2

*—Aimee:

Aimee observó con sorpresa a la figura frente a ella. Había elegido ese bar porque era el tipo de lugar que ninguno de sus amigos o conocidos frecuentaría. Lo había elegido precisamente por esa razón, pero parecía que había cometido un error.

«¿Cómo diablos me encontró aquí?», pensó Aimee y bufó molesta para luego cruzarse de brazos, encarando a Ryan cruzaba de brazos.

—¿Qué haces aquí? —espetó, sin molestarse en ocultar su irritación.

El hombre alzó una ceja oscura, escrutándola con esos ojos ambarinos que parecían juzgarla.

—Más bien, ¿qué estás haciendo tú? —replicó, su mirada tan severa que Aimee sintió como si la estuviera regañando en silencio.

Un nudo de nervios se formó en su estómago. Desvió la vista, intentando evadir el intenso escrutinio de Ryan Rivers, su mejor amigo y, para complicar las cosas, el primer amor de su vida.

«No dejaré que me regañe. No él», Aimee apretó los ojos, reafirmando su decisión. Era una mujer adulta, y no tenía que rendir cuentas a nadie, mucho menos a Ryan. Inspiró hondo y lo enfrentó de nuevo, esbozando una sonrisa con estudiada despreocupación.

—Oh, solo estoy disfrutando del lugar —murmuró, fingiendo desinterés mientras su mirada buscaba nuevamente al chico rubio que había notado antes. Sin embargo, frunció el ceño al ver a una despampanante morena acomodándose en las piernas del muchacho.

Vaya. Ya estaba ocupado.

Soltó otro bufido y, pasando junto a Ryan, volvió hacia la barra. Sentía su presencia siguiéndola como una sombra.

¿Qué está haciendo aquí, en realidad?

Se detuvo a mitad de camino y giró para enfrentarlo. Sus ojos recorrieron la figura impecablemente vestida de Ryan. Llevaba un traje hecho a medida, de esos que solo usaba después de sus reuniones importantes. ¿Acaso había venido directo del trabajo? Tal vez había tenido una cena de negocios.

Espera.

Ryan debería estar en Nueva York, donde pasaba la mayor parte del tiempo como presidente de las empresas familiares. No en Boston. Y, sin embargo, allí estaba, en carne y hueso.

Aimee sintió un escalofrío. ¿Había tomado un vuelo solo para venir a verla?

Sus ojos se encontraron nuevamente con los de Ryan. Él la observaba, claramente esperando una respuesta a su pregunta anterior, aunque Aimee ya le había dado una. Pero su expresión le dejaba claro que no se conformaría con una excusa ligera. No, Ryan sabía. Sabía todo lo que había pasado con Sebastián.

¿Cómo demonios se enteró? Abby James, su mejor amiga, era la única que conocía los detalles de la ruptura. Aimee había confiado en ella, había jurado que no le diría a nadie. Sin embargo, Ryan parecía tener todas las piezas. Aimee apretó los labios, con los ojos entrecerrados.

—¿Qué haces aquí, Ryan? —preguntó, más seria esta vez.

—Eso te pregunto yo —respondió él, echando un vistazo alrededor. Su expresión de repugnancia era evidente—. Este lugar no es de nuestro estilo.

Aimee se mordió el interior de la mejilla, conteniendo una mueca.

Claro, el niño rico y sus gustos refinados. Ryan prefería clubes exclusivos, bares de alta categoría. No todos podían permitirse esos lujos, y Aimee, en particular, creía que aquel bar tenía lo suyo. El ambiente era relajado, las bebidas no eran caras y las personas parecían... aceptables.

—Pero sí es de mi gusto —dijo con una sonrisa desafiante, alzando el mentón—. A mí me encanta este lugar.

Ryan entornó los ojos, incrédulo.

—No seas mentirosa —acusó con calma—. Este agujero no es para ti. De hecho, a ti ni siquiera te gustan los bares ni los clubes. Todo esto no es lo tuyo.

Y claro, como siempre, Ryan acertaba de lleno.

Aimee se encogió de hombros. Ryan tenía razón, nada en aquel lugar era su estilo. Prefería pasar los sábados en casa, leyendo un libro o devorando una serie en N*****x. Sin embargo, no iba a admitirlo, y mucho menos discutir con Ryan sobre ello. Había algo más urgente que aclarar.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó directamente, ignorando el resto.

