Quise gritar, pero mi boca había sido cubierta por otra de aquellas repugnantes manos. Me removí luchando contra dicha fuerza, pero en vano. Lo último que vieron mis ojos antes de ser tragados por la oscuridad fue una siniestra sonrisa, más una lágrima roja como la sangre rodó por su mejilla. ¿Había sido mi imaginación? ¿Por qué sonreía y lloraba? Él era tan contradictorio. Cerré los ojos cuando me vi sumergida a lo más profundo. El aire me faltó por unos instantes, pero luego sentí un calor envolver mi figura. Abrí los ojos y me vi en un salón enorme y oscuro, como una gran mansión abandonada, iluminada solo por velas que danzaban al compás de la sutil brisa. Bajo mis pies se extendía una larga alfombra que seguía un curso recto hasta atravesar unas amplias puertas. Mi instinto me pedía seguir esa alfombra como un camino. Llegué frente a las puertas, posé ligeramente mi mano sobre la superficie para abrirla, pero no fue necesario hacerlo, ya que se abrió de par en par. Todo estaba
—Si tanto me detestas, ¿por qué haces esto? —pregunté entre dientes. —Yo no te detesto —dijo empujándome sobre la cama. Caí apoyada en mis codos e instintivamente retrocedí, pero su mano tiró de mi tobillo acercándome nuevamente. —Es lo que parece. Al igual que Abigor, me detestas, me culpas por algo de lo cual no tengo ni idea. Es como si quisieras cobrártelas conmigo por algo. —¿Qué te hace suponer eso? —Tomó mi mentón con fuerza, dejando su rostro a escasa distancia. —Esa mirada de rencor en tus ojos, a veces me ves con tanto dolor y otras veces es como si fuese realmente importante para ti. —Porque lo eres —espetó—. Eres muy importante para mí. Pero para ti, ¿qué soy? —¿A qué te refieres? Sonrió y con agilidad me dio la vuelta en la cama y elevó mis caderas. —Tú me odias, me detestas, para ti soy repugnante. Eso es lo que me dices constantemente, ¿o no recuerdas? —Detente —dije cuando sentí que comenzaba a deshacerse de su ropa; me removí, ganándome un fuerte azot
Me separé del abrazo viéndolo a los ojos. Noto que están ligeramente enrojecidos, al igual que su nariz. Se ve tan tierno que no puedo evitar sonreír. Noto que enseguida su expresión cambia a una seria, así que carraspeo y aparto la vista. —¿Verdaderamente me contarás todo? —pregunté, ligeramente desconfiada. —Sí. —Él probablemente esté escuchando —le recordé. —Ahora mismo no lo está haciendo —aseguró—. Todavía está en el Infierno, su conexión contigo es demasiado débil allí. Pero regresará pronto así que mejor démonos prisa. —Está bien, conozco un lugar tranquilo. —No tenemos tiempo como para tomar un taxi e ir a donde quieras —rodó los ojos—. Vamos. —Posó su mano en mi hombro y aquella extraña nube negra que siempre lo acompañaba comenzó a rodearnos a ambos. Para cuando bajó de densidad, estábamos en el puente sobre el canal de Keizersgracht. —Me gusta este lugar —dije, mirando el reflejo de las luces amarillas en las calmadas aguas. —No te traje a hacer turismo —cha
Le doy un sorbo al café, y siento el líquido caliente bajar por mi garganta dejando un ligero sabor amargo en mi paladar. Normalmente no bebo más que té, pero hoy estoy de visita y sería muy descortés el haberme negado a beber una taza de café con mi amiga de la adolescencia.Ella me sonríe con júbilo y deposito con suavidad la taza sobre la mesita que está frente a nosotras para continuar con nuestra conversación. A pesar de los años, Hanna seguía teniendo el mismo aspecto que en la niñez. Todavía poseía esa sonrisa característica de una niña y ese aire jovial a su alrededor; tanto que estar cerca de ella te brindaba una paz sin igual.—Así que te casaste hace dos años—dije,y ella asintió con armonía.—Así es, conocí a Ed en la exposición de arte de su hermano. Comenzamos a salir y después de un año y medio nos comprometimos y posteriormente casamos. Ya hacen dos años.—Vaya, que bien—me alegro mucho por ella.—¿Sabes? Cuando estábamos en secundaria siempre creí que serías la última
