Conforme el taxi avanza por el camino de piedra, la casa se acerca poco a poco, apareciendo entre los árboles frondosos como una mansión salida de cuentos de hadas. Es grande y el estilo victoriano se impregna en cada ventanal y escultura decorativa. Es el tipo de mansiones clásicas que pueden encontrarse en Inglaterra, alejadas de la civilización y ocultas entre bosques primitivos. Evelyn contempla su antigua casa por un momento, pero luego baja los ojos para recoger el desastre que ha dejado en el asiento.
De manera apresurada, guarda sus cuadernos de dibujo y sus lápices de colores. En el movimiento, escucha el crac de uno de sus colores favoritos y gime de disgusto. No puede permitirse una caja nueva como para andarlos rompiendo. El taxista le dirige una mirada por sobre su hombro, pero ella lo ignora.
Por fin, el auto se detiene junto a la fuente decorativa del patio exterior. Evelyn se apresura a bajar, pero el taxista está tan maravillado con la mansión que no se fija en lo maltratado que está el jardín, con el césped crecido y las flores marchitas, o lo decadente que la fuente es, con el color corrido y manchas de suciedad.
Evelyn no se molesta en preguntar cuanto le debe y saca el billete de diez euros que tenía preparado, no va a dejar que, ahora que ha visto el lugar de destino, suba la tarifa del viaje. Evelyn no tiene un centavo más con ella para que eso suceda. El taxista contempla el billete y luego vuelve sus ojos a la mansión, claramente tentando su suerte, pero Evelyn lo deja caer en su regazo pretendiendo torpeza.
—Lo siento —dice ella —. Gracias.
Luego se da la vuelta y sube las escaleras hacia la puerta con paso rápido. No es hasta que toca la albada que escucha el carro irse. Evelyn rueda los ojos, pero también juguetea con sus dedos de manera nerviosa. Se ha alejado del lujo de sus padres, pero también le incomoda la idea de que alguien piense que todo es falso, aunque, en este punto, lo es.
Escucha pasos del otro lado y se sorprende cuando Silvia, el ama de llaves, le abre la puerta. Tiene su uniforme puesto: un vestido gris sencillo por debajo de una gabacha blanca y, por sobre su pelo negro atorado en un moño eterno, se ha colocado la diadema/gorro que a Evelyn siempre le ha parecido de mal gusto, pero que su madre adora en el personal de la mansión.
—¡Señorita Evelyn! —exclama en cuanto la mira a la cara —. ¡Es un placer tenerla en casa luego de tanto tiempo! —hace el amago de una inclinación, pero Evelyn la detiene poniendo una mano en su hombro.
—Olvida eso, Silvia. Mejor dame un abrazo.
Evelyn la envuelve en sus brazos antes de que la mujer proteste. La siente tensarse por la incomodidad, pero rápidamente le devuelve el abrazo y, al separarse, le palmea la espalda con cariño. Silvia siempre ha estado ahí para Evelyn y no puede mentir, le alegra verla todavía en la mansión.
—No esperaba verte por aquí, Silvia —admite.
—Ya ve usted, señorita —suspira ella—. Incluso un sueldo por debajo del mínimo es un sueldo que ayuda a mi familia.
Evelyn siente que el estómago se le hunde de incomodidad ante la confesión.
—No se preocupe por eso, señorita —le dice Silvia al ver su reacción—. Venga, pase, esta es su casa.
La mujer camina hacia dentro y Evelyn la sigue obedientemente. Entregándole su bolso lleno de cuadernos y lápices cuando ella se lo pide.
La mansión sigue siendo tan imponente por dentro como Evelyn la recordaba. El pasillo principal solo tiene una puerta hacia la derecha, donde se abre paso a la sala principal, que tiene una luz natural increíble gracias a la ventana. Los sillones, las decoraciones y la chimenea, sin embargo, observa Evelyn no tienen el reflejo de extravagancia que ella mantiene en su mente. De hecho, todo está tapado con plástico y parece que una capa de polvo ha anidado sobre ellos.
