El coche avanzaba por las calles silenciosas de Milán, cortando la bruma nocturna como un cuchillo. Sentada en el asiento trasero, con las manos aferradas a mi abrigo mojado, no dejaba de repasar lo que acababa de suceder. Había venido aquí buscando respuestas, pero lo único que había encontrado era un hombre que se deleitaba en jugar con mi desesperación.
El hombre que me escoltaba no había dicho ni una palabra desde que dejamos el club. Era alto y robusto, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda y una mirada que evitaba contacto visual. Su presencia solo aumentaba mi sensación de que me dirigía hacia un abismo del que no podría salir.
—¿Siempre son así de amables? —pregunté, rompiendo el silencio.
El hombre apenas giró la cabeza hacia mí, pero sus labios se torcieron en una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Estás hablando demasiado para alguien que acaba de entrar en un mundo que no entiende.
—Quizá deberían intentar una estrategia diferente con los invitados. Podría funcionar.
Mi sarcasmo fue recibido con un silencio sepulcral. Suspiré y aparté la mirada hacia la ventana, observando las sombras de la ciudad deslizándose como espectros bajo la tenue luz de las farolas. Intenté convencerme de que esto era parte de lo necesario para encontrar a Matteo, pero la voz en mi cabeza repetía la misma pregunta una y otra vez: ¿Realmente había hecho bien en acudir a él?
Finalmente, el coche se detuvo frente a un edificio abandonado en lo que parecía ser un viejo distrito industrial. El hombre abrió la puerta y me indicó que bajara. Al pisar el suelo mojado, me envolvió un aire helado cargado de humedad y óxido.
—Por aquí —ordenó, guiándome hacia una puerta lateral de metal.
El interior del edificio estaba en penumbras, iluminado solo por unas pocas bombillas parpadeantes. El olor a aceite rancio y metal oxidado me llenó las fosas nasales. Mis botas resonaban en el piso de cemento mientras avanzábamos por un pasillo largo y estrecho. Finalmente, llegamos a una habitación amplia, donde me esperaba él.
El Fantasma estaba de pie frente a una mesa larga llena de cajas, documentos y un par de armas. Su presencia dominaba la habitación, incluso sin hablar. Cuando me vio entrar, sus ojos azules se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo detenerme por un instante.
—Bienvenida al primer día de tu prueba —dijo, con un tono que mezclaba ironía y peligro.
—¿Prueba? —repetí, cruzando los brazos. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía mostrar debilidad.
El Fantasma sonrió, un gesto que carecía de calidez. —Dijiste que harías lo que fuera por encontrar a tu hermano. Vamos a ver si eso es cierto.
—Ya te dije la verdad. No tengo nada que esconder.
—Eso es lo que dicen todos al principio. —Se acercó lentamente, cada paso resonando en la habitación. Su altura y su porte me hacían sentir diminuta, pero no aparté la mirada—. Este mundo no se trata de palabras, Elena. Se trata de acciones. Y ahora vas a demostrarme que tienes lo necesario para sobrevivir en él.
—¿Y cómo se supone que haga eso? —pregunté, desafiándolo con la mirada.
Él se giró hacia la mesa y tomó una caja pequeña de madera. La abrió y sacó un sobre sellado con lacre negro. Me lo entregó, y yo lo acepté con las manos temblorosas.
—Dentro de este sobre hay un nombre y una ubicación. Tu tarea es ir allí y recuperar un paquete. Es simple.
—¿Y qué tiene que ver esto con Matteo?
—Todo y nada —respondía con un enigmático—. Si quieres que te ayude, primero necesito saber si puedo confiar en ti.
—¿Confiar en mí? —solté una risa amarga—. Eres tú quien lleva una máscara. Quizá deberías empezar por demostrar que yo puedo confiar en ti.
El Fantasma ladeó la cabeza, divertido. —¿Siempre eres tan testaruda?
—Siempre. —Lo dije sin pensarlo, y una chispa de algo parecido al respeto cruzó su mirada.
—Bien. La testarudez puede ser útil... si no te mata primero.
