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Capítulo 4: Los ojos del Fantasma

Luca Marchetti, conocido como Il Fantasma, estaba apoyado contra el escritorio de su oficina improvisada en el almacén abandonado. Sus ojos recorrieron los informes que su gente había recopilado sobre Elena Moretti. Antes de que ella siquiera pusiera un pie en su club, él ya sabía de su existencia. Había dado la orden de investigarla en cuanto escuchó que alguien estaba husmeando en su territorio preguntando por Matteo Moretti.

Sabía que su llegada no era casualidad. Y en su mundo, las coincidencias no existían.

—¿Moretti? —preguntó Massimo, uno de sus hombres de confianza, con incredulidad—. ¿De verdad crees que puedes confiar en ella? Su hermano se metió en un lío con Russo. No me sorprendería que ella sea solo otra ficha en su juego.

Luca exhaló lentamente el humo de su cigarro, sin apartar la vista de los documentos.

—No confío en ella —respondió con calma—. Pero eso no significa que no pueda ser útil.

Enzo soltó una risa seca. —¿Necesitas a una restauradora de arte para qué, exactamente? ¿Para que pinte un retrato de nuestra tumba cuando todo salga mal?

Luca levantó la mirada, cortante como una navaja. —Necesito a alguien que nadie conozca. Alguien sin vínculos en nuestro mundo. Alguien que pueda entrar donde nosotros no podemos.

Los otros hombres en la sala intercambiaron miradas. Matteo Moretti había sido un problema. Un hombre que se había enredado con la gente equivocada y desaparecido en el proceso. La aparición de su hermana solo añadía más caos a la ecuación.

—Si solo la quieres usar, ¿por qué no se lo dijiste desde el principio? —preguntó Enzo, cruzándose de brazos.

Luca dejó el cigarro en el cenicero y miró a su hombre con una media sonrisa.

—Porque la gente es más predecible cuando cree que tiene opciones. Elena está desesperada, pero también es inteligente. Si le ofrezco lo que quiere sin hacerla trabajar por ello, nunca confiará en mí. Si la hago dudar, si la pongo a prueba, se convertirá en lo que necesito.

—¿Y qué necesitas exactamente? —inquirió Massimo con el ceño fruncido.

Luca giró la hoja de un informe, donde se detallaban los antecedentes de Elena. Restauradora de arte. Meticulosa. Obstinada. No tenía conexiones en el bajo mundo, lo que la hacía perfecta para lo que tenía en mente.

—Necesito a alguien que pueda infiltrarse en la organización de Russo sin levantar sospechas. Alguien que no esté en su radar. Ella es perfecta para el trabajo.

—¿Y si se da cuenta? —preguntó Enzo—. No parece el tipo de mujer que se deja manipular fácilmente.

—No lo es —admitió Luca, con una sonrisa de diversión—. Y por eso es aún más valiosa. Si logra sobrevivir, si demuestra que puede moverse en este mundo, entonces quizás valga la pena más que solo como una pieza desechable.

Massimo negó con la cabeza y se sirvió un trago de whisky de la botella que descansaba sobre una mesa cercana.

—Sigues jugando con fuego, jefe. Algún día te vas a quemar.

Luca tomó su cigarro de nuevo, dejando que el humo se disipara lentamente en la penumbra.

—El fuego solo quema a los que no saben controlarlo.

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