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El Jefe y La Pintora
El Jefe y La Pintora
Por: Rogue
Capítulo 1: El regreso a casa

Conforme el taxi avanza por el camino de piedra, la casa se acerca poco a poco, apareciendo entre los árboles frondosos como una mansión salida de cuentos de hadas. Es grande y el estilo victoriano se impregna en cada ventanal y escultura decorativa. Es el tipo de mansiones clásicas que pueden encontrarse en Inglaterra, alejadas de la civilización y ocultas entre bosques primitivos. Evelyn contempla su antigua casa por un momento, pero luego baja los ojos para recoger el desastre que ha dejado en el asiento.

De manera apresurada, guarda sus cuadernos de dibujo y sus lápices de colores. En el movimiento, escucha el crac de uno de sus colores favoritos y gime de disgusto. No puede permitirse una caja nueva como para andarlos rompiendo. El taxista le dirige una mirada por sobre su hombro, pero ella lo ignora.

Por fin, el auto se detiene junto a la fuente decorativa del patio exterior. Evelyn se apresura a bajar, pero el taxista está tan maravillado con la mansión que no se fija en lo maltratado que está el jardín, con el césped crecido y las flores marchitas, o lo decadente que la fuente es, con el color corrido y manchas de suciedad.

Evelyn no se molesta en preguntar cuanto le debe y saca el billete de diez euros que tenía preparado, no va a dejar que, ahora que ha visto el lugar de destino, suba la tarifa del viaje. Evelyn no tiene un centavo más con ella para que eso suceda. El taxista contempla el billete y luego vuelve sus ojos a la mansión, claramente tentando su suerte, pero Evelyn lo deja caer en su regazo pretendiendo torpeza.

—Lo siento —dice ella —. Gracias.

Luego se da la vuelta y sube las escaleras hacia la puerta con paso rápido. No es hasta que toca la albada que escucha el carro irse. Evelyn rueda los ojos, pero también juguetea con sus dedos de manera nerviosa. Se ha alejado del lujo de sus padres, pero también le incomoda la idea de que alguien piense que todo es falso, aunque, en este punto, lo es.

Escucha pasos del otro lado y se sorprende cuando Silvia, el ama de llaves, le abre la puerta. Tiene su uniforme puesto: un vestido gris sencillo por debajo de una gabacha blanca y, por sobre su pelo negro atorado en un moño eterno, se ha colocado la diadema/gorro que a Evelyn siempre le ha parecido de mal gusto, pero que su madre adora en el personal de la mansión.

—¡Señorita Evelyn! —exclama en cuanto la mira a la cara —. ¡Es un placer tenerla en casa luego de tanto tiempo! —hace el amago de una inclinación, pero Evelyn la detiene poniendo una mano en su hombro.

—Olvida eso, Silvia. Mejor dame un abrazo.

Evelyn la envuelve en sus brazos antes de que la mujer proteste. La siente tensarse por la incomodidad, pero rápidamente le devuelve el abrazo y, al separarse, le palmea la espalda con cariño. Silvia siempre ha estado ahí para Evelyn y no puede mentir, le alegra verla todavía en la mansión.

—No esperaba verte por aquí, Silvia —admite.

—Ya ve usted, señorita —suspira ella—. Incluso un sueldo por debajo del mínimo es un sueldo que ayuda a mi familia.

Evelyn siente que el estómago se le hunde de incomodidad ante la confesión.

—No se preocupe por eso, señorita —le dice Silvia al ver su reacción—. Venga, pase, esta es su casa.

La mujer camina hacia dentro y Evelyn la sigue obedientemente. Entregándole su bolso lleno de cuadernos y lápices cuando ella se lo pide.

La mansión sigue siendo tan imponente por dentro como Evelyn la recordaba. El pasillo principal solo tiene una puerta hacia la derecha, donde se abre paso a la sala principal, que tiene una luz natural increíble gracias a la ventana. Los sillones, las decoraciones y la chimenea, sin embargo, observa Evelyn no tienen el reflejo de extravagancia que ella mantiene en su mente. De hecho, todo está tapado con plástico y parece que una capa de polvo ha anidado sobre ellos.

El pasillo se estira un poco más hasta terminar en el espacio central de la mansión, el vestíbulo donde una escalera grande y negra conduce hasta el segundo nivel. Hacia la derecha hay una pequeña puerta cerrada que guía hacia la parte trasera de la casa. A la izquierda está el camino hacia el comedor principal, el grande, que se conecta con el salón de baile para las ocasiones especiales y, bajo la escalera, también hay otra puerta, pero esta se dirige a la cocina, donde solo el personal se mantiene. En esta estancia también hay polvo y Evelyn solo puede imaginar cómo se encontrará el resto de la mansión.