Abrí el sobre y leí el nombre escrito en una caligrafía elegante: Angelo Greco. Había una dirección en la periferia de la ciudad. Levanté la vista hacia él, buscando alguna pista en su expresión, pero su rostro era impenetrable.
—Ve ahora —ordenó—. Mi hombre te llevará hasta allí. Tienes una hora.
—¿Y si me niego? —pregunté, desafiando su autoridad.
Él se inclinó hacia mí, tan cerca que pude sentir el calor de su aliento. Su voz fue un murmullo, cargado de una amenaza helada. —Entonces habrás perdido cualquier oportunidad de salvar a tu hermano.
Respiré hondo y asentí. Sabía que no tenía opción. Guardé el sobre en el bolsillo de mi abrigo y me giré hacia la puerta. Antes de salir, escuché su voz una vez más.
—Elena.
Me detuve y lo miré por encima del hombro.
—Recuerda esto: en mi mundo, nada es lo que parece. Mantente alerta.
No respondí. Simplemente salí de la habitación, sintiendo que cada paso me llevaba más lejos de la persona que había sido y más cerca de algo que no podía comprender.
*****
El coche me dejó frente a un edificio en ruinas en las afueras de Milán. Las ventanas estaban rotas, y la pintura descascarada revelaba ladrillos grises y agrietados. Me aferré al sobre mientras avanzaba hacia la entrada, cada paso resonando en el eco de la soledad.
Dentro, el lugar estaba desierto, excepto por un hombre sentado en una silla de madera junto a una mesa desvencijada. Tenía una pistola sobre la mesa y una mirada cansada que se encendía con desconfianza cuando me vio entrar.
—¿Angelo Greco? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.
Él asintió lentamente, observándome como un halcón.
—Vengo por el paquete.
Su risa fue ronca y amarga. —¿Tú? El Fantasma no deja de sorprenderme. ¿Qué te hace pensar que voy a entregártelo?
—Porque si no lo haces, ambos tendremos problemas —respondí, esforzándome por sonar más valiente de lo que me sentía.
Hubo un momento de tensión, y luego Angelo se levantó, agarró un paquete envuelto en tela y me lo lanzó. Lo atrapé torpemente, sintiendo el peso del contenido.
—Buena suerte, chica —dijo con una sonrisa siniestra—. La vas a necesitar.
No respondí. Salí de allí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, sintiendo que los ojos de Angelo me seguían hasta que desaparecí en la oscuridad.
De regreso en el coche, abrí el paquete con manos temblorosas. Dentro había una carpeta llena de documentos y fotografías. Reconocí a Matteo en una de las imágenes. Estaba con un grupo de hombres en lo que parecía ser un almacén. Mi corazón se encogió al ver su expresión: no era la cara despreocupada de mi hermano, sino la de un hombre que sabía que estaba en peligro.
Volví a cerrar la carpeta y apreté los dientes. Si esto era lo que El Fantasma quería, lo entregaría. Pero no pensaba quedarme de brazos cruzados mientras él jugaba con mi vida y la de Matteo.
Cuando el coche se detuvo frente al edificio abandonado, bajé decidida. Entré sin esperar a que me guiaran, y encontré a El Fantasma en el mismo lugar donde lo había dejado. Coloqué el paquete sobre la mesa con un golpe seco.
—Aquí está. Ahora dime lo que sabes de Matteo.
Él levantó la vista con una expresión que mezclaba curiosidad y diversión. —Impresionante. No esperaba que volvieras tan rápido.
—No tengo tiempo para tus juegos. Cumplí mi parte. Ahora cumple la tuya.
El Fantasma se acercó lentamente, inclinándose hacia mí hasta que nuestras caras estuvieron a pocos centímetros de distancia. —Has demostrado que tienes determinación. Pero encontrar a tu hermano no será tan sencillo como recoger un paquete. Esto es solo el principio.
Mi mirada no vaciló. —Entonces dime dónde empezar.
Por un momento, algo parecido a la admiración cruzó sus ojos. Luego asintió y señaló la carpeta. —Ahí dentro está tu próxima pista. Pero recuerda, Elena, cada paso que des te acercará más a la verdad... y a un peligro del que puede que no salgas con vida.
