01 - La chica de la basura

Años antes. 

Perla

La lluvia fría cae sobre mí, empapando mi cuerpo y ni siquiera tengo un paraguas para cubrirme. Toda mi ropa está mojada y trato de pensar en dónde voy a dormir esta noche. ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? Por qué no simplemente, soy como las hijas normales de algunos padres. De esos que las llevan a sus institutos, las cuidan y ayudan. A mí, al contrario, me premiaron con una madre alcohólica que no quería tener hijos. 

¿Por qué mi madre es así conmigo?

El nuevo esposo de mi madre trató de tocarme esta mañana cuando nos quedamos solos. Se lo dije a Emilia y no me creyó, y en vez de eso. Me sacó de la casa en plena madrugada. Ahora me encuentro caminando sola por las calles de Seattle, tratando de buscar algo donde dormir y cubrirme de la lluvia. Al parecer me tocará buscar refugio entre los indigentes. 

Soy la única hija de Emilia Lee. Mi madre siempre odió a los niños o algo que tuviese que ver con responsabilidad. Se embarazó de mí, ya que fui el desliz de una noche de copas y mi abuela le dijo que no me abortara, que yo podría ser su bendición en su oscura vida de perdición. 

Mi abuela sí me amo desde que nací y me rompí cuando murió. Ella fue la única en mi vida miserable que realmente me amó. Yo tenía aproximadamente unos doce años de edad cuando falleció de cáncer y después de eso me tocó vivir sola con mi madre o mejor dicho. Sola. Sufrí abandono de mi padre y madre, desde que nací y es la razón del porqué a mis veinte años de edad soy una mujer independiente, más madura que mi propia madre y acostumbrada a estar sola.

Mi madre es alcohólica. Emilia tiene un serio problema con el alcohol, que la verdad me preocupa, pero a ella no le importa. Así como tampoco le importo yo. Nunca me ha querido, ella me odia, nunca ha demostrado amor hacia mí. Yo siempre le he demostrado cariño, pero a ella lo único que le interesó de mí, fue explotarme y quitarme el poco dinero que me ganaba trabajando, para comprar alcohol y bebérselo mientras se quedaba en la casa acostada sin hacer nada o en algunas ocasiones irse de fiesta. Siempre resaltando que me dio la vida y que por esa razón yo debo ser agradecida y darle todo. 

Desde los nueve años yo he sido la que he tenido que trabajar. Lo hacía en las noches para poder estudiar en el día y todo lo que ganaba ella me lo quitaba para comprar alcohol y si yo no le daba dinero me golpeaba. A la final tuve que dejar mis estudios y trabajar de noche y de día para obtener más dinero. En algunas ocasiones tuve que pedir dinero en la calle, porque si o si, debía conseguir dinero para comer la comida del dia. 

Debí irme lejos y dejarla con su vida desastrosa, pero mi abuela una vez me dijo “Hay personas que necesitan de otras para sobrevivir. Cuida a tu madre, muy en el fondo, te ama”

No debí hacerle caso. 

Entonces consiguió a un hombre, igual que ella, y lo prefirió a él, que a mí, que soy su única hija. 

Ahora sí me he quedado más que sola. 

De tanto caminar, me adentro en un callejón con luz tenue, en dónde hay contenedores de basura. Me acerco a uno para mirar si alguien lanzó alguna comida que esté buena y que pueda servir. Enseguida comienzo a revisar entre la basura y logro, conseguir una caja que contiene la mitad de una pieza napolitana. Justamente mi favorita, me supongo que la puerta que está enfrente pertenece a una pizzería, ya que hay varias cajas vacías apiladas cerca de la puerta. 

Cuando agarro la Pizza y corto un pedazo, escucho las llantas de autos. Enseguida giro mi rostro para mirar y veo que al callejón ingresaron dos camionetas negras a toda velocidad.

Me quedé quieta mirando con atención. 

A continuación, veo que de las camionetas bajan varios hombres con trajes ejecutivos de color oscuro y todos con armas en las manos. De la maletera de la camioneta sacan a un hombre con cinta adhesiva plateada en la boca, con las manos y pies atados. 

—¡Me traicionaste, bastardo! —ruge uno de ellos, quien se acerca hasta el hombre de cabello negro que está tirado en el suelo mojado.

—¡Fabiano, lo siento! —suplica el hombre—. ¡No tuve otra opción!

Uno de los hombres que rodean al hombre atado, le mete una patada fuerte en las costillas.

—¡Aaah! —grita de dolor y se retuerce—. ¡No me quites la vida, por favor, Fabiano! 

No sé quiénes son esos hombres, pero se ve que son peligrosos.

Asustada por ver la escena, y sin ya no querer presenciar nada más. Como puedo y con rapidez, me lanzó al contenedor lleno de basura podrida, cubro mi nariz por lo hediondo que esta y me quedo allí en silencio, nada más que esperando a que terminen la discusión y que se larguen. 

Los minutos empiezan a transcurrir y ahora no puedo escuchar lo que estaban hablando, pero sí algunos gritos de ese hombre y al final un disparo sordo al aire. Brinco a causa del sonido y me adentro más en la basura asquerosa.

Todo queda en sumo silencio, pero aun así permanezco quieta y callada.

—Está allí —escucho que dicen cerca del contenedor donde estoy. 

Ni siquiera me da tiempo de esconderme más, cuando dos fuertes manos me agarraron de los brazos y con facilidad me sacan del contenedor de basura, para después lanzarme en el piso mojado. 

—¿Quién eres? —pregunta una voz áspera y gélida. 

Enseguida levanto el rostro y me encuentro con un hombre alto, de cuerpo robusto, un elegante traje gris, cabello rubio y unos ojos grises. Muy atractivo, pero me mira con asco y lo comprendo, me acaban de sacar de un basurero.

Enseguida me levanto y lo miro. Estoy hecha un desastre. Mi vestido floreado ahora tiene manchas de cualquier basura que hayan botado allí y estoy hedionda. Debo parecer una indigente. Bueno, después de todo me va a tocar dormir con ellos. 

—¡Qué asco! Tiene gusanos en el cabello —murmura uno de los hombres, con asco.

Enseguida me sacudo el cabello con rapidez. 

—¡¿Quién carajos eres?! —vuelve a preguntar el de ojos grises.

Antes de hablar, trago asustada. 

—Mi nombre es Perla, señor —es lo único que digo y con suavidad bajo mi vestido sucio. 

—¿Qué hace una joven sola a estas horas de la noche? —levanta la ceja y estrecha los labios. 

Vuelvo a tragar.

—No se preocupe, ya me iba, señor —aviso mirando a los hombres que hay a mi alrededor y después decido girarme para comenzar a caminar. 

—Tú no irás a ninguna parte. Mucho menos al presenciar lo que acaba de ocurrir —dice. 

Enseguida me detengo y me doy la vuelta para volver a posar mis ojos sobre él.

—¡Por favor! ¡No me haga daño! —suplico enseguida.

El hombre rubio se da la vuelta ignorándome y antes de comenzar a caminar, suelta una orden.

—Súbanla a una de las camionetas. Después veré qué hacer con ella —ordena y luego comienza a caminar con elegancia y tranquilidad—. No podemos dejar un testigo —argumenta por último.

—¡No! —grito en cuanto unos de los hombres se acerca mirándome con asco y me agarra del brazo.

No pasa mucho tiempo cuando entre tres me cargaron y me meten a unas de las camionetas, después colocan un pequeño paño en mi nariz y pierdo el conocimiento.

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