Albert sale de su habitación topándose de frente y en medio del pasillo con Eva. —Albert ¿Podemos hablar?—dice interponiéndose en su camino—. Sé que el comportamiento de Sáhara fue cruel, pero… —Antes de que ella termine de ‘disculparse’ Albert la interrumpe.—No te preocupes, Eva. —responde, agitado mientras la sostiene de los brazos— Sólo son cosas de niños ¿Vale?—¿Qué te sucede? Te ves nervioso. ¿A dónde vas? —pregunta al ver que él trata de echarla a un lado. —Debo volver a Madrid —asevera— Se me presentó una emergencia y necesito resolver lo de mis hijos. —¿Te los llevarás? —cuestiona. —No lo sé, no tengo muchas opciones. No puedo dejar a Briggitte a cargo de nuestra madre y aparte con la responsabilidad de tener que hacerse cargo de Sam y Shirley. Tendré que llevarlos conmigo. Aquella situación es una puerta que se abre frente a ella, es el momento perfecto para acercarse inteligentemente a él y a sus hijos. —Yo puedo cuidarlos, si quieres. —propone. —¿Tú? ¿Pero
Minutos después de que el pánico se apoderara de Albert y de la azafata, el capitán Duarte logra controlar y sobrellevar la angustiante situación. A pesar de que fueron apenas un par de minutos, parecieron eternos tanto para los dos tripulantes como para el único pasajero de la avioneta.Finalmente, el avión aterriza una hora después, en el aeropuerto de Madrid.Albert sólo desea descansar un poco, pensando en la practicidad y el confort, se dirige a su pent-house, de esa forma podría llegar sin contratiempos a la empresa, ya que quedaba a escasos minutos de AVEMiller. Entra a su habitación, se descalza los zapatos, le envía algunos mensajes a Eva y a su hijo Sam donde les informa que ya se encuentra en la ciudad. Aún con el teléfono en mano, se tiende en la cama quedando profundamente dormido. La mañana siguiente, tal y como lo tiene planeado, Albert despierta antes de sonar la alarma de su celular. Llevaba más de diez años despertando temprano, ese hábito persiste en él. Se
—¿Adivina quién está de regreso en la empresa? —pregunta con entusiasmo Blas, a su amiga. Antes de que ella le responda, él se le adelanta— Albert Miller. Acaba de llegar de Francia. —¿Eso por qué? —cuestiona con asombro— No se supone que su madre estaba muy enferma. —Sí, geme. Exactamente, pero es que cuando te cuentes te vas a quedar sin habla… —dice y comienza a relatar la corta pero impactante historia de Marta y su viudo. —No puedo creer que haya hecho eso. ¿Por qué interponerse entre Albert y yo, si nunca lo quiso?—Vamos geme que debió estar mal de la cabeza, que era una narcisista y manipuladora. ¿Te parece poco haber fingido un embarazo? —¿Y cómo está él? —Pues imagínate, frustrado, iracundo. No ha sido fácil para él aceptar que luego de todo lo que ha trabajado ahora deba compartir la empresa con alguien que no tiene no puñetera idea de lo que es un negocio como este, es un simple fotógrafo. —El aspaviento en el rostro de Antonella es notorio— y te dejo porque au
André se dispone a salir de la empresa cuando ve al elegante hombre que le sonríe. —André Dupont —Marcos lo rodea con sus brazos y le da un par de palmadas en la espalda. —Marcos Moretti, el hijo del multimillonario Mauro Moretti. ¿Qué haces en Madrid? —Vine a pasar unos días con mi prometido. —¿Tu prometido? —pregunta con curiosidad— No me digas que es Albert Miller. —No, Albert Miller es el jefe de mi prometido, es su asistente. —Veo que sigues teniendo buenos gustos. —Marcos frunce el ceño— Si es el moreno que me ha recibido, pienso que tu prometido podría ser un excelente modelo. —saca una tarjeta de su bolsillo y se la entrega.— Quizás puedas convencerlo, yo podría convertirlo en uno de los modelos más importantes en la industria del modelaje. —Lo tendré en cuenta, pero no creo que eso le interese mucho. —dice tomando la tarjeta— ¿Y tú que haces en AVEMiller? —Es una historia un poco complicada, estaba reunido con el CEO de la empresa. —Mira su reloj.— ¿Tienes tie