—Decadente, señorita —dice Silvia con tristeza.

—¿Tan mal están? Escuché los rumores y mamá me cuenta algunas cosas cuando hablamos por llamada, pero no imaginé… esto. Parece un lugar abandonado.

Evelyn siente el dolor en el estómago de nuevo. Este fue su hogar y, en el fondo, sigue siéndolo, le duele verlo tan descuidado, casi irreconocible.

—No me entero de todo, señorita, pero ahora yo me encargo solo de la comida y la limpieza de la habitación principal. El jardinero fue el primero en irse, luego las demás muchachas de limpieza y a Barry lo despidieron hace un mes.

Barry fue el mayordomo de la mansión desde que Evelyn tiene memoria, sabe que la familia de él ha servido a la suya desde hace tres generaciones y el hecho de que él se fuera hace referencia a los problemas económicos de sus padres, a los suyos.

—No sé cuándo me iré yo— se lamenta Silvia mientras saca un pañuelo y se enjuaga los ojos—, pero tengo que aguantar lo suficiente para que mi hijo termine la carrera. Ya nadie contrata amas de llave en estos días, señorita, no cuando hay gente de su confianza para hacerlo.

Evelyn sabe que tiene razón y le entristece por ella. Desde que la cuidó cuando era pequeña, Silvia ha estado junto a ella y el no mantener contacto ha aislado a Evelyn de sus preocupaciones. No cree que eso sea bueno para ellas, tomando en cuenta que la considera como una tía cercana.

Silvia se suena la nariz, pero se recompone rápido.

—Lo siento, señorita. Sígame, por favor, sus padres la esperan en el cobertizo trasero. Les gusta estar ahí a esta hora.

Luego la mujer comienza a caminar y Evelyn le sigue le paso. Silvia se dirige a la puerta de la derecha y la abre sin problemas. Hay un pasillo que cubre la estancia de la sala, con las paredes cubiertas de fotos familiares. No hay tiempo de verlas, porque Silvia, aunque bajita, tiene unos pies que se mueven rápida y silenciosamente. Pronto, llegan a la puerta del final, que es antigua como todo y está abierta.

La luz del día está empezando a menguar y el horizonte ha adquirido un tono naranja que ciega a Evelyn por un momento. Junto a la puerta, en un cobertizo elegante, pero descuidado, hay una mesa con una jarra de lo que parece limonada  con hielos y dos sillones reclinables al lado, ambos ocupados.

Sus padres están, para sorpresa de Evelyn, muy tranquilos. Su madre tiene el cabello rubio con más raíces negras y su padre tiene un poco más de canas, pero siguen siendo los mismos. Su madre es la primera en verla. Le sonríe y se apresura a levantarse. Su rostro tiene forma de corazón y sus pestañas son increíblemente largas, viste uno de sus abrigos de piel falsa y unos tacones negros que le hacen parecer más alta. Cuando abraza a Evelyn son de la misma altura.

—Mi niña —dice sonriendo—. Te extrañábamos por la casa.

—Lo siento, madre. La universidad no me deja tiempo para visitas.

Es mitad cierto, pero su madre no hace preguntas. La toma de la mano y la lleva hacia su padre, que ha dejado la computadora en la que trabaja de lado y también la abraza con fuerza. Él es más grande que Evelyn y la muchacha le gusta dejarse caer en sus brazos. Tiene los brazos fuertes y el olor de sus abrigos siempre ha encanto a su hija, que no puede evitar recordar los viejos tiempos, cuando era una niña que solo podía dormir entre los cuerpos de sus padres para tranquilizarse.

—¿Cómo estas, cariño?

—Estoy bien, papá —miente —. Estoy más preocupada por ustedes, ¿qué ha pasado?

Sus padres comparten una mirada.

—Trae algo más de limonada para Evelyn, Silvia, por favor— dice su madre.

Silvia agacha la cabeza y recoge la jarra sin mirar a nadie. Se adentra en la mansión sin objetar. Evelyn frunce el ceño y su padre la conduce hasta el asiento en el que él estaba.

—¿Qué pasa? —pregunta Evelyn, siente que algo va mal además de lo obvio.

—Tenemos que hablarte de un trato —dice su padre.

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