—No sé… qué está pasando, pero el príncipe tiene un hechizo encima, alguna clase de magia. No soy bruja, pero sé reconocer a un humano embrujado cuando lo veo —responde Cirice en voz baja y sin poder ocultar su preocupación. —Y… lo que estabas haciendo tú, ¿qué? ¿Eso no fue magia? —Sí, una clase de magia, no tan poderosa… pero lo es… —¿Me lo has hecho a mí? —pregunta Morgan sin poder ocultar su angustia. —Descuida, no lo he hecho contigo, todo lo que ha pasado ha sido porque has querido. —Le guiña un ojo antes de entrar a la casa a buscar a su prometido, provocando una sonrisa socarrona en el pirata. —¿Sólo yo lo he querido? No lo creo… —Morgan entra después de Cirice con una sonrisa recordando la noche anterior, sintiendo la necesidad de repetirla. En cuanto entran, Cirice ve a Adewale recargado en el barandal del primer piso, comiendo una manzana roja, prestando atención a todo. En cuanto la mirada turquesa choca con la miel, él sonríe de lado y decide alejarse sin que nadie m
—¿Dónde está el corazón del mar? ¿Dónde está esa joya maldita? —pregunta Adewale cerca de su boca mientras la reina solo lo ve con odio, le escupe a la cara en un arranque de valentía. Adewale se limpia con el dorso de la mano y corta las agujetas del corsé del vestido de la reina y la pone de pie, haciendo que la prenda caiga por gravedad. —Dime donde está la joya… Es más… Dámela y te prometo que me iré… Tu hijo estará bien y me llevaré a «Ariel» conmigo. —Sonríe plácidamente mientras termina de desvestir a la reina, despojándola de sus últimas ropas, ella se mantiene con la frente en alto mientras las lágrimas ruedan pesadas por sus ojos.—Te presentaste en esta casa como un cómplice… pero solo lastimaste a mi hijo y ahora me amenazas… Eres un grandísimo hijo de puta —dice la reina sin dirigir su mirada hacia él, sin parpadear ni por un momento.—No soy la persona más confiable del mundo… En eso tienes razón, pero te daré todo lo que deseas, solo necesito que me digas: ¿Dónde está
—Claro… Creo que sería otra opción. Él también podría ayudar, aunque no lo vi en la mañana muy convencido de intervenir... —La tristeza y desilusión de Cirice le rompe el corazón a Adewale.—Creo que él te ayudaría en todo lo que le pidieras —insiste caminando hacia ella.—¿Eso crees? —Cirice levanta una ceja y sonríe de lado.—Eso creo… ¿Quién no lo haría? —Adewale suspira perdido en los ojos turquesa de la sirena.—A veces eres raro… pero eso no te quita el encanto. —Se acerca Cirice y poniéndose de puntitas le da un beso en los labios, al principio suave, cadencioso, lentamente se vuelve más rápido, más fuerte, más necesitado, se cuelga de su cuello y Adewale de nuevo siente que la sangre le hierve, la sujeta de la cintura y la pega a su cuerpo—. Podrías terminar lo que empezaste antes de que te vayas —le dice con una sonrisa pegada a su boca, desabrochando de nuevo la camisa y metiendo sus manos por debajo de ella, para sentir su piel y sus músculos contrayéndose.—No creo que sea
—¡Gumbora! Te he estado buscando por todos lados. ¿Qué pasa? —pregunta angustiado Köpek. Tuvo que regresar a los escombros de aquel palacio que alguna vez fue de la realeza. La hechicera se mantenía con ambas manos en el tridente encajado en el trono, cuando por fin abrió los ojos, retrocedió aterrorizada, viendo al tridente con horror y cayó al suelo envuelta en dolor y lágrimas, dejando al tiburón desconcertado. —Adrián… Cómo no vine antes… Cómo no lo vi antes. —Llena de dolor, la hechicera sollozaba sentada frente al trono mientras el tiburón nadaba alrededor de ella con preocupación. —Gumbora… ¿Qué carajos pasa? —Nunca quise venir a indagar quién mató al rey, nunca quise ver… Tenía miedo, lo admito, no quería ver su muerte porque en el fondo … siempre lo amé hasta el final… Lo amé cada día, aunque estuviera lejos de mí, aunque me hubiera exiliado… Lo amé… y… ver como acababa su vida me iba a destrozar… No solo por el hecho de verlo morir sino por todos los «hubieras» que segu
