Capítulo 39: El Ocaso de la Luz

Mientras Lucian continuaba explorando las ruinas del santuario, algo le llamó la atención en una de las paredes casi derrumbadas. Las inscripciones, casi borradas por el tiempo, parecían resistir la erosión con un brillo tenue. Se acercó, intentando descifrar las palabras antiguas. Era una lengua olvidada, pero algo en él parecía reconocerla.

—Elanil, ven aquí —llamó Lucian, sus ojos fijos en las inscripciones—. Creo que he encontrado algo.

Elanil se acercó, y juntos intentaron leer las palabras grabadas en la piedra. Tras unos momentos de silencio, Lucian comenzó a murmurar en voz baja, casi como si las palabras fluyeran por su mente de manera instintiva:

—Lux evanescit, tenebrae praevalet, sed tenebrae sine lumine esse non possunt... Custodes semper pugnant, donec custos tenebrarum suum portatorem devoret.

A medida que pronunciaba las palabras, una sensación de inquietud se apoderó de ellos. La luz que había iluminado tenuemente el santuario comenzó a desvanecerse, sumiendo el lugar
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