5

*—Ryan:

Ryan se inclinó hacia adelante, dominándola bajo su cuerpo al tomar sus manos y elevarlas hacia su cabeza, inmovilizándola. Su mano libre comenzó a explorar el cuerpo ruborizado y anhelante de Aimee, hasta que sus dedos encontraron uno de sus pechos, apretándolo con fuerza y jugando con su pezón, haciéndolo rodar entre sus dedos.

Otro gemido escapó de los labios de Aimee, y Ryan se dijo que no podía esperar más. Si iba a hacerlo, lo haría con todo, aunque al final pudiera arrepentirse.

Bajó la cabeza y tomó en su boca el pecho que no había acariciado. Aimee arqueó la espalda al sentir su calor, y un gemido, delicioso y gratificante, se escuchó en la habitación. Ryan se excitó aún más al morder suavemente el pezón que tenía entre sus labios. La dulzura de sus gemidos lo llevó al borde de la locura, y pensar que Sebastián había estado aquí antes solo le llenó de rabia.

Se separó de ella, despojándose de su ropa con rapidez. La idea de que Sebastián hubiera tenido su primera vez con Aimee lo enfurecía. ¿Por qué le había entregado su inocencia a alguien como él? Nadie se merecía a Aimee; era demasiado buena para aquellos que no la valoraban. Era claro que alguien como él debía estar con ella.

Se sorprendió al darse cuenta de hacia dónde se dirigían sus pensamientos. ¿Era eso lo que Aimee necesitaba? Miró a Aimee, quien seguía acariciándose los pechos, pidiendo más de su toque. Ahora él era quien provocaba esas sensaciones, y aunque eran amigos, su pecho se llenó de orgullo. Era él quien tenía a Aimee en sus brazos, y a Sebastián podía olvidarse.

Se acercó de nuevo, acomodándose sobre la cama y fusionando sus labios con los de Aimee mientras sus manos recorrían su cuerpo, disfrutando de las curvas que había ignorado antes. Sus dedos bajaron hacia el borde de su ropa interior, tirando de ellas hacia abajo hasta dejarlas caer al suelo.

No pudo evitar relamerse los labios. Estaba hambriento por descubrir lo que había entre sus piernas. Quizás el alcohol y el cansancio lo estaban llevando a desear tanto de Aimee.

Colocó sus manos sobre los muslos de Aimee y, temblando, abrió sus piernas para explorar lo que escondía. Sus ojos se agrandaron al ver aquel capullo rosado, que lo llamaba y lo alentaba a probarlo.

—Dios —susurró, sintiendo cómo Aimee tomaba su cabello y lo acercaba a su entrepierna.

Se dejó llevar y colocó sus labios sobre aquel dulce lugar, saboreando el néctar que Aimee ocultaba, trazando con su lengua los suaves pliegues de su intimidad, como si fuera el mejor caramelo que jamás hubiera probado.

Los gemidos de Aimee aumentaron mientras él la saboreaba, parecía estar fuera de sí. El placer la consumía tanto que tiraba de su cabello, como si no quisiera dejarlo ir, aunque si seguía así, iba a quedárselo en la mano. Pero Ryan no se detuvo. Nunca imaginó que su amiga escondiera un lugar tan dulce, y lo que más lo irritaba era que otro idiota había estado allí antes.

Unos segundos después, sintió en sus labios los temblores del clímax de Aimee, y saboreó su esencia. Ante esos gemidos y su cuerpo tembloroso, Ryan sintió que su deseo aumentaba, tanto que dolía. Quería hundirse en ella, y no podía aguantar más.

Se movió hasta situarse en su entrada. Aunque Aimee estaba húmeda, sabía que debía prepararla para su tamaño. No era el más grande, pero tampoco pequeño.

Su mano se deslizó hacia la entrada de Aimee, introduciendo un dedo. Las caderas de Aimee se elevaron del colchón, húmeda y deseosa. Ryan sintió una punzada de deseo por lamer los restos de su orgasmo, pero se contuvo. Quería entrar en ella, sentir cómo sus paredes lo abrazaban, igual que lo hacían con su dedo. Agregó un segundo dedo, moviéndolos con lentitud.

Los sonidos húmedos de sus dedos entrando en Aimee, junto con sus respiraciones entrecortadas, resonaban en la habitación, llevándolo al límite de la cordura. Su miembro goteaba, y si seguía así sin tocarse o sin entrar en Aimee, terminaría perdiendo el control.

