Capítulo 315
—Faustino, ¡tú lo has pedido! ¡No te arrepientas luego!—exclamó Alberto con aire presumido—. ¡Mi maestro ha vencido tigres con sus propias manos! ¡Ni los osos pardos pueden con él! ¡Siete u ocho clubes de lucha clandestina lo respetan como autoridad! ¡Contra mi maestro Diego, tu derrota está asegurada!

Alberto no paraba de alardear mientras Diego sonreía con arrogancia. Y no mentía: durante años, innumerables empresarios habían intentado contratarlo como guardaespaldas, algunos ofreciendo hasta un millón al año.

Pero Faustino, escuchando estas alabanzas, solo mostró fastidio, haciendo un gesto despectivo con la mano como si espantara moscas.

—¡Basta ya! Si quieres pelear, peleemos. Si no, ahórrate la palabrería. Al final, ¿qué eres más que un viejo?

—¿Qué has dicho?—la ira encendió el rostro de Diego. No solo este mocoso había golpeado a su discípulo, ¡sino que ahora lo menospreciaba! Definitivamente le daría una lección.

Con una sonrisa gélida, Diego dio un paso al frente.—Tienes agal
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