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Capítulo 2 "¡Jefe, renuncio""

Últimamente, me sentía tan cansada de la monotonía de mis días, levantarme cada mañana a primera hora, habiendo dormido tan pocas horas por haber estado trabajando hasta la hora en que mi jefe se había decidido a dejarme en paz.

Me tenía que contener, porque la rabia que sentía cada vez que le veía la cara me sobrepasaba, es un desconsiderado hombre rico, no le importa si uno sufre, si uno tiene problemas, solamente le interesa que todo salga exactamente como lo planea.

Estuve considerando dejar el trabajo, incluso si eso conlleva que me quede viviendo en medio de la calle, porque en ocasiones el estar cerca de ese hombre me provoca ganas de volverme una loca y atentar contra su bienestar.

Pensaba tener un domingo tan relajante que cuando el lunes volviera a ver la cara de mi jefe no me causara ese sentimiento de querer estrangularlo, pero eso no sucedió, el día en general fue extremadamente malo, pero justamente cuando estaba a punto de visitar el mundo de los sueños, de tener uno de esos sueños en los que me gano la lotería y manejo un Mercedes por la autopista mientras disfruto del viento acariciando mi rostro.

Ahí fue que todo se volvió una catástrofe, ¿cómo hozaba llamarme a esas horas? ¿Cómo se atrevía a pedirme que fuera a su apartamento a esas horas de un domingo? Era sin duda un maldito.

Me dispuse, a pesar de que me había ofrecido un aumento, a renunciar, a decirle en su cara que no trabajaría ni un día más bajo su tiranía, que tenía que ser más considerado con las personas a su alrededor, porque no todos tenemos su misma situación económica, quería decirle todo exactamente como lo pensaba.

Así que fui a su apartamento, con la desconfianza de que de un hombre como él uno no puede fiarse. Al llegar pasé por una situación poco común, era la primera vez que mi jefe me pedía que guardara silencio, se le veía en aquella mirada de acero el pánico, también estaba su sala hecha un desastre y llegué a pensar que le habían robado.

Pero eso cambió cuando me pegó contra la pared y me cubrió la boca, incluso para él esa acción era demasiado drástica, todo tomó sentido cuando escuché el sonido de unas risas, hay algo que mi jefe odia más que la falta de puntualidad y de profesionalidad, eso es los niños.

Esos pequeños seres inofensivos, tamaño de bolsillo que se ríen y desbordan alegría, esa es la peor pesadilla de mi jefe, no tengo dudas de ello.

—Dahlia, necesito de tu ayuda, estoy en medio de una crisis —estaba hiperventilando, mi jefe estaba hiperventilando.

Aguanté mis ganas de reírme, pero al parecer el placer en mi rostro era algo notorio y él frunció el ceño.

—¿Te estás burlando de mí? —preguntó con seriedad, pero manteniendo el tono bajo para que no le escucharan.

—Mire señor Isaac, le voy a ser franca, no tengo ninguna intención de continuar trabajando con usted, he aguantado más de lo que mi cuerpo me lo permite, usted es un desconsiderado, a tal punto de que mire, estoy aquí un domingo a la noche, fuera de mi horario laboral, por algo tan banal como que tiene a un par de niños en su casa —dije en un tono que no fue para nada bajo.

De repente se asomaron dos pequeñas cabezas, que cruzaron miradas y luego me miraron a mí, al parecer un poco confundidos con la situación.

—¿Quién es ella, tío Isaac? —preguntó una pequeña que se veía que era la más grande de los dos.

—Es mi asistente personal —les respondió sin mirarlos, con la mirada sobre mí.

—Al parecer, se puede decir que lo era, porque no lo soy más —respondí cruzada de brazos y miré a los niños— Ya es hora de que cepillen sus dientes y se vayan a dormir, si no vendrá el monstruo a llevarlos a un sitio muy feo.

—Señora, no se ofenda, pero no creemos en esas cosas, es obvio que no existen —respondió la niña con una ancha sonrisa.

—Por supuesto que no —agregó el niño y se empezaron a reír.

—Les voy a contar una historia de un par de niños que se burlaron del monstruo, porque como en su casa jamás les había sucedido nada, no creían en los monstruos, pero cuando fueron de visita a la casa de sus abuelos y se negaron a quedarse dormidos, vino el monstruo y en un descuido de los abuelos se los llevó —comenté con seriedad.

Los niños se quedaron en un silencio abrumador, se miraron con gestos preocupados, como si verdaderamente creyeran en la historia, y miraron a Isaac.

—Está mintiendo, ¿verdad, tío? —preguntó la niña.

—No, es verdad, ese monstruo existe —murmuró.

