El sobre descansaba sobre la mesa de cristal, inofensivo a simple vista, pero su contenido tenía el poder de cambiar el rumbo de mi búsqueda. Lo abrí con dedos temblorosos y saqué la nota dentro. La caligrafía era elegante, inclinada con precisión quirúrgica.
"Via della Spiga, 14. Pregunta por Bianca."
Fruncí el ceño. No era una dirección cualquiera. Via della Spiga era una de las calles comerciales más exclusivas de Milán, hogar de las boutiques más prestigiosas del mundo. ¿Por qué el Fantasma me enviaba allí? Sin más información, solo me quedaba obedecer.
***
La boutique estaba escondida entre dos edificios, sin carteles llamativos ni escaparates evidentes. Solo una pequeña placa dorada en la puerta indicaba su nombre: "Bianca Couture". Empujé la pesada puerta de cristal y entré en un santuario de telas exquisitas y perfumes embriagadores.
Los vestidos colgaban como obras de arte, cada uno más impresionante que el anterior. La iluminación tenue resaltaba los bordados, las lentejuelas cosidas a mano y las telas sedosas.
Una mujer de cabello rubio cenizo y labios pintados de rojo me recibió con una sonrisa afilada, estudiándome de arriba abajo como si pudiera descifrar cada uno de mis secretos con una sola mirada.
—Debes ser Elena —dijo con voz aterciopelada—. Te esperaba.
—¿Bianca? —pregunté, aún desconfiada.
—Así es. Ven conmigo, querida.
Me llevó a una sala privada en la parte trasera de la boutique, donde un único vestido colgaba en un perchero dorado. Era una pieza impresionante: negro, ceñido a la cintura, con una abertura en la pierna y finos detalles de pedrería que lo hacían brillar sutilmente bajo la luz. Sabía que era costoso sin siquiera mirar la etiqueta.
—¿Esto es una broma? —dije, cruzándome de brazos.
Bianca rió suavemente.
—No, es un regalo. O más bien, una inversión. Alguien pasará por tu apartamento esta noche para llevarte a la subasta. Ponte el vestido. No querrás desentonar.
La miré fijamente, buscando alguna señal de burla en su expresión.
—No entiendo por qué hacen todo esto. No soy parte de su mundo.
—Tal vez no aún —dijo Bianca con una sonrisa enigmática—. Pero hay personas que ven potencial donde otros ven una intrusa.
—¿El Fantasma? —pregunté con cautela.
—No soy quien para hablar en su nombre. Solo cumple con lo que se te pide, y todo saldrá bien. —Se giró y señaló un biombo de terciopelo—. Ahora, pruébatelo. Quiero asegurarme de que te quede perfecto.
No tenía opción, ¿verdad?
***
Horas más tarde, una elegante berlina negra se detuvo frente a mi edificio. Enzo, el hombre de confianza del Fantasma, me esperaba en el asiento del conductor. Su expresión era seria, como siempre.
Subí al auto sin decir palabra. Apenas cerré la puerta, el vehículo arrancó.
—Bonito vestido —comentó Enzo con un atisbo de ironía en su voz.
—Gracias. Un detalle de nuestro querido jefe. —Me acomodé en el asiento, mirando su reflejo en el espejo retrovisor—. ¿A dónde vamos exactamente?
—A la subasta —respondió sin dar más detalles.
—Eso ya lo sé. ¿Qué se subasta?
—Cosas valiosas.
Bufé, exasperada.
—Dime algo, Enzo. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para él?
—Suficiente.
—¿Suficiente para confiar en él?
Sus ojos se encontraron con los míos en el espejo, afilados como cuchillas.
—Suficiente para saber que no te conviene hacerle demasiadas preguntas.
Me incliné un poco hacia adelante.
—Eso no me responde nada. ¿Por qué me está ayudando realmente? ¿Qué gana con esto?
Enzo suspiró.
—No me pagan por responderte, Moretti.
—Entonces, ¿por qué me respondes? —presioné, con una sonrisa ladina.
Él negó con la cabeza.
—Porque me caes bien. Pero eso no significa que te diré lo que quieres saber. Mejor concéntrate en lo que viene. Esta noche, debes actuar como si pertenecieras a ese mundo. No muestres dudas. No hagas preguntas. Y sobre todo, no le lleves la contraria al Fantasma en público.
—¿Qué pasa si lo hago?
—Descúbrelo por tu cuenta —dijo con una sonrisa casi divertida.
La conversación terminó allí. Pasamos las siguientes calles en silencio, hasta que el auto finalmente se detuvo frente a una mansión imponente.
