Capítulo 29

Han sido semanas de tortura en este maldito lugar, de encerrarme en la oscuridad y la incertidumbre. Aún no sé qué está tramando Luciano pero de algo estoy segura: vendrá por mí. Me sacará de aquí.

Mi vida se reduce a esta habitación, vigilada día y noche por hombres que solo me sacan para comer, y luego me encierran de nuevo. Estoy agotada, anémica; la comida últimamente me sienta mal.

El plato frente a mí se ve apetitoso, pero no tengo ánimo. Suspiro, intento dar un bocado, pero el esfuerzo es inútil. Me levanto y miro al hombre que me observa sin apartar la vista.

—No tengo apetito. No quiero desperdiciar la comida —le digo, tratando de contener el desprecio.

—Te quiero vivita y coleando, muñequita —la voz de Antonio suena desde detrás de mí, como una serpiente deslizándose—. Si sigues sin comer, daré la orden de que te obliguen a hacerlo.

La ira me consume. Camino hacia él, acercándome con pasos firmes.

—Inténtalo, y te juro que seré capaz de cortarle un dedo a quien lo haga —le r
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