Desde que enfermó, su mente no había sido la misma. Se recordaba a sí mismo como alguien fuerte, con decisiones firmes y un carácter inquebrantable. Pero, en el transcurso de estos cuatro años, sentía que sus propias decisiones y sentimientos se tambaleaban. Las noches eran largas y llenas de dudas, mientras que los días se llenaban de una rutina que apenas le permitía mantener la cordura. Y ahora, con la presencia de Eleanor, era como si su mente estuviera peor que nunca. Los recuerdos de su juventud, de los momentos compartidos con Eleanor, volvían con una fuerza arrolladora, como olas golpeando una roca ya erosionada.
Por eso, al inicio, no sabía cómo controlar sus decisiones ni todo lo que decía. Haberle confesado a Eleanor que la amaba, y luego simplemente negar cualquier posibilidad entre ellos, y ahora incluso sugerirle que aceptara a otro hombre y tuviera un hijo con él para cum
Ella había meditado y pensado en muchas cosas en lo que quedaba de ese día. Sentada junto a la ventana, observaba la tenue luz de la luna filtrarse a través de las cortinas, creando sombras danzantes en la pared. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios, un eterno debate entre el deseo de su corazón y los deberes que no podía ignorar. Suspiró, deseando que, aunque solo fuera por un momento, las cosas se inclinaran a su favor.De repente, un sonido interrumpió sus reflexiones. Alguien tocaba la puerta. Eleanor se levantó lentamente de su asiento, su corazón latiendo con anticipación y un poco de inquietud. Al abrir la puerta, se encontró con Maximiliano, quien se veía terriblemente abatido, su postura encorvada y sus ojos oscuros reflejaban una tristeza profunda.– Eleanor – dijo él, su voz apenas un susurro – Pensé que hasta ahora ya deberías estar descansando.Eleanor intentó ocultar su sorpresa y preocupación – Deberías regresar a tu habitación para que descanses
Maximiliano no recordaba haber dormido tan bien en mucho tiempo. La luz del sol matutino se filtraba suavemente a través de las cortinas, creando un resplandor cálido en la habitación. De manera perezosa, comenzó a abrir los ojos, parpadeando mientras se acostumbraba a la luz. Lo primero que vio fue a Eleanor, sentada en una silla junto a la cama, sosteniendo una taza de té. Parecía perdida en sus pensamientos, ajena al mundo que la rodeaba.La delicada fragancia del té llenaba el aire, pero Maximiliano, con su agudo sentido del olfato, no pudo identificar el tipo de té. Esto le pareció extraño y lo hizo fruncir el ceño. Observó cómo Eleanor miraba la taza con una expresión de duda, como si se preguntara qué contenía realmente.Se sentó en la cama, acomodándose y cubriéndose con las sábanas. Estaba como Dios lo trajo al mundo, y al
Mientras cabalgaba alejándose de la capital y de la casa de Maximiliano, el paisaje a su alrededor se volvía más denso y sombrío. Los árboles altos y frondosos creaban un dosel natural que filtraba la luz del sol, proyectando sombras alargadas en el suelo. Eleanor intentaba concentrarse en el camino, pero su mente la llevaba una y otra vez a recuerdos agradables con Maximiliano: sus risas compartidas, las miradas cómplices, los momentos en que se sentían más cercanos. Pero cada recuerdo solo hacía que su vacío interior se profundizara.Era extraño. Pensó que después de que Maximiliano y ella consumaran su amor, se sentiría plena, pero no. Sentía como si estuviera en una especie de limbo emocional, atrapada entre la felicidad y la desesperación. No estaba segura de nada y eso la desorientaba.De repente, el caballo se detuvo. Eleanor miró a su alrededor
Constantino, con un tono de sinceridad y una mirada que denotaba años de arrepentimiento, dijo – Hay algo que quiero decirte. Es algo de lo que he estado intentando hablarte desde hace mucho, pero no tenía la oportunidad. Así que por favor, al menos hasta que lleguemos a la capital del Imperio, ¿podrías escucharme?Eleanor había dejado de odiar a Constantino hace mucho tiempo, porque siendo una santa, el odio no debía ser parte de sus emociones. Sin embargo, eso no significaba que lo hubiera perdonado por lo que le hizo. Con el tiempo, el sentimiento se había desvanecido, aunque no al punto del perdón. Pero ahora Constantino quería ser escuchado y ella no podía negarse.– Bien, di lo que tengas que decir, al menos hasta que lleguemos a la capital – respondió Eleanor.Ambos cabalgaban a través de un sendero boscoso, el follaje denso y verde creaba un dosel sobre sus cabezas, filtrando la luz del sol en parpadeos dorados. El aire era fresco y el aroma de la tierra húmeda llenaba sus sen