Al llegar al restaurante, Albert detiene su auto, baja, entrega las llaves al valet parking y se dirige a la entrada principal. Es recibido por el anfitrión del lujoso restaurante Coque y llevado hasta la zona VIP donde Marcos Moretti hizo la reservación.Movido por la curiosidad, y también con intenciones de relajarse un poco, Albert decide aceptar la invitación de Marcos. Quizás podría saber algo sobre Antonella o tal vez, Marcos podría sacarlo de algunas dudas sobre la paternidad de Isabella, que de vez en cuando llegan a su mente. —Bienvenido Sr Miller —Blas se levanta al ver a su jefe entrar a la zona exclusiva del Coque. —Gracias, Blas. —dice extendiendo y estrechando su mano, luego se vuelve hacia Marcos y lo saluda con la misma gentileza.— Gracias por la invitación, Marcos. —Es un placer para mí que haya aceptado venir, Albert. —Marcos levanta la mano para llamar al camarero, quien rápidamente se acerca a la mesa. —Una botella de Champagne, por favor —dice Marcos con
—Buenos noche, mi amor —Sonríe Antonella mientras toma a la pequeña Isabella entre sus brazos para amamantarla, coloca su pecho entre sus labios pero la niña no succiona como habitualmente lo hace. La pelirrubia, como toda madre primeriza, se preocupa e insiste pero la bebé continúa rechazando su pecho. Al tocarle el rostro, siente que está más caliente de lo normal. En seguida toma el termómetro digital, lo coloca en su boquita y la niña comienza a llorar. Camina de un lado a otro, intentando calmar el llanto de su pequeña. La acuesta en la cama, recordando algunos consejos de su madre, toma una toalla, la humedece y envuelve los piecitos de la bebé para bajarle la temperatura. Angustiada, llama a Angelo a su móvil, pero éste no le atiende. Mira la hora, ya debería estar en casa. Decide llamar a la empresa, aguarda algunos segundos y nadie contesta. “Quizás ya viene en camino” piensa. Deja entonces un mensaje de voz, informándole sobre la situación de su hija. Ansiosa, nervio
—¿Me estás chantajeando, Sandra? —cuestiona con severidad. —No, Angelo, te estoy advirtiendo. —increpa— No es justo que yo haya rechazado al padre de mi hijo por estar a tu lado y que tú, sigas prefiriendo a una mujer que no te ama. Angelo frunce el entrecejo, guarda silencio pues sabe que su amante tiene toda la razón. En tanto, en el hospital, mientras el médico conversa con Antonella sobre la condición de salud de Isabella, Inés observa con detenimiento a la pelirrubia. Aquella mujer parece ser buena, y no la bruja del cuento como le ha contado su hija. —Es apenas una virosis, la paciente estará mejor dentro de un par de días, si la fiebre persiste u observa algún otro síntoma de cuidado, no dude en traerla. —¿Seguro que está bien, doctor? —insiste aún preocupada. —Sí, se lo aseguro. Sólo siga las indicaciones y cumpla con el tratamiento tal como le dije, Isabella va a estar bien. —La voz suave y amable, provocan sosiego en la alterada madre.— Una vez que le suministren
Antonella, mira el almanaque digital sobre su escritorio. Ver la proximidad de aquella fecha, era un poco estresante para ella. Su madre, no hacía otra cosa que esperar ansiosa la noche de navidad sólo con la esperanza de ver a su hija llegar acompañada de algún pretendiente. Sin embargo, el sueño de su madre de verla frente al altar, no es el sueño de Antonella. Ella es una mujer liberal, con convicciones diferentes, segura e independiente. Decir que no creía en el amor es exagerar un poco; mas, si de ella dependía, jamás se casaría por complacer a los demás. Blas entra en la oficina, coloca sobre el escritorio el lote de carpetas, dejándolos caer abruptamente para que su amiga volviese a la realidad. Antonella dio un brinco sobre la silla al escuchar el estrépito cerca de ella:—¿A ver, qué tiene mi geme, que está fuera de cobertura y sin señal satelital? —dice, cruzándose de brazos y elevando su ceja izquierda. —¡Qué me has asustado, tío! —exclama.—Es que entro a tu ofic