Evelyn observa a su padre con atención.
Ella y él comparten rasgos físicos: ambos tiene una cara con forma de corazón, la nariz pequeña y algo respingada e incluso comparten el color de ojos azul marino. De su madre heredó la estatura baja y la forma del cuerpo, que era igual de pequeño. El color de pelo de Evelyn, rojo, proviene de su lado materno, de los abuelos que no conoce. Sin embargo, ella también se parece más a su padre en los gestos y las actitudes. Por eso nota como su padre restriega los dedos unos contra otros y sabe que está nervioso.
—¿Qué es? —pregunta.
—¿Recuerdas a Wilhelm Evans?
Evelyn desvía la mirada por un momento y siente como el latido de su corazón se acelera. Se sonroja, pero sus padres parecen no notarlo.
—¿Tu nuevo jefe? —duda, pero en el fondo ya conoce la respuesta.
—Sí —dice su padre —. Su empresa se ha unido a la nuestra y nos facilita la integración extranjera. Él ha sido uno de los pilares más grandes durante nuestras… circunstancias.
Evelyn sabe que habla del dinero, de la perdida de dinero masiva que sus padres han tenido en los últimos meses y que ha provocado todo el desvanecimiento de los lujos que ellos conocían como felicidad. Solo han sostenido la mentira gracias a los fondos de su madre, los que sus padres le dieron el día que se casó y ya nunca le volvieron a hablar. Ni siquiera es mucho, porque nadie pensó jamás que Henry Taylor, con la cabeza fría, podría acabar con la fortuna familiar.
—Nunca he tenido el placer de conocerlo.
—Lo viste una vez —le recuerda su madre. Se sienta junto a ella y permanece con la vista sobre sus manos, parece casi tímida —, para nuestra fiesta de aniversario, hace tres años.
Evelyn lo recuerda, vívidamente. Sus padres no tienen ni idea.
—Ah —se limita a contestar apartando la mirada. El rojo de sus mejillas crece.
Su padre se aclara la garganta.
—Ha conseguido una gran oportunidad para mí, aquí en Leeds. Es un empleo con mayor sueldo y beneficio de ingreso. Está dispuesto a ofrecerme el puesto como director general de ventas de una cadena de restaurantes magníficos que ha pertenecido a su familia por un tiempo.
—¡Eso es genial, papá! —exclama Evelyn, lo cual es muy cierto. Desde el incidente en la empresa, su papá fue cayendo de puesto y un aumento como este sería la vuelta de dinero y comodidad para ambos. Aun así, su padre parece contrariado —. ¿No es una buena noticia?
Su madre se levanta y comienza a caminar por el cobertizo, tiene las manos en su cintura y el abrigo se arrastra por el suelo, Evelyn sabe que está inquieta. Pasa la vista de su madre a su padre, pero parece que se pelean consigo mismos.
—¿Qué? —pregunta, ahora todo el asunto le da mala espina.
—El señor Evans me lo ha ofrecido todo… con una sola condición.
Evelyn frunce el ceño.
—¿Cuál condición? Papá, si es algo que involucre avergonzarte o someterte a ese hombre no creo que valga la pena. Sé que te cae bien y no niego que haya ayudado a la familia en más de una ocasión, pero sabes lo que dicen sobre él los rumores y no es correcto que tu…
—No, nena, nada de eso —su padre levanta la mano en negación, pero sus ojos siguen negándose a verla—. El señor Evans me ha asegurado el puesto, pero a cambio quiere tenerte.
Evelyn ríe.
—Papá, yo no sé nada sobre trabajar en empresas— dice sonriendo —. Soy pintora, apenas lograba pasar matemáticas en la secundaria, no sé nada sobre llevar la contabilidad o la administración.
Su padre niega con la cabeza y su madre suspira. Evelyn pierde la sonrisa.
—No, cariño. El señor Evans te ha pedido a ti… te quiere, bueno, a ti.
Evelyn tarda un momento en procesarlo.
—Como… ¿a mí? ¿Mi… yo… mi cuerpo?
Su padre se atraganta y su madre se apresura a llegar a su lado y le palmea la espalda. Evelyn se levanta bruscamente.
—No, no— dice su madre—. Ha pedido tu mano en matrimonio.
Ahora es Evelyn la que tose con fuerza. Siente la saliva trabarse en su garganta seca y su estómago da una vuelta que envía escalofríos por todo su cuerpo. Observa a sus padres, que se han tomado de la mano y la ven con miedo, pero, Evelyn lo descubre, también esperanza.
