Fabiano
Vuelvo a subir las cortas escaleras, cierro la puerta y salgo de allí.
Mi mañana iba muy bien hasta que sucedió esto. Mi tía jamás se había metido en mis asuntos y ella sabe que no debe hacerlo, sin embargo, en esta ocasión lo ignoró y metió a esa mujer a la villa.
Una chica que no conozco, ni siquiera sé su nombre y de donde viene, pero que observó todo lo que le hicimos a Leonardo esa noche. No me gusta dejar testigos y ella fue la única que miró todo lo que ocurrió esa noche.
Debe morir si o sí.
Cuando entro nuevamente a la cocina veo que Dante y Elisa están sentados todavía desayunando mientras conversan. Sin mirarlos tomo asiento y decido saborear mi expreso por primera vez esta mañana.
—¿Terminaste con ella? —pregunta Elisa observándome con mucha curiosidad.
No le hago caso y solo me tomo un tiempo para recordar nuevamente el hermoso rostro y el exquisito olor de la mujer que acabo de encerrar en el sótano. Me dejó sin palabras.
Siempre estoy rodeado de mujeres, pero esa extraña me ha dejado perplejo. De todas maneras tiene que desaparecer.
—Creo que algo lo distrajo —contesta Dante con voz divertida—. Quizás unos ojos verdes —logro escuchar su risa baja.
Le dedico una mirada gélida a Dante.
—Cierra la boca, fliglio di puttana —replicó con voz molesta.
Mi primo continúa sonriendo.
—No es fea —refiere—. Al contrario, es impresionante y joven.
Levanto la mirada hacia mi primo.
—¿Ya la viste? —alzo las cejas—. Puedo ver que no pierdes el tiempo, primito.
—Por supuesto, no me iba a perder la oportunidad. Los hombres comenzaron a esparcir el rumor de que es preciosa. Entonces la tía la trajo a la villa y fui a inspeccionar… —agarra la taza de expreso y bebe un corto trago, después vuelve a colocar la taza sobre la mesa—. È bellísima —dice con una sonrisa.
Sí, de eso no hay dudas. Ya lo pude notar.
—Sigo soltero —refiere Dante—. La vi y me dieron ganas de casarme, ¿qué dices tía?
Mi tía le sonríe.
—Te apoyo, mio figlio —expresa agarrando un pan de entre la taza qué hay cerca de ella—. Sus hijos saldrán preciosos. Así como ella.
Los miro a ambos y luego observo a Dante.
—No te vas a casar con nadie —espeto con molestia.
—Podemos hacer dos bodas en un día —propone mi primo—. Yo me caso con hermosa mujer que has encerrado en el sótano y tú con Fiorella, ¿qué le parece señor Greco? Doble celebración.
Frunzo el ceño.
—¡Por supuesto que no! —vocifero con voz severa—. Ya tomé mi decisión.
Mi tía me mira.
—Fabiano, no le quites la vida —vuelve a pedir Elisa.
Levanto la mirada.
—Esta noche —aseguro, luego tomo un sorbo de mi bebida.
Elisa suelta los cubiertos y me mira fijamente.
—No lo hagas, Fabiano. No es una mala mujer —sugiere mi tía—. Hablé con ella. Se llama Perla. Perla Lee y esa noche su madre la sacó de su casa y la tiró a la calle. Se echó a llorar cuando le pregunté el porqué, no tenía paraguas y ni siquiera había comido. Hubieras visto como devoró la cena que le hice. Debemos ayudarla.
—Entregamela —pide mi primo—. No tengo problema en hacerla mi esposa.
Contradigo la mandíbula mirándolo fijamente.
—¡No!
—¿O estás interesado? —Dante levanta una ceja—. Si es así, dímelo.
Le dedico una mirada severa.
—Esta noche se termina todo—me levanto del asiento—. Por favor, lleven el desayuno a mi despacho. Lo terminaré allí —suelto con disgusto y sin agregar algo más, me voy a mi despacho a trabajar.
