03- Déjala vivir

Fabiano

Vuelvo a subir las cortas escaleras, cierro la puerta y salgo de allí. 

Mi mañana iba muy bien hasta que sucedió esto. Mi tía jamás se había metido en mis asuntos y ella sabe que no debe hacerlo, sin embargo, en esta ocasión lo ignoró y metió a esa mujer a la villa. 

Una chica que no conozco, ni siquiera sé su nombre y de donde viene, pero que observó todo lo que le hicimos a Leonardo esa noche. No me gusta dejar testigos y ella fue la única que miró todo lo que ocurrió esa noche. 

Debe morir si o sí. 

Cuando entro nuevamente a la cocina veo que Dante y Elisa están sentados todavía desayunando mientras conversan. Sin mirarlos tomo asiento y decido saborear mi expreso por primera vez esta mañana. 

—¿Terminaste con ella? —pregunta Elisa observándome con mucha curiosidad. 

No le hago caso y solo me tomo un tiempo para recordar nuevamente el hermoso rostro y el exquisito olor de la mujer que acabo de encerrar en el sótano. Me dejó sin palabras. 

Siempre estoy rodeado de mujeres, pero esa extraña me ha dejado perplejo. De todas maneras tiene que desaparecer. 

—Creo que algo lo distrajo —contesta Dante con voz divertida—. Quizás unos ojos verdes —logro escuchar su risa baja. 

Le dedico una mirada gélida a Dante. 

—Cierra la boca, fliglio di puttana —replicó con voz molesta.

Mi primo continúa sonriendo. 

—No es fea —refiere—. Al contrario, es impresionante y joven. 

Levanto la mirada hacia mi primo. 

—¿Ya la viste? —alzo las cejas—. Puedo ver que no pierdes el tiempo, primito.

—Por supuesto, no me iba a perder la oportunidad. Los hombres comenzaron a esparcir el rumor de que es preciosa. Entonces la tía la trajo a la villa y fui a inspeccionar… —agarra la taza de expreso y bebe un corto trago, después vuelve a colocar la taza sobre la mesa—. È bellísima —dice con una sonrisa.

Sí, de eso no hay dudas. Ya lo pude notar. 

—Sigo soltero —refiere Dante—. La vi y me dieron ganas de casarme, ¿qué dices tía?

Mi tía le sonríe. 

—Te apoyo, mio figlio —expresa agarrando un pan de entre la taza qué hay cerca de ella—. Sus hijos saldrán preciosos. Así como ella. 

Los miro a ambos y luego observo a Dante. 

—No te vas a casar con nadie —espeto con molestia. 

—Podemos hacer dos bodas en un día —propone mi primo—. Yo me caso con hermosa mujer que has encerrado en el sótano y tú con Fiorella, ¿qué le parece señor Greco? Doble celebración. 

Frunzo el ceño. 

—¡Por supuesto que no! —vocifero con voz severa—. Ya tomé mi decisión. 

Mi tía me mira. 

—Fabiano, no le quites la vida —vuelve a pedir Elisa. 

Levanto la mirada.

—Esta noche —aseguro, luego tomo un sorbo de mi bebida.

Elisa suelta los cubiertos y me mira fijamente.

—No lo hagas, Fabiano. No es una mala mujer —sugiere mi tía—. Hablé con ella. Se llama Perla. Perla Lee y esa noche su madre la sacó de su casa y la tiró a la calle. Se echó a llorar cuando le pregunté el porqué, no tenía paraguas y ni siquiera había comido. Hubieras visto como devoró la cena que le hice. Debemos ayudarla.

Entregamela —pide mi primo—. No tengo problema en hacerla mi esposa.  

Contradigo la mandíbula mirándolo fijamente. 

—¡No! 

—¿O estás interesado? —Dante levanta una ceja—. Si es así, dímelo. 

Le dedico una mirada severa. 

—Esta noche se termina todo—me levanto del asiento—. Por favor, lleven el desayuno a mi despacho.  Lo terminaré allí —suelto con disgusto y sin agregar algo más, me voy a mi despacho a trabajar.

Al llegar a la oficina, me detengo frente al ventanal. Todavía con la imagen de esa hermosa joven en la cabeza. Observo el gigante jardín de la entrada principal y guardo mis manos en los bolsillos de mi pantalón. 

¿Quién será? ¿Por qué andaba tan tarde por la noche en las calles de Seattle? ¿Qué hacía dentro de la basura? 

La verdad, si me gustaría saber todo de ella. 

En ese momento la puerta se abre y me giro de inmediato. Veo a mi tía ingresar tranquilamente y luego cerrar la puerta. 

—Elisa, sabes que no puedes entrar de esa manera a la oficina —le reclamo, para luego sentarme en el cómodo sillón de mi escritorio.

—Fabiano, querido mío —se acerca, luego se sienta en la silla vacía qué hay del otro lado del escritorio y delante de mí. 

Ruedo los ojos.

—Elisa, ya dije lo que tenía que decir —me cruzo de brazos—. La chica debe morir. 

—Pero escúchame, Fabiano —deja reposar las manos sobre su regazo—. Vengo a proponerte algo. Por favor, escúchame. 

Respiro profundo y lentamente liberó aire, tratando de tener paciencia. 

—Muy bien, habla.

—Aquí en la villa hay mucho por hacer —comienza a decir—. La joven puede ayudarme en la cocina, o en el establo con los cabellos, con el jardín e incluso si sabe más podría ser tu secretaria aquí o en alguna de las empresas. Estás necesitando una, ¿o no? También podría trabajar en alguno de los clubes como camarera o bailarina —hace una breve pausa—. Es cuestión de que hables con ella, la pruebes y luego de que lleve días trabajando, la entrevistas y decides qué trabajo darle. 

—Ella miró todo. No es de confiar, Elisa —le explico. 

—Yo creo que no va a decir nada. Dale una oportunidad, hijo mío —súplica—. Mañana puedes hablar con ella. 

La miro por varios segundos, luego me levanto del sillón para volver a posar la mirada en la ventana, volviendo mirar el verde y floreado jardín. 

—Puede ser de ayuda, piénsalo —escucho que se levanta de la silla—. Esta noche hablaré con ella. 

Me giro y miro a mi tía. 

—No —vuelvo a tomar asiento en el sillón, con la vista en ella—. Seré yo. 

—Júrame qué no le harás daño —me mira preocupada. 

Suavizo el rostro. 

—Tranquila, tía. Solo hablaré con ella —le aseguro. 

Elisa asiente. 

—Confiaré en ti —refiere por último y luego se gira para empezar a caminar en dirección a la puerta de la oficina. 

No dudo en agarrar el teléfono y escribir un mensaje para Dante. 

Buzón Dante. 

Yo: Quiero que averigües todo lo que tenga que ver con esa mujer. Deseo saber todo de ella. 

Yo: Quiero tener todo para esta noche.

Bloqueo el teléfono y lo dejo en el escritorio. 

¿Vamos a ver quién eres, Perla Lee? 

Quiero saber todo de ti.

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