De inmediato Cirice se aferra a su cuerpo, lo abraza con fuerza, con miedo por perderlo, con miedo porque las cosas no resulten como ella espera, pero se siente amada, se siente protegida. Jamás se hubiera esperado que alguien enfrentara a Gumbora por ella, que buscara su libertad poniendo la suya propia o incluso su vida. Si antes sentía que amaba a ese hombre ahora no solo se sentía enamorada sino también agradecida, sentía que podía confiar en alguien y que ese hombre la seguiría a donde ella fuera sin importar nada, esperando que ni siquiera su condición de sirena lo alejara de ella, pero eso sería algo que se tendría que comprobar después. Corriendo entre las sombras, Morgan y Cirice regresaron a la hacienda y después de un beso suave de despedida ella entró saltando por las altas bardas de la propiedad. Escondiéndose entre los cultivos y avanzando con sigilo logró llegar de regreso a su habitación para quitarse las ropas de Cooper y guardarlas debajo de la cama, ponerse un bl
—La mujer que lo mató… Ya me lo has contado —dice el príncipe con desesperación.—Te conté cómo lo mató, pero no te dije lo que sucedió antes —corrige a su hijo y este parece comprender que debe de esperar—. Yo veía a esa mujer tan apegada a tu padre que jamás creí que tu papá me hiciera caso. Ella era hermosa, más de lo que te lo puedas imaginar… o… tal vez sí puedes. —La reina ve a Cirice caminando por la plantación, viendo la hierba, jugando con los niños, saludando a los guardias—. Era agradable para todos, siempre tenía una sonrisa que brindar, siempre tenía un detalle que hacerte, siempre ayudando, escuchando, era una mujer con un corazón de oro y todo apuntaba a que se había vuelto la adoración de tu padre. »Siempre estaban juntos y todos creían que ella se volvería la futura reina, aunque fuera muda sabía muy bien cómo expresarse, como demostrar el cariño y no solo a tu padre, a mí también me lo llegó a expresar. Siempre sabía qué hacer para decirme que era bonita o que usaba
—No sé… qué está pasando, pero el príncipe tiene un hechizo encima, alguna clase de magia. No soy bruja, pero sé reconocer a un humano embrujado cuando lo veo —responde Cirice en voz baja y sin poder ocultar su preocupación. —Y… lo que estabas haciendo tú, ¿qué? ¿Eso no fue magia? —Sí, una clase de magia, no tan poderosa… pero lo es… —¿Me lo has hecho a mí? —pregunta Morgan sin poder ocultar su angustia. —Descuida, no lo he hecho contigo, todo lo que ha pasado ha sido porque has querido. —Le guiña un ojo antes de entrar a la casa a buscar a su prometido, provocando una sonrisa socarrona en el pirata. —¿Sólo yo lo he querido? No lo creo… —Morgan entra después de Cirice con una sonrisa recordando la noche anterior, sintiendo la necesidad de repetirla. En cuanto entran, Cirice ve a Adewale recargado en el barandal del primer piso, comiendo una manzana roja, prestando atención a todo. En cuanto la mirada turquesa choca con la miel, él sonríe de lado y decide alejarse sin que nadie m
—¿Dónde está el corazón del mar? ¿Dónde está esa joya maldita? —pregunta Adewale cerca de su boca mientras la reina solo lo ve con odio, le escupe a la cara en un arranque de valentía. Adewale se limpia con el dorso de la mano y corta las agujetas del corsé del vestido de la reina y la pone de pie, haciendo que la prenda caiga por gravedad. —Dime donde está la joya… Es más… Dámela y te prometo que me iré… Tu hijo estará bien y me llevaré a «Ariel» conmigo. —Sonríe plácidamente mientras termina de desvestir a la reina, despojándola de sus últimas ropas, ella se mantiene con la frente en alto mientras las lágrimas ruedan pesadas por sus ojos.—Te presentaste en esta casa como un cómplice… pero solo lastimaste a mi hijo y ahora me amenazas… Eres un grandísimo hijo de puta —dice la reina sin dirigir su mirada hacia él, sin parpadear ni por un momento.—No soy la persona más confiable del mundo… En eso tienes razón, pero te daré todo lo que deseas, solo necesito que me digas: ¿Dónde está
