Nos dirigimos al lugar donde, según Ludovico, Vittoria Allegri se estaba hospedando. Era un hotel lujoso en las afueras de la ciudad, discreto, pero demasiado ostentoso para no llamar la atención en ciertos círculos.Luciano iba al volante, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en el camino. Yo estaba sentada a su lado, sintiendo el peso de su tensión como una nube que se cernía sobre nosotros. Ludovico y Bruno venían en otro auto, escoltándonos.—Luciano —dije suavemente, intentando romper el hielo—. ¿Qué planeas hacer cuando la encuentres?—Depende de cómo coopere —respondió sin mirarme, su voz cargada de determinación—. Si está dispuesta a hablar, la mantendremos con vida. Si no...No terminó la frase, pero no necesitaba hacerlo. Conocía demasiado bien cómo resolvía Luciano las cosas.—Y si hay una manera de convencerla sin recurrir a la violencia, ¿estarías dispuesto a escuchar?Él finalmente giró la cabeza hacia mí, con una ceja levantada.—¿Qué estás sugiriendo?—Vittori
El ambiente en la sala era tan tenso que parecía que el aire pesaba. La mirada cortante de Luciano y el tono de su voz hicieron que incluso Ludovico, siempre tan seguro de sí mismo, dudara un segundo antes de responder.—Horas. Si no menos —respondió Ludovico, dejando caer el teléfono sobre la mesa con un golpe seco.Luciano lo tomó y lo leyó en silencio. Me acerqué, sin poder evitarlo, para leer por encima de su hombro. El mensaje era breve, pero dejaba claro que Ferri no era un hombre que aceptara desafíos sin responder:"Devuélveme lo que es mío, Montecristo. O asegúrate de que sea la última vez que puedas respirar para enfrentarte a mí."Mis ojos se detuvieron en la última palabra. Respirar. No había margen para la interpretación: Ferri no amenazaba, sentenciaba.—Ferri no pierde el tiempo —comentó Vittoria desde el sofá, con los brazos cruzados y esa máscara de indiferencia que me irritaba más de lo que quería admitir. Había algo en su postura que siempre sugería que sabía más de
El camino hacia Portovenere se extendió como un eco de nuestra tensión, con cada minuto marcando el compás de una carrera contra el tiempo. Las colinas costeras se alzaban en la distancia, un telón de fondo engañosamente pacífico para lo que sabíamos que estaba por venir.Al llegar al escondite indicado por Vittoria, lo primero que llamó mi atención fue lo oculto que estaba. La villa parecía una de tantas en la región: sencilla, con una fachada blanca desgastada por el salitre del mar. Pero cuando nos acercamos, el detalle reveló una historia diferente. Cámaras discretas estaban camufladas entre las plantas, y los sonidos que normalmente habrían sido de olas rompiendo contra la costa eran suplantados por el zumbido bajo de generadores ocultos.—Es aquí —confirmó Vittoria, su voz apenas un susurro.Luciano miró hacia el lugar con la intensidad de un estratega, sus ojos escaneando cada rincón visible.—Ludovico, revisa los alrededores. No podemos permitirnos sorpresas.—Entendido —respo
La habitación estaba bañada en una luz blanca que se sentía opresiva, como si el espacio mismo estuviera observándonos. Los documentos, perfectamente alineados sobre la mesa central, parecían burlarse de nuestra presencia. Sabíamos que no serían fáciles de obtener, y menos con Ferri controlando cada movimiento.De los altavoces volvió a resonar su voz, esta vez más pausada, pero cargada de veneno.—Luciano, ¿realmente creías que podrías vencerme? Has jugado bien tus cartas, pero olvidaste una regla básica: siempre hay alguien mirando.Luciano escaneó la sala con los ojos entrecerrados, su postura rígida pero lista para atacar.—¿Y qué clase de maestro del juego se esconde tras las sombras? —respondió, su voz cargada de desprecio—. Si realmente crees que tienes el control, Ferri, sal y demuéstralo.Una risa áspera llenó la sala, y de pronto, las paredes comenzaron a moverse. Paneles se deslizaron hacia un lado, revelando monitores que mostraban nuestra ubicación desde distintos ángulos
