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Capítulo 7: El primer (re)encuentro

La última clase del día toma desprevenida a Evelyn y los nervios comienzan a trepar por su estómago hasta instalarse en su garganta seca. No confía en su voz para hablar y hacer las dudas que le han quedado sobre su trabajo de escultura semanal. Piensa en el señor Evans y piensa que tendrá que trabajar el doble y desvelarse para hacer encargos de dibujos si quiere conseguir el material necesario para su tarea… también piensa que no tendrá que hacerlo si negocia bien los términos con el señor Evans.

Sale de su facultada con su bolso colgado del hombro. Liana suele quedarse para practicar con los músicos hasta tarde, así que va sola. Siente el peso de sus cuadernos de arte y el rebote de los lápices de color. Ha roto dos de ellos hasta ahora y tendrá que jugar bien con la teoría del color si quiere sobrevivir al semestre con la misma caja. No puede permitirse otros si quiere pasar el curso de cerámica.

Sus compañeros de clase la despiden con la mano y ella les devuelve el saludo antes de siguir de largo. Mientras camina, saca su celular y revisa los mensajes.

Papá:

Me gustaría hablar contigo, Evy. Lo más pronto posible.

Evelyn:

No te preocupes, papá. Tengo esto. Te daré la respuesta hoy.

También hay un mensaje de su madre que la hace trastabillar.

Mamá:

Confío en que tomarás la dedición correcta, nena. No dejes que tu padre o yo interfiramos con tus sentimientos. Si tienes a alguien más en tu vida… olvida nuestra charla. Saldremos delante de cualquier manera. Solo queremos que seas feliz.

El corazón de Evelyn da un salto. No encuentra palabras para su madre.

Ella sabe que sus padres la aman, lo sabe de corazón, pero hasta ahora no pensó que realmente ellos entendieran razones por las que podría negarse.

Evelyn conoce parte de la historia de sus padres, de cómo se conocieron y se casaron prontamente, todos dijeron que no duraría o que era un matrimonio arreglado por las familias, según las revistas de noticias rosas. Ahora, llevaban juntos tantos años, que Evelyn apenas puede dudar del cariño que se profesan entre ellos. Incluso en los tiempos difíciles parecen unidos.

Sus padres quieren que sea feliz, que encuentre tanto amor como ellos, pero Evelyn no sabe si eso es para ella, porque nunca lo ha experimentado realmente.

El mensaje de su madre hace que el corazón le lata más rápido, pero ella entiende también que, como única heredera, tiene un deber, por más que quiera alejarse de este.

No detiene su paso hasta que tiene la mano en la puerta de la cafetería. Algo le llama la atención, es un auto lujoso estacionado junto a la vereda. No es la única que lo mira fijamente, varios chicos y chicas le están tomando fotos o posando para sus amigos.  Reluce con el sol de la tarde y es de un color oscuro con los vidrios opacos. Exhala riqueza y dinero, Evelyn recuerda que su padre tenía muchos autos, no sabe que ha sido de ellos.

Y, de pronto, le llega el conocimiento: es el auto del señor Evans. Por supuesto, ya la está esperando.

Evelyn observa su reflejo en la puerta. Tarde, se le ocurre que podría haber prestado atención a su aspecto y arreglarse en los baños de la facultad, pero ya no es una opción. Tiene algo de polvo en el pelo luego de haber trabajo con piedra y algo de acuarela en la barbilla, pero no se atreve a pasarse la mano por la cara y limpiarse, porque las manos las tiene sucias con carboncillo.

Suspira y se dice que su actitud tiene que ser suficiente.

Abre la puerta y los primero que nota es que el suelo es blanco y reluciente. El calor del lugar la envuelve suavemente y la relaja al instante. Los estantes son de un color caoba que presenta todo una variedad de pasteles y galletas que hacen que a Evelyn se la haga agua la boca. Tienen formas y colores que no había visto desde que era niña en las lujosas fiestas de sus padres. Todo parece fresco y recién hecho. Las paredes, blancas, están decoradas con imágenes de personas que Evelyn asume son los dueños y colaboradores. Junto al mostrador hay una caja y un muchacho le sonríe suavemente desde el otro lado.

—Buenas tardes, ¿para llevar o para comer aquí?

—Hola. De hecho, estoy buscando…

—Por aquí, Evelyn —dice una voz que le envía escalofríos a través de la espalda, es gruesa y profunda—. Gracias, Roger, ella viene conmigo.

—Claro, señor Evans —contesta el muchacho con una pequeña inclinación. Se apresura a perderse en la cocina.

Evelyn se percata entonces que ahí, en la parte de atrás, hay unas cuantas mesas. Se voltea lentamente y comienza a caminar hacia el señor Evans, rogando que sus piernas no tiemblen y demuestren los nervios que siente en ese momento.

Wilhelm Evans está sentado junto a la venta, parece que estaba observando su auto a través del cristal, pero ahora solo tiene ojos para ella. El par de pasos que tiene que dar hacia él parecen eternos, pero Evelyn aprovecha para observar su rostro. Tiene puesto uno de sus elegantes trajes con chaleco, igual de negro que el que tiene en su foto de perfil. Está recostado en la silla como si el lugar fuera suyo y la confianza emana de él en oleadas. Tiene el cabello castaño algo crecido, pero su barba parece recién retocada, con los bordes un poco más afilados y eso le da un toque más brusco a su rostro. Los ojos verde oscuro parecen más claros por la luz que entra desde afuera, pero la mirada sigue siendo dura y a Evelyn, sin embargo, la penetra con fervor.

La mira todo el tiempo, como si su presencia fuera una visita agradable. No lo conoce bien, pero distingue algo de complacencia en él. Eso hace que su fuerza regrese, no va a darle el placer de caer ante él.

Se sienta cara a cara y acomoda su bolsa a su lado, él no dice nada, pero ella recuerda sus modales y le extiende la mano para estrechársela. El señor Evans la observa por un momento, pero luego, en lugar de solo tomarla, la alza con delicadeza y deja un beso suave en su dorso antes de dejarla caer suavemente.

La respiración de Evelyn se pierde por un momento, pero utiliza su experiencia en el ámbito de sus padres para recomponerse rápidamente. Se recuerda que no es la primera vez que conoce a un socio de su padre, especialmente no a este jefe.

—Un gusto verte en persona, Evelyn —dice y la comisura de la boca levemente levantada —. Ciertamente tenía… ganas de que nos encontráramos. Ahora, parece que tenemos cosas que discutir, querida. ¿Por dónde empezamos?

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