Han pasado seis años desde que el doctor Hansen, Joseph, Karen y David escaparan de los Estados Unidos y se refugiaran en Argentina, donde llevan una vida tranquila lejos del recuerdo de los violentos sucesos de Nueva York. Tranquilidad que ya no será tal, ya que en esa ciudad, un importante empresario contacta a los ahora detectives privados Mark Forney y Doris Ventura con una petición muy específica: localizar al doctor Hansen y a Joseph, bajo el pretexto de proteger a este último y de tener información confiable de que un reconocido grupo terrorista llevará a cabo un violento ataque si no les es entregado el niño clon de Jesús para sacrificarlo en vivo ante el mundo. Recelosos, aceptarán el encargo sin saber que tras esa petición se está gestando una peligrosa conspiración que los pondrá en medio de un conflicto a escala global, con los gobiernos de Estados Unidos, Israel, El Vaticano –con el primer Papa en su historia: Benito I– y una hermandad secreta muy poderosa luchando por tener bajo su poder al niño clon. Conspiración que poco a poco irá develando los oscuros intereses de dominación mundial por parte de los involucrados en el conflicto. Segundo libro de la trilogía, donde el autor maneja hábilmente el nacimiento y evolución de la conspiración en torno al niño clon, ahora con once años, quien tiene más conciencia de su origen y de su rol en el mundo, pero sin poder evitar que por su causa ocurran terribles actos de violencia contra la humanidad, como parte de esa conspiración.
Leer másTel Aviv, Israel Justin había aprovechado que sus amigos estaban ya borrachos cuando decidió irse del bar para buscar un sitio tranquilo para intentar llamar a su país. Se había robado uno de los todoterrenos de sus compañeros y ya estaba en las afueras de Tel Aviv cuando vio a lo lejos lo que parecían ser dos misiles desplazándose por el cielo israelí, casi al mismo tiempo, y después de unos segundos tomar ligeramente dos direcciones distintas acercándose a tierra. A los pocos segundos escuchó una fuerte detonación y vio cómo se alzaba una enorme nube de humo y polvo. En el bar había escuchado a uno de sus ex compañeros decir que los misiles robados habían sido lanzados ya contra Irán, por lo que supuso que aquellos que acababan de impactar en la ciudad habían sido lanzados por Irán en respuesta por el ataque inicial. Salió de la carretera y se detuvo como a unos doscientos metros de ésta en medio del árido paisaje. Ya estaba declinando la ta
Tel Aviv, IsraelEn un viejo casucho construido en medio del desierto en las afueras de Tel Aviv, el grupo de mercenarios que habían perdido las armas nucleares se reagruparon en torno al comandante de la operación y el resto de sus compañeros, ofuscados por el atrevimiento de los israelíes. El comandante, un hombre afroamericano y de imponente presencia, acababa de darle la noticia a su cliente, arrojando el teléfono satelital sobre la mesa ante la cual estaba sentado. Miró con detenimiento a sus hombres y luego de unos minutos que a todos les pareció una eternidad, se levantó y les dijo, apoyando los puños sobre la mesa:–Señores, he informado a nuestro cliente los últimos acontecimientos, y para mi sorpresa, lo ha tomado muy bien, al punto que nos ha ordenado dejar el país inmediatamente.–¿Y el resto del pago? –pregunto uno de
Tel Aviv, Israel.Hacía ya varios minutos que los cinco hombres hablaban animadamente en una de las habitaciones de la vieja casa en las afueras de la ciudad. Abinadab estaba afuera esperando, escuchó que un auto se detenía frente a la casa, se asomó a una ventana y vio a tres hombres bajándose del mismo. Los reconoció y se apresuró a abrirles la puerta, dejándolos entrar. Antes de cerrar se cercioró de que no hubiera nadie sospechoso en la calle.–¿Dónde están? –preguntó uno de ellos.–En esa habitación –Abinadab les señaló una de las habitaciones.Los tres hombres entraron en la habitación y se encontraron con los otros israelíes sentados en el piso sobre una alfombra, de inmediato acabaron con la charla.–¡Nuestros amigos, los gringos! –dijo uno de
Washington, Estados Unidos.Collins apenas pudo conciliar el sueño, pero no durmió lo suficiente, pues antes de que amaneciera fue despertado por una llamada urgente por parte del Secretario General y del Presidente del Comité Militar de la OTAN, el inglés Frederick Williamson, y el italiano Almirante Guido Martinengo, respectivamente. Al llegar a la sala de telepresencia, se encontró con ambos personajes a cada lado de la gran pantalla frente a él.−Pido disculpas por la tardanza, señores –se excusó Collins, sentándose en el sillón tras el amplio escritorio al centro de la sala−. ¿La OTAN ya ha asumido una posición en torno al conflicto en el medio oriente?−Saludos, señor presidente –le dijo Williamson−. Le estamos llamando para comunicarle que Turquía ha solicitado ante el Consejo que se activen
