La puerta se cerró detrás de él con un clic sordo, aislándonos del resto del mundo. El Fantasma, con su imponente figura y su máscara que parecía sellar sus emociones, se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa. Su mirada glacial recorrió mi rostro, evaluándome con una intensidad que hizo que me sintiera desnuda bajo su escrutinio.
—Entonces, Elena Moretti, ¿crees que puedes venir aquí, irrumpir en mi mundo y exigirme algo? —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de un peligro latente que me puso los nervios de punta.
No me dejé intimidar. Enderecé la espalda y lo miré directamente a los ojos, aunque mi corazón parecía estar tratando de escapar de mi pecho. —No estoy aquí para exigir nada. Estoy aquí porque necesito tu ayuda. Mi hermano ha desaparecido, y creo que está relacionado con tu... negocio.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa, pero no había humor en ella, solo desprecio. —¿Y por qué supones que yo tendría algo que ver con eso? —preguntó, cruzando los brazos mientras se apoyaba en el borde de la mesa. Su postura era relajada, pero sus ojos me decían que estaba listo para saltar si le daba una razón.
—Porque dejó pistas. —Saqué mi teléfono y le mostré la foto de la rosa negra que había encontrado en el apartamento de Matteo. Su expresión no cambió, pero el aire en la habitación se volvió más pesado, como si la mención de ese símbolo hubiera invocado un fantasma del pasado—. Esto significa algo, ¿verdad? ¿Qué le hicieron a mi hermano?
—¿Qué te hace pensar que me importa lo que le pase a tu hermano? —replicó, sin apartar los ojos de mí. Su frialdad era como una daga, y por un momento dudé de mi decisión de venir aquí. Pero no podía retroceder ahora.
—No sé si te importa o no —contesté con firmeza—, pero sé que eres lo suficientemente poderoso como para averiguarlo. Y si no lo haces, seguiré buscando hasta encontrar respuestas. Con o sin tu ayuda.
Sus ojos brillaron con algo que podría haber sido admiración o irritación, pero no dejó que ninguna emoción se filtrara en su voz. —Eres testaruda. Un defecto peligroso en este mundo, Elena.
—También soy leal. —Mi voz tembló ligeramente, pero no retrocedí—. Matteo es mi única familia, y no voy a abandonarlo.
El Fantasma se levantó de la mesa y dio un paso hacia mí. Su proximidad hizo que mi respiración se acelerara, pero me obligué a mantenerme firme. —Si lo que dices es cierto, y tu hermano está en problemas por cruzarse en mi camino, entonces eso lo convierte en un problema mío. Pero, ¿cómo sé que no eres solo una espía enviada por alguien para infiltrarse en mi organización?
—¿Una espía? —repetí, incrédula. No pude evitar soltar una risa amarga—. Si quisiera espiarte, ¿crees que entraría aquí como un elefante en una cristalería, pidiendo ayuda a gritos? Ni siquiera sé cómo funciona tu m*****a organización.
—Precisamente. —Su tono era cortante—. Eres demasiado directa, demasiado impulsiva. Eso podría ser una estrategia... o podría ser simplemente estupidez. Ambas son igual de peligrosas para mí.
—No tengo tiempo para esto. —Mi paciencia estaba empezando a agotarse. Di un paso hacia él, ignorando la alarma que gritaba en mi cabeza—. Si no quieres ayudarme, dímelo ahora, y me iré. Pero no me insultes cuestionando mis motivos. Mi hermano está en peligro, y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú juegas a ser el gran inquisidor.
El silencio que siguió fue tan tenso que parecía vibrar en el aire. Finalmente, El Fantasma inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando algo.
—Está bien —dijo al fin—. Te daré una oportunidad para demostrar que no eres una amenaza. Pero ten cuidado, Elena. Si descubro que estás mintiendo o que escondes algo, no vivirás para lamentarlo.
—No estoy escondiendo nada —contesté, sin apartar la mirada. Sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja, pero no podía mostrar miedo.
El Fantasma hizo un gesto con la mano, y un hombre apareció en la puerta, tan silencioso como una sombra. —Llévala al almacén —ordenó—. Quiero ver cómo maneja una situación... complicada.
—¿Qué? —pregunté, desconcertada—. ¿Qué almacén?
—Una prueba —respondió, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Si realmente estás aquí por tu hermano, y no por otra razón, demostrarás que puedes manejar los peligros que vienen con este mundo. De lo contrario, mejor será que te vayas preparando para el peor de los finales.
Antes de que pudiera protestar, el hombre me tomó del brazo y me condujo fuera de la habitación. Miré hacia atrás, pero El Fantasma ya no estaba mirándome. Parecía haber perdido interés en mí, como si mi destino ya no fuera de su incumbencia. Sin embargo, sabía que estaba equivocado. Ese hombre no hacía nada al azar. Esto era un juego, y yo acababa de convertirme en su pieza más débil.
Mientras me llevaban al "almacén", una mezcla de miedo y determinación se enredó en mi pecho. Tal vez no podía confiar en El Fantasma, pero tampoco iba a dejar que me aplastara. Si quería ponerme a prueba, estaba lista para enfrentar lo que viniera. Porque si algo tenía claro era esto: nadie, ni siquiera un hombre como él, me detendría en mi búsqueda de Matteo.