El pasillo se estira un poco más hasta terminar en el espacio central de la mansión, el vestíbulo donde una escalera grande y negra conduce hasta el segundo nivel. Hacia la derecha hay una pequeña puerta cerrada que guía hacia la parte trasera de la casa. A la izquierda está el camino hacia el comedor principal, el grande, que se conecta con el salón de baile para las ocasiones especiales y, bajo la escalera, también hay otra puerta, pero esta se dirige a la cocina, donde solo el personal se mantiene. En esta estancia también hay polvo y Evelyn solo puede imaginar cómo se encontrará el resto de la mansión.
—Decadente, señorita —dice Silvia con tristeza.
—¿Tan mal están? Escuché los rumores y mamá me cuenta algunas cosas cuando hablamos por llamada, pero no imaginé… esto. Parece un lugar abandonado.
Evelyn siente el dolor en el estómago de nuevo. Este fue su hogar y, en el fondo, sigue siéndolo, le duele verlo tan descuidado, casi irreconocible.
—No me entero de todo, señorita, pero ahora yo me encargo solo de la comida y la limpieza de la habitación principal. El jardinero fue el primero en irse, luego las demás muchachas de limpieza y a Barry lo despidieron hace un mes.
Barry fue el mayordomo de la mansión desde que Evelyn tiene memoria, sabe que la familia de él ha servido a la suya desde hace tres generaciones y el hecho de que él se fuera hace referencia a los problemas económicos de sus padres, a los suyos.
—No sé cuándo me iré yo— se lamenta Silvia mientras saca un pañuelo y se enjuaga los ojos—, pero tengo que aguantar lo suficiente para que mi hijo termine la carrera. Ya nadie contrata amas de llave en estos días, señorita, no cuando hay gente de su confianza para hacerlo.
Evelyn sabe que tiene razón y le entristece por ella. Desde que la cuidó cuando era pequeña, Silvia ha estado junto a ella y el no mantener contacto ha aislado a Evelyn de sus preocupaciones. No cree que eso sea bueno para ellas, tomando en cuenta que la considera como una tía cercana.
Silvia se suena la nariz, pero se recompone rápido.
—Lo siento, señorita. Sígame, por favor, sus padres la esperan en el cobertizo trasero. Les gusta estar ahí a esta hora.
Luego la mujer comienza a caminar y Evelyn le sigue le paso. Silvia se dirige a la puerta de la derecha y la abre sin problemas. Hay un pasillo que cubre la estancia de la sala, con las paredes cubiertas de fotos familiares. No hay tiempo de verlas, porque Silvia, aunque bajita, tiene unos pies que se mueven rápida y silenciosamente. Pronto, llegan a la puerta del final, que es antigua como todo y está abierta.
La luz del día está empezando a menguar y el horizonte ha adquirido un tono naranja que ciega a Evelyn por un momento. Junto a la puerta, en un cobertizo elegante, pero descuidado, hay una mesa con una jarra de lo que parece limonada con hielos y dos sillones reclinables al lado, ambos ocupados.
Sus padres están, para sorpresa de Evelyn, muy tranquilos. Su madre tiene el cabello rubio con más raíces negras y su padre tiene un poco más de canas, pero siguen siendo los mismos. Su madre es la primera en verla. Le sonríe y se apresura a levantarse. Su rostro tiene forma de corazón y sus pestañas son increíblemente largas, viste uno de sus abrigos de piel falsa y unos tacones negros que le hacen parecer más alta. Cuando abraza a Evelyn son de la misma altura.
—Mi niña —dice sonriendo—. Te extrañábamos por la casa.
—Lo siento, madre. La universidad no me deja tiempo para visitas.
Es mitad cierto, pero su madre no hace preguntas. La toma de la mano y la lleva hacia su padre, que ha dejado la computadora en la que trabaja de lado y también la abraza con fuerza. Él es más grande que Evelyn y la muchacha le gusta dejarse caer en sus brazos. Tiene los brazos fuertes y el olor de sus abrigos siempre ha encanto a su hija, que no puede evitar recordar los viejos tiempos, cuando era una niña que solo podía dormir entre los cuerpos de sus padres para tranquilizarse.
—¿Cómo estas, cariño?
—Estoy bien, papá —miente —. Estoy más preocupada por ustedes, ¿qué ha pasado?
Sus padres comparten una mirada.
—Trae algo más de limonada para Evelyn, Silvia, por favor— dice su madre.
Silvia agacha la cabeza y recoge la jarra sin mirar a nadie. Se adentra en la mansión sin objetar. Evelyn frunce el ceño y su padre la conduce hasta el asiento en el que él estaba.
