Eleanor, al ver la escena, se sintió tan fuera de lugar que, reprimiendo cualquier otra palabra, dijo – Yo creo que vine en un mal momento, lo siento mucho, no debería haber venido – Su voz sonó ahogada y trémula. Dio un paso hacia atrás, y sin esperar nada más, salió corriendo por el pasillo.
La mansión, con sus largos corredores decorados con alfombras de terciopelo rojo y cuadros antiguos que parecían observarla con cada paso, se volvía una prisión de recuerdos y emociones no resueltas. Las lágrimas se deslizaban por su rostro mientras corría, cada gota un reflejo del dolor que había tratado de ocultar durante tanto tiempo.
No sabía por qué, pero ahora solo quería tomar un caballo de la caballeriza y volver al templo del imperio. Tal vez, todo lo que hizo al ir a la casa de Maximiliano de forma tan intempestiva fue demasiado. Sentía que había abierto viejas heridas sin saber cómo sanarlas.
Mientras casi corría por el pasillo, el eco de sus pasos resonab
Más tarde, cuando Maximiliano abrió lentamente los ojos, por un momento pensó que todo había sido un sueño. Sin embargo, la visión de Eleanor sentada a su lado, sollozando, rompió esa ilusión. Su corazón se encogió al ver sus lágrimas.– Yo, yo, lo siento – balbuceó Eleanor al verlo despertar – Estaba tan preocupada, no sabía si ibas a despertar. Intenté usar mi poder sagrado, pero no funcionó. Lo siento mucho – Su voz estaba llena de desesperación y arrepentimiento, y cada palabra era como un cuchillo en el corazón de Maximiliano.La realidad lo golpeó como agua fría. Todo había sido real. Las confesiones, los sentimientos expuestos, la angustia... todo. Su corazón se hundió bajo el peso de esa realidad – Eleanor, perdóname – susurró Maximiliano, su voz quebrada por l
Ella estaba en su habitación sollozando, perdida en su dolor, hasta el punto de que ni siquiera se dio cuenta de que ya era el día siguiente. La luz del sol entraba tímidamente por las ventanas, iluminando el cuarto con un resplandor suave y cálido.De repente, escuchó un suave golpe en la puerta. Era Rose, la sirvienta, con el desayuno listo. Rose, con su amabilidad y dedicación, se adentró en la habitación y, al ver el desastroso estado de Eleanor, se acercó con preocupación en sus ojos.– Santa Eleanor – dijo Rose con voz suave – debe comer algo. No puedes seguir así.Eleanor, con los ojos hinchados y el rostro marcado por las lágrimas, apenas levantó la mirada – No tengo hambre – murmuró, su voz quebrada por el dolor.Rose suspiró y se sentó a su lado – Sé que es difícil, pero necesitas fuerzas. Vamos, le ayudaré a vestirte y comer algo de comida.Con una paciencia infinita, Rose ayudó a Eleanor a levantarse y la guió hacia el tocador. La ayudó a peinarse, a lavarse el rostro y a
La mención de Constantino hizo que Eleanor apretara los labios. La idea de casarse con alguien a quien no amaba era un peso que había llevado durante mucho tiempo. Maximiliano intentó continuar, pero Eleanor lo interrumpió, mirándolo directamente a los ojos.– Y también recuerda ese conflicto que tenía con la familia Virtus – Su voz era firme, pero sus ojos delataban el dolor que sentía.Maximiliano frunció el ceño, recordando el conflicto de hace años que recordaba a grandes rasgo – Para este momento supongo que ese conflicto ya se habrá resuelto, ¿no?Eleanor suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho como si intentara protegerse de más dolor – El conflicto sigue ahí, Maximiliano. La familia Virtus siempre ha sido una espina para mí. Casarme con Constantino podría resolver algunos problemas, pero tambi&eac
Desde que enfermó, su mente no había sido la misma. Se recordaba a sí mismo como alguien fuerte, con decisiones firmes y un carácter inquebrantable. Pero, en el transcurso de estos cuatro años, sentía que sus propias decisiones y sentimientos se tambaleaban. Las noches eran largas y llenas de dudas, mientras que los días se llenaban de una rutina que apenas le permitía mantener la cordura. Y ahora, con la presencia de Eleanor, era como si su mente estuviera peor que nunca. Los recuerdos de su juventud, de los momentos compartidos con Eleanor, volvían con una fuerza arrolladora, como olas golpeando una roca ya erosionada.Por eso, al inicio, no sabía cómo controlar sus decisiones ni todo lo que decía. Haberle confesado a Eleanor que la amaba, y luego simplemente negar cualquier posibilidad entre ellos, y ahora incluso sugerirle que aceptara a otro hombre y tuviera un hijo con él para cum