Respiré hondo, aferrándome a la determinación que me impulsaba. Sabía que este camino era peligroso, pero no me detendría. No podía. Matteo me necesitaba, y si este hombre, este “Fantasma”, era mi única opción, entonces aprendería a jugar su juego… y a ganarlo.
El próximo movimiento sería mío.
Luca Marchetti, conocido como Il Fantasma, estaba apoyado contra el escritorio de su oficina improvisada en el almacén abandonado. Sus ojos recorrieron los informes que su gente había recopilado sobre Elena Moretti. Antes de que ella siquiera pusiera un pie en su club, él ya sabía de su existencia. Había dado la orden de investigarla en cuanto escuchó que alguien estaba husmeando en su territorio preguntando por Matteo Moretti.Sabía que su llegada no era casualidad. Y en su mundo, las coincidencias no existían.—¿Moretti? —preguntó Massimo, uno de sus hombres de confianza, con incredulidad—. ¿De verdad crees que puedes confiar en ella? Su hermano se metió en un lío con Russo. No me sorprendería que ella sea solo otra ficha en su juego.Luca exhaló lentamente el humo de su cigarro, sin apartar la vista de los documentos.—No confío en ella —respondió con calma—. Pero eso no significa que no pueda ser útil.Enzo soltó una risa seca. —¿Necesitas a una restauradora de arte para qué, exac
Las luces tenues del almacén parpadeaban, proyectando sombras inquietantes en las paredes de cemento desnudo. Frente a mí, El Fantasma examinaba el contenido del sobre con una expresión inescrutable. Cada gesto suyo era calculado, contenido, como si fuera un depredador estudiando a su presa. No había dicho nada desde que dejé el paquete en la mesa, y la tensión en la habitación se sentía densa, sofocante.—Lo hiciste bien —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. No te delataste, no hiciste preguntas innecesarias y regresaste rápido.Me crucé de brazos, manteniendo la compostura a pesar de que mi corazón martillaba contra mi pecho.—Cumplí con mi parte. Ahora cumple tú con la tuya. Matteo. Quiero saber qué le ha pasado.El Fantasma cerró el sobre con un ademán lento y metódico antes de levantar la mirada hacia mí. Sus ojos azul acero me atraparon, despojándome de cualquier protección que pudiera haber construido alrededor de mis pensamientos.—Aún no has terminado —replicó con calma—.
El sobre descansaba sobre la mesa de cristal, inofensivo a simple vista, pero su contenido tenía el poder de cambiar el rumbo de mi búsqueda. Lo abrí con dedos temblorosos y saqué la nota dentro. La caligrafía era elegante, inclinada con precisión quirúrgica."Via della Spiga, 14. Pregunta por Bianca."Fruncí el ceño. No era una dirección cualquiera. Via della Spiga era una de las calles comerciales más exclusivas de Milán, hogar de las boutiques más prestigiosas del mundo. ¿Por qué el Fantasma me enviaba allí? Sin más información, solo me quedaba obedecer.***La boutique estaba escondida entre dos edificios, sin carteles llamativos ni escaparates evidentes. Solo una pequeña placa dorada en la puerta indicaba su nombre: "Bianca Couture". Empujé la pesada puerta de cristal y entré en un santuario de telas exquisitas y perfumes embriagadores.Los vestidos colgaban como obras de arte, cada uno más impresionante que el anterior. La iluminación tenue resaltaba los bordados, las lentejuela
El murmullo de la multitud se convirtió en un zumbido de fondo mientras Elena avanzaba del brazo del Fantasma. El interior de la mansión era aún más lujoso de lo que había imaginado: arañas de cristal colgaban de techos altos, el mármol pulido reflejaba la luz cálida y dorada, y las paredes estaban decoradas con obras de arte que probablemente valían más de lo que ganaría en una vida entera.Pero no era la opulencia lo que ponía su piel de gallina, sino la gente. Hombres y mujeres vestidos de gala, moviéndose con una gracia estudiada, sonriendo con labios falsos mientras bebían champán y negociaban en susurros. No era solo una subasta; era un mercado de poder, donde los más peligrosos jugaban sus cartas en la oscuridad.Elena se aferró al brazo del Fantasma mientras avanzaban por la multitud. Podía sentir las miradas sobre ellos, algunas de curiosidad, otras de miedo. Era evidente que él no solo era conocido, sino también temido.—Mantén la compostura —susurró el Fantasma cerca de su
