Regresé a la mansión y bebí un vaso de agua para calmar mis nervios, que estaban a flor de piel. Suspíré cuando llegué a mi habitación y me dejé caer sobre la cama, mirando fijamente al techo. Coloqué una mano en mi frente y cerré los ojos; estaba confundida. Aquello definitivamente era una alucinación y no le habría dado importancia si no tuviera este presentimiento últimamente. Necesitaba saber más, sabía que era peligroso y no debía querer descubrir más de lo que me era de incumbencia, pero este asunto algo tenía que ver conmigo. El problema real era: ¿dónde conseguir información? La que encontraría en páginas de demonología no tendría la más mínima relación conmigo. Pero sé que en algo tengo que ver. Las palabras de ese tal Abigor me lo confirmaban. Tomé mi teléfono e investigué un poco donde podía conseguir información verificada sobre demonios. Enseguida descubrí que en la ciudad había una iglesia satánica. Me retorcí por la simple idea de imaginar ese lugar. Pero al ver las fo
Me quedé totalmente pasmada, incapaz de decir nada. Me pasé las manos por el cabello, todo bajo la mirada de aquella mujer. —¿Qué más dice? —hablé luego de un par de segundos. —¿Sobre algo en específico? —preguntó, examinando minuciosamente mi expresión. —Sobre su esposa. —Bien —fijó la vista en el libro—. Aquí él no relata mucho, pues se negó a decir nada más, al parecer le dolía recordar. Pero dice que él conoció a una humana llamada Joanna en el año 1514 y fue la única mujer a la que realmente amó. ¿Un demonio capaz de amar? Estoy totalmente sin palabras. —¿Qué más dice? —pregunté ansiosa. —No dijo nada más, solo que ella murió en 1520. —Solo estuvieron juntos 6 años —sentí mi pecho contraerse. ¿Por qué tan poco?—. ¿No dijo cómo murió? —No, solo eso —pasó la página—. Espera, creo que esto es interesante; él confesó haber estado vagando entre los humanos desde esa época. Y esta invocación fue hace 20 años. Eso quiere decir que lleva 5 siglos entre nosotros. —Sí, una vez lo
—Camille —escuché lejana la voz de mi madre—. Rápido, preparen el coche. Era incapaz de abrir los ojos, mas sí de escuchar y sentir todo a mi alrededor. Podía sentir mi cuerpo siendo llevado y la voz de mi madre junto a mí. Su mano acariciando mi cabello y susurrando palabras de consuelo mientras gritaba al chófer ir más rápido. Sentí entonces el sonido de varias voces a mi alrededor. Voces desconocidas y sensaciones de dolor en mi brazo. —Pulso cardíaco elevado, presión arterial descontrolada, falta de oxígeno en el cerebro, preparen los respiradores —decía la voz de una mujer. Esto fue lo último que oí antes de perder totalmente la conciencia. Desperté lentamente, abrí los ojos pero una destellante luz blanca me hizo doler los ojos. Los cubrí con mis manos y entonces noté una vía intravenosa en mi brazo derecho. Pestañeé y miré alrededor. Mi madre se encontraba sentada en el sofá, mi padre a su lado acariciando su cabello. —Mamá —dije con dificultad llamando la atención de ambo
Caminé apresurada hasta llegar al despacho de mi padre. No era raro que estuviese allí y sabía que con él tendría una conversación más seria que con mi madre. Golpeé varias veces la puerta hasta que escuché una respuesta afirmativa. —Hola, papá —saludé entrando al despacho. —Hola, cielo —sonrió levemente—. ¿Necesitas algo? —Sí. —Tomé asiento frente a él—. Tengo algunas dudas que necesito esclarecer. —Claro, cuéntame. —Hace 16 años, cuando fui secuestrada, ¿qué pasó realmente? —¿Y ese repentino interés? —arrugó la frente. —Solo curiosidad. —Bueno... —se quitó los lentes y dejó escapar un suspiro—. Luego de recibir la amenaza, tu primo segundo, el rey, que en aquel entonces comenzaba el mandato, dispuso enseguida la suma de dinero y movilizó la guardia real. En realidad, no sabemos bien qué pasó, pero cuando la guardia llegó al lugar te encontraron sola, dormida en el asiento trasero de un coche. —¿Y los delincuentes? —pregunté confusa. —Todos estaban muertos —afirmó
