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El abrazo de una enredadera: Octava parte.

Ella estaba en su habitación sollozando, perdida en su dolor, hasta el punto de que ni siquiera se dio cuenta de que ya era el día siguiente. La luz del sol entraba tímidamente por las ventanas, iluminando el cuarto con un resplandor suave y cálido.

De repente, escuchó un suave golpe en la puerta. Era Rose, la sirvienta, con el desayuno listo. Rose, con su amabilidad y dedicación, se adentró en la habitación y, al ver el desastroso estado de Eleanor, se acercó con preocupación en sus ojos.

– Santa Eleanor – dijo Rose con voz suave – debe comer algo. No puedes seguir así.

Eleanor, con los ojos hinchados y el rostro marcado por las lágrimas, apenas levantó la mirada – No tengo hambre – murmuró, su voz quebrada por el dolor.

Rose suspiró y se sentó a su lado – Sé que es difícil, pero necesitas fuerzas. Vamos, le ayudaré a vestirte y comer algo de comida.

Con una paciencia infinita, Rose ayudó a Eleanor a levantarse y la guió hacia el tocador. La ayudó a peinarse, a lavarse el rostro y a
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