Ryan sonrió con esa sonrisa tan característica, esa que siempre provocaba reacciones inevitables.

—Tengo mis métodos —respondió, manteniendo la expresión que solía derretir a quien lo mirara.

Aimee, decidida a no dejarse llevar por su encanto, mantuvo la compostura, resistiendo la tentación de dejarse envolver por los recuerdos de lo que alguna vez sintió por él.

—¿No deberías estar en Nueva York, haciendo negocios? —preguntó, cansada. No estaba de humor para que Ryan se metiera en su vida, al menos no esa noche.

—Puedo hacer lo que me venga en gana —replicó con suficiencia.

Aimee soltó un bufido. Claro, cuando eres tu propio jefe, puedes hacer lo que te plazca. Pero, aunque Ryan podía ir y venir a su antojo, ella no lo quería allí. No esa noche. Quería espacio, un poco de paz para ahogar sus penas y, con suerte, encontrar a alguien que la hiciera olvidar el desamor.

—Está bien —dijo, resignada, aunque por dentro buscaba una forma de librarse de él.

Ryan echó una mirada rápida al bar antes de dirigirse a una mesa vacía. Aimee lo siguió, más por inercia que por voluntad propia. Se sentaron, y él hizo una seña para llamar a la camarera. La chica llegó en cuestión de segundos, inclinándose sobre Ryan, exhibiendo un generoso escote que apenas contenía la delgada tela de su blusa.

Aimee desvió la mirada mientras Ryan pedía bebidas para ambos. Poco después, la camarera desapareció y Ryan volvió su atención a ella, cruzándose de brazos. La miraba de forma penetrante, como si estuviera a punto de diseccionarla. Esa era la misma postura que adoptaba cuando se encontraba en plena negociación, analizando al oponente.

Aimee tragó saliva, nerviosa. Sabía lo que venía. Ryan siempre ganaba en las discusiones, y esa noche no sería la excepción.

Miró de nuevo alrededor, deseando que la camarera regresara con las bebidas antes de que Ryan empezara su sermón. Afortunadamente, llegó justo a tiempo, depositando las copas frente a ellos. Aimee agarró la suya con rapidez, arrugando la nariz al darse cuenta de que le había pedido un Cosmopolitan. Genial. No era su bebida favorita, pero se lo bebió de un trago. Necesitaba valor.

Aimee dejó la copa vacía sobre la mesa y carraspeó, evitando la mirada fija de su amigo. Sabía perfectamente lo que Ryan estaba pensando, y ese pensamiento la incomodaba.

—Antes que nada... —empezó a decir, pero fue interrumpida por un suave "Shh" de parte de Ryan.

Aimee lo miró, ofendida. ¿Por qué me manda a callar? Peor aún, ¿por qué actúa como si fuera uno de mis padres o mi hermano mayor? ¡Somos solo amigos! No tenía derecho a tratarla de esa manera, mucho menos porque había decidido ir a un bar a pasar el rato, ahogar sus penas y, tal vez, encontrar algo de consuelo en medio de su soledad.

Frunció el ceño, irritada. Ryan siempre la trataba como si fuera una niña, como si no tuvieran la misma edad. Hizo una mueca, y Ryan, divertido, la miró antes de ponerse serio. Se acomodó en el asiento, entrelazando las manos sobre su regazo, adoptando un aire de autoridad.

—Sabes por qué estoy aquí, ¿no? —comenzó Ryan, su voz baja pero firme.

Aimee sonrió con amargura. Claro que lo sabía. Estaba allí para hacerme sentir más patética de lo que ya me siento. Imaginaba que Abby le había contado todo sobre Sebastián. Eso era evidente. Ahora Ryan estaba a punto de darle el sermón del día, como siempre hacía cuando se trataba de su ex. Nunca le había caído bien Sebastián, y lo había dejado claro muchas veces. Ellos dos habían discutido por eso más de una vez, pero Aimee nunca le había hecho caso.

Y ahora, lo lamentaba.

Asintió en silencio ante la pregunta de Ryan.

—Y antes de que digas "Te lo dije", quiero dejar claro que fue mi culpa —empezó Aimee, mintiendo un poco para evitar que Ryan se enfadara más de lo que ya estaba.