La estructura se alzaba majestuosa, rodeada de jardines perfectamente cuidados. Luces doradas iluminaban la entrada, donde los invitados descendían de automóviles de lujo. Hombres con trajes impecables y mujeres con vestidos deslumbrantes cruzaban las puertas con la seguridad de quienes pertenecían a ese mundo.
Enzo bajó y rodeó el auto para abrirme la puerta, pero antes de que pudiera hacerlo, otra mano se extendió hacia mí.
El Fantasma estaba allí, vestido con un traje negro hecho a la medida, su máscara cubriendo la mitad de su rostro. Su porte era imponente, su presencia absorbía todo a su alrededor. Sus ojos, los únicos visibles tras la máscara, brillaban con algo indescifrable.
—Bienvenida al juego, Elena —dijo, con una sonrisa que me heló la sangre.
Me tomó de la mano y, sin darme oportunidad de dudar, me ayudó a bajar del auto.
El verdadero peligro apenas comenzaba.
El murmullo de la multitud se convirtió en un zumbido de fondo mientras Elena avanzaba del brazo del Fantasma. El interior de la mansión era aún más lujoso de lo que había imaginado: arañas de cristal colgaban de techos altos, el mármol pulido reflejaba la luz cálida y dorada, y las paredes estaban decoradas con obras de arte que probablemente valían más de lo que ganaría en una vida entera.Pero no era la opulencia lo que ponía su piel de gallina, sino la gente. Hombres y mujeres vestidos de gala, moviéndose con una gracia estudiada, sonriendo con labios falsos mientras bebían champán y negociaban en susurros. No era solo una subasta; era un mercado de poder, donde los más peligrosos jugaban sus cartas en la oscuridad.Elena se aferró al brazo del Fantasma mientras avanzaban por la multitud. Podía sentir las miradas sobre ellos, algunas de curiosidad, otras de miedo. Era evidente que él no solo era conocido, sino también temido.—Mantén la compostura —susurró el Fantasma cerca de su
El aire en la mansión seguía cargado tras la ejecución fría y calculada del Fantasma. Los murmullos entre los asistentes apenas eran perceptibles, pero el mensaje había sido claro: nadie desafiaba su autoridad sin enfrentar las consecuencias. Yo, con el corazón tamborileando en mi pecho, trataba de mantener la compostura, pero la imagen de la sangre esparciéndose por el suelo se negaba a salir de mi mente.Respiré hondo, obligándome a apartar la vista del cadáver que yacía inmóvil en medio del elegante salón. A mi alrededor, los invitados continuaban con su velada, algunos con miradas de cautela, otros con indiferencia absoluta. Como si la muerte fuera solo un pequeño inconveniente dentro de su mundo.El Fantasma se inclinó hacia mí, su máscara reflejando las luces débiles del lugar.—Camina conmigo —ordenó en un tono que no admitía protesta.Tragué saliva y asentí, siguiéndolo a través de la multitud. Pasamos por un largo pasillo adornado con cuadros antiguos, hasta que empujó una pu
ElenaEl murmullo en el salón se desvaneció en cuanto la tela de terciopelo negro fue retirada, revelando al hombre que se encontraba de rodillas dentro del carrito, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su rostro mostraba rastros de golpes recientes. No era un objeto lo que se subastaba, sino una persona.Mi estómago se revolvió.El presentador sonrió con afilada satisfacción. —Caballeros, nuestro siguiente lote es un caso especial. Un hombre que alguna vez fue de los nuestros… y que, lamentablemente, olvidó dónde residía su lealtad.Un susurro recorrió la sala. No podía apartar la vista del prisionero, que ahora levantaba lentamente la cabeza. Sus ojos reflejaban puro terror.El Fantasma, sentado a mi lado, permanecía inmóvil, observando la escena con un aire de absoluta indiferencia. Yo, en cambio, apenas podía respirar. Todo esto era demasiado, demasiado macabro.—Este hombre estaba en una lista. Una lista de traidores —continuó l
El eco de los tacones sobre el suelo de mármol me resultaba ensordecedor. No sabía si era mi corazón latiendo con violencia o el peso de lo que acababa de presenciar lo que me hacía sentir tan inquieta. Apenas había pasado una hora desde la subasta, y aún podía sentir la tensión en mis huesos.El trayecto de regreso a la mansión de Luca había transcurrido en un silencio incómodo. La noche había terminado con una sensación de inquietud latente, como si algo más estuviera a punto de suceder. Luca no había dicho una sola palabra en el auto, simplemente me observaba de reojo mientras conducía con una calma exasperante. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en lo que había visto en la subasta, en el hombre traicionado, en la forma en que Luca había manejado todo con una frialdad escalofriante.Aquel hombre, el traidor, no era un simple desconocido para Luca. Lo vi en su mirada, en el brillo casi calculador de sus ojos cuando elevó la primera oferta. No había sorpresa en su expresión, solo
