta gigante habitación. 

Otro escalofrío me recorre, ¿y cómo no? Si ese hombre me quiere asesinar. 

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