– Lo siento mucho, Constantino – dijo Eleanor suavemente – Ningún niño debería pasar por eso.– Gracias – respondió él, su voz apenas un susurro – A veces pienso que, si hubiera sabido antes, si hubiera podido despedirme de mi madre, quizás las cosas habrían sido diferentes. Pero al mismo tiempo, sé que mi padre creía que hacía lo mejor para mí.El silencio entre ellos era pesado, cargado de historias y emociones no dichas. Constantino miraba fijamente al camino.– Honestamente, no estoy seguro si vi a mi padre como tal – comenzó, su voz baja y llena de amargura – Lo que recuerdo de él es vago en comparación con los golpes del entrenamiento y los dolores que me dejaba. Sin embargo, cuando falleció, me dejo convertido en el siguiente héroe y pude volver a la capital.Eleanor lo observaba atentamente, sus ojos reflejando la luz.– Conocí a la madre de Valeria – continuó Constantino, su tono suavizándose un poco al recordar esos tiempos – Ella me seguía a todos lados, a cuantos eventos
A su regreso a la capital, Constantino dejó a la santa Eleanor en el templo. El aire estaba cargado de una sensación de expectativa y tensión. Curiosamente, a su llegada, todos en el templo se mostraron visiblemente aliviados al ver a Eleanor de regreso, casi ignorando la presencia de Constantino. Las miradas de preocupación y los susurros se disolvieron en sonrisas y gestos de agradecimiento hacia la santa, asegurándose de que ella estuviera bien.Constantino observó la escena con una mezcla de alivio y resignación. No le molestó ser pasado por alto; al contrario, se sentía más aliviado de lo que había esperado. Este pequeño viaje, el trayecto que compartió con Eleanor hasta la capital, le había proporcionado una claridad inesperada. Su corazón, antes inquieto y agitado, ahora descansaba en una paz que no podía describir. Miró a Eleanor una última vez antes de darse la vuelta para marcharse, su figura irradiando una calma que contrastaba con el bullicio del templo.Sin embargo, sus p
Raymond había llegado al Reino de los Demonios casi de forma secreta. Zafarse de sus deberes como santo del Reino de los Dragones había sido problemático, pero al recibir la carta de Maximus, quien le explicaba que finalmente había entrado en razón y que alejar a su hermano de la mujer que amaba no había sido la decisión correcta, Raymond sintió la necesidad de ver de primera mano cómo se llevaba la relación de esos dos.El trayecto hacia la casa de Maximiliano fue silencioso, con Raymond envuelto en sus pensamientos. Recordaba con claridad el día en que conoció a Eleanor, una mujer que le habían impresionado profundamente. Sentía una responsabilidad hacia ella y hacia los descendientes de la raza de los dragones. Por eso, decidió ir de forma encubierta a la casa de Maximiliano, esperando encontrar una escena de dos amantes que no se separarían nunca.Al lleg
Los primeros recuerdos de su vida, son un poco confusos para Luther. Siendo un niño de apenas seis años y viviendo en una gran casa con sirvientes que iban y venían, haciendo cosas sin cesar, se sentía profundamente solo. Las paredes de la mansión, aunque lujosas, parecían encerrar una tristeza constante, un eco de risas apagadas y sueños no realizados.Desde su punto de vista, todo el mundo lo dejaba solo de alguna manera. Le servían la comida, pero nadie se quedaba a acompañarlo, y a veces, cuando se caía, no le prestaban atención. La indiferencia era su compañera constante. Luther intentó hacerse amigo de los hijos de los sirvientes, pero ni siquiera ellos querían estar con él. No lo entendía. ¿Qué había hecho para merecer tanta frialdad?– ¿Quieres jugar conmigo? – preguntaba Luther con esperanza en sus ojos.– Lo siento, tengo cosas que hacer – respondían los otros niños sin mirarlo a los ojos.Su corazón se encogía un poco más con cada rechazo, incapaz de comprender la razón de