Desperté temprano, como era de costumbre, para preparar el desayuno de Will antes de que se marchara al trabajo. Pasé por mi rutina mañanera y me dirigí a la cocina. Lo dejé todo listo y, de nuevo, me encerré en la habitación. No me apetecía para nada encontrarme cara a cara con él; no después de la discusión de anoche. Pensé que se marcharía, pero sentí unos suaves golpes en la puerta de la habitación. Abrí para encontrarlo ya listo para irse al trabajo. Me hice a un lado para que pudiera pasar y permanecí en silencio.—No quería marcharme sin despedirme —Se acercó y acarició mi cabello—. Sabes que no me gusta que discutamos.—A mí tampoco, pero al parecer no logramos estar de acuerdo —contesté viéndolo a los ojos.—Yo solo quiero que sigamos como antes. —Apoyó su frente en la mía. Y esa pequeña muestra de afecto fue suficiente para lograr derretir mi corazón—. ¿No cambiarás, cierto? ¿Seguirás siendo mi dulce Camille?—No cambiaré —susurré sumida en el amor que siento por él que, a p
—Vale, ya basta. —Solté mi mano de su agarre y me puse en pie—. Lo que dice no tiene el menor sentido, solo es una maldita estafa —dije molesta.—Joven. —La mujer se puso de pie—. No cobro por lo que hago, no tengo la más mínima intención de estafarte ni a ti ni a nadie. Está en tu interior creer o no en mis palabras. Créeme que he visto a mucha gente como tú, incrédula y atea. Pero cuando lo que preveo suceda, recordarás este día y mis palabras.—Mire, señora —hablé tratando de calmarme —, sin la más mínima intención de ofenderla, pero este tipo de cosas no me parecen muy reales. E, incluso, la existencia de personas como usted, supuestamente atadas a lo sobrenatural, es muy difícil creer cuando no se ha confirmado.—No diré nada más, ahora le pido que se marche. Y, por favor, le pedí que no liberara sus rencores en este lugar.—¿O qué? —Reí incrédula—. ¿Invocaré el mal? ¿Aparecerá un demonio? —resoplé—. Patrañas sin sentido.—Ya basta, amiga. —Vickie colocó una mano en mi hombro.—E
—Hola Camille —dijo con tono socarrón dando un paso en mi dirección. Retrocedí de forma instintiva hasta que mi espalda chocó contra la puerta. —¿Quién eres? —pregunté aterrada.—No no. —Negó con el dedo y se acercó hasta quedar a solo unos pasos de distancia—. Si luces así de indefensa querré aprovecharme de ti.—Rio, humedeciendo sus labios luego.—Llamaré a la policía —advertí tratando de lucir valiente. —¿Oh, sí? ¿Y qué dirás? Después de todo, tú me llamaste, pequeña. —Ladeó el rostro. —¿Yo te llamé? Debes de estar loco, te has colado en mi casa. Eso es ilegal. Además, mi esposo llegará pronto. —¡Uy, tu esposo llegará pronto! —Hizo un dramático gesto de terror—. Mira como tiemblo, estoy muriendo de miedo.—Escucha —el enojo había hecho disminuir mi miedo y me llenó de coraje —, no sé quién eres, de donde vienes y mucho menos lo que quieres; pero vas a marcharte ahora mismo de mi casa. —Vaya vaya, que atrevida eres, pequeña. —Terminó con la distancia entre nosotros y me apresó
Su sonrisa me heló la sangre aún más que su nombre, el cual no podía identificar como uno que yo conociera. Sin embargo, estaba segura de que antes lo había escuchado. Agitó la mano en el aire y sentí el suelo a mis pies desaparecer, y cuando creí que caería aparecí de nuevo en mi habitación y él estaba de pie a poco más de un metro de mí mientras miraba la foto sobre la mesita de noche. —Así que este es tu esposo. —Señaló la foto en la que ambos aparecíamos el día de nuestra boda—. No es la gran cosa —Hizo una mueca con los labios. Intenté decir algo, pero las palabras estaban atoradas en mi garganta; estaba muda de la impresión—. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? —preguntó en un tono burlón—. Al parecer has perdido todo el valor, no pensé que fueras tan cobarde. —¿Qué es lo que pretendes? —pregunté con la voz entrecortada. —Buena pregunta. —Se tocó el mentón pensativo—. Solo te quiero a ti, nada más. —¿A mí? ¿Por qué yo? Soy solo una simple humana y tú eres u