Al llegar a la oficina, me detengo frente al ventanal. Todavía con la imagen de esa hermosa joven en la cabeza. Observo el gigante jardín de la entrada principal y guardo mis manos en los bolsillos de mi pantalón.
¿Quién será? ¿Por qué andaba tan tarde por la noche en las calles de Seattle? ¿Qué hacía dentro de la basura?
La verdad, si me gustaría saber todo de ella.
En ese momento la puerta se abre y me giro de inmediato. Veo a mi tía ingresar tranquilamente y luego cerrar la puerta.
—Elisa, sabes que no puedes entrar de esa manera a la oficina —le reclamo, para luego sentarme en el cómodo sillón de mi escritorio.
—Fabiano, querido mío —se acerca, luego se sienta en la silla vacía qué hay del otro lado del escritorio y delante de mí.
Ruedo los ojos.
—Elisa, ya dije lo que tenía que decir —me cruzo de brazos—. La chica debe morir.
—Pero escúchame, Fabiano —deja reposar las manos sobre su regazo—. Vengo a proponerte algo. Por favor, escúchame.
Respiro profundo y lentamente liberó aire, tratando de tener paciencia.
—Muy bien, habla.
—Aquí en la villa hay mucho por hacer —comienza a decir—. La joven puede ayudarme en la cocina, o en el establo con los cabellos, con el jardín e incluso si sabe más podría ser tu secretaria aquí o en alguna de las empresas. Estás necesitando una, ¿o no? También podría trabajar en alguno de los clubes como camarera o bailarina —hace una breve pausa—. Es cuestión de que hables con ella, la pruebes y luego de que lleve días trabajando, la entrevistas y decides qué trabajo darle.
—Ella miró todo. No es de confiar, Elisa —le explico.
—Yo creo que no va a decir nada. Dale una oportunidad, hijo mío —súplica—. Mañana puedes hablar con ella.
La miro por varios segundos, luego me levanto del sillón para volver a posar la mirada en la ventana, volviendo mirar el verde y floreado jardín.
—Puede ser de ayuda, piénsalo —escucho que se levanta de la silla—. Esta noche hablaré con ella.
Me giro y miro a mi tía.
—No —vuelvo a tomar asiento en el sillón, con la vista en ella—. Seré yo.
—Júrame qué no le harás daño —me mira preocupada.
Suavizo el rostro.
—Tranquila, tía. Solo hablaré con ella —le aseguro.
Elisa asiente.
—Confiaré en ti —refiere por último y luego se gira para empezar a caminar en dirección a la puerta de la oficina.
No dudo en agarrar el teléfono y escribir un mensaje para Dante.
Buzón Dante.
Yo: Quiero que averigües todo lo que tenga que ver con esa mujer. Deseo saber todo de ella.
Yo: Quiero tener todo para esta noche.
Bloqueo el teléfono y lo dejo en el escritorio.
¿Vamos a ver quién eres, Perla Lee?
Quiero saber todo de ti.