—¿Matrimonio? —sus padres asienten —. No puede hacer eso.
—Nos lo ha pedido de manera formal.
—¿Es siquiera legal? Parece que es una especie de chantaje, papá —su voz sube una octava y se siente desesperada.
—Lo sugirió… sutilmente.
Evelyn se imagina la escena, la voz profunda: “Todo esto, Henry, por tu hija”. Se estremece.
—¿Y por qué yo? Nunca en mi vida he hablado con él. Nos vimos UNA vez, sin intercambiar más de una mirada —oh, Evelyn sabe que no es cierto, pero sus padres no pueden saberlo —. ¿Cómo es esto posible?
—Lo sé, Evvy —dice su padre —. Nosotros tampoco lo entendemos.
Evelyn lo hace, un poco. Recuerda el aniversario de sus padres. Las manos de Wilhelm sobre su cuerpo y la mirada penétrate del hombre, pero también recuerda como la ignoró después de eso.
—Evvy…
Su padre vuelve a usar el apodo, sabiendo lo que le hace a ella.
—No pueden esperar a que acepte —dice —. Es ridículo. Es como treinta años mayor que yo, posiblemente ya se haya divorciado dos veces y vive en Estados Unidos. Tendría que ir allá y apenas estoy empezando mi tercer semestre en la universidad. No puedo.
—Solo es dieciocho años mayor que tú, él tiene treinta ocho. Nunca se ha casado, tampoco tiene hijos esparcido por los continentes y, sí, posiblemente tengas que irte a vivir a Estados Unidos, pero vivirás cómodamente en uno de sus grandes edificios en una gran ciudad con muchas cosas para hacer —las palabras de su madre parecen buscar consolarla.
—Además, cariño —interviene su padre —. Sabes lo que pensamos de tu carrera universitaria.
Sí, Evelyn lo sabía. Ellos pensaban, cuando el dinero era fuente común en su familia, que la universidad era algo que ella no debía hacer, no cuando podía heredar el puesto importante de su padre; pero, luego de la perdida, sus padres insistieron que la carrera de arte era vaga e inútil para su vida. Es uno de los motivos por los que se alejó de sus padres y luchó por seguir sus sueños sin ningún apoyo económico, aunque tampoco podrían darle alguno.
Evelyn nota, sin embargo, que sus padres solo temen a su reacción, pero no están dando su negación.
—Ya lo han decidido.
Sus padres se miran el uno al otro.
—Es una gran oportunidad para tu padre, Evvy. Este puesto nos permitiría volver a tener una vida.
—¡Ya tiene una vida! El dinero no significa vida —dice exasperada.
—No sabes lo que es para nosotros —a su madre le tiembla la voz—, vivir como vivimos. Apenas podemos sobrevivir semana a semana sin tener que prestar dinero a nuestros amigos. Ya no nos invitan a ningún lado y nuestra reputación anda por los suelos. El señor Evans no ha sido más que amable en lo que respecta a darnos ayuda.
—¡Eso no significa que tenga que darle mi cuerpo!
—No lo digas así, Evvy — dice su padre, tiene los ojos caídos y parece avergonzado, pero sigue decidido —. Es un gran hombre, de cualquier manera. Nunca se ha portado de manera incorrecta o insinuado algo perverso.
—Papá, ¿qué crees que pasará si me caso? ¿Qué crees que me hará?
Evelyn sabe lo que le hará, el recuerdo de su noche juntos la persigue hasta el día de hoy.
—Evvy, quiero que pienses en nosotros.
Las palabras de su padre la hacen titubear. Desde que era niña, le dieron todo. Juguetes, ropa a la moda, viajes y amor incondicional. Le enseñaron a manejar bicicleta y le ayudaron en sus tareas escolares. No fueron como otros padres ricos que dejaban a sus hijos de lado y los mandaban con tutores eternos. Ellos la apoyaron en todo hasta que el dinero se acabó. Si pudieran volver a ser felices… tal vez aceptarían su carrera y sus sueños. Quizás los haría orgullosos de la hija que criaron.
—Tengo que pensarlo —dice finalmente —. ¿Esto tiene plazo?
—Dijo que la oferta estaba abierta hasta la siguiente semana.
Oferta.
Evelyn suspira.
—Bien. Los llamaré el domingo con mi respuesta.