—¿Qué has dicho? —inquirió, creyendo haber escuchado mal—. Odio repetir las cosas. —Esto tiene que ser una broma —me agarré la cabeza con ambas manos—. Me volveré loca, lo juro.—¿Tan débil eres? —susurró con malicia—. No puedes aguantar un par de verdades. —¿Un par de verdades? —pregunté incrédula—. ¡No me han dado ninguna verdad! Solo dudas y más preguntas. Mi vida en días se ha vuelto una locura, así que no hagas preguntas estúpidas. —Si por mí fuera, te restregara por la cara todo, pero eso no es de mi incumbencia. —Antes de que te marches como siempre, dime, ¿no fue una broma? ¿Realmente soy tu hermana? —pregunté y dio la espalda. —No, no lo eres —negó—. Soy un demonio, ¿recuerdas? —Entonces, ¿por qué has dicho eso? —Si recordaras, lo sabrías. Nuevamente desapareció. Era como su pasatiempo favorito llegar, dejar dudas e irse, para dejarme allí como una idiota tirándome de los cabellos. Pasé el resto del día en mi habitación, mirando el techo mientras trataba de arm
Quise gritar, pero mi boca había sido cubierta por otra de aquellas repugnantes manos. Me removí luchando contra dicha fuerza, pero en vano. Lo último que vieron mis ojos antes de ser tragados por la oscuridad fue una siniestra sonrisa, más una lágrima roja como la sangre rodó por su mejilla. ¿Había sido mi imaginación? ¿Por qué sonreía y lloraba? Él era tan contradictorio. Cerré los ojos cuando me vi sumergida a lo más profundo. El aire me faltó por unos instantes, pero luego sentí un calor envolver mi figura. Abrí los ojos y me vi en un salón enorme y oscuro, como una gran mansión abandonada, iluminada solo por velas que danzaban al compás de la sutil brisa. Bajo mis pies se extendía una larga alfombra que seguía un curso recto hasta atravesar unas amplias puertas. Mi instinto me pedía seguir esa alfombra como un camino. Llegué frente a las puertas, posé ligeramente mi mano sobre la superficie para abrirla, pero no fue necesario hacerlo, ya que se abrió de par en par. Todo estaba
—Si tanto me detestas, ¿por qué haces esto? —pregunté entre dientes. —Yo no te detesto —dijo empujándome sobre la cama. Caí apoyada en mis codos e instintivamente retrocedí, pero su mano tiró de mi tobillo acercándome nuevamente. —Es lo que parece. Al igual que Abigor, me detestas, me culpas por algo de lo cual no tengo ni idea. Es como si quisieras cobrártelas conmigo por algo. —¿Qué te hace suponer eso? —Tomó mi mentón con fuerza, dejando su rostro a escasa distancia. —Esa mirada de rencor en tus ojos, a veces me ves con tanto dolor y otras veces es como si fuese realmente importante para ti. —Porque lo eres —espetó—. Eres muy importante para mí. Pero para ti, ¿qué soy? —¿A qué te refieres? Sonrió y con agilidad me dio la vuelta en la cama y elevó mis caderas. —Tú me odias, me detestas, para ti soy repugnante. Eso es lo que me dices constantemente, ¿o no recuerdas? —Detente —dije cuando sentí que comenzaba a deshacerse de su ropa; me removí, ganándome un fuerte azot
Me separé del abrazo viéndolo a los ojos. Noto que están ligeramente enrojecidos, al igual que su nariz. Se ve tan tierno que no puedo evitar sonreír. Noto que enseguida su expresión cambia a una seria, así que carraspeo y aparto la vista. —¿Verdaderamente me contarás todo? —pregunté, ligeramente desconfiada. —Sí. —Él probablemente esté escuchando —le recordé. —Ahora mismo no lo está haciendo —aseguró—. Todavía está en el Infierno, su conexión contigo es demasiado débil allí. Pero regresará pronto así que mejor démonos prisa. —Está bien, conozco un lugar tranquilo. —No tenemos tiempo como para tomar un taxi e ir a donde quieras —rodó los ojos—. Vamos. —Posó su mano en mi hombro y aquella extraña nube negra que siempre lo acompañaba comenzó a rodearnos a ambos. Para cuando bajó de densidad, estábamos en el puente sobre el canal de Keizersgracht. —Me gusta este lugar —dije, mirando el reflejo de las luces amarillas en las calmadas aguas. —No te traje a hacer turismo —cha