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando finalmente cedí al cansancio. La noche había sido un torbellino de emociones: la subasta, el descubrimiento de aquel hombre en la mansión de Luca, y su mirada cargada de secretos que parecían consumirlo desde dentro. Después de todo lo ocurrido, él había insistido en que me quedara en su casa. No había sido una sugerencia ni una invitación amable, sino una orden disfrazada de conveniencia. "Es tarde para que regreses sola", había dicho con esa voz rasposa que no dejaba espacio para discusión.Por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. Milán no era segura para alguien en mi posición, y menos después de lo que había presenciado. Así que, con un nudo en la garganta y la tensión aún aferrada a mi cuerpo, acepté quedarme.La habitación que me asignó estaba en la planta superior, alejada del bullicio de la casa y con una vista directa al jardín. Pero a pesar del lujo y la aparente tranquilidad, no lograba conciliar el sueño. Algo en el aire
El silencio en la mansión era sofocante. Cada rincón parecía estar impregnado de una tensión que electrizaba el aire. Después de recibir ese maldito paquete, todo había cambiado. Luca no había dicho una palabra en todo el trayecto hasta su oficina, pero la forma en que me sujetó de la muñeca y me arrastró con él dejaba claro que no estaba de humor para explicaciones tranquilas.Al llegar, cerró la puerta tras de sí con un golpe seco. Su espalda se mantenía recta, sus manos apoyadas en el borde del escritorio, los nudillos blancos de tanta presión. Suspiré, obligándome a calmar mi propia respiración, porque sabía que cualquier error podría costarme caro.—¿Vas a decirme qué está pasando? —pregunté, manteniendo la voz firme a pesar de mi miedo.Luca giró lentamente la cabeza hacia mí. Sus ojos oscuros me recorrieron de arriba abajo, como si estuviera evaluando si realmente merecía una respuesta. Finalmente, habló, su voz un filo de hielo que me erizó la piel.—No hay marcha atrás, Elena.
Elena no había tenido un respiro desde la noche anterior. El hallazgo de la rosa negra y la cinta de video con la imagen de Matteo había sacudido por completo su mundo. Su hermano estaba vivo, pero lo retenían en algún lugar que aún desconocía. Y lo peor era que ahora estaba atrapada en la mansión de Luca Marchetti, el hombre que había prometido ayudarla, pero también el mismo que la mantenía vigilada.No había dormido bien, y al despertar sintió la necesidad de hablar con alguien que no estuviera envuelto en esa peligrosa red de secretos y violencia. Buscó su teléfono y marcó el número de su mejor amiga, Clara.—¡Por fin te dignas a llamarme! —exclamó Clara con exasperación apenas respondió.Elena cerró los ojos, sintiéndose culpable. —Lo siento, han pasado muchas cosas.—¿Muchas cosas? Elena, desapareciste sin decir nada. Sabes que si no fuera porque confío en ti, ya habría llamado a la policía.Elena tragó saliva. No podía contarle toda la verdad, no solo por su propia seguridad, s
El sonido del teléfono rompió el silencio de la noche. Estaba concentrada en el lienzo frente a mí, restaurando una pintura antigua que había pertenecido a una familia adinerada de Milán. El pincel se detuvo en el aire, y miré el reloj: las 2:47 a.m. Nadie llamaba a esa hora, a menos que fuera una emergencia. Con el corazón acelerado, descolgué el teléfono.—¿Elena? —La voz de Matteo sonaba distorsionada, como si estuviera hablando desde el fondo de un túnel— Necesito que escuches... No tengo mucho tiempo.—Matteo, ¿dónde estás? ¿Qué pasa? —Me levanté de un salto, derramando un frasco de agua sobre el lienzo que estaba restaurando. No me importó. La voz de mi hermano sonaba extraña, casi irreconocible. Era como si estuviera luchando por respirar, como si algo—o alguien—lo estuviera persiguiendo.—Estoy en problemas, Elena. No debería haberme metido en esto... Pero ahora es demasiado tarde. —Hubo un ruido de fondo, como pasos apresurados, y luego un golpe seco—. ¡No! ¡Déjenme en paz! —