El aire en la mansión seguía cargado tras la ejecución fría y calculada del Fantasma. Los murmullos entre los asistentes apenas eran perceptibles, pero el mensaje había sido claro: nadie desafiaba su autoridad sin enfrentar las consecuencias. Yo, con el corazón tamborileando en mi pecho, trataba de mantener la compostura, pero la imagen de la sangre esparciéndose por el suelo se negaba a salir de mi mente.Respiré hondo, obligándome a apartar la vista del cadáver que yacía inmóvil en medio del elegante salón. A mi alrededor, los invitados continuaban con su velada, algunos con miradas de cautela, otros con indiferencia absoluta. Como si la muerte fuera solo un pequeño inconveniente dentro de su mundo.El Fantasma se inclinó hacia mí, su máscara reflejando las luces débiles del lugar.—Camina conmigo —ordenó en un tono que no admitía protesta.Tragué saliva y asentí, siguiéndolo a través de la multitud. Pasamos por un largo pasillo adornado con cuadros antiguos, hasta que empujó una pu
ElenaEl murmullo en el salón se desvaneció en cuanto la tela de terciopelo negro fue retirada, revelando al hombre que se encontraba de rodillas dentro del carrito, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su rostro mostraba rastros de golpes recientes. No era un objeto lo que se subastaba, sino una persona.Mi estómago se revolvió.El presentador sonrió con afilada satisfacción. —Caballeros, nuestro siguiente lote es un caso especial. Un hombre que alguna vez fue de los nuestros… y que, lamentablemente, olvidó dónde residía su lealtad.Un susurro recorrió la sala. No podía apartar la vista del prisionero, que ahora levantaba lentamente la cabeza. Sus ojos reflejaban puro terror.El Fantasma, sentado a mi lado, permanecía inmóvil, observando la escena con un aire de absoluta indiferencia. Yo, en cambio, apenas podía respirar. Todo esto era demasiado, demasiado macabro.—Este hombre estaba en una lista. Una lista de traidores —continuó l
El eco de los tacones sobre el suelo de mármol me resultaba ensordecedor. No sabía si era mi corazón latiendo con violencia o el peso de lo que acababa de presenciar lo que me hacía sentir tan inquieta. Apenas había pasado una hora desde la subasta, y aún podía sentir la tensión en mis huesos.El trayecto de regreso a la mansión de Luca había transcurrido en un silencio incómodo. La noche había terminado con una sensación de inquietud latente, como si algo más estuviera a punto de suceder. Luca no había dicho una sola palabra en el auto, simplemente me observaba de reojo mientras conducía con una calma exasperante. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en lo que había visto en la subasta, en el hombre traicionado, en la forma en que Luca había manejado todo con una frialdad escalofriante.Aquel hombre, el traidor, no era un simple desconocido para Luca. Lo vi en su mirada, en el brillo casi calculador de sus ojos cuando elevó la primera oferta. No había sorpresa en su expresión, solo
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando finalmente cedí al cansancio. La noche había sido un torbellino de emociones: la subasta, el descubrimiento de aquel hombre en la mansión de Luca, y su mirada cargada de secretos que parecían consumirlo desde dentro. Después de todo lo ocurrido, él había insistido en que me quedara en su casa. No había sido una sugerencia ni una invitación amable, sino una orden disfrazada de conveniencia. "Es tarde para que regreses sola", había dicho con esa voz rasposa que no dejaba espacio para discusión.Por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. Milán no era segura para alguien en mi posición, y menos después de lo que había presenciado. Así que, con un nudo en la garganta y la tensión aún aferrada a mi cuerpo, acepté quedarme.La habitación que me asignó estaba en la planta superior, alejada del bullicio de la casa y con una vista directa al jardín. Pero a pesar del lujo y la aparente tranquilidad, no lograba conciliar el sueño. Algo en el aire
El silencio en la mansión era sofocante. Cada rincón parecía estar impregnado de una tensión que electrizaba el aire. Después de recibir ese maldito paquete, todo había cambiado. Luca no había dicho una palabra en todo el trayecto hasta su oficina, pero la forma en que me sujetó de la muñeca y me arrastró con él dejaba claro que no estaba de humor para explicaciones tranquilas.Al llegar, cerró la puerta tras de sí con un golpe seco. Su espalda se mantenía recta, sus manos apoyadas en el borde del escritorio, los nudillos blancos de tanta presión. Suspiré, obligándome a calmar mi propia respiración, porque sabía que cualquier error podría costarme caro.—¿Vas a decirme qué está pasando? —pregunté, manteniendo la voz firme a pesar de mi miedo.Luca giró lentamente la cabeza hacia mí. Sus ojos oscuros me recorrieron de arriba abajo, como si estuviera evaluando si realmente merecía una respuesta. Finalmente, habló, su voz un filo de hielo que me erizó la piel.—No hay marcha atrás, Elena.