—¿Qué pasa? —pregunta Evelyn, siente que algo va mal además de lo obvio.
—Tenemos que hablarte de un trato —dice su padre.
Evelyn observa a su padre con atención.Ella y él comparten rasgos físicos: ambos tiene una cara con forma de corazón, la nariz pequeña y algo respingada e incluso comparten el color de ojos azul marino. De su madre heredó la estatura baja y la forma del cuerpo, que era igual de pequeño. El color de pelo de Evelyn, rojo, proviene de su lado materno, de los abuelos que no conoce. Sin embargo, ella también se parece más a su padre en los gestos y las actitudes. Por eso nota como su padre restriega los dedos unos contra otros y sabe que está nervioso.—¿Qué es? —pregunta.—¿Recuerdas a Wilhelm Evans?Evelyn desvía la mirada por un momento y siente como el latido de su corazón se acelera. Se sonroja, pero sus padres parecen no notarlo.—¿Tu nuevo jefe? —duda, pero en el fondo ya conoce la respuesta.—Sí —dice su padre —. Su empresa se ha unido a la nuestra y nos facilita la integración extranjera. Él ha sido uno de los pilares más grandes durante nuestras… circunstancias.Evelyn sabe que
Evelyn sale de la mansión sin hacer un escándalo.Esa mañana, cuando su madre le llamó para pedirle que se reunieran, avisó a Liana para que la recogiera de regreso de su trabajo. No tiene dinero para pagar más taxis y, de cualquier manera, su mejor amiga nunca se niega a darle un aventón. Viven juntas, así que tampoco es mucho problema.Dirige sus pasos hacia la fuente de su antiguo hogar y la mira con nostalgia. Cuando era pequeña, Silvia solía salir para platicar con el hombre que la limpiaba (Evelyn entiende ahora que se gustaban y la primera hija de Silvia es de ese hombre, aunque nunca se hizo responsable, como ninguna de las parejas de la ama de llaves) y ella solía sentarse a jugar con el agua. Pensaba, en su fantasía infantil, que era una fuente mágica, como la que salían en los cuentos que su madre le contaba antes de dormir. No tiraba monedas, porque sus padres preferían su dinero en billetes, pero solía arrancar flores pequeñas y lanzarlas al agua a cambio de deseos.Desea
Evelyn conoció a Liana en su primera clase de universidad.La facultad de artes a la que Evelyn logró inscribirse, con muy poco tiempo de antelación, tiene el primer semestre como un conducto introductorio hacia las diferentes ramificaciones del arte. Conocer a Liana justo antes de entrar al aula fue una especie de milagro para Evelyn, porque con ella no solo vino una compañera de habitación que le ayudaba a completar el pago de la renta, sino una amiga que no parpadeó cuando escuchó su apellido y la reconoció.Desde el día en que se encontraron, ambas con expresiones nerviosas e inseguras de no pertenecer al mundo artístico, se convirtieron en mejores amigas. Para el segundo semestre, sus caminos se separaron en la universidad, una hacia las clases de pintura y otra hacia los cursos avanzados de música. Sin embargo, viven en el mismo cuarto y no se separan mucho estos días. Se cuentan todo, pero Evelyn no puede siquiera pensar en cómo explicarle que sus padres la quieren vender al me
Evelyn:¿Quién eres?Pero Evelyn lo sabe, por supuesto. Solo es la posible prometida de alguien en el mundo en este momento.Número desconocido:¿Tienes tantos pretendientes que no puedes reconocer a uno?Evelyn:Ni siquiera puedo ver tu foto.Evelyn siente los nervios crecer dentro de ella y juguetea con sus dedos. En la pantalla aparecen los tres puntitos que indicaban que el número está escribiendo.Número desconocido:Dame un segundo.Evelyn entra al perfil de WhatsApp y lo refresca. Ante ella aparece la imagen del hombre que no se ha podido sacar de la cabeza todo el día.Ahí estaba: Wilhelm Evans.En su foto, está sentado en lo que parece ser un escritorio de trabajo. Detrás de él hay un ventanal que da a una ciudad enorme vista desde el cielo. Sin embargo, lo que más acapara la atención es el propio Wilhelm. Tiene un traje negro con una corbata del mismo color y una playera blanca con botones asoma por entre las solapas. Su rostro es duro, marcado por sus fuertes pómulos y una
