Las náuseas del embarazo estaban acabando conmigo. Había pasado toda la mañana doblada en el baño, incapaz de siquiera retener el jugo que Bianca me trajo por la mañana.Habían pasado solo tres meses desde que la pesadilla acabó, y aunque intentábamos llevar una vida normal, no podía evitar que una sombra de incomodidad me persiguiera. De Laura, al menos, sabía que estaba en España. Su último paradero parecía ser definitivo, pero en este mundo nunca se podía estar segura.—Debes intentar comer algo, Katrina —dijo Bianca con tono preocupado—. Esto no es normal, ya llevas días sin retener la comida. Deberíamos ir al médico.—No pienso moverme de aquí, Bianca. —Suspiré, tratando de ignorar el mareo.—Entonces llamemos a uno. Quizás tienes alguna bacteria o algo peor.Rodé los ojos. —¿Qué bacteria? Esto es normal en el embarazo.Bianca se congeló, su expresión incrédula. —¿Estás embarazada? —preguntó, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.Asentí, frustrada. —Sí, desde ha
Los meses estaban pasando con una velocidad que me desgarraba. Cada día era una tormenta en mi interior, un huracán de emociones que arrasaba con todo a su paso. Mis cambios de humor eran una constante amenaza, pero Luciano, como un faro en medio del caos, se mantenía firme a mi lado, calmándome con su paciencia infinita.—¿Estás segura? —preguntó, mirándome profundamente, como si quisiera leer mi alma.—Sí. ¿Acaso no quieres que nazca aquí?—Claro que sí, nena. Pero pensé que te haría ilusión que naciera en tu país natal.—Me gusta que vivamos aquí, Luciano. Quiero que nuestro hijo nazca en este lugar —murmuré, acariciando su mejilla—. Este es nuestro hogar, y no quiero abandonarlo.Él asintió, dejando un beso suave en mi vientre y otro en mi frente.—Está bien, nena. Prometo no tardar, llegaré puntual para nuestra cita.Lo observé marcharse, cada paso alejándose como un recordatorio de lo fugaz que es el tiempo. Suspiré y caminé hacia el jardín, donde vi a Bianca y Bruno riendo bajo
Se me estaba haciendo difícil conciliar el sueño. Luciano había salido después de la conversación con Ludovico, prometiéndome que volvería pronto, pero las horas pasaban, y la cama se sentía cada vez más fría y vacía. Mi mente era un torbellino: la felicidad por nuestra hija y la preocupación por lo que Luciano enfrentaba se mezclaban en un caos que me consumía.Finalmente, me levanté y me dirigí al jardín. La brisa nocturna era fresca, pero no lograba calmar mi ansiedad. Allí encontré a Bianca, sentada bajo el gran árbol que tanto adoraba, envuelta en un chal y mirando las estrellas.—¿Tampoco puedes dormir? —pregunté, sentándome a su lado.—No cuando las cosas están tan tensas. Bruno y Ludovico tampoco han vuelto.Su voz era un susurro, cargado de inquietud. La miré, y por primera vez vi en ella algo más que preocupación. Había miedo, un miedo que resonaba con el mío.—¿Qué pasó, Bianca? —insistí, buscando respuestas—. ¿Qué ocurrió mientras Luciano y yo estábamos fuera?Ella vaciló,
La declaración de Ludovico dejó a todos en silencio. Una traición dentro de la familia era un golpe que ninguno esperaba, y sus implicaciones eran aún más aterradoras. Luciano se pasó una mano por el cabello, claramente luchando por controlar su frustración.—¿Tienes idea de quién podría ser? —preguntó, su voz baja pero cargada de peligro.—No puedo asegurarlo aún, pero tengo mis sospechas —respondió Ludovico, mirando de reojo a Bruno, como si dudara en hablar frente a él.—¿Qué sospechas? —insistió Bruno, notando la vacilación.Antes de que Ludovico pudiera responder, un gemido de dolor me distrajo. Giré la cabeza y vi a Bianca apoyada contra el auto, respirando con dificultad.—¡Bianca! —corrí hacia ella, olvidándome momentáneamente de todo lo demás—. ¿Qué te pasa?Bruno también se acercó de inmediato, sus ojos llenos de preocupación.—Estoy bien, sólo fue el golpe de los cristales —murmuró ella, tratando de minimizarlo, pero su rostro pálido decía otra cosa.—Déjame ver —dijo Bruno
