Desierto Chihuahuense, Texas, Estados Unidos
La noche anterior había sido muy movida en el complejo y Hansen no pudo dormir bien, preocupado por la continua llegada de más invitados. Cuando estaba dispuesto a salir para desayunar tocaron a la puerta de su habitación, abrió y se encontró con la sonriente figura de Harvey. Esta vez a Hansen le parecía una sonrisa forzadamente fingida.
−El señor Richmond le espera en su estudio privado. Sígame, por favor.
−No me había comentado que había un estudio privado.
−No lo hice porque no está disponible para ustedes –le dijo Harvey en tono solemne mientras bajaban las escaleras−. Además de los aposentos del señor Richmond, por supuesto.
Hansen encontró aquel comentario un poco grosero, pero entendía que no estaba en posición de replicarle,
Washington, Estados Unidos.Collins apenas pudo conciliar el sueño, pero no durmió lo suficiente, pues antes de que amaneciera fue despertado por una llamada urgente por parte del Secretario General y del Presidente del Comité Militar de la OTAN, el inglés Frederick Williamson, y el italiano Almirante Guido Martinengo, respectivamente. Al llegar a la sala de telepresencia, se encontró con ambos personajes a cada lado de la gran pantalla frente a él.−Pido disculpas por la tardanza, señores –se excusó Collins, sentándose en el sillón tras el amplio escritorio al centro de la sala−. ¿La OTAN ya ha asumido una posición en torno al conflicto en el medio oriente?−Saludos, señor presidente –le dijo Williamson−. Le estamos llamando para comunicarle que Turquía ha solicitado ante el Consejo que se activen
Tel Aviv, Israel.Hacía ya varios minutos que los cinco hombres hablaban animadamente en una de las habitaciones de la vieja casa en las afueras de la ciudad. Abinadab estaba afuera esperando, escuchó que un auto se detenía frente a la casa, se asomó a una ventana y vio a tres hombres bajándose del mismo. Los reconoció y se apresuró a abrirles la puerta, dejándolos entrar. Antes de cerrar se cercioró de que no hubiera nadie sospechoso en la calle.–¿Dónde están? –preguntó uno de ellos.–En esa habitación –Abinadab les señaló una de las habitaciones.Los tres hombres entraron en la habitación y se encontraron con los otros israelíes sentados en el piso sobre una alfombra, de inmediato acabaron con la charla.–¡Nuestros amigos, los gringos! –dijo uno de
Tel Aviv, IsraelEn un viejo casucho construido en medio del desierto en las afueras de Tel Aviv, el grupo de mercenarios que habían perdido las armas nucleares se reagruparon en torno al comandante de la operación y el resto de sus compañeros, ofuscados por el atrevimiento de los israelíes. El comandante, un hombre afroamericano y de imponente presencia, acababa de darle la noticia a su cliente, arrojando el teléfono satelital sobre la mesa ante la cual estaba sentado. Miró con detenimiento a sus hombres y luego de unos minutos que a todos les pareció una eternidad, se levantó y les dijo, apoyando los puños sobre la mesa:–Señores, he informado a nuestro cliente los últimos acontecimientos, y para mi sorpresa, lo ha tomado muy bien, al punto que nos ha ordenado dejar el país inmediatamente.–¿Y el resto del pago? –pregunto uno de
Tel Aviv, Israel Justin había aprovechado que sus amigos estaban ya borrachos cuando decidió irse del bar para buscar un sitio tranquilo para intentar llamar a su país. Se había robado uno de los todoterrenos de sus compañeros y ya estaba en las afueras de Tel Aviv cuando vio a lo lejos lo que parecían ser dos misiles desplazándose por el cielo israelí, casi al mismo tiempo, y después de unos segundos tomar ligeramente dos direcciones distintas acercándose a tierra. A los pocos segundos escuchó una fuerte detonación y vio cómo se alzaba una enorme nube de humo y polvo. En el bar había escuchado a uno de sus ex compañeros decir que los misiles robados habían sido lanzados ya contra Irán, por lo que supuso que aquellos que acababan de impactar en la ciudad habían sido lanzados por Irán en respuesta por el ataque inicial. Salió de la carretera y se detuvo como a unos doscientos metros de ésta en medio del árido paisaje. Ya estaba declinando la ta
Buenos Aires, Argentina.El vuelo había salido cerca de la medianoche del día anterior y a pesar del sueño no pudieron dormir mucho. El viaje transcurrió sin problemas a pesar de lo largo que ella consideraba había sido. Solamente cuando pasaban por el Amazonas sintieron algo de turbulencia, y eso inquietó un poco a la niña. Le contó que eso era normal cuando viajaban en avión y ella se tranquilizó. Como siempre, Julianne le transmitió la seguridad y confianza que necesitaba cuando se sentía inquieta o preocupada por algo. A pesar de no ser su madre la crió como si lo fuera, en especial cuando su hermano le pidió encarecidamente que lo hiciera por él. Se consideraba su madre, pues la había tenido bajo su cuidado prácticamente desde que había nacido.Y para Marianne ella era su madre.El capitán anunció
El Vaticano, Estado de la Ciudad del Vaticano.Estaba a punto de acostarse a dormir cuando escuchó llamar a la puerta de su habitación. Perezosamente fue y la abrió, encontrándose con un hombre ya entrado en los sesenta y con rostro inexpresivo. Estaba igual que él, con pijamas y pantuflas.−Cardenal Agnello −le saludó, intrigado−. Estaba por acostarme. ¿Qué se le ofrece?−¿Puedo pasar? Sólo me tomará unos minutos...Se hizo a un lado y el recién llegado entró en la habitación. En medio de la misma se volteó a mirarle, aún con rostro inexpresivo. Luego de varios segundos, que le parecieron una eternidad, comenzó a hablar:−Cardenal Nitti, acabo de recibir una información muy importante y no quise esperar hasta mañana para comunicársela. Es importante que tome
Nueva York, Estados Unidos.El Bentley se detuvo frente a uno de los grandes edificios de la Quinta Avenida, cerca del Museo Metropolitano. Bajaron del auto e ingresaron en él. El hombre que les había hablado siempre entró con ellos en el ascensor, mientras que los otros dos que lo acompañaban se quedaron en el auto y siguieron camino. Llegaron a un amplio hall de entrada a uno de los apartamentos, con pisos de mármol y paredes cubiertas con algunos cuadros que suponían debían costar una fortuna. Un mayordomo los recibió y los condujo a través del hall hasta llegar a un despacho que más bien parecía una biblioteca, a juzgar por la cantidad de libros. El mayordomo les pidió que se sentaran, mientras que el otro sujeto les dijo que iba por el señor Richmond, saliendo inmediatamente.−¿Les puedo servir algo, mientras esperan? −les pregunt&oa
Buenos Aires, Argentina.Julius y su hermana pasaron casi toda la noche conversando y rememorando parte de los recuerdos de su infancia. David y Karen se unieron a ellos una vez que los niños se hubieron dormido, y compartieron con ellos parte de sus vivencias y experiencias vividas a lo largo de los años. Julianne estaba sorprendida por la cantidad de familias por las que había pasado David cuando quedó huérfano, pero él le aseguraba que a pesar de todo había aprendido muchas cosas de cada una. Cuando era un adolescente no les dio la importancia que merecían ni agradeció el sacrificio que hacían para tenerlo, razón por la cual terminó cumpliendo el servicio militar cuando pudo hacerlo. Ahora que podía pensar todo con la madurez necesaria, estaba dispuesto a regresar con todas y cada una de ellas para agradecerles sus esfuerzos y voluntad que le dedicaron a