El abrazo de una enredadera: Cuarta parte.

– Gracias, Rose. No sé qué habría hecho sin tu ayuda – dijo Eleanor, su voz temblando ligeramente por la emoción.

– No hay de qué, mi señora – respondió Rose, con una mezcla de preocupación y alivio en su mirada.

Eleanor apretó los labios, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar. Con la cabeza gacha y sorprendida de que Rose la reconociera en su estado tan lamentable, se disculpó tímidamente:

– Rose, lamento llegar sin avisar, pero el rey Maximus me envió una carta urgente, así que vine a toda prisa. Lamento si mi visita es inoportuna.

Rose, con expresión comprensiva, se inclinó respetuosamente ante la santa y respondió con humildad – Lamentamos mucho este trato, santa. Nosotros, como humildes sirvientes, debemos tratar con cuidado a nuestros nobles invitados, y realmente me disculpo.

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