Debía unirse a Aimee ya.

Sacó sus dedos y tomó su erección en la mano, guiándose hacia ella. Cuando estuvo a milímetros de entrar en su gloria, el último rayo de razón cruzó su mente y lo detuvo en seco.

¿Qué estaba haciendo? Casi iba a tener relaciones con Aimee, con su mejor amiga, con alguien tan precioso para él que podría ser su hermana.

¡Oh Dios! Ryan se retiró de Aimee como si estuviera ardiendo. Se apresuró a recoger su pantalón del suelo y a ponérselo. Tenía que salir de allí. ¿Qué demonios había estado pensando?

¿Hacer sentir amada a Aimee? ¿Qué había sido eso?

Al volver la vista hacia ella, cometió un error. Aimee estaba allí, desnuda y deseosa, con un cuerpo que imploraba ser amado, pero su rostro contaba otra historia. La expresión de su cara era melancólica, y las lágrimas caían silenciosas.

«Maldición», murmuró en su mente. ¿Por qué no podía ver que aquello estaba mal? Eran amigos, más que amigos. Tener una relación así solo traería problemas para ambos. ¿Acaso no pensaba en las consecuencias?

«Idiota, está atrapada entre el alcohol y su dolor; es obvio que no va a pensar en ello», le decía una voz en su cabeza.

—Aimee… —susurró su nombre, pero ella negó con la cabeza.

—Aimee, sé razonable —dijo mientras se sentaba a su lado en la cama—. Esto no puede pasar y lo sabes —buscó sus manos, queriendo tranquilizarla.

Aimee se alejó de él.

—Me siento despechada —murmuró, dándole la espalda—. Mi novio, el chico que amaba, se fue con otra mujer que es mil veces mejor que yo —Ryan apretó las manos en puños, deseando romperle el cuello al idiota de Sebastián por el dolor que le había causado a su amiga—. Tú no sabes lo que es sentirse desdichada. Las mujeres se agrupan a tu alrededor clamando tu atención; cuando dejas a una, solo tienes que chasquear los dedos para conseguirte a otra. Eres perfecto.

—Eso no es cierto —replicó Ryan, sabiendo que era una imagen que él mismo había creado. Debería saberlo mejor que nadie, era su mejor amigo y la conocía como nadie más.

—Yo no soy ni cerca de ser perfecta —continuó Aimee, ignorando su comentario—. Me he esforzado tanto para serlo, pero no lo he conseguido —susurró, y el corazón de Ryan se rompió. Sabía cuánto había luchado su amiga y cómo Sebastián la había destrozado.

—Aimee…

—Solo deseaba que alguien me tomara entre sus brazos y me dijera cosas lindas —Aimee se volvió hacia él, su rostro bañado en lágrimas—. Solo deseo que me digan que me quieren y sentirme amada —miró a Ryan a los ojos, su dolor visible.

Ryan cerró los ojos. Sus palabras le dolían. ¿Acaso Sebastián nunca la amó? ¿La había utilizado? Aimee se sentía vacía, necesitaba cariño y amor.

Sus ojos se abrieron, y con una decisión arriesgada, comprendió que esa noche podría cometer el error de su vida. Si con su cuerpo Aimee se sentía amada, lo haría. Haría todo lo posible por hacerla sentir especial.

Cuando la confusión se disipara, tal vez se arrepentiría, pero no podía dejar a su amiga así. Tenía que ayudarla.

Se separó de ella y volvió a quitarse el pantalón. Su cuerpo, desobediente, seguía deseando unirse al de Aimee. Movió la cabeza, decidido, y la tomó entre sus brazos, acomodándola suavemente en la cama. Sus lágrimas habían cesado, y solo quedaban sus hipidos.

¿Era tan importante para Aimee sentirse amada? ¿Era su tristeza quien hablaba por ella? Ryan nunca había experimentado esa clase de dolor, pero ver a su amiga así lo conmovía.

Con ternura, pasó los pulgares por debajo de sus ojos, limpiando las lágrimas restantes. Aimee se veía hermosa, incluso con el rostro hinchado y rojo por el llanto. Se inclinó y le plantó un beso en la frente.

Iba a protegerla, incluso de lo que él mismo iba a hacer.

