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Capítulo 3: Ecos en la oscuridad

El coche avanzaba por las calles silenciosas de Milán, cortando la bruma nocturna como un cuchillo. Sentada en el asiento trasero, con las manos aferradas a mi abrigo mojado, no dejaba de repasar lo que acababa de suceder. Había venido aquí buscando respuestas, pero lo único que había encontrado era un hombre que se deleitaba en jugar con mi desesperación.

El hombre que me escoltaba no había dicho ni una palabra desde que dejamos el club. Era alto y robusto, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda y una mirada que evitaba contacto visual. Su presencia solo aumentaba mi sensación de que me dirigía hacia un abismo del que no podría salir.

—¿Siempre son así de amables? —pregunté, rompiendo el silencio.

El hombre apenas giró la cabeza hacia mí, pero sus labios se torcieron en una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Estás hablando demasiado para alguien que acaba de entrar en un mundo que no entiende.

—Quizá deberían intentar una estrategia diferente con los invitados. Podría funcionar.

Mi sarcasmo fue recibido con un silencio sepulcral. Suspiré y aparté la mirada hacia la ventana, observando las sombras de la ciudad deslizándose como espectros bajo la tenue luz de las farolas. Intenté convencerme de que esto era parte de lo necesario para encontrar a Matteo, pero la voz en mi cabeza repetía la misma pregunta una y otra vez: ¿Realmente había hecho bien en acudir a él?

Finalmente, el coche se detuvo frente a un edificio abandonado en lo que parecía ser un viejo distrito industrial. El hombre abrió la puerta y me indicó que bajara. Al pisar el suelo mojado, me envolvió un aire helado cargado de humedad y óxido.

—Por aquí —ordenó, guiándome hacia una puerta lateral de metal.

El interior del edificio estaba en penumbras, iluminado solo por unas pocas bombillas parpadeantes. El olor a aceite rancio y metal oxidado me llenó las fosas nasales. Mis botas resonaban en el piso de cemento mientras avanzábamos por un pasillo largo y estrecho. Finalmente, llegamos a una habitación amplia, donde me esperaba él.

El Fantasma estaba de pie frente a una mesa larga llena de cajas, documentos y un par de armas. Su presencia dominaba la habitación, incluso sin hablar. Cuando me vio entrar, sus ojos azules se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo detenerme por un instante.

—Bienvenida al primer día de tu prueba —dijo, con un tono que mezclaba ironía y peligro.

—¿Prueba? —repetí, cruzando los brazos. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía mostrar debilidad.

El Fantasma sonrió, un gesto que carecía de calidez. —Dijiste que harías lo que fuera por encontrar a tu hermano. Vamos a ver si eso es cierto.

—Ya te dije la verdad. No tengo nada que esconder.

—Eso es lo que dicen todos al principio. —Se acercó lentamente, cada paso resonando en la habitación. Su altura y su porte me hacían sentir diminuta, pero no aparté la mirada—. Este mundo no se trata de palabras, Elena. Se trata de acciones. Y ahora vas a demostrarme que tienes lo necesario para sobrevivir en él.

—¿Y cómo se supone que haga eso? —pregunté, desafiándolo con la mirada.

Él se giró hacia la mesa y tomó una caja pequeña de madera. La abrió y sacó un sobre sellado con lacre negro. Me lo entregó, y yo lo acepté con las manos temblorosas.

—Dentro de este sobre hay un nombre y una ubicación. Tu tarea es ir allí y recuperar un paquete. Es simple.

—¿Y qué tiene que ver esto con Matteo?

—Todo y nada —respondía con un enigmático—. Si quieres que te ayude, primero necesito saber si puedo confiar en ti.

—¿Confiar en mí? —solté una risa amarga—. Eres tú quien lleva una máscara. Quizá deberías empezar por demostrar que yo puedo confiar en ti.

El Fantasma ladeó la cabeza, divertido. —¿Siempre eres tan testaruda?

—Siempre. —Lo dije sin pensarlo, y una chispa de algo parecido al respeto cruzó su mirada.

—Bien. La testarudez puede ser útil... si no te mata primero.

Abrí el sobre y leí el nombre escrito en una caligrafía elegante: Angelo Greco. Había una dirección en la periferia de la ciudad. Levanté la vista hacia él, buscando alguna pista en su expresión, pero su rostro era impenetrable.