Sus padres la miran con los ojos brillantes y Evelyn no puede sostenerles la mirada mientras los abraza y se despide de ellos.
Camina hacia dentro de la mansión y en cuanto pisa el vestíbulo, Silvia sale a su encuentro desde detrás de las escaleras. Le entrega su bolsa de materiales sin decir nada. Evelyn no cree que sepa lo que está ocurriendo realmente, solo partes. La sonrisa que le da tiene un toque de pena y miedo. Ella también depende de la decisión de Evelyn.
Evelyn sale de la mansión sin hacer un escándalo.Esa mañana, cuando su madre le llamó para pedirle que se reunieran, avisó a Liana para que la recogiera de regreso de su trabajo. No tiene dinero para pagar más taxis y, de cualquier manera, su mejor amiga nunca se niega a darle un aventón. Viven juntas, así que tampoco es mucho problema.Dirige sus pasos hacia la fuente de su antiguo hogar y la mira con nostalgia. Cuando era pequeña, Silvia solía salir para platicar con el hombre que la limpiaba (Evelyn entiende ahora que se gustaban y la primera hija de Silvia es de ese hombre, aunque nunca se hizo responsable, como ninguna de las parejas de la ama de llaves) y ella solía sentarse a jugar con el agua. Pensaba, en su fantasía infantil, que era una fuente mágica, como la que salían en los cuentos que su madre le contaba antes de dormir. No tiraba monedas, porque sus padres preferían su dinero en billetes, pero solía arrancar flores pequeñas y lanzarlas al agua a cambio de deseos.Desea
Evelyn conoció a Liana en su primera clase de universidad.La facultad de artes a la que Evelyn logró inscribirse, con muy poco tiempo de antelación, tiene el primer semestre como un conducto introductorio hacia las diferentes ramificaciones del arte. Conocer a Liana justo antes de entrar al aula fue una especie de milagro para Evelyn, porque con ella no solo vino una compañera de habitación que le ayudaba a completar el pago de la renta, sino una amiga que no parpadeó cuando escuchó su apellido y la reconoció.Desde el día en que se encontraron, ambas con expresiones nerviosas e inseguras de no pertenecer al mundo artístico, se convirtieron en mejores amigas. Para el segundo semestre, sus caminos se separaron en la universidad, una hacia las clases de pintura y otra hacia los cursos avanzados de música. Sin embargo, viven en el mismo cuarto y no se separan mucho estos días. Se cuentan todo, pero Evelyn no puede siquiera pensar en cómo explicarle que sus padres la quieren vender al me
Evelyn:¿Quién eres?Pero Evelyn lo sabe, por supuesto. Solo es la posible prometida de alguien en el mundo en este momento.Número desconocido:¿Tienes tantos pretendientes que no puedes reconocer a uno?Evelyn:Ni siquiera puedo ver tu foto.Evelyn siente los nervios crecer dentro de ella y juguetea con sus dedos. En la pantalla aparecen los tres puntitos que indicaban que el número está escribiendo.Número desconocido:Dame un segundo.Evelyn entra al perfil de WhatsApp y lo refresca. Ante ella aparece la imagen del hombre que no se ha podido sacar de la cabeza todo el día.Ahí estaba: Wilhelm Evans.En su foto, está sentado en lo que parece ser un escritorio de trabajo. Detrás de él hay un ventanal que da a una ciudad enorme vista desde el cielo. Sin embargo, lo que más acapara la atención es el propio Wilhelm. Tiene un traje negro con una corbata del mismo color y una playera blanca con botones asoma por entre las solapas. Su rostro es duro, marcado por sus fuertes pómulos y una
Evelyn sabía que era buena en el arte, se había probado a sí misma innumerables veces cuando sus tutores le ponían retos y la alentaban a desarrollar su creatividad. Le gustaba sentir la arcilla en las manos, la textura de la piedra y la fuerza que se tenía que ejercer para moldarla a un rostro, también se fascinaba con la música, pero no era la mejor en ello, más que nada sabía tocar los instrumentos clásicos, porque sus padres pensaron que era bueno para su educación formal. Sin embargo, era la pintura lo que siempre le había llamado la atención.Al principio, sus padres le apoyaron. Con el dinero a expensas, no necesitaba seguir una carrera “útil” a sus ojos, pero conforme el dinero menguo llegó la necesidad de que ella se convirtiera en sus sustento. Su padre quería que siguiera la carrera de Administración de Empresas, para recuperar su legado, pero ella se negó. Sus padres no se enojaron, solo se decepcionaron y fue peor. No sabe si podrá con ello de nuevo, por eso sabe que debe