PerlaEstoy encerrada en este lugar, en donde ni siquiera hay una ventana. Todo está prácticamente vacío, lo único que hay es el sofá en donde estoy sentada y una bombilla que genera poca iluminación en todo el lugar.De camino cuando ese hombre me trajo, logré ver que me encerró en un sótano, es la razón de que el ambiente se sienta frío. Sin embargo, no sé en dónde estoy. Sé que estoy en una inmensa casa, pero no sé en qué ciudad o región, pero sé que no estoy en Seattle. Anoche me durmieron y no supe nada más de mí, hasta que desperté está mañana. Cuando abrí los ojos estaba aquí, tirada en el sofá con hedor a basura en todo mi cuerpo. Fue gracias a esa señora que logré comer algo y llené mi estómago, me permitió una ducha y me dio ropa limpia para vestir. Pero, me aterra el pensar que ese hombre en cualquier momento entre por la puerta y me asesine. No es justo todo lo que me está pasando. Un hombre intenta tocarme, mi madre me corre de la casa y después me agarran unos criminales
PerlaCon la vista al frente, el hombre pasa por mi lado.—Acompáñeme, señorita Lee —indica caminando en dirección al escritorio.Lo único que hago es seguirlo, al mismo tiempo que observo todo lo que hay a mi alrededor. Mirando el elegante lugar. El hombre rodea el escritorio y toma asiento en su cómoda sillón de cuero fino y acolchado de color caoba. —Por favor, siéntese —señala una de las sillas vacías, que está ubicada frente a él. Hago lo que me dice. Decido tomar asiento frente al escritorio y lo miro. —Muy bien —agarra el teléfono y lo mira—. Su madre se llama Emilia Lee —empieza a decir—. No trabaja y es una mujer con graves problemas de adicción hacia al alcohol, usted no tiene padre, pero si tiene un padrastro —rueda sus ojos grises hacia mí—. ¿Su padre la abandonó? Porque en sus documentos no posee reconocimiento de un hombre como padre, solo aparece el nombre de su madre. ¿Cómo sabe todo eso? La verdad me ha sorprendido con tanta información personal que tiene sobre mi
PerlaCon una caminata imponente se acerca y posa sus ojos sobre mí, se detiene al lado del señor Greco y se inclina para darle un beso en la mejilla y mirarlo a los ojos así como él, ya lo hace con ella. —Ciao, amore mio —lo saluda con una sonrisa dulce, se incorpora y sus ojos se posan en mí—. ¿Y quién es ella? —sus ojos azules me retallan con indiferencia, como si fuera un pequeño bicho en el piso, delante de ella—. Es la primera vez que la veo aquí.—Ella ya se va —dice el señor Greco mirándome con rigidez.Me levanto de la silla con suavidad. —Gracias por todo, señor Greco —refiero con amabilidad.Él afirma y se levanta de la silla, agarra a la mujer de la cintura para luego depositar un beso en su mejilla. —Ya regreso, Fiorella —le dice con voz grave y manteniendo el rostro inexpresivo. Ella le sonríe. —Sí, cariño —toma asiento en el sillón donde él estaba sentado—. Te espero aquí —se cruza de piernas y me mira con asco—. Adiós —mueve los dedos en mi dirección y me sonríe c
FabianoCuando regreso a la oficina, veo a Fiorella sentada en mi sillón con las piernas cruzadas y mirándome fijamente mientras mantiene una expresión de pocos amigos. —¿Tu padre llegó contigo? —me detengo al lado de ella.La veo levantarse de mi sillón y acercarse a mí.—No, viene dentro de un rato —anuncia, agarra mis mejillas y se inclina para darme un beso en los labios—. ¿Quién era esa?, ¿y qué hacía en tu oficina?Me alejo de ella y me siento en el sillón.—Fue una chica que encontré anoche —refiero mirándola.Fiorella rodea el escritorio y se sienta en una de las sillas frente a mí.—¿Qué encontraste anoche? —levanta una ceja—. Y más o menos, ¿qué hacías cómo para encontrarla así de la nada? —Estaba en un basurero —comento abriendo la portátil. —¿En un basurero? —se echa a reír soltando una fuerte carcajada—. Con razón, ¿pero cómo fue que llegó aquí? Subo la mirada hacia ella, mirándola con determinación. —Es un asunto complejo del que no quiero hablar, Fiorella —coloco l