—Ve ahora —ordenó—. Mi hombre te llevará hasta allí. Tienes una hora.

—¿Y si me niego? —pregunté, desafiando su autoridad.

Él se inclinó hacia mí, tan cerca que pude sentir el calor de su aliento. Su voz fue un murmullo, cargado de una amenaza helada. —Entonces habrás perdido cualquier oportunidad de salvar a tu hermano.

Respiré hondo y asentí. Sabía que no tenía opción. Guardé el sobre en el bolsillo de mi abrigo y me giré hacia la puerta. Antes de salir, escuché su voz una vez más.

—Elena.

Me detuve y lo miré por encima del hombro.

—Recuerda esto: en mi mundo, nada es lo que parece. Mantente alerta.

No respondí. Simplemente salí de la habitación, sintiendo que cada paso me llevaba más lejos de la persona que había sido y más cerca de algo que no podía comprender.

*****

El coche me dejó frente a un edificio en ruinas en las afueras de Milán. Las ventanas estaban rotas, y la pintura descascarada revelaba ladrillos grises y agrietados. Me aferré al sobre mientras avanzaba hacia la entrada, cada paso resonando en el eco de la soledad.

Dentro, el lugar estaba desierto, excepto por un hombre sentado en una silla de madera junto a una mesa desvencijada. Tenía una pistola sobre la mesa y una mirada cansada que se encendía con desconfianza cuando me vio entrar.

—¿Angelo Greco? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.

Él asintió lentamente, observándome como un halcón.

—Vengo por el paquete.

Su risa fue ronca y amarga. —¿Tú? El Fantasma no deja de sorprenderme. ¿Qué te hace pensar que voy a entregártelo?

—Porque si no lo haces, ambos tendremos problemas —respondí, esforzándome por sonar más valiente de lo que me sentía.

Hubo un momento de tensión, y luego Angelo se levantó, agarró un paquete envuelto en tela y me lo lanzó. Lo atrapé torpemente, sintiendo el peso del contenido.

—Buena suerte, chica —dijo con una sonrisa siniestra—. La vas a necesitar.

No respondí. Salí de allí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, sintiendo que los ojos de Angelo me seguían hasta que desaparecí en la oscuridad.

De regreso en el coche, abrí el paquete con manos temblorosas. Dentro había una carpeta llena de documentos y fotografías. Reconocí a Matteo en una de las imágenes. Estaba con un grupo de hombres en lo que parecía ser un almacén. Mi corazón se encogió al ver su expresión: no era la cara despreocupada de mi hermano, sino la de un hombre que sabía que estaba en peligro.

Volví a cerrar la carpeta y apreté los dientes. Si esto era lo que El Fantasma quería, lo entregaría. Pero no pensaba quedarme de brazos cruzados mientras él jugaba con mi vida y la de Matteo.

Cuando el coche se detuvo frente al edificio abandonado, bajé decidida. Entré sin esperar a que me guiaran, y encontré a El Fantasma en el mismo lugar donde lo había dejado. Coloqué el paquete sobre la mesa con un golpe seco.

—Aquí está. Ahora dime lo que sabes de Matteo.

Él levantó la vista con una expresión que mezclaba curiosidad y diversión. —Impresionante. No esperaba que volvieras tan rápido.

—No tengo tiempo para tus juegos. Cumplí mi parte. Ahora cumple la tuya.

El Fantasma se acercó lentamente, inclinándose hacia mí hasta que nuestras caras estuvieron a pocos centímetros de distancia. —Has demostrado que tienes determinación. Pero encontrar a tu hermano no será tan sencillo como recoger un paquete. Esto es solo el principio.

Mi mirada no vaciló. —Entonces dime dónde empezar.

Por un momento, algo parecido a la admiración cruzó sus ojos. Luego asintió y señaló la carpeta. —Ahí dentro está tu próxima pista. Pero recuerda, Elena, cada paso que des te acercará más a la verdad... y a un peligro del que puede que no salgas con vida.

Respiré hondo, aferrándome a la determinación que me impulsaba. Sabía que este camino era peligroso, pero no me detendría. No podía. Matteo me necesitaba, y si este hombre, este “Fantasma”, era mi única opción, entonces aprendería a jugar su juego… y a ganarlo.

El próximo movimiento sería mío.

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