Se movió en la cama, colocándose entre sus piernas. Armándose de valor, tomó su erección en la mano y se guió hacia el centro de Aimee. Sus ojos se cerraron al penetrar lentamente, sintiendo lo apretada que estaba. Jadeó, disfrutando de la cálida sensación que lo rodeaba.

Las manos de Aimee se aferraron a sus brazos, sus uñas clavándose en su piel. Dolía, pero era un dolor placentero.

Sin embargo, un grito de dolor rompió el aire. Ryan abrió los ojos, sorprendido, y se quedó petrificado al ver a Aimee. Ella mordía sus labios con fuerza, pálida y temblorosa, sus uñas hundidas en su piel como si intentara aferrarse a él.

¿Qué estaba pasando?

Con lentitud, Ryan comprendió la realidad de la situación. No podía ser…

—Aimee —murmuró con voz quebrada—, Aimee…

Ella negó con la cabeza, llorando en silencio.

La verdad lo golpeó con fuerza, y un dolor intenso se instaló en su pecho. Aimee era virgen, inocente. ¿Cómo había dejado que esto sucediera? ¿Por qué no se detuvo cuando pudo?

Ryan no podía creer que Aimee hubiera llegado a esos extremos, nunca antes había sentido el toque de un hombre. ¿Qué demonios estaba pensando? ¿Cómo era posible que nunca hubiera estado con Sebastián? Ese imbécil era conocido por salir con chicas como Aimee, usándolas y luego dejándolas atrás. ¿Acaso nunca pudo hacerlo?

Parece que no. Al final, había sido Ryan quien había tomado lo más precioso de Aimee, y comenzaba a odiarse por ello.

Comenzó a retirarse, pero Aimee rodeó su cintura con las piernas, apretándolo fuerte sin dejarlo ir. Ryan la miró con sorpresa. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no lo dejaba ir? La había lastimado, y estaba seguro de que saldría de allí sangrando, o quizás ya lo estaba haciendo.

—Aimee, déjame ir —pidió Ryan, su voz apenas un susurro, aún sin creer lo que había hecho.

—Lo siento —susurró Aimee, su voz temblando.

¿Por qué se disculpaba? ¿Por todo lo que había provocado o por ocultarle su estado? Debió al menos avisarle que era virgen; tal vez las cosas hubieran sido diferentes. O mejor aún, tal vez nunca debió haberla tocado. Desde el principio, Aimee había sido prohibida para él, pero se había dejado engañar.

¿Cómo pudo tomar la virginidad de su mejor amiga? ¿Cómo pudo ella dársela así, sin más? ¿Acaso no tenía amor propio?

—¡Maldición! —exclamó Ryan, sintiéndose una basura.

Aimee comenzó a llorar, y su corazón se rompió en mil pedazos. Con una mano, acarició su rostro, acunando su mejilla con ternura. Aimee abrió los ojos en ese momento; sus vidriosos ojos verdes lo miraron con tristeza.

El corazón de Ryan dio un vuelco. No le gustaba verla así. No sabía qué había llevado a Aimee a esto, pero no estaba bien.

—Lo siento, lo siento mucho, Ryan —se disculpó Aimee, pero eso no era suficiente. Ryan seguía sintiéndose como una decepción.

—¿Por qué diablos seguías siendo virgen, Aimee? —preguntó, confundido. Ella había tenido novios. Sebastián había sido su novio, y él conocía su fama; había escuchado rumores, pero parecía que Aimee había sido más fuerte, nunca dejándose tocar por esa basura.

—Aimee… —susurró su nombre—. No lo entiendo.

Aimee colocó una mano sobre la de Ryan y sonrió, una sonrisa triste y frágil.

—Hazme sentir mejor, Ryan —susurró con cariño—. Haz que me sienta amada.

Aimee no era justa. ¿Cómo podía pedirle algo así después de mentirle? Había tomado su inocencia sin saberlo. Si lo hubiera sabido, él la habría preparado mejor, tal vez habría tomado más tiempo para amarla, para que se sintiera diferente.

Ryan hizo una mueca, incapaz de escapar de esta pesadilla.

No podía hacer nada más. Ya era tarde para lamentarse y tarde para detenerse.

Las caderas de Aimee se movieron, buscando su sexo y Ryan no pudo evitar gemir.

Sí, era muy tarde. Hoy se liberaría de su sentencia, pero mañana no escaparía de esta.

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