El almacén estaba ubicado en las afueras de Milán, un edificio industrial abandonado que parecía sacado de una película de terror. Las sombras bailaban bajo la tenue luz de los faroles, y el frío de la noche se colaba por cada grieta en las paredes. Me empujaron hacia adentro sin ceremonias, y me encontré rodeada por tres hombres que no parecían interesados en ocultar su hostilidad.
—¿Esto es una broma? —pregunté, mirando a mi alrededor. El eco de mi voz reverberó en el espacio vacío, aumentando mi sensación de vulnerabilidad.
—El jefe quiere saber si eres de fiar —dijo uno de los hombres, un tipo corpulento con una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda—. Si fallas, no saldrás de aquí con vida.
—¿Y cuál es la prueba? —Mi voz era firme, pero por dentro estaba temblando.
El hombre con la cicatriz señaló hacia una mesa al otro lado del almacén. Sobre ella había un maletín cerrado y una pistola. —Tienes que entregar esto en una dirección. Sin hacer preguntas, sin abrirlo. Si llegas sin problemas, pasas. Si no... bueno, ya sabes.
Sentí una oleada de indignación. —¿Eso es todo? ¿Una entrega? ¿Por qué no lo hacen ustedes mismos?
—Porque no confiamos en ti —respondió otro hombre, más joven pero con una mirada igual de intimidante—. Y porque esta es tu oportunidad de demostrar que realmente estás aquí por tu hermano, no por otra cosa.
Apreté los dientes, pero tomé el maletín. No tenía opción. Si esta era la manera de ganar la confianza de El Fantasma y acercarme más a la verdad, lo haría. Aunque algo en mi interior me decía que esta prueba era mucho más peligrosa de lo que querían que creyera.
Mientras salía del almacén, el peso del maletín en mi mano se sentía como una sentencia. Sabía que estaba entrando en un juego mortal, y la única forma de ganar era sobrevivir. Pero una cosa era segura: no me rendiría. Por Matteo, por mi única familia, enfrentaría cualquier desafío. Incluso si eso significaba jugar con fuego junto a un hombre tan peligroso como El Fantasma.
El coche avanzaba por las calles silenciosas de Milán, cortando la bruma nocturna como un cuchillo. Sentada en el asiento trasero, con las manos aferradas a mi abrigo mojado, no dejaba de repasar lo que acababa de suceder. Había venido aquí buscando respuestas, pero lo único que había encontrado era un hombre que se deleitaba en jugar con mi desesperación.El hombre que me escoltaba no había dicho ni una palabra desde que dejamos el club. Era alto y robusto, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda y una mirada que evitaba contacto visual. Su presencia solo aumentaba mi sensación de que me dirigía hacia un abismo del que no podría salir.—¿Siempre son así de amables? —pregunté, rompiendo el silencio.El hombre apenas giró la cabeza hacia mí, pero sus labios se torcieron en una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Estás hablando demasiado para alguien que acaba de entrar en un mundo que no entiende.—Quizá deberían intentar una estrategia diferente con los invitados. Podría funci
Luca Marchetti, conocido como Il Fantasma, estaba apoyado contra el escritorio de su oficina improvisada en el almacén abandonado. Sus ojos recorrieron los informes que su gente había recopilado sobre Elena Moretti. Antes de que ella siquiera pusiera un pie en su club, él ya sabía de su existencia. Había dado la orden de investigarla en cuanto escuchó que alguien estaba husmeando en su territorio preguntando por Matteo Moretti.Sabía que su llegada no era casualidad. Y en su mundo, las coincidencias no existían.—¿Moretti? —preguntó Massimo, uno de sus hombres de confianza, con incredulidad—. ¿De verdad crees que puedes confiar en ella? Su hermano se metió en un lío con Russo. No me sorprendería que ella sea solo otra ficha en su juego.Luca exhaló lentamente el humo de su cigarro, sin apartar la vista de los documentos.—No confío en ella —respondió con calma—. Pero eso no significa que no pueda ser útil.Enzo soltó una risa seca. —¿Necesitas a una restauradora de arte para qué, exac
Las luces tenues del almacén parpadeaban, proyectando sombras inquietantes en las paredes de cemento desnudo. Frente a mí, El Fantasma examinaba el contenido del sobre con una expresión inescrutable. Cada gesto suyo era calculado, contenido, como si fuera un depredador estudiando a su presa. No había dicho nada desde que dejé el paquete en la mesa, y la tensión en la habitación se sentía densa, sofocante.—Lo hiciste bien —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. No te delataste, no hiciste preguntas innecesarias y regresaste rápido.Me crucé de brazos, manteniendo la compostura a pesar de que mi corazón martillaba contra mi pecho.—Cumplí con mi parte. Ahora cumple tú con la tuya. Matteo. Quiero saber qué le ha pasado.El Fantasma cerró el sobre con un ademán lento y metódico antes de levantar la mirada hacia mí. Sus ojos azul acero me atraparon, despojándome de cualquier protección que pudiera haber construido alrededor de mis pensamientos.—Aún no has terminado —replicó con calma—.