—Entonces será mejor que nos vayamos a la cama —se apresuró a decir el niño que jalaba de la camiseta a la que supongo que es su hermana.

Los observé marcharse y luego le volví a clavar la mirada a mi jefe, que se veía un poco más calmado, pero me veía de una manera diferente, como si de alguna manera hubiera logrado un milagro.

—Dahlia, te pido que reconsideres la decisión que acabas de tomar —me pidió con un gesto de súplica— Puedo aumentar tu salario si deseas.

—No me interesa el dinero, no lo tome a mal, necesito sobrevivir como el promedio de persona que soy, pero no pienso humillarme más de lo que ya he hecho por usted, así que no me interesa saber qué pensaba ofrecerme hacer, no será así —respondo de muy mal humor.

—Haré lo que quieras, solamente necesito que este mes vivas en el apartamento conmigo, que te hagas cargo de mis sobrinos, que me ayudes a que estén bien y a cambio puedo darte lo que gustes —lo veo arrodillarse al terminar de decir esas palabras— Por favor Dahlia, yo no tengo la menor idea del cuidado de unos niños, ni siquiera me gustan, te pido que aceptes.

—En otras palabras, quiere que pase de ser su asistente personal a la niñera de sus sobrinos —hago una mueca.

—No te pido que seas su niñera, solamente que me ayudes en este mes, que vivas con nosotros para que sea más fácil y a cambio puedes pedirme lo que sea —junta sus manos mientras continúa de rodillas.

—¿Lo que yo quiera? No puede retractarse, señor —le apunto con un dedo mientras hablo.

—No me voy a retractar, será lo que quieras Dahlia, esto es muy importante, mi hermana necesita que cuide todo el mes a sus hijos y si esto continua de esta manera voy a perder la poca cordura que me queda luego de que hayan roto mis almohadones de pluma y mi colección de tazas —se pone de pie con cuidado y se sacude la ropa.

Como si en aquel apartamento lujoso hubiera algo de polvo.

—Será entonces bajo mis reglas, haré un contrato el cual usted tendrá que firmar, si no está de acuerdo con las normas que coloque, entonces no haré el trabajo que quiere que haga —sentencie.

—Cómo usted diga, ahora le voy a enseñar cuál será su habitación —empezó a caminar.

Me quedé un poco impactada por la rapidez en que pretende que comience a trabajar, ni siquiera ha leído las condiciones que le pondré, no sabe si realmente querrá aceptar lo que le pida.

—Señor, me iré a dormir en mi casa esta noche —aclaré con mi voz un poco temblorosa.

—No, empiezas a trabajar ahora mismo —dijo en un tono severo.

—Pero señor, necesito mi ropa, además ni siquiera sabe si va a aceptar las condiciones que le pondré —respondí tratando de seguirle el paso.

—Las aceptaré, aún no entiendes el grado de desesperación en el que me encuentro, me podrías pedir incluso que pasara la noche contigo y lo haría —respondió sin siquiera mirarme a la cara.

Agradecía que no lo hubiera hecho, de lo contrario hubiera notado mis mejillas ruborizadas por sus palabras. Es verdad que mi jefe es un hombre sumamente atractivo, pero también es un hombre detestable, jamás se me hubiera cruzado por la mente tener algo con él, mucho menos incluir una petición como esa en el contrato.

—No diga barbaridades, quién podría estar con un hombre como usted —comento como si estuviera hablando sola.

Lo veo detenerse en seco, se da media vuelta con un gesto de furia, entorna sus ojos mientras me mira y hace una mueca.

—Soy un hombre muy atractivo, podría estar con la mujer que quisiera, no tengo una esposa porque no quiero señorita, en cambio, usted —me hace un escaneo de pies a cabeza— No haré un comentario sobre su vestimenta en estos momentos.

Me observé, no sé qué veía de malo en mi vestimenta, no tenía nada que fuera inadecuado para un domingo a la noche cuando te llaman de una forma tan repentina.

—Escuche —digo jalando su brazo con molestia.

Mi jefe se tambalea y se apoya sobre mis hombros, quedo una vez más contra la pared, pero en esta ocasión mis lentes caen al suelo. Ya incluso su rostro no se ve de la misma manera, si no lo tuviera tan cerca diría que no le veo, pero tengo sus labios a milímetros de los míos.

—Sus ojos… —balbucea.

Me tanteo el rostro, como si hubiera algo de malo en mí, él me toma las manos y sigue mirándome de esa manera que no logro comprender.

—Nunca me había dado cuenta de que sus ojos son verdes y hermosos —dice lentamente esas palabras.

Mi respiración se detiene y le miro sus labios carnosos, ¿qué diablos me está pasando? ¿Por qué de repente siento deseos de besarle?

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