Caminé apresurada hasta llegar al despacho de mi padre. No era raro que estuviese allí y sabía que con él tendría una conversación más seria que con mi madre. Golpeé varias veces la puerta hasta que escuché una respuesta afirmativa. —Hola, papá —saludé entrando al despacho. —Hola, cielo —sonrió levemente—. ¿Necesitas algo? —Sí. —Tomé asiento frente a él—. Tengo algunas dudas que necesito esclarecer. —Claro, cuéntame. —Hace 16 años, cuando fui secuestrada, ¿qué pasó realmente? —¿Y ese repentino interés? —arrugó la frente. —Solo curiosidad. —Bueno... —se quitó los lentes y dejó escapar un suspiro—. Luego de recibir la amenaza, tu primo segundo, el rey, que en aquel entonces comenzaba el mandato, dispuso enseguida la suma de dinero y movilizó la guardia real. En realidad, no sabemos bien qué pasó, pero cuando la guardia llegó al lugar te encontraron sola, dormida en el asiento trasero de un coche. —¿Y los delincuentes? —pregunté confusa. —Todos estaban muertos —afirmó
—¿Qué has dicho? —inquirió, creyendo haber escuchado mal—. Odio repetir las cosas. —Esto tiene que ser una broma —me agarré la cabeza con ambas manos—. Me volveré loca, lo juro.—¿Tan débil eres? —susurró con malicia—. No puedes aguantar un par de verdades. —¿Un par de verdades? —pregunté incrédula—. ¡No me han dado ninguna verdad! Solo dudas y más preguntas. Mi vida en días se ha vuelto una locura, así que no hagas preguntas estúpidas. —Si por mí fuera, te restregara por la cara todo, pero eso no es de mi incumbencia. —Antes de que te marches como siempre, dime, ¿no fue una broma? ¿Realmente soy tu hermana? —pregunté y dio la espalda. —No, no lo eres —negó—. Soy un demonio, ¿recuerdas? —Entonces, ¿por qué has dicho eso? —Si recordaras, lo sabrías. Nuevamente desapareció. Era como su pasatiempo favorito llegar, dejar dudas e irse, para dejarme allí como una idiota tirándome de los cabellos. Pasé el resto del día en mi habitación, mirando el techo mientras trataba de arm
Quise gritar, pero mi boca había sido cubierta por otra de aquellas repugnantes manos. Me removí luchando contra dicha fuerza, pero en vano. Lo último que vieron mis ojos antes de ser tragados por la oscuridad fue una siniestra sonrisa, más una lágrima roja como la sangre rodó por su mejilla. ¿Había sido mi imaginación? ¿Por qué sonreía y lloraba? Él era tan contradictorio. Cerré los ojos cuando me vi sumergida a lo más profundo. El aire me faltó por unos instantes, pero luego sentí un calor envolver mi figura. Abrí los ojos y me vi en un salón enorme y oscuro, como una gran mansión abandonada, iluminada solo por velas que danzaban al compás de la sutil brisa. Bajo mis pies se extendía una larga alfombra que seguía un curso recto hasta atravesar unas amplias puertas. Mi instinto me pedía seguir esa alfombra como un camino. Llegué frente a las puertas, posé ligeramente mi mano sobre la superficie para abrirla, pero no fue necesario hacerlo, ya que se abrió de par en par. Todo estaba
—Si tanto me detestas, ¿por qué haces esto? —pregunté entre dientes. —Yo no te detesto —dijo empujándome sobre la cama. Caí apoyada en mis codos e instintivamente retrocedí, pero su mano tiró de mi tobillo acercándome nuevamente. —Es lo que parece. Al igual que Abigor, me detestas, me culpas por algo de lo cual no tengo ni idea. Es como si quisieras cobrártelas conmigo por algo. —¿Qué te hace suponer eso? —Tomó mi mentón con fuerza, dejando su rostro a escasa distancia. —Esa mirada de rencor en tus ojos, a veces me ves con tanto dolor y otras veces es como si fuese realmente importante para ti. —Porque lo eres —espetó—. Eres muy importante para mí. Pero para ti, ¿qué soy? —¿A qué te refieres? Sonrió y con agilidad me dio la vuelta en la cama y elevó mis caderas. —Tú me odias, me detestas, para ti soy repugnante. Eso es lo que me dices constantemente, ¿o no recuerdas? —Detente —dije cuando sentí que comenzaba a deshacerse de su ropa; me removí, ganándome un fuerte azot