El aire en la mansión seguía cargado tras la ejecución fría y calculada del Fantasma. Los murmullos entre los asistentes apenas eran perceptibles, pero el mensaje había sido claro: nadie desafiaba su autoridad sin enfrentar las consecuencias. Yo, con el corazón tamborileando en mi pecho, trataba de mantener la compostura, pero la imagen de la sangre esparciéndose por el suelo se negaba a salir de mi mente.Respiré hondo, obligándome a apartar la vista del cadáver que yacía inmóvil en medio del elegante salón. A mi alrededor, los invitados continuaban con su velada, algunos con miradas de cautela, otros con indiferencia absoluta. Como si la muerte fuera solo un pequeño inconveniente dentro de su mundo.El Fantasma se inclinó hacia mí, su máscara reflejando las luces débiles del lugar.—Camina conmigo —ordenó en un tono que no admitía protesta.Tragué saliva y asentí, siguiéndolo a través de la multitud. Pasamos por un largo pasillo adornado con cuadros antiguos, hasta que empujó una pu
ElenaEl murmullo en el salón se desvaneció en cuanto la tela de terciopelo negro fue retirada, revelando al hombre que se encontraba de rodillas dentro del carrito, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Su ropa estaba sucia y desgarrada, y su rostro mostraba rastros de golpes recientes. No era un objeto lo que se subastaba, sino una persona.Mi estómago se revolvió.El presentador sonrió con afilada satisfacción. —Caballeros, nuestro siguiente lote es un caso especial. Un hombre que alguna vez fue de los nuestros… y que, lamentablemente, olvidó dónde residía su lealtad.Un susurro recorrió la sala. No podía apartar la vista del prisionero, que ahora levantaba lentamente la cabeza. Sus ojos reflejaban puro terror.El Fantasma, sentado a mi lado, permanecía inmóvil, observando la escena con un aire de absoluta indiferencia. Yo, en cambio, apenas podía respirar. Todo esto era demasiado, demasiado macabro.—Este hombre estaba en una lista. Una lista de traidores —continuó l
El eco de los tacones sobre el suelo de mármol me resultaba ensordecedor. No sabía si era mi corazón latiendo con violencia o el peso de lo que acababa de presenciar lo que me hacía sentir tan inquieta. Apenas había pasado una hora desde la subasta, y aún podía sentir la tensión en mis huesos.El trayecto de regreso a la mansión de Luca había transcurrido en un silencio incómodo. La noche había terminado con una sensación de inquietud latente, como si algo más estuviera a punto de suceder. Luca no había dicho una sola palabra en el auto, simplemente me observaba de reojo mientras conducía con una calma exasperante. Yo, en cambio, no podía dejar de pensar en lo que había visto en la subasta, en el hombre traicionado, en la forma en que Luca había manejado todo con una frialdad escalofriante.Aquel hombre, el traidor, no era un simple desconocido para Luca. Lo vi en su mirada, en el brillo casi calculador de sus ojos cuando elevó la primera oferta. No había sorpresa en su expresión, solo
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando finalmente cedí al cansancio. La noche había sido un torbellino de emociones: la subasta, el descubrimiento de aquel hombre en la mansión de Luca, y su mirada cargada de secretos que parecían consumirlo desde dentro. Después de todo lo ocurrido, él había insistido en que me quedara en su casa. No había sido una sugerencia ni una invitación amable, sino una orden disfrazada de conveniencia. "Es tarde para que regreses sola", había dicho con esa voz rasposa que no dejaba espacio para discusión.Por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. Milán no era segura para alguien en mi posición, y menos después de lo que había presenciado. Así que, con un nudo en la garganta y la tensión aún aferrada a mi cuerpo, acepté quedarme.La habitación que me asignó estaba en la planta superior, alejada del bullicio de la casa y con una vista directa al jardín. Pero a pesar del lujo y la aparente tranquilidad, no lograba conciliar el sueño. Algo en el aire