La última clase del día toma desprevenida a Evelyn y los nervios comienzan a trepar por su estómago hasta instalarse en su garganta seca. No confía en su voz para hablar y hacer las dudas que le han quedado sobre su trabajo de escultura semanal. Piensa en el señor Evans y piensa que tendrá que trabajar el doble y desvelarse para hacer encargos de dibujos si quiere conseguir el material necesario para su tarea… también piensa que no tendrá que hacerlo si negocia bien los términos con el señor Evans.Sale de su facultada con su bolso colgado del hombro. Liana suele quedarse para practicar con los músicos hasta tarde, así que va sola. Siente el peso de sus cuadernos de arte y el rebote de los lápices de color. Ha roto dos de ellos hasta ahora y tendrá que jugar bien con la teoría del color si quiere sobrevivir al semestre con la misma caja. No puede permitirse otros si quiere pasar el curso de cerámica.Sus compañeros de clase la despiden con la mano y ella les devuelve el saludo antes d
Aparte de ellos dos, la cafetería está vacía.Evelyn comienza a jugar con sus dedos debajo de la mesa, su tic nervioso. Siente su garganta seca y la presencia de Wilhelm Evans es realmente intimidante, por más que su sonrisa petulante parezca más suave de lo normal. De hecho, Evelyn se pregunta si lo ha visto sonreír en todas esas revistas en las que es fotografiado y se da cuenta de que no. Esa simple realización le da un poco de confianza y está a punto de hablar cuando el mesero se acerca.—Buenas tardes, ¿desean ordenar?Es un muchacho bajo y de aspecto trillado, por no decir más, pero el señor Evans pierde la sonrisa en cuanto lo ve. Su rostro se vuelve serio y de repente Evelyn puede sentir la tensión emanando de él. El mesero parece sentir lo mismo, Evelyn lo ve tragar nervioso.—No te he llamado —dice el señor Evans—, pero ya que has decidido interrumpir, ordenaremos— ni siquiera se molesta en tomar la cartilla que el muchacho le tiende cuando vuelve a hablar—. Quiero un café
—No voy a tener sexo contigo.Wilhelm parece sorprendido por el pánico en las palabras de Evelyn, pero no se asusta ante la declaración.—Puedo entender que pienses eso en este momento. Pero, no, no te voy a obligar si es lo que te preocupa. El trato con tu padre solo involucra tu mano en matrimonio, el resto… vendrá con consentimiento.Evelyn se relaja visiblemente.—¿Qué es lo que pensabas? ¿Qué te tomaría sólo así? —Wilhelm habla de manera brusca, pero no hay esa molestia dirigida a ella como con el camarero, parece estarse controlando —. No soy… ¿qué rumores circulan por ahí sobre mí?Evelyn no sabe que decir y da otro trago a su té.Sí, hay muchos rumores sobre Wilhelm Evans en el mundo empresarial en el que los padres de Evelyn se han mantenido. Se dice que es un hombre temido y ella puede ver ahora que es verdad, pero hasta este momento su ira no ha ido en contra de ella, así que lo toma más como un carácter fuerte que pocos tiene la capacidad de soportar. El padre de Evelyn so
Cuando llega a su puerta, Evelyn se siente sin aliento, pero sabe que no es por las escaleras.Poco a poco, comienza a salir del shock en el que se encuentra. Nunca había hablado tanto con Wilhelm Evans en su vida y darse cuenta de que posiblemente le agrade es una cuestión que la incómoda. Había llegada a su reunión con la intención de aceptar el trato, con o sin negociaciones, pero siente que Wilhelm, en parte, la dejó ganar.No puede ni siquiera pensar en el hecho de que él dijo que le gustaba. Evelyn es linda, lo sabe, tiene una belleza que ha heredado de buenas líneas de sangre. Además, sus familias son conocidas, su apellido tiene poder incluso estando en la quiebra silenciosa. Sin embargo, Wilhelm es aún más que ella, en todo. Es un hombre guapo que también lo sabe y ni hablar de la gran influencia empresarial que es. Evelyn entiende el hecho de que se sienta atraído físicamente por ella, igual que ella de él, pero no es capaz de procesar la idea de que Wilhelm quiera más que u