Aimee todavía no entendía qué había salido mal entre ella y Sebastián. Le había dado todo lo que pudo... bueno, tal vez no todo. Había una cosa que no había podido darle porque tenía otros planes. Ahora que lo pensaba, quizás era eso lo que había causado la ruptura. Su virginidad.

Sus ojos se abrieron al darse cuenta de lo obvio. Por eso Sebastián había terminado con ella.

Ryan arqueó una ceja, esperando.

—¿Tu culpa? —preguntó, soltando una carcajada incrédula—. ¿En serio estás defendiendo a esa basura que tenías por novio? —continuó, negando con la cabeza.

—Bueno, es que... —intentó explicar Aimee, pero la mirada de Ryan la silenció al instante.

—No me mientas, Aimee —espetó, golpeando la mesa con la mano—. Es obvio que esto iba a terminar así. Desde el principio, ese idiota solo estaba detrás de ti por una cosa. ¿Por qué otra razón iba a estar contigo?

—¡Yo le gustaba! —dijo Aimee, intentando convencerse a sí misma, aunque en el fondo sabía la verdad. Tal vez Sebastián solo había querido una cosa, y al no obtenerla, decidió engañarla en lugar de hablar con ella.

Ryan suspiró y se pasó una mano por el rostro.

—Espera, déjame explicarme —añadió, dándose cuenta de que había sido demasiado brusco.

Aimee cruzó los brazos, ofendida. Más le valía explicarse bien, porque si no, estaba a punto de abofetearlo por haberle herido de esa manera. Sí, conocía las razones por las que Sebastián la había dejado, pero que Ryan las dijera con esa frialdad la hacía sentir peor.

—Sé que quizá se acercó a mí con otras intenciones, pero en serio pensé que le gustaba —admitió Aimee, antes de interrumpirse a sí misma con un suspiro cargado de cansancio—. Tal vez... tal vez no fui suficiente.

Esas palabras, apenas un susurro, reflejaban toda la tristeza que intentaba contener.

Ryan la miró, preocupado, pero Aimee no quería más consuelo. Desvió la mirada, volviendo a la postura defensiva.

—Me dolieron tus palabras, ¿sabes? —le espetó, sin poder ocultar la herida que sus comentarios habían dejado—. Lo dijiste como si yo fuera un adefesio, como si fuera increíble que alguien pudiera fijarse en mí.

Ryan frunció el ceño, incómodo.

—Eso no es lo que quise decir —murmuró, su tono suavizándose.

Aimee bufó, haciéndose pequeña en su asiento. Sabía que no era la más bonita ni la más llamativa, pero no necesitaba que se lo recordaran. Había chicas que no destacaban físicamente y, aun así, tenían relaciones felices. ¿Por qué no podía ser su caso?

El peso de las dudas y las inseguridades que llevaba acumulando durante toda la noche comenzó a aplastarla. Ryan, notando su desesperación, cambió de táctica, tratando de hacerla entrar en razón con una voz más calmada.

—Aimee —la llamó con suavidad—. Mírame.

Ella alzó la vista lentamente, encontrándose con la mirada suplicante de su amigo. Sabía que su arrebato venía desde la preocupación, pero no por eso dolía menos.

—Explícate —le permitió, fingiendo estar molesta, aunque ya no lo estaba tanto. Entendía por qué Ryan había dicho lo que dijo. Sebastián nunca había estado interesado en ella por la razón correcta.

Ryan, por su parte, parecía aliviado por su pequeña concesión.

—Sebastián... —comenzó con cautela—, ese tipo tiene un historial muy claro. Se siente atraído por chicas ingenuas y ricas. Te advertí que no te metieras con él porque ya sabía quién era realmente, pero tú no quisiste escucharme. Y ahora... mira lo que te hizo.

Su tono, aunque honesto, fue duro, y Aimee no pudo evitar mascullar una maldición.

—Tenía que decírtelo. —Ryan la miró con una mezcla de resignación y frustración—. ¡Te lo dije!

Aimee aplaudió de manera sarcástica, rodando los ojos.

—¡Bravo! Lo conseguiste, lo predijiste. —Su voz, cargada de ironía, apenas ocultaba lo cansada que estaba de la situación.

Sabía que Ryan no era perfecto. También había cometido sus propios errores en el pasado, pero ahora, como exitoso hombre de negocios, parecía querer asumir un papel moralista. Aimee no necesitaba eso. Ya sabía lo patética que era su situación sin que se lo recordaran.

