Tel Aviv, Israel.
Hacía ya varios minutos que los cinco hombres hablaban animadamente en una de las habitaciones de la vieja casa en las afueras de la ciudad. Abinadab estaba afuera esperando, escuchó que un auto se detenía frente a la casa, se asomó a una ventana y vio a tres hombres bajándose del mismo. Los reconoció y se apresuró a abrirles la puerta, dejándolos entrar. Antes de cerrar se cercioró de que no hubiera nadie sospechoso en la calle.
–¿Dónde están? –preguntó uno de ellos.
–En esa habitación –Abinadab les señaló una de las habitaciones.
Los tres hombres entraron en la habitación y se encontraron con los otros israelíes sentados en el piso sobre una alfombra, de inmediato acabaron con la charla.
–¡Nuestros amigos, los gringos! –dijo uno de
Tel Aviv, IsraelEn un viejo casucho construido en medio del desierto en las afueras de Tel Aviv, el grupo de mercenarios que habían perdido las armas nucleares se reagruparon en torno al comandante de la operación y el resto de sus compañeros, ofuscados por el atrevimiento de los israelíes. El comandante, un hombre afroamericano y de imponente presencia, acababa de darle la noticia a su cliente, arrojando el teléfono satelital sobre la mesa ante la cual estaba sentado. Miró con detenimiento a sus hombres y luego de unos minutos que a todos les pareció una eternidad, se levantó y les dijo, apoyando los puños sobre la mesa:–Señores, he informado a nuestro cliente los últimos acontecimientos, y para mi sorpresa, lo ha tomado muy bien, al punto que nos ha ordenado dejar el país inmediatamente.–¿Y el resto del pago? –pregunto uno de
Tel Aviv, Israel Justin había aprovechado que sus amigos estaban ya borrachos cuando decidió irse del bar para buscar un sitio tranquilo para intentar llamar a su país. Se había robado uno de los todoterrenos de sus compañeros y ya estaba en las afueras de Tel Aviv cuando vio a lo lejos lo que parecían ser dos misiles desplazándose por el cielo israelí, casi al mismo tiempo, y después de unos segundos tomar ligeramente dos direcciones distintas acercándose a tierra. A los pocos segundos escuchó una fuerte detonación y vio cómo se alzaba una enorme nube de humo y polvo. En el bar había escuchado a uno de sus ex compañeros decir que los misiles robados habían sido lanzados ya contra Irán, por lo que supuso que aquellos que acababan de impactar en la ciudad habían sido lanzados por Irán en respuesta por el ataque inicial. Salió de la carretera y se detuvo como a unos doscientos metros de ésta en medio del árido paisaje. Ya estaba declinando la ta
Buenos Aires, Argentina.El vuelo había salido cerca de la medianoche del día anterior y a pesar del sueño no pudieron dormir mucho. El viaje transcurrió sin problemas a pesar de lo largo que ella consideraba había sido. Solamente cuando pasaban por el Amazonas sintieron algo de turbulencia, y eso inquietó un poco a la niña. Le contó que eso era normal cuando viajaban en avión y ella se tranquilizó. Como siempre, Julianne le transmitió la seguridad y confianza que necesitaba cuando se sentía inquieta o preocupada por algo. A pesar de no ser su madre la crió como si lo fuera, en especial cuando su hermano le pidió encarecidamente que lo hiciera por él. Se consideraba su madre, pues la había tenido bajo su cuidado prácticamente desde que había nacido.Y para Marianne ella era su madre.El capitán anunció
El Vaticano, Estado de la Ciudad del Vaticano.Estaba a punto de acostarse a dormir cuando escuchó llamar a la puerta de su habitación. Perezosamente fue y la abrió, encontrándose con un hombre ya entrado en los sesenta y con rostro inexpresivo. Estaba igual que él, con pijamas y pantuflas.−Cardenal Agnello −le saludó, intrigado−. Estaba por acostarme. ¿Qué se le ofrece?−¿Puedo pasar? Sólo me tomará unos minutos...Se hizo a un lado y el recién llegado entró en la habitación. En medio de la misma se volteó a mirarle, aún con rostro inexpresivo. Luego de varios segundos, que le parecieron una eternidad, comenzó a hablar:−Cardenal Nitti, acabo de recibir una información muy importante y no quise esperar hasta mañana para comunicársela. Es importante que tome
Nueva York, Estados Unidos.El Bentley se detuvo frente a uno de los grandes edificios de la Quinta Avenida, cerca del Museo Metropolitano. Bajaron del auto e ingresaron en él. El hombre que les había hablado siempre entró con ellos en el ascensor, mientras que los otros dos que lo acompañaban se quedaron en el auto y siguieron camino. Llegaron a un amplio hall de entrada a uno de los apartamentos, con pisos de mármol y paredes cubiertas con algunos cuadros que suponían debían costar una fortuna. Un mayordomo los recibió y los condujo a través del hall hasta llegar a un despacho que más bien parecía una biblioteca, a juzgar por la cantidad de libros. El mayordomo les pidió que se sentaran, mientras que el otro sujeto les dijo que iba por el señor Richmond, saliendo inmediatamente.−¿Les puedo servir algo, mientras esperan? −les pregunt&oa
Buenos Aires, Argentina.Julius y su hermana pasaron casi toda la noche conversando y rememorando parte de los recuerdos de su infancia. David y Karen se unieron a ellos una vez que los niños se hubieron dormido, y compartieron con ellos parte de sus vivencias y experiencias vividas a lo largo de los años. Julianne estaba sorprendida por la cantidad de familias por las que había pasado David cuando quedó huérfano, pero él le aseguraba que a pesar de todo había aprendido muchas cosas de cada una. Cuando era un adolescente no les dio la importancia que merecían ni agradeció el sacrificio que hacían para tenerlo, razón por la cual terminó cumpliendo el servicio militar cuando pudo hacerlo. Ahora que podía pensar todo con la madurez necesaria, estaba dispuesto a regresar con todas y cada una de ellas para agradecerles sus esfuerzos y voluntad que le dedicaron a
El Vaticano, Estado de la Ciudad de El Vaticano.Ya estaba comenzando a caer la noche, cuando el Cardenal Agnello recibió un mensaje de WhatsApp en su teléfono. Abrió la aplicación y observó las imágenes que acababa de recibir, junto a un mensaje que decía: «El objetivo es el de jeans y camisa azul claro. A su lado, en la primera foto, el padre, y en las siguientes junto al protector y algunos de sus amigos.» Agnello detalló las fotos, en unas se veía a un niño de unos once o doce años, acompañado de un hombre adulto, en otras junto a otro más joven, y en las últimas en compañía de otros niños de su misma edad. Agnello reconoció la cara del doctor Hansen por los reportes del investigador contratado para ubicarlo, pero nunca le presentó ninguna del niño, por lo que asumió que aquel de jeans y camis
Washington, Estados Unidos. En el despacho oval de la Casa Blanca, el presidente Sean Martin Collins revisaba algunos papeles con relación a los tratados comerciales que los Estados Unidos había firmado recientemente con la República Popular China. Literalmente había librado una auténtica batalla con el presidente del gigante asiático por su intención de elevar los aranceles de exportación de sus productos, en especial de los automóviles, lo que estaba afectando a los empresarios locales y desatando una competencia desleal. Cuando llegó a la Casa Blanca, su principal objetivo y promesa electoral fue revisar los acuerdos y tratados comerciales firmados entre ambas naciones para tratar de mejorar la alicaída economía estadounidense, y en eso estaba, cuando sonó el intercomunicador ubicado a su derecha.−¿Si? −preguntó, sin siquiera