El abrazo de una enredadera: Sexta parte.

Eleanor, al ver la escena, se sintió tan fuera de lugar que, reprimiendo cualquier otra palabra, dijo – Yo creo que vine en un mal momento, lo siento mucho, no debería haber venido –  Su voz sonó ahogada y trémula. Dio un paso hacia atrás, y sin esperar nada más, salió corriendo por el pasillo.

La mansión, con sus largos corredores decorados con alfombras de terciopelo rojo y cuadros antiguos que parecían observarla con cada paso, se volvía una prisión de recuerdos y emociones no resueltas. Las lágrimas se deslizaban por su rostro mientras corría, cada gota un reflejo del dolor que había tratado de ocultar durante tanto tiempo.

No sabía por qué, pero ahora solo quería tomar un caballo de la caballeriza y volver al templo del imperio. Tal vez, todo lo que hizo al ir a la casa de Maximiliano de forma tan intempestiva fue demasiado. Sentía que había abierto viejas heridas sin saber cómo sanarlas.

Mientras casi corría por el pasillo, el eco de sus pasos resonab

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