—Ya basta, ¿quieres? —le pidió Aimee, agotada.

Ryan cerró los ojos por un segundo antes de abrirlos nuevamente. La intensidad de su mirada la hizo estremecerse.

El silencio que siguió fue incómodo. Aimee comenzó a juguetear con sus pies, deseando estar en cualquier otro lugar. Solo quería irse a su apartamento, sumergirse bajo las sábanas y olvidar todo lo sucedido. El amor había sido un fracaso para ella, y parecía que siempre lo sería.

Ryan, percibiendo su malestar, adoptó una postura más relajada, dejando de lado esa frialdad que había mostrado antes.

—Mira —dijo con más suavidad—. Lo mejor que puedes hacer ahora es borrar todo rastro de ese imbécil de tu cabeza y comenzar de nuevo. —Hizo una pausa, señalándola—. Y sin hacer tonterías.

—¿Tonterías? —repitió Aimee, alzando una ceja.

—Sí, Aimee. Tonterías como lo que casi haces hoy. —Ryan señaló al chico rubio que había estado observando antes—. Ibas a acostarte con un completo desconocido.

Aimee siguió su mirada hacia el chico, que ahora estaba rodeado de varias chicas jóvenes. Se encogió de hombros.

—Solo quería olvidarme de todo por un rato —murmuró, tratando de restarle importancia.

Ryan soltó una risa amarga, cubriéndose los ojos con una mano.

—¿Estás loca? —espetó, enfadado—. ¡Ese tipo es solo un crío!

Una vez más, Aimee se encogió de hombros, minimizando la situación, pero por dentro, sabía que Ryan tenía razón.

¿Por qué diablos le molestaba que ella casi se hubiera ligado a un desconocido? Espera... ¿Acaso eso significaba que Ryan estaba...?

—¿Estás celoso? —preguntó Aimee con curiosidad.

Era una pregunta absurda. Ryan era un hombre guapo, rodeado de mujeres que harían lo que fuera por él. Además, eran amigos desde hacía tanto tiempo. ¿Por qué estaría celoso? Solo sentía amistad por ella, mientras que Aimee estaba perdidamente enamorada de él.

—¿Qué? —Ryan la miró como si no hubiera escuchado bien. Pero el silencio se alargó, y Aimee lo observó fijamente. Él negó con la cabeza, pero su gesto lo delataba—. No, claro que no —murmuró, rodando los ojos como si la idea fuera ridícula.

Aimee no pudo evitar sonreír.

Sí, era ridículo. Ryan celoso de cualquier chico que ella intentara ligar... era estúpido.

—Bueno... —comenzó Aimee, volviendo al tema anterior—. Siempre te pones a criticar y molestar a mis novios.

El ceño de Ryan se intensificó, pero Aimee no pudo detenerse.

—Si sigues así, voy a empezar a malinterpretar las cosas —agregó.

Ryan la miró en silencio, sin apartar los ojos de su rostro.

—Solo me preocupo por ti —admitió, bajando la mirada—. Me enferma saber que has sufrido por idiotas como Sebastián.

Las palabras de Ryan la golpearon. Era un buen amigo, sí, pero los amigos también deben dejar que nos equivoquemos, que sigamos nuestros propios deseos. Aimee había querido intentar de nuevo, salir con alguien para ver si lograba olvidar al amor de su vida y al idiota que la había engañado.

—Siempre dices eso —murmuró, evitando que la emoción la traicionara.

—Eres mi mejor amiga —dijo él, esbozando una sonrisa genuina. Pero Aimee no pudo devolvérsela.

Aquellas palabras fueron como un puñal directo al corazón. Quiso llevarse una mano al pecho, donde empezaba a dolerle, pero se contuvo. Ryan era demasiado perspicaz; lo notaría enseguida. Así que tragó sus emociones en silencio.

Para él, ella era solo una amiga. Pero para Aimee, Ryan era mucho más: un amor prohibido, algo que no debía tocar.

Sacudió la cabeza. No debía dejarse llevar por sus sentimientos. Ya tenía suficiente con todo lo que había sucedido.

—Lo sé —respondió con una sonrisa falsa—. También eres mi mejor amigo —mintió, y la mentira se sintió pesada.

Ryan, sin embargo, sonrió sinceramente. Esas palabras siempre funcionaban para calmarlo después de una discusión. En otras ocasiones, Aimee habría añadido que lo quería mucho, pero esta vez se resistió a decirlo.

