—Camille —escuché lejana la voz de mi madre—. Rápido, preparen el coche. Era incapaz de abrir los ojos, mas sí de escuchar y sentir todo a mi alrededor. Podía sentir mi cuerpo siendo llevado y la voz de mi madre junto a mí. Su mano acariciando mi cabello y susurrando palabras de consuelo mientras gritaba al chófer ir más rápido. Sentí entonces el sonido de varias voces a mi alrededor. Voces desconocidas y sensaciones de dolor en mi brazo. —Pulso cardíaco elevado, presión arterial descontrolada, falta de oxígeno en el cerebro, preparen los respiradores —decía la voz de una mujer. Esto fue lo último que oí antes de perder totalmente la conciencia. Desperté lentamente, abrí los ojos pero una destellante luz blanca me hizo doler los ojos. Los cubrí con mis manos y entonces noté una vía intravenosa en mi brazo derecho. Pestañeé y miré alrededor. Mi madre se encontraba sentada en el sofá, mi padre a su lado acariciando su cabello. —Mamá —dije con dificultad llamando la atención de ambo
Caminé apresurada hasta llegar al despacho de mi padre. No era raro que estuviese allí y sabía que con él tendría una conversación más seria que con mi madre. Golpeé varias veces la puerta hasta que escuché una respuesta afirmativa. —Hola, papá —saludé entrando al despacho. —Hola, cielo —sonrió levemente—. ¿Necesitas algo? —Sí. —Tomé asiento frente a él—. Tengo algunas dudas que necesito esclarecer. —Claro, cuéntame. —Hace 16 años, cuando fui secuestrada, ¿qué pasó realmente? —¿Y ese repentino interés? —arrugó la frente. —Solo curiosidad. —Bueno... —se quitó los lentes y dejó escapar un suspiro—. Luego de recibir la amenaza, tu primo segundo, el rey, que en aquel entonces comenzaba el mandato, dispuso enseguida la suma de dinero y movilizó la guardia real. En realidad, no sabemos bien qué pasó, pero cuando la guardia llegó al lugar te encontraron sola, dormida en el asiento trasero de un coche. —¿Y los delincuentes? —pregunté confusa. —Todos estaban muertos —afirmó
—¿Qué has dicho? —inquirió, creyendo haber escuchado mal—. Odio repetir las cosas. —Esto tiene que ser una broma —me agarré la cabeza con ambas manos—. Me volveré loca, lo juro.—¿Tan débil eres? —susurró con malicia—. No puedes aguantar un par de verdades. —¿Un par de verdades? —pregunté incrédula—. ¡No me han dado ninguna verdad! Solo dudas y más preguntas. Mi vida en días se ha vuelto una locura, así que no hagas preguntas estúpidas. —Si por mí fuera, te restregara por la cara todo, pero eso no es de mi incumbencia. —Antes de que te marches como siempre, dime, ¿no fue una broma? ¿Realmente soy tu hermana? —pregunté y dio la espalda. —No, no lo eres —negó—. Soy un demonio, ¿recuerdas? —Entonces, ¿por qué has dicho eso? —Si recordaras, lo sabrías. Nuevamente desapareció. Era como su pasatiempo favorito llegar, dejar dudas e irse, para dejarme allí como una idiota tirándome de los cabellos. Pasé el resto del día en mi habitación, mirando el techo mientras trataba de arm
Quise gritar, pero mi boca había sido cubierta por otra de aquellas repugnantes manos. Me removí luchando contra dicha fuerza, pero en vano. Lo último que vieron mis ojos antes de ser tragados por la oscuridad fue una siniestra sonrisa, más una lágrima roja como la sangre rodó por su mejilla. ¿Había sido mi imaginación? ¿Por qué sonreía y lloraba? Él era tan contradictorio. Cerré los ojos cuando me vi sumergida a lo más profundo. El aire me faltó por unos instantes, pero luego sentí un calor envolver mi figura. Abrí los ojos y me vi en un salón enorme y oscuro, como una gran mansión abandonada, iluminada solo por velas que danzaban al compás de la sutil brisa. Bajo mis pies se extendía una larga alfombra que seguía un curso recto hasta atravesar unas amplias puertas. Mi instinto me pedía seguir esa alfombra como un camino. Llegué frente a las puertas, posé ligeramente mi mano sobre la superficie para abrirla, pero no fue necesario hacerlo, ya que se abrió de par en par. Todo estaba
