Raymond había llegado al Reino de los Demonios casi de forma secreta. Zafarse de sus deberes como santo del Reino de los Dragones había sido problemático, pero al recibir la carta de Maximus, quien le explicaba que finalmente había entrado en razón y que alejar a su hermano de la mujer que amaba no había sido la decisión correcta, Raymond sintió la necesidad de ver de primera mano cómo se llevaba la relación de esos dos.El trayecto hacia la casa de Maximiliano fue silencioso, con Raymond envuelto en sus pensamientos. Recordaba con claridad el día en que conoció a Eleanor, una mujer que le habían impresionado profundamente. Sentía una responsabilidad hacia ella y hacia los descendientes de la raza de los dragones. Por eso, decidió ir de forma encubierta a la casa de Maximiliano, esperando encontrar una escena de dos amantes que no se separarían nunca.Al lleg
Los primeros recuerdos de su vida, son un poco confusos para Luther. Siendo un niño de apenas seis años y viviendo en una gran casa con sirvientes que iban y venían, haciendo cosas sin cesar, se sentía profundamente solo. Las paredes de la mansión, aunque lujosas, parecían encerrar una tristeza constante, un eco de risas apagadas y sueños no realizados.Desde su punto de vista, todo el mundo lo dejaba solo de alguna manera. Le servían la comida, pero nadie se quedaba a acompañarlo, y a veces, cuando se caía, no le prestaban atención. La indiferencia era su compañera constante. Luther intentó hacerse amigo de los hijos de los sirvientes, pero ni siquiera ellos querían estar con él. No lo entendía. ¿Qué había hecho para merecer tanta frialdad?– ¿Quieres jugar conmigo? – preguntaba Luther con esperanza en sus ojos.– Lo siento, tengo cosas que hacer – respondían los otros niños sin mirarlo a los ojos.Su corazón se encogía un poco más con cada rechazo, incapaz de comprender la razón de
Hay una cosa que infantilmente se había olvidado, y es que... para empezar, tenía las piernas cortas, demasiado cortas. Cada paso que daba era un esfuerzo mayor de lo que había anticipado. Además, la distancia que había considerado era mucho más lejana de la que esperaba. La montaña, que desde la mansión parecía al alcance de su mano, ahora se alzaba imponente y distante, como si se burlara de su pequeña figura. Pero... a su pequeño ser, se daba a sí mismo ánimos para poder avanzar hacia la enorme montaña imponente.– Vamos, Luther, tú puedes – se decía, con una mezcla de firmeza y temor – Solo sigue caminando.Paró un par de veces para dormir, pues necesitaba descansar, era lo normal. Encontraba refugio entre los árboles, eligiendo lugares donde las ramas caídas formaban una especie de cobijo natural. Se cobijó c
El dragón, inmenso y majestuoso, observaba atentamente al niño que apenas se despertaba en medio de la cueva. Las paredes rocosas, iluminadas por los rayos de sol que se filtraban a través de las grietas, proyectaban sombras danzantes que dotaban al lugar de un aire misterioso. El niño, quien se había presentado como Luther, parecía frágil y desorientado, con los ojos aún cargados de sueño y asombro.El pequeño humano había llegado hasta allí de alguna manera incomprensible. Era evidente que alguien lo había influenciado, empujándolo a emprender una travesía tan peligrosa. Las lesiones en su pequeño cuerpo contaban la historia de un esfuerzo sobrehumano, de una batalla contra la montaña que casi lo vencía. El dragón, con sus ojos penetrantes, veía más allá de las heridas físicas; percibía la tormenta de m
Una noche, mientras el viento aullaba fuera de la cueva y las sombras danzaban al compás de las llamas de una hoguera improvisada, Luther se acercó al dragón y se acurrucó junto a su enorme cuerpo – Papá, cuéntame una historia – pidió con ojos brillantes de curiosidad.El dragón, conmovido por la confianza del niño, comenzó a narrar una antigua leyenda de su especie, una historia de dragones nobles y batallas heroicas. Mientras hablaba, no podía evitar sentir una conexión creciente con Luther, una sensación de protección y cuidado que era nueva para él.Luther, absorto en el relato, lo interrumpió de repente – ¿Y tú, papá? ¿Eras como esos dragones?El dragón suspiró, sus ojos llenos de una tristeza profunda – No, pequeño. Mi vida ha sido muy diferente. He conocido más
Un día, mientras la luz del amanecer filtraba su tenue brillo a través de las pequeñas grietas en la entrada de la cueva, el pequeño Luther apareció sosteniendo un pequeño cuenco de agua. Cada paso del niño era un esfuerzo, pero su determinación era evidente en su rostro concentrado. Al llegar junto a Drakar, el niño comenzó a usar el agua para limpiar las escamas del dragón, cuidando cada movimiento con una delicadeza sorprendente.Aunque el trabajo de Luther se limitaba a pequeñas áreas debido a su tamaño, el dragón empezó a sentir cómo su corazón, endurecido por años de sufrimiento y odio, se ablandaba cada día más ante el pequeño gesto de amabilidad del niño. Las escamas, que llevaban mucho tiempo acumulando polvo y suciedad, comenzaban a brillar ligeramente bajo las manos cuidadosas de Luther.Los dí
La epopeya de un valiente héroe y su intrépido séquito, embarcándose en una travesía legendaria destinada a derrotar al malévolo Señor Demonio, ha sido narrada a lo largo de los siglos. Aunque la composición del grupo puede variar en número y en habilidades, una constante se mantiene: los protagonistas indiscutibles de esta saga, un héroe cuyo coraje trasciende las fronteras de la imaginación y una santa bendecida por los mismos dioses.En medio de esta narración épica, el temible Señor Demonio emerge como el antagonista supremo, personificando la encarnación de la maldad pura. Su derrota se convierte en el único camino hacia la restauración de la paz y la armonía tan anhelada por el pueblo. Los corazones del héroe y la santa se unen en un deber sagrado, un compromiso inquebrantable con la protección del imperio y sus habitantes, un deber que los guía a través de peligros inimaginables y desafíos que ponen a prueba su determinación en cada paso de su travesía.………………
El Imperio era un testimonio magnífico de la inquebrantable perseverancia humana en todo su esplendor. Durante décadas, generación tras generación, sus habitantes habían luchado incansablemente contra un amplio abanico de amenazas que amenazaban la armonía de sus vidas. Las calles de la capital eran una exhibición de orden y pulcritud, revelando la dedicación inquebrantable de sus ciudadanos para mantener la belleza y la limpieza en cada rincón de su amada ciudad y en el epicentro de esta majestuosa urbe se erguía el colosal palacio de la familia imperial, un monumento a la grandeza y el poder. Sin embargo, esta relativa paz y prosperidad que disfrutaban los habitantes del Imperio no era un regalo del destino, sino el fruto del incansable trabajo del emperador, un líder visionario cuya sabiduría y determinación habían guiado al Imperio por tiempos turbulentos hacia la estabilidad y la prosperidad. A su lado, como la espada incuestionable del Imperio, se alzaba el duque Virtus, un homb