Mientras cabalgaba alejándose de la capital y de la casa de Maximiliano, el paisaje a su alrededor se volvía más denso y sombrío. Los árboles altos y frondosos creaban un dosel natural que filtraba la luz del sol, proyectando sombras alargadas en el suelo. Eleanor intentaba concentrarse en el camino, pero su mente la llevaba una y otra vez a recuerdos agradables con Maximiliano: sus risas compartidas, las miradas cómplices, los momentos en que se sentían más cercanos. Pero cada recuerdo solo hacía que su vacío interior se profundizara.
Era extraño. Pensó que después de que Maximiliano y ella consumaran su amor, se sentiría plena, pero no. Sentía como si estuviera en una especie de limbo emocional, atrapada entre la felicidad y la desesperación. No estaba segura de nada y eso la desorientaba.
De repente, el caballo se detuvo. Eleanor miró a su alrededor
Constantino, con un tono de sinceridad y una mirada que denotaba años de arrepentimiento, dijo – Hay algo que quiero decirte. Es algo de lo que he estado intentando hablarte desde hace mucho, pero no tenía la oportunidad. Así que por favor, al menos hasta que lleguemos a la capital del Imperio, ¿podrías escucharme?Eleanor había dejado de odiar a Constantino hace mucho tiempo, porque siendo una santa, el odio no debía ser parte de sus emociones. Sin embargo, eso no significaba que lo hubiera perdonado por lo que le hizo. Con el tiempo, el sentimiento se había desvanecido, aunque no al punto del perdón. Pero ahora Constantino quería ser escuchado y ella no podía negarse.– Bien, di lo que tengas que decir, al menos hasta que lleguemos a la capital – respondió Eleanor.Ambos cabalgaban a través de un sendero boscoso, el follaje denso y verde creaba un dosel sobre sus cabezas, filtrando la luz del sol en parpadeos dorados. El aire era fresco y el aroma de la tierra húmeda llenaba sus sen
– Lo siento mucho, Constantino – dijo Eleanor suavemente – Ningún niño debería pasar por eso.– Gracias – respondió él, su voz apenas un susurro – A veces pienso que, si hubiera sabido antes, si hubiera podido despedirme de mi madre, quizás las cosas habrían sido diferentes. Pero al mismo tiempo, sé que mi padre creía que hacía lo mejor para mí.El silencio entre ellos era pesado, cargado de historias y emociones no dichas. Constantino miraba fijamente al camino.– Honestamente, no estoy seguro si vi a mi padre como tal – comenzó, su voz baja y llena de amargura – Lo que recuerdo de él es vago en comparación con los golpes del entrenamiento y los dolores que me dejaba. Sin embargo, cuando falleció, me dejo convertido en el siguiente héroe y pude volver a la capital.Eleanor lo observaba atentamente, sus ojos reflejando la luz.– Conocí a la madre de Valeria – continuó Constantino, su tono suavizándose un poco al recordar esos tiempos – Ella me seguía a todos lados, a cuantos eventos
A su regreso a la capital, Constantino dejó a la santa Eleanor en el templo. El aire estaba cargado de una sensación de expectativa y tensión. Curiosamente, a su llegada, todos en el templo se mostraron visiblemente aliviados al ver a Eleanor de regreso, casi ignorando la presencia de Constantino. Las miradas de preocupación y los susurros se disolvieron en sonrisas y gestos de agradecimiento hacia la santa, asegurándose de que ella estuviera bien.Constantino observó la escena con una mezcla de alivio y resignación. No le molestó ser pasado por alto; al contrario, se sentía más aliviado de lo que había esperado. Este pequeño viaje, el trayecto que compartió con Eleanor hasta la capital, le había proporcionado una claridad inesperada. Su corazón, antes inquieto y agitado, ahora descansaba en una paz que no podía describir. Miró a Eleanor una última vez antes de darse la vuelta para marcharse, su figura irradiando una calma que contrastaba con el bullicio del templo.Sin embargo, sus p