—Si tanto me detestas, ¿por qué haces esto? —pregunté entre dientes. —Yo no te detesto —dijo empujándome sobre la cama. Caí apoyada en mis codos e instintivamente retrocedí, pero su mano tiró de mi tobillo acercándome nuevamente. —Es lo que parece. Al igual que Abigor, me detestas, me culpas por algo de lo cual no tengo ni idea. Es como si quisieras cobrártelas conmigo por algo. —¿Qué te hace suponer eso? —Tomó mi mentón con fuerza, dejando su rostro a escasa distancia. —Esa mirada de rencor en tus ojos, a veces me ves con tanto dolor y otras veces es como si fuese realmente importante para ti. —Porque lo eres —espetó—. Eres muy importante para mí. Pero para ti, ¿qué soy? —¿A qué te refieres? Sonrió y con agilidad me dio la vuelta en la cama y elevó mis caderas. —Tú me odias, me detestas, para ti soy repugnante. Eso es lo que me dices constantemente, ¿o no recuerdas? —Detente —dije cuando sentí que comenzaba a deshacerse de su ropa; me removí, ganándome un fuerte azot
Me separé del abrazo viéndolo a los ojos. Noto que están ligeramente enrojecidos, al igual que su nariz. Se ve tan tierno que no puedo evitar sonreír. Noto que enseguida su expresión cambia a una seria, así que carraspeo y aparto la vista. —¿Verdaderamente me contarás todo? —pregunté, ligeramente desconfiada. —Sí. —Él probablemente esté escuchando —le recordé. —Ahora mismo no lo está haciendo —aseguró—. Todavía está en el Infierno, su conexión contigo es demasiado débil allí. Pero regresará pronto así que mejor démonos prisa. —Está bien, conozco un lugar tranquilo. —No tenemos tiempo como para tomar un taxi e ir a donde quieras —rodó los ojos—. Vamos. —Posó su mano en mi hombro y aquella extraña nube negra que siempre lo acompañaba comenzó a rodearnos a ambos. Para cuando bajó de densidad, estábamos en el puente sobre el canal de Keizersgracht. —Me gusta este lugar —dije, mirando el reflejo de las luces amarillas en las calmadas aguas. —No te traje a hacer turismo —cha
Le doy un sorbo al café, y siento el líquido caliente bajar por mi garganta dejando un ligero sabor amargo en mi paladar. Normalmente no bebo más que té, pero hoy estoy de visita y sería muy descortés el haberme negado a beber una taza de café con mi amiga de la adolescencia.Ella me sonríe con júbilo y deposito con suavidad la taza sobre la mesita que está frente a nosotras para continuar con nuestra conversación. A pesar de los años, Hanna seguía teniendo el mismo aspecto que en la niñez. Todavía poseía esa sonrisa característica de una niña y ese aire jovial a su alrededor; tanto que estar cerca de ella te brindaba una paz sin igual.—Así que te casaste hace dos años—dije,y ella asintió con armonía.—Así es, conocí a Ed en la exposición de arte de su hermano. Comenzamos a salir y después de un año y medio nos comprometimos y posteriormente casamos. Ya hacen dos años.—Vaya, que bien—me alegro mucho por ella.—¿Sabes? Cuando estábamos en secundaria siempre creí que serías la última
Desperté temprano, como era de costumbre, para preparar el desayuno de Will antes de que se marchara al trabajo. Pasé por mi rutina mañanera y me dirigí a la cocina. Lo dejé todo listo y, de nuevo, me encerré en la habitación. No me apetecía para nada encontrarme cara a cara con él; no después de la discusión de anoche. Pensé que se marcharía, pero sentí unos suaves golpes en la puerta de la habitación. Abrí para encontrarlo ya listo para irse al trabajo. Me hice a un lado para que pudiera pasar y permanecí en silencio.—No quería marcharme sin despedirme —Se acercó y acarició mi cabello—. Sabes que no me gusta que discutamos.—A mí tampoco, pero al parecer no logramos estar de acuerdo —contesté viéndolo a los ojos.—Yo solo quiero que sigamos como antes. —Apoyó su frente en la mía. Y esa pequeña muestra de afecto fue suficiente para lograr derretir mi corazón—. ¿No cambiarás, cierto? ¿Seguirás siendo mi dulce Camille?—No cambiaré —susurré sumida en el amor que siento por él que, a p