Era muy temprano, incluso para Caroline que por lo general le gustaba madrugar; ella y su esposo fueron a la hacienda donde se encontraba la reina. En cuanto supieron de la muerte del joyero, el banquero, el señor Gaynor, supo que no tenía trabajo. Él había sido contratado con el fin de que el dinero que diera el rey de Francia por las pertenencias de la reina española fuera administrado y guardado de manera correcta, pero al morir el único puente entre ambos monarcas la compra se había vuelto imposible, simplemente se había diluido junto con el resto del cuerpo del joyero. Sabiendo eso, el banquero simplemente decidió que era hora de abandonar La Habana, no tenía sentido seguir ahí si no tendría ningún propósito, solo significaba que seguiría perdiendo más dinero entre comida y hospedaje, y aunque era un hombre muy dadivoso y más si se trataba de satisfacer los gustos de su esposa, en este caso no estaba dispuesto a seguir gastando un centavo más. A primera hora se dirigieron haci
—¡Cállate! ¡Eso no es cierto! ¡No lo es! ¡No puede ser! —grita Cirice cargada de decepción y a punto de caer al suelo por el dolor que diezma sus fuerzas. Morgan la sostiene por los codos e intenta verla directamente a los ojos, pero ella simplemente los mantiene cerrados con todas sus fuerzas.—Tranquilízate… Por favor… No pierdas la cabeza —dice Morgan intentando hablar con Cirice. La abraza con fuerza y acaricia su cabello, aunque las palabras de Atabae le han calado en el fondo del corazón, no puede imaginarse a Cirice en los brazos de ese hechicero.—Yo no sabía… No lo sabía… Él era idéntico a ti… Pensé que eras tú, pensé…—Pensaste mal… pero tu cuerpo reaccionó como si hubieras hecho el amor con el hombre al que amas… y no mintió, solo que te será difícil asimilarlo —dice Atabae intentando acercarse a la pareja y separarla, pero Morgan siente sus intenciones y voltea de inmediato hacia él, confrontándolo, viéndose fijamente el uno al otro con la furia en la mirada.—¿Estamos li
Con una sonrisa, el príncipe ve cómo sus hombres atan al pirata de pies y manos, uno saca una bola de cañón lo suficientemente pesada y la amarra a sus tobillos; Cirice por más que quiere interceder por Morgan ante el príncipe no recibe respuesta, es como si no existiera y solo un guardia la toma por los brazos evitando que se acerque a cualquiera de los dos hombres. —Ya me cansé de todo esto, de que sigan jugando conmigo, con mi paciencia y mi tiempo… Apuesto que su estancia en esa isla la disfrutaron mucho riéndose de mí, pero se acabó… —Camina el príncipe hacia Morgan con toda la determinación— …tú te irás al fondo del mar donde jamás podrás regresar, no podrás volver a ver a Ariel, a olerla o tocarla, es la única forma en la que sé que no serás un riesgo para nuestra relación. —Estás loco… trastornado… ¿Crees que después de arrojarme al mar tus hombres te respetarán? ¿Crees que Ariel te amará? Solo demostrarás que estás loco, enfermo —dice Morgan con coraje, sin intenciones de d
—Estás loco —dice la reina con el corazón lleno de rabia mientras las lágrimas no paran de correr por sus mejillas.—Sabía que no lo entenderías del todo, pero en el fondo, sabes que es verdad, lo sabes porque conociste a Cirice mucho antes de que se volviera la prometida de tu hijo. ¿Qué mala suerte debe de tener tu familia para que la misma mujer se encargara de matar a tu esposo y ahora a tu hijo?Las palabras del hechicero la hacen abrir los ojos con miedo. —¿Crees que hice a tu hijo paranoico para que se aleje de ella? ¡Vamos! Se volverá insoportable, cada vez más inestable, si él no acaba con su propia vida, lo hará Cirice, así de sencillo… No hay más. —Con tono aburrido vuelve a liberar el rostro de la reina y se recarga hacia atrás con las manos en el borde del escritorio.—Si tanto amas a esa niña. ¿Por qué te revuelcas conmigo? —dice la reina confundida y ve como Adewale empieza a reír a carcajadas.—Porque no podía acercarme a ella, ¿sabes? La deseo y la anhelo como no tie