Raymond había llegado al Reino de los Demonios casi de forma secreta. Zafarse de sus deberes como santo del Reino de los Dragones había sido problemático, pero al recibir la carta de Maximus, quien le explicaba que finalmente había entrado en razón y que alejar a su hermano de la mujer que amaba no había sido la decisión correcta, Raymond sintió la necesidad de ver de primera mano cómo se llevaba la relación de esos dos.El trayecto hacia la casa de Maximiliano fue silencioso, con Raymond envuelto en sus pensamientos. Recordaba con claridad el día en que conoció a Eleanor, una mujer que le habían impresionado profundamente. Sentía una responsabilidad hacia ella y hacia los descendientes de la raza de los dragones. Por eso, decidió ir de forma encubierta a la casa de Maximiliano, esperando encontrar una escena de dos amantes que no se separarían nunca.Al lleg
Los primeros recuerdos de su vida, son un poco confusos para Luther. Siendo un niño de apenas seis años y viviendo en una gran casa con sirvientes que iban y venían, haciendo cosas sin cesar, se sentía profundamente solo. Las paredes de la mansión, aunque lujosas, parecían encerrar una tristeza constante, un eco de risas apagadas y sueños no realizados.Desde su punto de vista, todo el mundo lo dejaba solo de alguna manera. Le servían la comida, pero nadie se quedaba a acompañarlo, y a veces, cuando se caía, no le prestaban atención. La indiferencia era su compañera constante. Luther intentó hacerse amigo de los hijos de los sirvientes, pero ni siquiera ellos querían estar con él. No lo entendía. ¿Qué había hecho para merecer tanta frialdad?– ¿Quieres jugar conmigo? – preguntaba Luther con esperanza en sus ojos.– Lo siento, tengo cosas que hacer – respondían los otros niños sin mirarlo a los ojos.Su corazón se encogía un poco más con cada rechazo, incapaz de comprender la razón de
Hay una cosa que infantilmente se había olvidado, y es que... para empezar, tenía las piernas cortas, demasiado cortas. Cada paso que daba era un esfuerzo mayor de lo que había anticipado. Además, la distancia que había considerado era mucho más lejana de la que esperaba. La montaña, que desde la mansión parecía al alcance de su mano, ahora se alzaba imponente y distante, como si se burlara de su pequeña figura. Pero... a su pequeño ser, se daba a sí mismo ánimos para poder avanzar hacia la enorme montaña imponente.– Vamos, Luther, tú puedes – se decía, con una mezcla de firmeza y temor – Solo sigue caminando.Paró un par de veces para dormir, pues necesitaba descansar, era lo normal. Encontraba refugio entre los árboles, eligiendo lugares donde las ramas caídas formaban una especie de cobijo natural. Se cobijó c
El dragón, inmenso y majestuoso, observaba atentamente al niño que apenas se despertaba en medio de la cueva. Las paredes rocosas, iluminadas por los rayos de sol que se filtraban a través de las grietas, proyectaban sombras danzantes que dotaban al lugar de un aire misterioso. El niño, quien se había presentado como Luther, parecía frágil y desorientado, con los ojos aún cargados de sueño y asombro.El pequeño humano había llegado hasta allí de alguna manera incomprensible. Era evidente que alguien lo había influenciado, empujándolo a emprender una travesía tan peligrosa. Las lesiones en su pequeño cuerpo contaban la historia de un esfuerzo sobrehumano, de una batalla contra la montaña que casi lo vencía. El dragón, con sus ojos penetrantes, veía más allá de las heridas físicas; percibía la tormenta de m
Una noche, mientras el viento aullaba fuera de la cueva y las sombras danzaban al compás de las llamas de una hoguera improvisada, Luther se acercó al dragón y se acurrucó junto a su enorme cuerpo – Papá, cuéntame una historia – pidió con ojos brillantes de curiosidad.El dragón, conmovido por la confianza del niño, comenzó a narrar una antigua leyenda de su especie, una historia de dragones nobles y batallas heroicas. Mientras hablaba, no podía evitar sentir una conexión creciente con Luther, una sensación de protección y cuidado que era nueva para él.Luther, absorto en el relato, lo interrumpió de repente – ¿Y tú, papá? ¿Eras como esos dragones?El dragón suspiró, sus ojos llenos de una tristeza profunda – No, pequeño. Mi vida ha sido muy diferente. He conocido más