El jardín quedó en un silencio inquietante tras el último disparo. El cuerpo de Alaya se desplomó como una muñeca rota, y con ella, algo esencial en Bianca parecía haberse quebrado. Su llanto era desgarrador, resonando en un aire ya cargado de tensión.Bruno la abrazaba con fuerza y con sus palabras intentando consolarla:—Lo siento, Bianca... No pude detenerlo.Pero ella se retorcía entre sus brazos, golpeándolo débilmente, como si el contacto físico la quemara.—¡Tú no entiendes! Era mi hermana... Mi sangre... ¡Luciano no tenía derecho!Luciano, aún con el arma en la mano, se giró lentamente hacia Bianca. Su rostro era una máscara de acero, pero sus ojos revelaban una culpa que intentaba esconder.—Hice lo que debía hacer para protegernos. No me arrepiento.Bianca lo fulminó con la mirada, las lágrimas cayendo sin cesar.—Te has convertido en un monstruo, Luciano. Igual que todos los demás.—Siempre he sido uno Bianca, pero por mi familia incluso me volvería el diablo ante quien sea
A la mañana siguiente, mientras el sol apenas iluminaba los jardines, Ludovico llegó con noticias que rompieron nuestra rutina.—Luciano, tenemos un visitante.—¿Quién? —preguntó él, sin levantar la vista de los documentos frente a él.—Vittorio.El nombre hizo que Luciano se detuviera en seco. Vittorio era un líder de una de las familias rivales con quienes habían tenido conflictos sangrientos durante años. Su presencia en nuestra villa no podía significar nada bueno.Luciano se levantó, su expresión endureciéndose.—¿Qué demonios quiere Vittorio?—Dice que quiere hablar. Algo sobre un enemigo común —respondió Ludovico, pero la desconfianza en su voz era evidente.Vittorio estaba esperando en el salón principal. Era un hombre mayor, con un porte imponente y una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda. Cuando Luciano entró, Vittorio se levantó lentamente, extendiendo una mano en señal de paz.—Luciano. Gracias por recibirme —dijo, con un tono que intentaba sonar cortés, pero que lle
Nos dirigimos al lugar donde, según Ludovico, Vittoria Allegri se estaba hospedando. Era un hotel lujoso en las afueras de la ciudad, discreto, pero demasiado ostentoso para no llamar la atención en ciertos círculos.Luciano iba al volante, con la mandíbula apretada y los ojos clavados en el camino. Yo estaba sentada a su lado, sintiendo el peso de su tensión como una nube que se cernía sobre nosotros. Ludovico y Bruno venían en otro auto, escoltándonos.—Luciano —dije suavemente, intentando romper el hielo—. ¿Qué planeas hacer cuando la encuentres?—Depende de cómo coopere —respondió sin mirarme, su voz cargada de determinación—. Si está dispuesta a hablar, la mantendremos con vida. Si no...No terminó la frase, pero no necesitaba hacerlo. Conocía demasiado bien cómo resolvía Luciano las cosas.—Y si hay una manera de convencerla sin recurrir a la violencia, ¿estarías dispuesto a escuchar?Él finalmente giró la cabeza hacia mí, con una ceja levantada.—¿Qué estás sugiriendo?—Vittori
El ambiente en la sala era tan tenso que parecía que el aire pesaba. La mirada cortante de Luciano y el tono de su voz hicieron que incluso Ludovico, siempre tan seguro de sí mismo, dudara un segundo antes de responder.—Horas. Si no menos —respondió Ludovico, dejando caer el teléfono sobre la mesa con un golpe seco.Luciano lo tomó y lo leyó en silencio. Me acerqué, sin poder evitarlo, para leer por encima de su hombro. El mensaje era breve, pero dejaba claro que Ferri no era un hombre que aceptara desafíos sin responder:"Devuélveme lo que es mío, Montecristo. O asegúrate de que sea la última vez que puedas respirar para enfrentarte a mí."Mis ojos se detuvieron en la última palabra. Respirar. No había margen para la interpretación: Ferri no amenazaba, sentenciaba.—Ferri no pierde el tiempo —comentó Vittoria desde el sofá, con los brazos cruzados y esa máscara de indiferencia que me irritaba más de lo que quería admitir. Había algo en su postura que siempre sugería que sabía más de