Washington, Estados Unidos.
En el despacho oval de la Casa Blanca, el presidente Sean Martin Collins revisaba algunos papeles con relación a los tratados comerciales que los Estados Unidos había firmado recientemente con la República Popular China. Literalmente había librado una auténtica batalla con el presidente del gigante asiático por su intención de elevar los aranceles de exportación de sus productos, en especial de los automóviles, lo que estaba afectando a los empresarios locales y desatando una competencia desleal. Cuando llegó a la Casa Blanca, su principal objetivo y promesa electoral fue revisar los acuerdos y tratados comerciales firmados entre ambas naciones para tratar de mejorar la alicaída economía estadounidense, y en eso estaba, cuando sonó el intercomunicador ubicado a su derecha.
−¿Si? −preguntó, sin siquiera
Buenos Aires, Argentina.Ya estaba declinando la tarde cuando los amigos de Joseph se fueron a sus casas. Habían compartido todo el día contándole sus aventuras y anécdotas a Marianne, quien disfrutaba de su compañía y se veía feliz, a pesar de las barreras del idioma, pero con Joseph como dedicado y eficiente traductor podía entender todo lo que le decían.Estaban solos en la habitación de Joseph, y comenzaron a hablar de cosas de la escuela y de sus vidas diarias. Al cabo de unos minutos de animada charla Marianne se queda callada, observando a Joseph fijamente. Éste, al darse cuenta, también le mira por unos segundos, al cabo de los cuales le dice:−Vamos, suéltalo. Pregunta de una vez.−¿Cómo sabes que quiero preguntarte algo?−Simplemente lo sé. Es algo que puedo hacer desde que comencé
Nueva York, Estados Unidos.Las dos personas lo habían sorprendido en su casa temprano ese día, cuando aún estaba durmiendo. Lo tenían recostado boca arriba sobre una silla a la cual le habían quitado el espaldar, las manos y los pies atados juntos por debajo de la misma. Al principio Samuel Talbott se había negado a hablar, aguantando la presión sobre su vientre, pero cuando le pusieron una toalla sobre la cara y le vaciaron una jarra de agua completa sentía que se ahogaba, y decidió decir todo lo que sabía.Los dos agentes del Mossad escucharon con atención lo que dijo, mientras uno de ellos le colocaba el silenciador a la pistola calibre 22. La mujer se veía algo contrariada, y su compañero se lo hizo notar.−¿Sucede algo?−Nada −dijo ella−. Pensaba que iba a ser más difícil.−Me tem
Buenos Aires, Argentina.Luego de un poco de investigación y de sobornar a una asistente de personal en la Universidad Caece, Mark y Doris por fin tenían la dirección de la casa del doctor Hansen, alias Andrew Farnsworth, y se dirigían allá para encontrarse con él. Según la trabajadora, él no impartía clases ese día, por lo que debería estar en su casa. Era casi mediodía−¿Cómo crees que se pondrá al vernos? −le preguntó Doris a Mark, quien iba al volante de un Ford Fiesta alquilado.−Recuerda que los ayudamos a escapar. No deberían alegrarse de que los hayamos encontrado, pero tampoco considero que deban enojarse, y más con la noticia que les traemos.Recorrieron unas cuantas calles más hasta llegar a la casa indicada. Bajaron del vehículo y recorrieron los escasos metros desd
La difusión del video por parte del canal Al-Jazeera hizo que el mundo entero reviviera el «efecto del niño clon», el cual se había apaciguado totalmente con el paso de los años, al no tener más noticias sobre él.Volviéndose viral, el video estaba en todas las redes sociales, así como en la mayoría de los noticieros del mundo, y todos reseñaban la amenaza que se cernía sobre los Estados Unidos y sus países aliados, a pesar de que se consideraba al Estado Islámico casi extinto y con poca o ninguna capacidad de ataque de tal magnitud.De todas formas, la amenaza disparó las alarmas en los gobiernos de Europa y del medio oriente, quienes comenzaron a ejecutar sus protocolos de prevención de ataques terroristas, y a su vez elaboraron planes de búsqueda del niño clon en sus territorios, a pesar del poco tiempo que disponían para ello.
Buenos Aires, ArgentinaEstaba amaneciendo, y Hansen había pasado la noche en vela. No pudo dormir casi por lo nervioso que se sentía y por la preocupación de pensar en la situación en la que ahora estaban. Bajó a la cocina y se preparó café. Se sirvió una buena cantidad en una taza y se sentó a tomárselo. A los pocos minutos David entró en la cocina y Hansen le dirigió una mirada cansada.−Veo que no soy el único que no pudo dormir −le dijo David.Hansen esbozó apenas una sonrisa.−¿Y tú por qué no dormiste? No eres el blanco de un grupo terrorista.David también se sirvió un poco de café y se sentó frente a Hansen a tomárselo.−No lo soy, pero igual me preocupa el bienestar de Joseph. Y el suyo, por supuesto.Hansen puso su vi
Nueva York, Estados Unidos.Roy y Clarence estaban indecisos sobre dónde detonar la bomba. Clarence había sugerido una de las estaciones del metro de Nueva York, pero eso implicaría buscar la manera de ubicar la camioneta en una calle muy concurrida y esperar el momento preciso. Roy descartó la idea de momento, ya que si tenían que buscar una calle así, cualquiera pudiera servirles, así sea cercana a una estación del metro o no, por lo que la decisión fue buscar cualquier calle muy transitada, procurando la mayor cantidad de víctimas posible. Finalmente eligieron la Quinta Avenida, ubicándose entre las calles 42 y 34, cerca de la Biblioteca Municipal, y comenzaron a buscar un lugar para estacionar.−¿Cuándo comenzaremos la segunda fase del plan? −preguntó Clarence, una vez que hubieron encontrado un lugar después de un bue
Buenos Aires, Argentina.Mark entró en la embajada y se identificó con el personal de atención. Pidió hablar con algún funcionario de seguridad, o el mismo agregado militar, diciendo que era un asunto de urgencia.−Lo siento, señor Forney −le dijo la recepcionista en la entrada−, pero ese no es el protocolo. Primero debe solicitar una cita con el personal que desee contactar, si se encuentra disponible.Mark estaba por decirle algo, cuando de la puerta tras ellos salieron a toda prisa cuatro soldados y se dirigieron a la salida. Tras ellos, un hombre blanco, alto y de espeso bigote con uniforme de campaña militar se plantó en medio de la sala y con los brazos en jarra, procedió a hablar:−¡Atención a todo el personal y visitantes! Se nos ha notificado que ha habido un atentado terrorista en la ciudad de Nueva York, y que posi
Nueva York, Estados Unidos.El cuartel general del FBI en Manhattan estaba más convulsionado que de costumbre; ya la mayoría de los trabajadores del área de operativa de investigaciones estaban en sus puestos de trabajo y se encargaban de llevar a cabo sus funciones diligentemente, cuando el Jefe de Operaciones Steve Peterson hizo su entrada a la sala, con paso rápido y enérgico como de costumbre. Venía de una reunión de emergencia con el director del buró y el Secretario Nacional de Inteligencia, y por la cara de pocos amigos que traía daba a entender que dicha reunión no fue muy cordial. Se plantó en medio de la sala.−¡Atención, gente! −dijo, alzando la voz, y de inmediato todos dejaron de hacer lo suyo para prestarle atención−. El presidente Collins no está muy contento con el desempeño de sus unidades de i