FabianoPor la puerta entra Leo, con su típico cabello liso y sus cuencas azules claras, sobre mí. Esta mañana lleva un vestido ceñido de color azul cielo y mantiene su típica expresión amable. Carlos y Enzo se mantienen en silencio, mientras en el despacho se escucha el tono de sus tacones al acercarse a mí. Se detiene al lado de Enzo y de Carlos, luego los mira y les obsequia su típica sonrisa afectuosa.—Buenos días, señor Vitale —mira a Carlos, con una suave sonrisa.—Buenos días, señorita Pucci —la saluda Carlos con respeto. Esta vez Leonor desvía sus ojos hasta Enzo. —Buenos días, señor Génova. Enzo voltea a mirarla con una expresión inexpresiva. —Buenos días, señorita Pucci.Leonor me mira. —¿Qué necesitaba de mí, señor Greco? —abrazando su tablet, me mira atenta.—Necesito que agregues a la nómina una nueva empleada —le notifico—. Te pasaré los datos por correo, ella va a empezar el día de hoy. Leonor asiente una sola vez. —Sí, señor. ¿Algo más? —¿Te quedarás para el
PerlaHoras antes.Salgo acompañada de la habitación de despensa junto con Elisa, nos encaminamos por un camino de asfalto. Volteo a mirar hacia atrás para mirar la edificación de la villa. Es gigante, de tres pisos, con paredes blancas y ventanas grandes con vidrios que parecen espejos. La verdad es solo una parte trasera de casa. Admirada, vuelvo a mirar al frente y veo otra casa de dos pisos que se eleva entre tres altos árboles de cipreses y un hermoso jardín pequeño. La casa es del mismo modelo que la villa, pero esta es más pequeña. Comparada a la casa rodante donde vivía con mi madre, es una mansión.Nos cruzamos con varios hombres trabajando en los jardines y todos me observan llenos de curiosidad, sin embargo, noto, que hay varios hombres con trajes elegantes qué ni siquiera me miran y mantienen rostro inexpresivo, pero por su vestimenta me supongo que son la seguridad de la casa.Para ser más directa, la seguridad peligrosa de la villa, ¿cómo escaparme con esos postes allí vi
PerlaA la cocina llega el aroma del perfume caro y la presencia de Fiorella. Con una sonrisa se acerca a nosotras, con su imponente manera de caminar. —¡Oh, bambina! —me mira de pies a cabeza—. Estás aquí —esta vez, mira a Elisa—. ¿Cómo estás, Elisa? —le sonríe, para luego acomodarse el cabello con elegancia. —Estoy muy bien, Fiorella —saluda Elisa—. ¿Cómo estás tú?Fiorella le sonríe con amabilidad.—Estupendo, Elisa. Venía a ver a la nueva —enfoca sus ojos sobre mí.—Se llama Perla, Fiorella —presenta Elisa, con una sonrisa amable. Fiorella con una sonrisa forzada me observa.—Sí…—Perla —dice Elisa.Enseguida la miro. —La escucho señora, Elisa —respondo, atenta. —Pronto vendrán las mujeres a preparar el almuerzo para los hombres —informa—. Mientras tanto puedes ir regando las plantas qué están en los balcones de la casa, esta mañana no sé a regado.Afirmo.—Sí, señora Elisa.—La regadera está a fuera —mira a Fiorella—. Cariño, me gustaría quedarme, pero como sabrás hoy inicia
PerlaCon cuidado me levanto completamente mojada y con hojas verdes pegadas a mi cabello y cuerpo, miro en dirección al perro, quien desde afuera de la fuente, sigue ladrando.—¡¿Estás bien?! —pregunta una mujer pelirroja que me mira y sostiene en sus manos una correa de cuero, para perros.Empiezo a exprimir los bordes de mi vestido mojado.—Dentro de lo que cabe, sí —digo mirándola.—¡Oh, vaya! Tu rodilla está sangrando —mira en esa dirección, luego mira al perro—. ¡Batman, quieto! —la mujer lo reprende—. ¿Quién te sacó de casa? No dudo en mirar mi rodilla y en efecto, me la he lastimado, aunque no duele.—Creo que hay piedras dentro de la fuente —comento mirando mi rodilla.—Ya puedes salir —dice la mujer, quien ya ha asegurado al perro con la correa—. No es un perro agresivo, creo que pensó que querías jugar con él, además tampoco te conoce —sonríe con vergüenza—. Lo siento mucho. Destilando agua por mi vestido y las puntas de mi cabello, salgo de la fuente y miro al perro, qui