La semilla: Tercera parte.

El dragón, inmenso y majestuoso, observaba atentamente al niño que apenas se despertaba en medio de la cueva. Las paredes rocosas, iluminadas por los rayos de sol que se filtraban a través de las grietas, proyectaban sombras danzantes que dotaban al lugar de un aire misterioso. El niño, quien se había presentado como Luther, parecía frágil y desorientado, con los ojos aún cargados de sueño y asombro.

El pequeño humano había llegado hasta allí de alguna manera incomprensible. Era evidente que alguien lo había influenciado, empujándolo a emprender una travesía tan peligrosa. Las lesiones en su pequeño cuerpo contaban la historia de un esfuerzo sobrehumano, de una batalla contra la montaña que casi lo vencía. El dragón, con sus ojos penetrantes, veía más allá de las heridas físicas; percibía la tormenta  de m

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