La luz de la mañana era tenue cuando nos reagrupamos en un pequeño puerto pesquero al norte de Portovenere. El ambiente estaba cargado de tensión. Ludovico, herido pero estable, descansaba en el asiento trasero de una camioneta. Vittoria permanecía en silencio, observando el horizonte con un aire ausente, mientras yo revisaba los archivos extraídos en la operación.No podía quitarme de la cabeza la imagen de Luciano desapareciendo entre las llamas. Habían pasado apenas unas horas desde la explosión, pero cada minuto se sentía como una eternidad. La posibilidad de que él estuviera muerto era como una daga en mi pecho. Sin embargo, algo dentro de mí se negaba a aceptarlo. Luciano era un superviviente. Siempre lo había sido.El rugido de un motor rompió el silencio, y mi corazón se detuvo por un instante. Me giré, viendo cómo un viejo Jeep se acercaba al muelle, cubierto de polvo y barro. Reconocí al conductor incluso antes de que saliera del vehículo: Luciano.—¡Luciano! —grité, corrien
El aire de Portovenere estaba impregnado del aroma a sal y a pólvora que aún parecía flotar tras la batalla final contra Ferri y Bella. Aunque las heridas físicas comenzaban a sanar, las emocionales seguían latentes. Había un peso en mi pecho, uno que me recordaba lo cerca que habíamos estado de perderlo todo.Luciano, con vendas aún visibles en sus brazos y una sombra de agotamiento en su rostro, se mantenía cerca de mí. Nos habíamos refugiado temporalmente en una pequeña casa costera que Bruno había asegurado, un lugar sencillo, pero suficiente para descansar tras la tormenta.Esa noche, sin embargo, la paz fue rota por un dolor repentino que me recorrió como un relámpago. Al principio pensé que era el estrés acumulado, pero cuando el segundo calambre llegó, supe que esto era algo diferente. Algo más profundo.—Luciano —murmuré, agarrándome del borde de la mesa.Él se giró inmediatamente, su rostro pasando de la calma a la alarma en un instante.—¿Qué sucede? ¿Estás bien?—No lo sé.
Dos años después...El sol del mediodía caía sobre la villa, ahora más viva que nunca. Los jardines, antes llenos de huellas de batalla y heridas invisibles, ahora florecían con tonos vibrantes. La casa, que alguna vez había sido un refugio, se sentía ahora como un verdadero hogar.En el patio trasero, Bianca estaba sentada bajo un árbol, con una mano descansando sobre su vientre ya notablemente redondeado. Ludovico estaba a su lado, tallando un pequeño juguete de madera con la precisión y paciencia que pocos conocían en él.—¿Sabes? —dijo Bianca, rompiendo el silencio—. Nunca pensé que te vería haciendo algo tan... paternal.Ludovico no levantó la vista, pero una ligera sonrisa se formó en sus labios.—Y yo nunca pensé que sería padre. Supongo que ambos estamos descubriendo cosas nuevas.Bianca rió suavemente, una risa llena de paz.—¿Crees que seremos buenos en esto? —preguntó, con una pizca de duda.Finalmente, Ludovico dejó su talla a un lado y la miró directamente.—No lo sé. Per
Mi vida los últimos años habían sido una total tortura. Alejada de mi familia cuándo aún era una jovencita, solo porque un maldito se había obsesionado conmigo y me quiso tener como su mujer a la fuerza. Los primeros años habían sido una completa tortura, hasta que finalmente me hice la idea que no podía escapar, ni mucho menos él dejarme ir. Empecé aceptar mi realidad, a tomar mi puesto como mujer de un narcotraficante, con la diferencia de que empecé a relacionarme un poco con sus turbios negocios.—Katrina, debo de salir a solucionar un problema que hubo con la mercancía que debíamos recibir esta noche. —Esta bien —Respondo aún con la vista sobre la revista que sostengo —. ¿Algo más?—Fausto quedará a cargo de todo,regresaré pronto.Se acerca dejando un casto beso en mis labios, sale de la habitación y ruedo los ojos. Me levantó y observo por la ventana las camionetas fuera de la casa. Sube en ella y se marcha con sus hombres dejando a otros custodiando la casa. Fausto era su