Ella había meditado y pensado en muchas cosas en lo que quedaba de ese día. Sentada junto a la ventana, observaba la tenue luz de la luna filtrarse a través de las cortinas, creando sombras danzantes en la pared. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios, un eterno debate entre el deseo de su corazón y los deberes que no podía ignorar. Suspiró, deseando que, aunque solo fuera por un momento, las cosas se inclinaran a su favor.De repente, un sonido interrumpió sus reflexiones. Alguien tocaba la puerta. Eleanor se levantó lentamente de su asiento, su corazón latiendo con anticipación y un poco de inquietud. Al abrir la puerta, se encontró con Maximiliano, quien se veía terriblemente abatido, su postura encorvada y sus ojos oscuros reflejaban una tristeza profunda.– Eleanor – dijo él, su voz apenas un susurro – Pensé que hasta ahora ya deberías estar descansando.Eleanor intentó ocultar su sorpresa y preocupación – Deberías regresar a tu habitación para que descanses
Maximiliano no recordaba haber dormido tan bien en mucho tiempo. La luz del sol matutino se filtraba suavemente a través de las cortinas, creando un resplandor cálido en la habitación. De manera perezosa, comenzó a abrir los ojos, parpadeando mientras se acostumbraba a la luz. Lo primero que vio fue a Eleanor, sentada en una silla junto a la cama, sosteniendo una taza de té. Parecía perdida en sus pensamientos, ajena al mundo que la rodeaba.La delicada fragancia del té llenaba el aire, pero Maximiliano, con su agudo sentido del olfato, no pudo identificar el tipo de té. Esto le pareció extraño y lo hizo fruncir el ceño. Observó cómo Eleanor miraba la taza con una expresión de duda, como si se preguntara qué contenía realmente.Se sentó en la cama, acomodándose y cubriéndose con las sábanas. Estaba como Dios lo trajo al mundo, y al
Mientras cabalgaba alejándose de la capital y de la casa de Maximiliano, el paisaje a su alrededor se volvía más denso y sombrío. Los árboles altos y frondosos creaban un dosel natural que filtraba la luz del sol, proyectando sombras alargadas en el suelo. Eleanor intentaba concentrarse en el camino, pero su mente la llevaba una y otra vez a recuerdos agradables con Maximiliano: sus risas compartidas, las miradas cómplices, los momentos en que se sentían más cercanos. Pero cada recuerdo solo hacía que su vacío interior se profundizara.Era extraño. Pensó que después de que Maximiliano y ella consumaran su amor, se sentiría plena, pero no. Sentía como si estuviera en una especie de limbo emocional, atrapada entre la felicidad y la desesperación. No estaba segura de nada y eso la desorientaba.De repente, el caballo se detuvo. Eleanor miró a su alrededor
Constantino, con un tono de sinceridad y una mirada que denotaba años de arrepentimiento, dijo – Hay algo que quiero decirte. Es algo de lo que he estado intentando hablarte desde hace mucho, pero no tenía la oportunidad. Así que por favor, al menos hasta que lleguemos a la capital del Imperio, ¿podrías escucharme?Eleanor había dejado de odiar a Constantino hace mucho tiempo, porque siendo una santa, el odio no debía ser parte de sus emociones. Sin embargo, eso no significaba que lo hubiera perdonado por lo que le hizo. Con el tiempo, el sentimiento se había desvanecido, aunque no al punto del perdón. Pero ahora Constantino quería ser escuchado y ella no podía negarse.– Bien, di lo que tengas que decir, al menos hasta que lleguemos a la capital – respondió Eleanor.Ambos cabalgaban a través de un sendero boscoso, el follaje denso y verde creaba un dosel sobre sus cabezas, filtrando la luz del sol en parpadeos dorados. El aire era fresco y el aroma de la tierra húmeda llenaba sus sen