Elena no había tenido un respiro desde la noche anterior. El hallazgo de la rosa negra y la cinta de video con la imagen de Matteo había sacudido por completo su mundo. Su hermano estaba vivo, pero lo retenían en algún lugar que aún desconocía. Y lo peor era que ahora estaba atrapada en la mansión de Luca Marchetti, el hombre que había prometido ayudarla, pero también el mismo que la mantenía vigilada.No había dormido bien, y al despertar sintió la necesidad de hablar con alguien que no estuviera envuelto en esa peligrosa red de secretos y violencia. Buscó su teléfono y marcó el número de su mejor amiga, Clara.—¡Por fin te dignas a llamarme! —exclamó Clara con exasperación apenas respondió.Elena cerró los ojos, sintiéndose culpable. —Lo siento, han pasado muchas cosas.—¿Muchas cosas? Elena, desapareciste sin decir nada. Sabes que si no fuera porque confío en ti, ya habría llamado a la policía.Elena tragó saliva. No podía contarle toda la verdad, no solo por su propia seguridad, s
El sonido del teléfono rompió el silencio de la noche. Estaba concentrada en el lienzo frente a mí, restaurando una pintura antigua que había pertenecido a una familia adinerada de Milán. El pincel se detuvo en el aire, y miré el reloj: las 2:47 a.m. Nadie llamaba a esa hora, a menos que fuera una emergencia. Con el corazón acelerado, descolgué el teléfono.—¿Elena? —La voz de Matteo sonaba distorsionada, como si estuviera hablando desde el fondo de un túnel— Necesito que escuches... No tengo mucho tiempo.—Matteo, ¿dónde estás? ¿Qué pasa? —Me levanté de un salto, derramando un frasco de agua sobre el lienzo que estaba restaurando. No me importó. La voz de mi hermano sonaba extraña, casi irreconocible. Era como si estuviera luchando por respirar, como si algo—o alguien—lo estuviera persiguiendo.—Estoy en problemas, Elena. No debería haberme metido en esto... Pero ahora es demasiado tarde. —Hubo un ruido de fondo, como pasos apresurados, y luego un golpe seco—. ¡No! ¡Déjenme en paz! —
La puerta se cerró detrás de él con un clic sordo, aislándonos del resto del mundo. El Fantasma, con su imponente figura y su máscara que parecía sellar sus emociones, se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa. Su mirada glacial recorrió mi rostro, evaluándome con una intensidad que hizo que me sintiera desnuda bajo su escrutinio.—Entonces, Elena Moretti, ¿crees que puedes venir aquí, irrumpir en mi mundo y exigirme algo? —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de un peligro latente que me puso los nervios de punta.No me dejé intimidar. Enderecé la espalda y lo miré directamente a los ojos, aunque mi corazón parecía estar tratando de escapar de mi pecho. —No estoy aquí para exigir nada. Estoy aquí porque necesito tu ayuda. Mi hermano ha desaparecido, y creo que está relacionado con tu... negocio.Sus labios se curvaron en una media sonrisa, pero no había humor en ella, solo desprecio. —¿Y por qué supones que yo tendría algo que ver con eso? —preguntó, cru