Desierto Chihuahuense, Texas, Estados UnidosLa noche anterior había sido muy movida en el complejo y Hansen no pudo dormir bien, preocupado por la continua llegada de más invitados. Cuando estaba dispuesto a salir para desayunar tocaron a la puerta de su habitación, abrió y se encontró con la sonriente figura de Harvey. Esta vez a Hansen le parecía una sonrisa forzadamente fingida.−El señor Richmond le espera en su estudio privado. Sígame, por favor.−No me había comentado que había un estudio privado.−No lo hice porque no está disponible para ustedes –le dijo Harvey en tono solemne mientras bajaban las escaleras−. Además de los aposentos del señor Richmond, por supuesto.Hansen encontró aquel comentario un poco grosero, pero entendía que no estaba en posición de replicarle,
Washington, Estados Unidos.La rueda de prensa no había sido fácil para Collins. Literalmente lo acribillaron a preguntas apenas pisó la sala de prensa y, aunque se lo esperaba, no estaba totalmente preparado para enfrentar la suspicacia de los periodistas, y más aún cuando los únicos sospechosos de los atentados estaban muertos. Al principio trató de enfocarse en los esfuerzos de su gobierno por terminar con la emergencia nacional por los atentados, pero no pudo, ya que uno de los periodistas le preguntó su opinión sobre lo que pasaba en el medio oriente y solo dijo que su cuerpo diplomático estaba en conversaciones con varios países para evitar un conflicto bélico en la región, y por allí se fue toda la rueda de prensa. Manifestó su sorpresa sobre las armas nucleares de Israel y el robo de las mismas, y comentó que había ofre
Desierto Chihuahuense, Texas, Estados Unidos.Esa noche, durante la cena, Karen estaba preocupada por lo que le había revelado Hansen, quien notó que ella no le quitaba la mirada de encima a Gilbert. Era cierto que no era muy conversador, pero de alguna manera Joseph se las arreglaba para hacer que hablara con él y se sintiera cómodo con su presencia. A veces él la miraba por unos segundos y Karen pensaba que tenía la misma mirada de su hijo, pero un poco más enigmática y penetrante, y también intimidante, o al menos esa era la impresión que le daba. Tal vez estuviera condicionada por lo que acababa de saber. También observaba a Donna de vez en cuando, y se preguntaba cómo una mujer podía lidiar con el hecho de que tenía al mismísimo anticristo como hijo, y no hacer nada. Tal vez no lo sabía, y si lo sabía era el instinto mater
Valencia, VenezuelaScott había logrado llegar a la terminal de buses ubicado en las afueras de la ciudad de Valencia y de inmediato buscó un taxi para que lo llevara a un hotel, donde se ocultaría por un día o dos esperando la respuesta de la NSA, la cual esperaba sea hacer eso mismo que hacía ahora: tratar de salir del país. La ciudad de Valencia es una de las más cercanas a la capital que cuenta también con un aeropuerto internacional, el Arturo Michelena, evitando usar el principal de Caracas en Maiquetía, donde las medidas de seguridad serían mucho más estrictas en caso de que lo estuvieran buscando. En situaciones como esa la agencia nunca recomendaba quedarse en el país, a menos que necesitase de más información que corrobore o verifique la enviada inicialmente y el agente no estuviese en peligro de ser descubierto, lo cual casi nunca ocurr&
El Vaticano, Estado de la Ciudad de El Vaticano.Los cardenales Agnello y Nitti estaban preocupados por el estado de ánimo del papa; desde que los agentes de la guardia suiza le notificaron que no pudieron ubicar al doctor Hansen y al niño clon en Argentina, su comportamiento se volvió taciturno y pensativo. Nunca imaginaron que el asunto le afectaría de tal manera hasta el punto de preocuparlos.Benito I estuvo encerrado toda la mañana en su despacho luego de pedir que no se le molestara, y tampoco salió al mediodía para almorzar, por lo que decidieron ir a ver cómo estaba. Tocaron a la puerta y a los pocos segundos abrieron y entraron.−Pedí que no se me molestara –dijo, sentado en el amplio sillón y de espaldas al escritorio, observando a través del gran ventanal parte de los amplios jardines del Vaticano. Lucía cansado. El cardenal