—¡Dios! —murmuró él, volviendo al tema de antes.

Aimee frunció el ceño.

—¿En serio ibas a acostarte con ese tipo? —preguntó Ryan, pasándose una mano por el rostro.

—¿Y qué hay de malo en eso? —respondió Aimee, arqueando una ceja.

¿Realmente era tan malo? Miró de nuevo al chico rubio, que seguía en el mismo lugar. Se veía bien, y probablemente no sería malo en la cama. Aunque, siendo sincera, ella no tenía experiencia en ese ámbito. Todavía conservaba su “Tarjeta V” y no había pasado de la segunda base.

—¡Muchas cosas! —exclamó Ryan—. ¡Es un completo desconocido!

—¿Y eso qué importa? —replicó Aimee, saboreando la incomodidad de Ryan—. Aún quiero hacerlo.

Se relamió los labios solo para molestarlo. Ya no tenía ganas de acostarse con el rubio, pero la idea de fastidiar a Ryan era demasiado tentadora.

—Sería genial hacerlo con un desconocido.

La cara de Ryan palideció.

—No lo harás —le advirtió con una mirada fría.

Aimee sonrió maliciosamente.

—¿Por qué no? —preguntó juguetona. Le encantaba verlo enfadado. Se veía increíblemente sexy cuando lo hacía.

—Atrévete —dijo él, cruzándose de brazos y retándola con la mirada.

Aimee hizo un puchero, como una niña a la que no le dieron su chocolatina. Escuchó la risa de Ryan y, sin poder evitarlo, le sacó la lengua antes de unirse a las carcajadas.

Había sido una tontería casi lanzarse a los brazos de ese chico rubio. Ahora lo veía claro, especialmente al notar que el chico ya estaba besándose con otra chica.

—Dios, ¡qué suerte que llegaste! —admitió Aimee después de un rato—. Me salvaste de hacer el ridículo.

Ryan sonrió y le dio una palmada en el hombro.

—Y bien —dijo, retomando la conversación—, ¿cómo te sientes?

Aimee soltó una risa irónica. Después de todo lo que había pasado, ¿ahora se atrevía a preguntarle cómo estaba tras la ruptura con Sebastián?

—¿Me lo preguntas en serio? —respondió incrédula—. Eres cruel, Ryan.

—Lo sé —dijo, esbozando una sonrisa—. Pero te lo advertí. Te dije que no te metieras con él, y no me escuchaste.

El ceño de Ryan se frunció con preocupación.

—Solo espero que esta vez hayas aprendido la lección —continuó regañándola como si fuera un padre cuando era solo un amigo—. La próxima vez, haré una investigación completa antes de que te metas con alguien.

Ryan, el protector incansable. Aimee suspiró. Si seguía así, dudaba mucho que pudiera tener otro novio.

Lo bueno era que Ryan ahora vivía en otra ciudad y no estaría siempre cerca para meterse en sus asuntos. Aunque tendría que asegurarse de que su amiga Abby no se pusiera a contarle todo lo que hacía.

—Haz lo que quieras —murmuró Aimee, resignada. Si se oponía, empezarían a discutir otra vez.

Luego añadió en tono provocador—: Aunque sigo queriendo acostarme con alguien.

La reacción de Ryan fue inmediata; su expresión se endureció, y Aimee sonrió para sus adentros.

Al menos eso la mantendría entretenida.

—¡Estás loca! —exclamó él, riéndose y negando con la cabeza.

Aimee sonrió con más amplitud. Sí, estaba loca, pero no por cualquiera. Estaba loca por él.

Ryan siempre se preocupaba por ella, siempre se entrometía en su vida. Desde que lo conocía, había sido así. Tal vez debió haberle puesto un límite antes, pero ahora era demasiado tarde para hacerlo. Al final, dejaba que Ryan interviniera en sus asuntos porque le gustaba ver su preocupación, sentir su posesividad.

Se mordió el labio. Para Aimee, Ryan era más que un amigo. Era su alma gemela, aunque fuera un amor imposible.

Aimee hizo una mueca. Debía olvidarse de él lo antes posible. Ese amor no correspondido solo le traería dolor. Y, por más que le costara, sabía que debía enterrar sus sentimientos antes de que arruinaran su amistad con la única persona que la entendía de verdad.

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