Me separé del abrazo viéndolo a los ojos. Noto que están ligeramente enrojecidos, al igual que su nariz. Se ve tan tierno que no puedo evitar sonreír. Noto que enseguida su expresión cambia a una seria, así que carraspeo y aparto la vista. —¿Verdaderamente me contarás todo? —pregunté, ligeramente desconfiada. —Sí. —Él probablemente esté escuchando —le recordé. —Ahora mismo no lo está haciendo —aseguró—. Todavía está en el Infierno, su conexión contigo es demasiado débil allí. Pero regresará pronto así que mejor démonos prisa. —Está bien, conozco un lugar tranquilo. —No tenemos tiempo como para tomar un taxi e ir a donde quieras —rodó los ojos—. Vamos. —Posó su mano en mi hombro y aquella extraña nube negra que siempre lo acompañaba comenzó a rodearnos a ambos. Para cuando bajó de densidad, estábamos en el puente sobre el canal de Keizersgracht. —Me gusta este lugar —dije, mirando el reflejo de las luces amarillas en las calmadas aguas. —No te traje a hacer turismo —cha
Caminé a paso apresurado hasta ponerme en medio de ambos. Mi enojo no debe pasar desapercibido, pues realmente se estaban comportando como dos adolescentes de preparatoria y no como lo que son.—¡Detengan ya esta tontería! —me crucé de brazos—. Idiotas inmaduros, ¿no se supone que son amigos? —No te entrometas en esto, Camille —gruñó Rei. —¡Lo haré! —lo miré retadora—. No pienso callarme y ver cómo dos demonios inmaduros de miles de años destruyen todo alrededor por un berrinche. —Camille —dijo con tono de advertencia. —Nada de Camille, tú te vas conmigo porque tienes mucho que esclarecer y nada de excusas —lo apunté con el dedo—. Y tú —me volteé al otro—, puedes irte y gracias por ser lo suficientemente hombre para contarme la verdad. —Cuando quieras, hermanita —me guiñó un ojo y desapareció. —Sabía que no podía dejarte sola ni un segundo —dijo a medida que avanzaba en mi dirección y desaparecía aquella oscuridad de su alrededor, dejando ver su figura nuevamente. —Atent
»Una serena brisa sacude mi cabello. Un suave olor a pinos y flores se extiende alrededor. Abrí los ojos para encontrarme en un frondoso bosque. Los árboles de pinos y secuoyas llegan tan altos que apenas dejan ver el cielo. Miré cómo de entre los arbustos salió caminando una figura femenina. Instantes me bastaron para identificarla, pues ella era exactamente igual a mí. Comprendí que estaba recuperando mis recuerdos, pero no como Joanna. Sino como una espectadora detrás de las memorias de alguien más. Ella se agacha a recoger unas pequeñas flores del suelo. Su vestimenta es un largo vestido de color rojo claro, lleva los pies descalzos y flores en su largo cabello ondulado. A pesar de que ella es como yo, creo que jamás me he visto ni la mitad de hermosa de lo que ella luce sin una gota de maquillaje. Supongo que siempre me he infravalorado a mí misma. Una fuerte brisa azotó, moviendo las hojas de los árboles. El aire trajo un extraño aroma a sangre. ¿Cómo pude identificarlo? No
No había nadie en la habitación junto a mí. Noté una intravenosa en mi mano, al igual que una vía de oxígeno en mi rostro y aquel extraño aparato que suele marcar el ritmo cardíaco. ¿Por qué tenía puestas todas esas cosas? Noté mi garganta seca y me fijé bien alrededor. Esta habitación no era normal; estaba herméticamente cerrada, sin asientos para acompañantes. No era broma y lo confirmé ante toda la maquinaria médica allí dentro. Estaba en una sala de cuidados intensivos. Eso quiere decir que estuve grave, pero, ¿cuánto tiempo había estado inconsciente? —Al fin despiertas. —Di un brinco al escuchar su voz y verlo de pronto de pie junto a la cama. —¿Quieres matarme de un infarto? —dije, tocando mi pecho y notando la frecuencia de aquel aparato que mide mis latidos subir.—Camille —gruñó, pasándose las manos por el cabello algo exasperado—, ¿tienes idea de lo preocupado que estaba? —¿Tú preocupado? Eso suena bien para mí. —No es momento para bromas; estuviste muerta por medio