Evelyn sabía que era buena en el arte, se había probado a sí misma innumerables veces cuando sus tutores le ponían retos y la alentaban a desarrollar su creatividad. Le gustaba sentir la arcilla en las manos, la textura de la piedra y la fuerza que se tenía que ejercer para moldarla a un rostro, también se fascinaba con la música, pero no era la mejor en ello, más que nada sabía tocar los instrumentos clásicos, porque sus padres pensaron que era bueno para su educación formal. Sin embargo, era la pintura lo que siempre le había llamado la atención.Al principio, sus padres le apoyaron. Con el dinero a expensas, no necesitaba seguir una carrera “útil” a sus ojos, pero conforme el dinero menguo llegó la necesidad de que ella se convirtiera en sus sustento. Su padre quería que siguiera la carrera de Administración de Empresas, para recuperar su legado, pero ella se negó. Sus padres no se enojaron, solo se decepcionaron y fue peor. No sabe si podrá con ello de nuevo, por eso sabe que debe
La última clase del día toma desprevenida a Evelyn y los nervios comienzan a trepar por su estómago hasta instalarse en su garganta seca. No confía en su voz para hablar y hacer las dudas que le han quedado sobre su trabajo de escultura semanal. Piensa en el señor Evans y piensa que tendrá que trabajar el doble y desvelarse para hacer encargos de dibujos si quiere conseguir el material necesario para su tarea… también piensa que no tendrá que hacerlo si negocia bien los términos con el señor Evans.Sale de su facultada con su bolso colgado del hombro. Liana suele quedarse para practicar con los músicos hasta tarde, así que va sola. Siente el peso de sus cuadernos de arte y el rebote de los lápices de color. Ha roto dos de ellos hasta ahora y tendrá que jugar bien con la teoría del color si quiere sobrevivir al semestre con la misma caja. No puede permitirse otros si quiere pasar el curso de cerámica.Sus compañeros de clase la despiden con la mano y ella les devuelve el saludo antes d
Aparte de ellos dos, la cafetería está vacía.Evelyn comienza a jugar con sus dedos debajo de la mesa, su tic nervioso. Siente su garganta seca y la presencia de Wilhelm Evans es realmente intimidante, por más que su sonrisa petulante parezca más suave de lo normal. De hecho, Evelyn se pregunta si lo ha visto sonreír en todas esas revistas en las que es fotografiado y se da cuenta de que no. Esa simple realización le da un poco de confianza y está a punto de hablar cuando el mesero se acerca.—Buenas tardes, ¿desean ordenar?Es un muchacho bajo y de aspecto trillado, por no decir más, pero el señor Evans pierde la sonrisa en cuanto lo ve. Su rostro se vuelve serio y de repente Evelyn puede sentir la tensión emanando de él. El mesero parece sentir lo mismo, Evelyn lo ve tragar nervioso.—No te he llamado —dice el señor Evans—, pero ya que has decidido interrumpir, ordenaremos— ni siquiera se molesta en tomar la cartilla que el muchacho le tiende cuando vuelve a hablar—. Quiero un café
—No voy a tener sexo contigo.Wilhelm parece sorprendido por el pánico en las palabras de Evelyn, pero no se asusta ante la declaración.—Puedo entender que pienses eso en este momento. Pero, no, no te voy a obligar si es lo que te preocupa. El trato con tu padre solo involucra tu mano en matrimonio, el resto… vendrá con consentimiento.Evelyn se relaja visiblemente.—¿Qué es lo que pensabas? ¿Qué te tomaría sólo así? —Wilhelm habla de manera brusca, pero no hay esa molestia dirigida a ella como con el camarero, parece estarse controlando —. No soy… ¿qué rumores circulan por ahí sobre mí?Evelyn no sabe que decir y da otro trago a su té.Sí, hay muchos rumores sobre Wilhelm Evans en el mundo empresarial en el que los padres de Evelyn se han mantenido. Se dice que es un hombre temido y ella puede ver ahora que es verdad, pero hasta este momento su ira no ha ido en contra de ella, así que lo toma más como un carácter fuerte que pocos tiene la capacidad de soportar. El padre de Evelyn so