El sobre descansaba sobre la mesa de cristal, inofensivo a simple vista, pero su contenido tenía el poder de cambiar el rumbo de mi búsqueda. Lo abrí con dedos temblorosos y saqué la nota dentro. La caligrafía era elegante, inclinada con precisión quirúrgica."Via della Spiga, 14. Pregunta por Bianca."Fruncí el ceño. No era una dirección cualquiera. Via della Spiga era una de las calles comerciales más exclusivas de Milán, hogar de las boutiques más prestigiosas del mundo. ¿Por qué el Fantasma me enviaba allí? Sin más información, solo me quedaba obedecer.***La boutique estaba escondida entre dos edificios, sin carteles llamativos ni escaparates evidentes. Solo una pequeña placa dorada en la puerta indicaba su nombre: "Bianca Couture". Empujé la pesada puerta de cristal y entré en un santuario de telas exquisitas y perfumes embriagadores.Los vestidos colgaban como obras de arte, cada uno más impresionante que el anterior. La iluminación tenue resaltaba los bordados, las lentejuela
El murmullo de la multitud se convirtió en un zumbido de fondo mientras Elena avanzaba del brazo del Fantasma. El interior de la mansión era aún más lujoso de lo que había imaginado: arañas de cristal colgaban de techos altos, el mármol pulido reflejaba la luz cálida y dorada, y las paredes estaban decoradas con obras de arte que probablemente valían más de lo que ganaría en una vida entera.Pero no era la opulencia lo que ponía su piel de gallina, sino la gente. Hombres y mujeres vestidos de gala, moviéndose con una gracia estudiada, sonriendo con labios falsos mientras bebían champán y negociaban en susurros. No era solo una subasta; era un mercado de poder, donde los más peligrosos jugaban sus cartas en la oscuridad.Elena se aferró al brazo del Fantasma mientras avanzaban por la multitud. Podía sentir las miradas sobre ellos, algunas de curiosidad, otras de miedo. Era evidente que él no solo era conocido, sino también temido.—Mantén la compostura —susurró el Fantasma cerca de su
El aire en la mansión seguía cargado tras la ejecución fría y calculada del Fantasma. Los murmullos entre los asistentes apenas eran perceptibles, pero el mensaje había sido claro: nadie desafiaba su autoridad sin enfrentar las consecuencias. Yo, con el corazón tamborileando en mi pecho, trataba de mantener la compostura, pero la imagen de la sangre esparciéndose por el suelo se negaba a salir de mi mente.Respiré hondo, obligándome a apartar la vista del cadáver que yacía inmóvil en medio del elegante salón. A mi alrededor, los invitados continuaban con su velada, algunos con miradas de cautela, otros con indiferencia absoluta. Como si la muerte fuera solo un pequeño inconveniente dentro de su mundo.El Fantasma se inclinó hacia mí, su máscara reflejando las luces débiles del lugar.—Camina conmigo —ordenó en un tono que no admitía protesta.Tragué saliva y asentí, siguiéndolo a través de la multitud. Pasamos por un largo pasillo adornado con cuadros antiguos, hasta que empujó una pu
ElenaEl murmullo en el salón se desvaneció en cuanto la tela de terciopelo negro fue retirada, revelando al hombre que se encontraba de rodillas dentro del carrito, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su rostro mostraba rastros de golpes recientes. No era un objeto lo que se subastaba, sino una persona.Mi estómago se revolvió.El presentador sonrió con afilada satisfacción. —Caballeros, nuestro siguiente lote es un caso especial. Un hombre que alguna vez fue de los nuestros… y que, lamentablemente, olvidó dónde residía su lealtad.Un susurro recorrió la sala. No podía apartar la vista del prisionero, que ahora levantaba lentamente la cabeza. Sus ojos reflejaban puro terror.El Fantasma, sentado a mi lado, permanecía inmóvil, observando la escena con un aire de absoluta indiferencia. Yo, en cambio, apenas podía respirar. Todo esto era demasiado, demasiado macabro.—Este hombre estaba en una lista. Una lista de traidores —continuó l
El eco de los tacones sobre el suelo de mármol me resultaba ensordecedor. No sabía si era mi corazón latiendo con violencia o el peso de lo que acababa de presenciar lo que me hacía sentir tan inquieta. Apenas había pasado una hora desde la subasta, y aún podía sentir la tensión en mis huesos.El trayecto de regreso a la mansión de Luca había transcurrido en un silencio incómodo. La noche había terminado con una sensación de inquietud latente, como si algo más estuviera a punto de suceder. Luca no había dicho una sola palabra en el auto, simplemente me observaba de reojo mientras conducía con una calma exasperante. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en lo que había visto en la subasta, en el hombre traicionado, en la forma en que Luca había manejado todo con una frialdad escalofriante.Aquel hombre, el traidor, no era un simple desconocido para Luca. Lo vi en su mirada, en el brillo casi calculador de sus ojos cuando elevó la primera oferta. No había sorpresa en su expresión, solo