—Claro… Creo que sería otra opción. Él también podría ayudar, aunque no lo vi en la mañana muy convencido de intervenir... —La tristeza y desilusión de Cirice le rompe el corazón a Adewale.—Creo que él te ayudaría en todo lo que le pidieras —insiste caminando hacia ella.—¿Eso crees? —Cirice levanta una ceja y sonríe de lado.—Eso creo… ¿Quién no lo haría? —Adewale suspira perdido en los ojos turquesa de la sirena.—A veces eres raro… pero eso no te quita el encanto. —Se acerca Cirice y poniéndose de puntitas le da un beso en los labios, al principio suave, cadencioso, lentamente se vuelve más rápido, más fuerte, más necesitado, se cuelga de su cuello y Adewale de nuevo siente que la sangre le hierve, la sujeta de la cintura y la pega a su cuerpo—. Podrías terminar lo que empezaste antes de que te vayas —le dice con una sonrisa pegada a su boca, desabrochando de nuevo la camisa y metiendo sus manos por debajo de ella, para sentir su piel y sus músculos contrayéndose.—No creo que sea
—¡Gumbora! Te he estado buscando por todos lados. ¿Qué pasa? —pregunta angustiado Köpek. Tuvo que regresar a los escombros de aquel palacio que alguna vez fue de la realeza. La hechicera se mantenía con ambas manos en el tridente encajado en el trono, cuando por fin abrió los ojos, retrocedió aterrorizada, viendo al tridente con horror y cayó al suelo envuelta en dolor y lágrimas, dejando al tiburón desconcertado. —Adrián… Cómo no vine antes… Cómo no lo vi antes. —Llena de dolor, la hechicera sollozaba sentada frente al trono mientras el tiburón nadaba alrededor de ella con preocupación. —Gumbora… ¿Qué carajos pasa? —Nunca quise venir a indagar quién mató al rey, nunca quise ver… Tenía miedo, lo admito, no quería ver su muerte porque en el fondo … siempre lo amé hasta el final… Lo amé cada día, aunque estuviera lejos de mí, aunque me hubiera exiliado… Lo amé… y… ver como acababa su vida me iba a destrozar… No solo por el hecho de verlo morir sino por todos los «hubieras» que segu
Era muy temprano, incluso para Caroline que por lo general le gustaba madrugar; ella y su esposo fueron a la hacienda donde se encontraba la reina. En cuanto supieron de la muerte del joyero, el banquero, el señor Gaynor, supo que no tenía trabajo. Él había sido contratado con el fin de que el dinero que diera el rey de Francia por las pertenencias de la reina española fuera administrado y guardado de manera correcta, pero al morir el único puente entre ambos monarcas la compra se había vuelto imposible, simplemente se había diluido junto con el resto del cuerpo del joyero. Sabiendo eso, el banquero simplemente decidió que era hora de abandonar La Habana, no tenía sentido seguir ahí si no tendría ningún propósito, solo significaba que seguiría perdiendo más dinero entre comida y hospedaje, y aunque era un hombre muy dadivoso y más si se trataba de satisfacer los gustos de su esposa, en este caso no estaba dispuesto a seguir gastando un centavo más. A primera hora se dirigieron haci
—¡Cállate! ¡Eso no es cierto! ¡No lo es! ¡No puede ser! —grita Cirice cargada de decepción y a punto de caer al suelo por el dolor que diezma sus fuerzas. Morgan la sostiene por los codos e intenta verla directamente a los ojos, pero ella simplemente los mantiene cerrados con todas sus fuerzas.—Tranquilízate… Por favor… No pierdas la cabeza —dice Morgan intentando hablar con Cirice. La abraza con fuerza y acaricia su cabello, aunque las palabras de Atabae le han calado en el fondo del corazón, no puede imaginarse a Cirice en los brazos de ese hechicero.—Yo no sabía… No lo sabía… Él era idéntico a ti… Pensé que eras tú, pensé…—Pensaste mal… pero tu cuerpo reaccionó como si hubieras hecho el amor con el hombre al que amas… y no mintió, solo que te será difícil asimilarlo —dice Atabae intentando acercarse a la pareja y separarla, pero Morgan siente sus intenciones y voltea de inmediato hacia él, confrontándolo, viéndose fijamente el uno al otro con la furia en la mirada.—¿Estamos li